La fábula ha sido reivindicada por Eduardo Pérez Contreras, “Spooky”, en Fabudélicas, libro ilustrado por Mariana Magdaleno en el que se reúnen fábulas en las que se tratan asuntos como el significado del tiempo, la moral, la libertad, la violencia y el amor, pero con una visión del siglo XXI.
Eduardo Pérez Contreras, “Spooky”. Cortesía del autor.
Uno de los géneros narrativos preferidos desde tiempos muy antiguos es la fábula, mediante la cual se envían mensajes críticos que conducen a una moraleja, una lección de conducta para el público, en la que los personajes son animales y hasta objetos inanimados. Posteriormente ha tenido grandes exponentes, aunque en la actualidad no tiene muchos practicantes.
Recientemente en México la fábula ha sido reivindicada por Eduardo Pérez Contreras, “Spooky”, en Fabudélicas (México, Ediciones Fabudélicas, 2023), libro ilustrado por Mariana Magdaleno en el que se reúnen 18 fábulas, en las que se tratan asuntos incluso antiguos —el significado del tiempo, la moral, la libertad, la violencia y el amor, entre otros—, pero con una visión propia del siglo XXI, que cierran con un relato final que se convierte en una advertencia pesimista y francamente apocalíptica sobre el destino del hombre ante la naturaleza.
Sobre Fabudélicas charlamos con “Spooky”, quien estudió en la Universidad Intercontinental y ha dado cursos en instituciones como las universidades Anáhuac, Veracruzana y de la Comunicación, así como en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Es director general de la agencia de publicidad Recreo, que ha recibido numerosos reconocimientos y galardones tanto en México como a nivel internacional por su trabajo creativo.
—¿Por qué hoy un libro de fábulas? —Hay una película en la que el papá le pregunta a su hijo por qué pinta, y éste responde con la pregunta de por qué va al baño: “Pues porque el cuerpo me lo exige”. Ésa es una respuesta muy hermosa.
Porque el cuerpo exige contar cosas, platicar historias. El sentido del libro es ése: expresar algo. Yo escribo desde hace muchos años, pero de repente empezó a ser algo urgente publicar.
El formato de las fábulas se vino gestando poco a poco; originalmente empecé con cuentos, con una estructura más clásica, con ganas de hacer una novela, lo que a la mayoría nos pasa.
A mí me gusta mucho hablar de la naturaleza, de las plantas, de los animales. Ése ha sido siempre mi camino, y encontré en ese tipo de relato un vehículo para poder dar mensajes profundos de manera sencilla.
Fabudélicas. Ilustraciones de Mariana Magdaleno.
En esa búsqueda me di cuenta de que la estructura literaria de la fábula estaba muy descuidada, y a mí me gusta mucho hablar de la naturaleza, de las plantas, de los animales. Ése ha sido siempre mi camino, y encontré en ese tipo de relato un vehículo para poder dar mensajes profundos de manera sencilla.
—¿Por qué recuperar esta tradición de las fábulas? Hay muchos otros géneros que podrían haber sido útiles, como el aforismo, el haiku, el cuento y hasta la novela, como decías. —Cuando un buen amigo vio los textos antes de ser impresos me dijo: “¿Quién, a estas alturas del mundo, escribe fábulas?” Y le dije que, justo porque nadie lo hace, lo hacía yo.
Fue por dos razones: primera, utiliza personajes de la naturaleza para dar mensajes que les atañen hoy a los seres humanos. En su momento, escritores como La Fontaine lo hicieron en su contexto y hablaban sobre su cotidianidad, porque es una manera muy amigable de acercarse a temas muy profundos y que a veces son difíciles de tocar y de digerir de otra manera. Así ocurre con el paso del tiempo y la manera en que vamos construyendo con nuestras decisiones cotidianas la vida que experimentamos, así como la forma en que nuestra resonancia afecta todo lo que nos rodea.
Si hablas de esos temas en un ensayo, sin una metáfora ni símbolos que nos ayuden a sentirlos más nuestros, se vuelven más difíciles de procesar, mientras que la fábula tiene la facultad de, mediante figuras que representan distintas capas de nuestra conciencia, hacer más cercano hablar de esos asuntos.
Si me dijeran que pusiera una fórmula para escribir, expresar pensamientos y sentimientos profundos y expresarlos en palabras sencillas, diría que la fábula, que da la posibilidad de traerlos a un lenguaje fácil de digerir para que todo mundo las encuentre accesibles, porque la sabiduría y el conocimiento tienen que llegar a la gente de forma asequible.
—Te dedicas a la publicidad. ¿Cómo la has vinculado con la literatura? —La publicidad es una industria llena de herramientas, y hay grandes artistas que han salido de ella; por ejemplo, Alejandro González Iñárritu y Gabriel García Márquez hicieron publicidad.
La publicidad está en medio de las artes y del mundo comercial; se está en contacto todo el tiempo con la literatura, la música, la plástica, disciplinas de las que se nutre. Nos ayuda a traer lo que viene del mundo del espíritu, de la inspiración, de las ideas, y materializarlo de una forma clara para que una persona pueda interpretar en unos segundos lo que uno quiere decir, ponerlo rápido y fácil.
Se hacen proyectos que abren la puerta y mucha gente pueda entrar y disfrutarlos. Es forma y fondo: esto es lo que siempre será lo que viene del corazón, la experiencia observada que se vuelve mensaje. Después viene una forma cercana, que es la que nos ha dado la publicidad a quienes hemos tenido un pie en el mundo del arte, de la literatura, del cine, de cualquier expresión artística.
—Ahora vamos sobre lo que dices en las fábulas: me llamaron la atención las consideraciones que haces sobre el tiempo o, más bien, los tiempos. En una fábula reivindicas el presente —el tiempo y el reloj—, al que confrontas con el pasado, una disputa en la que un caracol resulta vencedor porque se da su tiempo. ¿Qué nos dices sobre este tema? —Es uno de los grandes ejes del libro. Un día tuve una meditación acerca del tiempo, que parece ir cada vez más rápido, y lo que he ido encontrando es que hay tres tiempos: el de la gran madre, el del gran espíritu creador y el que se pone a nuestra disposición.
Los asuntos del espíritu no se pueden explicar a través del tiempo, solamente se puede hacer en la simultaneidad. La ilusión del tiempo sucede, y no es otra cosa que una serie de momentos que nuestra mente hilvana para darnos la sensación de pasado, de presente y de futuro. Esa ilusión es la herramienta que nos da el gran espíritu para experimentarnos, para crear emociones, para que esto que siento que está sucediendo se materialice en una emoción que me permita construir la realidad en la que estoy.
Un día tuve una meditación acerca del tiempo, que parece ir cada vez más rápido, y lo que he ido encontrando es que hay tres tiempos: el de la gran madre, el del gran espíritu creador y el que se pone a nuestra disposición.
Ahora bien: existe este tiempo que se nos ha dado, el que puedes sintonizar con tu tiempo y nuestro corazón es el reloj; cuando nos alineamos con el ritmo del tiempo del latido de la vida, todo fluye en armonía. Cuando estamos a destiempo, cuando vamos un paso atrás por el pasado, o uno adelante en persecución del futuro, todo se rompe y parece que la vida no encaja. Es importante recordarlo.
—Una disyuntiva que está planteada en varias de tus fábulas es el choque entre la libertad, por un lado, y por el otro la comodidad y la seguridad. ¿Por qué ese enfrentamiento?, ¿en algún punto pueden coincidir? —Las palabras a veces son tramposas. En muchas ocasiones estamos enganchados por algunas de ellas que no nos permiten ver con amplitud lo verdadero. La comodidad, cuando se vuelve inmovilidad, provoca, por ejemplo, que el agua se estanque y se pudra. Cuando no nos permite seguir actuando y estar en movimiento, nos vamos achicando y nos volvemos esclavos de la inercia.
De las pocas cosas que no cambian en el universo es que se mueve; incluso si nos quedamos quietos en un sillón, la Tierra se mueve y nosotros con ella: el universo está expandiéndose. La ley del movimiento es que se puede orientar, y que si no haces esto la corriente te arrastra hacia la densidad, que es la masa, lo de todos, el lugar común. Cuando no ejerces tu libertad y decides tus movimientos quedas a expensas de donde vaya la corriente y empiezas a entrar en un círculo: la repetición, donde ya no estás decidiendo, lo que no responde a tu persona, a tu ser, a lo que viene tu alma a experimentar sino que responde a un sistema. Accionar: eso es lo importante.
Podemos movernos en felicidad, en plenitud, en agradecimiento, no acomodarnos, no hacer a un lado nuestra libertad y nuestra capacidad de elegir el rumbo de nuestro movimiento. Allí está el centro de las cosas.
Hay más universos que habitan la vida, y los seres humanos somos un ángulo de esa conciencia. Las distintas dimensiones que hay son ángulos de la conciencia divina.
—Otro tema presente en el libro son la necesidad y las posibilidades que ofrece el autoconocimiento; en ese sentido va la fábula de la luciérnaga y el cocuyo. —Es la razón de la existencia: volvernos un ángulo consciente de la creación. Habitamos la existencia, la vida, no es de que “yo tengo vida”. Hay más universos que habitan la vida, y los seres humanos somos un ángulo de esa conciencia. Las distintas dimensiones que hay son ángulos de la conciencia divina.
Nos materializamos para hacernos conscientes de ese ángulo: así se ve desde aquí la vida y nadie más puede apreciarla así porque tiene que ver con una posición física pero también con mi historia, con mis ancestros, con mis emociones. Eso hace que yo observe la vida desde un ángulo que nadie más tiene; una persona puede ver al lado de otra a un perro y puede decir “qué bonito”, pero si a la otra le provoca miedo puede decir: “Qué feo”.
Poder ver desde un ángulo único la existencia es la razón de la vida. Entonces, lo primero que tenemos que hacer es conocernos a nosotros mismos, saber quiénes somos, qué está dando forma a nuestra visión, conocer nuestra historia, qué y por qué me mueve, cuáles son los disparadores de ciertas emociones, y conocer nuestra esencia.
—En “El ruiseñor y el pajarraco” y en “La cuija y el camaleón” se desarrolla el abuso como una forma de conocer y de aprender. —Esas dos fábulas están inspiradas en el bullying, y tienen varias ópticas; la primera es cómo reaccionar ante eso. En un texto digo: agradezco todo lo que me sucede y que me hace aprender, incluso de lo que aún no me doy cuenta que es para mi propio bien. Lleva tiempo darnos cuenta de que todo lo que nos ocurre es para nuestro propio despertar. La conciencia trabaja como un escultor: a veces da pequeñas cinceladas y en otras debe dar un golpe fuerte al mármol. Hay ocasiones en que estas sacudidas nos impactan porque son violentas, y lo que le toca a uno es comprender que hay algo allí que nos va a hacer crecer.
En el origen todo es armonía: el ser puro no tiene distorsión, pero el paso a través de la forma, de los traumas y dolores que muchas veces se causan en las infancias, que se acarrean de otros tiempos, nos hace generar sombra de la violencia, de la inseguridad, del miedo.
Ésa es la primera observación: qué es lo que uno puede manejar de lo que le sucede; luego, del otro lado, es apreciar las razones por las que eso ocurre. ¿Por qué el camaleón está molesto? Pues porque está incompleto, está roto, está inseguro. En el origen todo es armonía: el ser puro no tiene distorsión, pero el paso a través de la forma, de los traumas y dolores que muchas veces se causan en las infancias, que se acarrean de otros tiempos, nos hace generar sombra de la violencia, de la inseguridad, del miedo.
Una persona violenta está rota, y hay que observarlo: sus reacciones agresivas son una súplica de atención, de cariño, de guía. Hay que observarlo para no devolver la violencia, no darle nalgadas al camaleón; más bien es irle a dar amor y generosidad a esa persona que también ha sido violentada y que está repitiendo ese patrón.
De alguna forma es tratar de sacar el juicio y saber que algo bueno vendrá de eso, y que quien ejerce la violencia es una persona rota que pide a gritos amor.
—También me llamó la atención la fábula de las palomas y el murciélago, sobre la violencia que se ejerce en nombre de lo bueno, lo correcto, lo santo, de la moral, que muchas veces no son más que prejuicios. —Es el doble discurso que padecemos todos los días. Es una de las fábulas más profundas porque toca varios temas dolorosos para nuestras sociedades: el abuso a través de la mentira, del engaño, de la doble cara. Las instituciones tienden mucho a ello: cuando algo se institucionaliza, empieza a distorsionarse y hay un punto en el que se pierde la humanidad.
Cuando se institucionaliza la espiritualidad y se convierte en religión se pierde la esencia del origen; cuando ocurre en la salud y se convierte en laboratorios que tienen que vender para subsistir, crean una enfermedad y te convencen de comprar su medicina. También el gobierno te convence de que votes con las mismas promesas que no se han cumplido nunca y que sacan de estudios de mercado que indican lo que la gente quiere que le digan. No hay convicción.
En todo lo que se vuelve una institución empieza un carrera por sobrevivir y cumplir con la meta de ventas; entonces empezamos a tener mensajes que suenan bonito pero que están vacíos porque son pura palabrería, lo que provoca distorsiones que confunden.
En la espiritualidad caemos en una de las peores trampas cuando alguien te dice que la verdad que buscas está lejos, pero que él te la traerá, lo que es mentira ya que lo que buscamos en realidad está adentro. La diferencia es que a esto sí se puede llegar con trabajo, disciplina, meditación, bondad y generosidad a través del servicio. Cuesta trabajo, claro: es el trabajo de toda una vida para conectar con la divinidad que somos.
Para mí, esta doble cara de las instituciones es lo que nos tiene enfermos, dormidos, desconectados.
—Concluyo con la fábula de la madre Tierra y el padre Sol, con una antropología muy negativa, muy pesimista, en la que se plantea que el apocalipsis es generado por los humanos, e imaginas un renacer de la naturaleza, pero que será sin ellos. No es casualidad que con esta historia cierres el libro. —Ciertamente. En una plática en una universidad una maestra hizo una observación muy bonita sobre el libro: todas las fábulas tienen una representación del animal humano, excepto la última. Mariana, la artista que hace obras a partir de cada historia con mezclas de animales y seres humanos, en la única historia en la que no lo hizo fue en ésa. No nos dimos cuenta, fue circunstancial.
Lo que puse allí es para que no se nos olvide que la Tierra y el espíritu son más altos que nosotros y que estamos sirviendo a todo un trenzado que es la creación.
Vuelvo a lo que platicábamos de las palomas y el murciélago: parte de la mentira que nos han sembrado es que somos superiores al resto de los seres y de la Creación. Es hacernos creer que el ser humano es el único hecho a imagen y semejanza del Creador, y por eso decimos: “Voy a la naturaleza”. No: eres la naturaleza, una expresión más de ella, pero te sientes separado de ella y crees que estás sobre ella y los seres que te rodean, sobre tus padres, sobre la Madre Tierra. Esa separación no te permite hacerte uno con la creación, no te permite colaborar ni aportar porque creemos que todo está nada más para servirnos. Cada que se pone en cautiverio a un animal nos privamos de lo que nos viene a dar, de lo que la Tierra y la existencia nos vienen a dar.
También he estudiado las religiones, y en la mayoría de ellas se habla de un diluvio, desde la Biblia hasta los huicholes. Podemos observar que la Tierra ha venido limpiando lo que no le hace bien, por lo que, más que ser una fábula pesimista la que mencionas, es una observación importante: no estamos arriba de nada ni de nadie.
Hay una frase ya muy manoseada: el ser humano no puede vivir sin la Tierra, pero ésta sí sin los humanos. Así ha sucedido.
Yo camino con muchas tradiciones: me ha tocado, por ejemplo, con los huicholes, con quienes he caminado mucho. También he estudiado las religiones, y en la mayoría de ellas se habla de un diluvio, desde la Biblia hasta los huicholes. Podemos observar que la Tierra ha venido limpiando lo que no le hace bien, por lo que, más que ser una fábula pesimista la que mencionas, es una observación importante: no estamos arriba de nada ni de nadie. La creación es un aliento horizontal en el que todos somos una pieza vital de la construcción de esta existencia, pero ninguna está encima de las demás: la suma de todas es más que una.
Si los seres humanos logramos la convivencia en armonía con todos los seres de la Tierra, con sus elementos, con sus espíritus, con su materia, vamos a vivir el paraíso; pero si huimos poniéndonos arriba de la existencia, vamos a vivir en el infierno. ®
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