Las cosas que se heredan

María cerró los ojos y sintió cómo el metal le perforaba la piel, quería imaginar que era pájaro y que volaba lejos, pero el dolor no le dejaba avanzar el pensamiento y sintió cómo el líquido se mezclaba con la sangre.

Papas con chile y limón. Foto de Flickr.

María contemplaba las sombras que hacían los árboles mientras se mecían con un viento suave, casi imperceptible. Había pedido que a sus papas le pusieran un poco de chile de “la botella” y otro poco de chile verde. Imaginaba que las comía con calma, sintiendo el crujir en cada mordida, su lengua percibía cada uno de los sabores, ahora un poco más picante, ahora un poco menos, ahora sentía sólo el sabor a limón, lamía el resto de chile que había quedado impregnado en sus dedos, los metía nuevamente a la bolsa y tomaba otra papa. El murmullo de una persona acercándose la regresó del ensimismamiento.

—Qué calor hace —dijo la mujer sentándose a su lado.
—Sí —respondió María sin abrir los ojos.
—Dicen que este año estará más caliente que el pasado.
—Sí pues.
—Dicen que son fines de mundo.

María abrió los ojos y vio a la mujer por primera vez.

—Será.
—A ver quién vive para verlo, yo como quiera ya estoy vieja.

María sonrió sin quitar los ojos de las sombras, tratando de sentir en su cara el viento que mecía las ramas.

—Voy saliendo del doctor —continuó la mujer—, que tengo diabetes y la presión alta.
—Pues cuídese.
—Quién se puede cuidar, que no coma esto, que no coma aquello, si no me muero de azúcar me voy a morir de hambre.
—A saber qué será mejor.
—Todo está en que nos llegue la hora y hasta de miedo se muere uno.

María dio un suspiro profundo y una fumada larga a un cigarro imaginario que llevaba en su mano, después, despacio, exhaló como si sacara el humo que se había acumulado en su garganta y sus pulmones.

—Le pregunté al doctor por qué me había dado a mí eso, que por herencia me dijo, que hasta el tamaño de los senos se hereda, ¿sí sabías?
—Tiene sentido —respondió María.

—Tú tienes los senos muy chicos, te los habías de operar, ora está muy de moda eso. Seguro no tienes hijos, cuando uno da pecho crecen, luego quedan caídos, pero qué no se le cae a uno con el paso de los años. A los hombres les gustan las mujeres de senos grandes, de seguro ni marido tienes.

María observó sus piernas, no se había dado cuenta de lo delgadas que estaban, trató de calcular cuántos kilos había perdido y recordó el día que usó por primera vez su vestido blanco. Al principio sentía que le quedaba muy ajustado, se marcaba el contorno de las piernas y sus nalgas bien trabajadas en el gimnasio, sabía que robaba miradas, así que poco a poco se fue sintiendo más segura, pero no se lo contó a la mujer.

—¡María! ¡Nos están esperando! —gritó su madre.
—Cuídese, que de descuidos también se muere uno —dijo María con una sonrisa.
—¿Qué estabas haciendo? —le preguntó su madre.
—Me estaba comiendo unas papas con chile.
—¿Y la mujer?
—Sería la muerte.
—Ojalá que mejor haya sido la vida.
—Ojalá que no, se veía muy jodida —dijo María sonriendo.

La enfermera le indicó el cuarto al que debía entrar, le pidió que se quitara la ropa y se pusiera la bata que había colocado al borde de la cama, mientras, preparaba sus instrumentos para colocar el suero, le ató al brazo una liga y dio un par de golpecitos.

—No te pongas nerviosa, chula, que se te enconden las venas, mira nomás qué flaquita estás —dijo la enfermera mientras trataba de identificar en dónde colocar la aguja.

María cerró los ojos y sintió cómo el metal le perforaba la piel, quería imaginar que era pájaro y que volaba lejos, pero el dolor no le dejaba avanzar el pensamiento y sintió cómo el líquido se mezclaba con la sangre. Pasó largo rato observando el goteo del envase que colgaba al lado de la cama.

—Dijo el doctor que en unos meses te pueden poner unos implantes —dijo su madre mientras daba una puntada a un tejido fiusha que llevaba en las piernas.

—Tú no te pusiste nada.
—En mis tiempos eso no se usaba.
—Una peluca también me voy a poner. ¿Sabías que el tamaño de los pechos se hereda?
—Ya casi queda lista la bufanda, te quedará muy bien si la combinas con una peluca negra.
—Con este calor quién quiere bufandas, mamá.
—Es para diciembre.
—A diciembre llegará la virgen y porque viene a parir, los demás quién sabe.

El hombre de la camilla llegó, su madre le dio la bendición y un beso en la frente.

María sonrió mientras se la llevaban.

En el quirófano siguió observando el goteo del suero, trataba de sentir cómo cada gota seguía mezclándose con la sangre.

Uno de los médicos le pidió que contara del cien al cero, ella cerró los ojos y soñó que era un pájaro y se lanzaba al vuelo. ®

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Publicado en: Narrativa

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