Estamos hechos de palabras. El lenguaje desempeña un papel decisivo en la manera en que afrontamos la pandemia. Cuando hablamos de “pico”, “distancia” o “curva” y tantas más, a partir de ahora existe una resignificación.
—¿Papá, vos sacaste la cuenta de cuántas veces al día pronunciamos la palabra coronavirus?
El 6 de abril, luego de un almuerzo en cuarentena, mi hijo Bautista, de diez, me pregunta. La tele está con dibujitos animados. El acuerdo es no mirar noticieros. Porque, además de cuidarnos de un virus, pactamos cuidarnos de la infodemia. ¿Cómo se sale de un escenario de pandemia? ¿Cuáles son las marcas, los rastros, las llagas que se van marcando al compás del estigma? Afuera hay una soledad transformada en silencio mientras varios gobiernos provinciales lanzan números telefónicos para que los buenos ciudadanos puedan denunciar a los malos ciudadanos que no siguen a raya los protocolos del cuidado. La línea telefónica es una habilitación de una voz. La voz que denuncia y marca, una raya sin comprobación que viola la presunción de inocencia. También hay otras voces: las que escrachan a médicos, enfermeras y enfermeros en los edificios, la de los aplausos que se van diluyendo poco a poco, las cadenas de mensajes con memes y falsos predicadores. Palabras de aquí y de allá. Porque estamos hechos de palabras.
Crear una red es posibilidad. Ésa es la clave. Pensar colectivamente. Desde el programa Fundéu Argentina, de la Fundación Instituto Internacional de la Lengua Española (FIILE), en convenio con la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) de España, nuestro principal objetivo es impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación de Argentina. Durante el inicio de la cuarentena la agenda de los medios fue monotemática. Allí pensamos en de qué modo podíamos estrechar lazos entre colegas de todo el país para producir en conjunto una línea de pensamiento, reflexión y producción.
Con el mismo espíritu que mantenemos en la organización de nuestro Seminario Internacional anual, bajo el concepto #Signos —en relación con los signos de nuestro tiempo— buena parte de nuestras recomendaciones sobre el buen uso del idioma se enfocan en los asuntos directa o indirectamente relacionados con la pandemia. Por ello creamos el espacio “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” donde comunicadores, periodistas, docentes e investigadores reflexionan sobre las nuevas palabras y otras que se resignifican en este contexto.
Entonces, fuimos escribiendo:
epidemia y pandemia: diferencias
coronavirus, claves de escritura
repatria y repatría, acentuaciones válidas
coronavirus, en una sola palabra y con minúscula
infodemia, neologismo válido
el coronavirus, pero la COVID-19
preparacionista, mejor que prepper
cubreboca y tapaboca, en una sola palabra
Desde Fundéu Argentina publicamos periódicamente recomendaciones lingüísticas a partir del análisis de las noticias que aparecen en los medios de comunicación. Las difundimos en nuestro sitio web, a través de las redes sociales y por correo electrónico de forma gratuita a todas las personas interesadas en recibirlas. En ese sentido, nuestro análisis es sobre el uso de los términos en los medios. No obstante, con una agenda única, y en un contexto nuevo, sí existió una apropiación inmediata de una especie de covidiccionario en construcción permanente.
Palabras nuevas, palabras viejas
Estamos hechos de palabras. El lenguaje desempeña un papel decisivo en la manera en que afrontamos la pandemia. Cuando hablamos de “pico”, “distancia” o “curva”, a partir de ahora existe una resignificación. En este sentido, cuando la Organización Mundial de la Salud eligió el nombre a la enfermedad como covid–19, un acrónimo de coronavirus, puso coto a otros nombres informales que ya se estaban extendiendo y que apuntaban directamente a la zona en la que se detectaron los primeros casos.
Ante un escenario de incertidumbre no sabemos si las palabras del covidiccionario llegaron para quedarse o bien tendrán un uso extendido. Sí, existe un momento de redescubrimiento ante situaciones nuevas. Roberto Herrscher, autor de los libros de crónicas Los viajes del Penélope y El arte de escuchar, resignifica el sentido de maratonear, verbo que se escapa del deporte y se consolida ante las pantallas. Y expresa su desasosiego. Para el traductor literario y técnico–científico Federico Bones un supercontagiador debería exceder el sentido pandémico para pensarse como un líder. El periodista Mauro Aguilar piensa en la etapa poscoronavirus y se hace un sinfín de preguntas: “¿Será hostil o amigable? ¿La utilización del barbijo será definitiva? ¿Se impondrá el trabajo en el hogar? ¿Surgirán nuevos amantes del aislamiento? ¿Será el final de los abrazos y de los besos? ¿Tomaremos distancia, como en el colegio? ¿Se profundizarán la pobreza y la desigualdad? ¿Surgirán nuevas oportunidades?”
A veces las palabras pueden ser una exageración. La docente e investigadora Andrea Calamari aborda el sentido de la repatriación. En tiempos de infodemia el periodista Gastón Roitberg sostiene que la pandemia dejó algunos aprendizajes y los enumera: “Aprender a desconfiar sobre lo que circula en las redes y activar el chequeo; intentar no compartir cadenas de Whatsapp y audios sin conocer la fuente original; no prestar atención a los mensajes que intentan infundir pánico y paranoia global”. Como escribe la comunicadora Clara López Verrilli al referirse al tapaboca: “A los objetos que usamos diariamente los cargamos de sentido, los bañamos en lenguaje. El tiempo se lleva todo, pero los signos nos ayudan a retener y a prolongar la existencia”. Y, con ese espíritu, trabajamos en el programa.
Palabras en búsqueda de sentidos. Palabras para narrar lo inenarrable. Palabras entre el asombro y el azar. Las palabras son un espacio de resistencia. Son una trinchera ante la incertidumbre. Son un espacio de supervivencia ante lo incierto. Son una posibilidad creativa ante el devenir. Son perspectiva de futuro. Las palabras son un refugio, un ritual bautismal que nos salva en el presente. ®