Las sharías de Occidente

De minorías de edad, abusos y acoso

La maestra se divierte y el joven también. Hay consenso, interés y placer por ambas partes. La minoría de edad es una invención del siglo pasado y la hemos ido cargando de terrores. Los maestros ya temen dar un abrazo cariñoso al buen alumno, los entrenadores renuncian a dar clases de natación a menores.

La profesora de inglés Lucita Sandoval, suspendida de un colegio argentino por tener relaciones con un alumno menor de edad.

La profesora de inglés Lucita Sandoval, suspendida de un colegio argentino por tener relaciones con un alumno menor de edad.

Es aberrante lo que el islam ordena a hombres y mujeres. Pero Occidente, la tierra de la Ilustración, de la libertad de la mujer, del ateísmo sin más condena que alguna mala cara, tiene sus propias y severas sharías: una es la negación de la sexualidad a quien la ley considera menor de edad y por tanto incapacitado para aceptar una relación sexual. Más grave es que son histerias que no existían y se han ido fortaleciendo. Son, además, terreno sin definición precisa: minoría de edad, acoso sexual, drogas.

La minoría de edad es tan arbitraria que en Estados Unidos es ilegal vender una cerveza a un hombre de veinte años. Se pasan a México y es legal a los dieciocho. La edad para aceptar una relación sexual también es arbitraria: los dieciocho años, los dieciséis, pero no los quince. No hay datos sino ocurrencias de mochos: es que no han madurado para saber lo que les conviene. Un joven de dieciséis está perfectamente maduro para saber que prefiere coger con su maestra, joven y buenona, a imaginarla mientras se hace una puñeta. También a los quince o los catorce. ¿Dónde ponemos el límite? Es arbitrario. Tanto como el plazo para abortar.

Un joven de dieciséis está perfectamente maduro para saber que prefiere coger con su maestra, joven y buenona, a imaginarla mientras se hace una puñeta. También a los quince o los catorce. ¿Dónde ponemos el límite? Es arbitrario.

Aclaremos: forzar a un menor a tener relaciones que no desea es, y debe seguir siendo, un delito grave: figuras de autoridad como sacerdotes, maestros y parientes pueden conseguir, con amenazas, lo que el deseo no les da. Pero si un joven de dieciséis años tiene relaciones sexuales con su maestra, como el escándalo reciente en Argentina, hay pleno consentimiento y ningún riesgo de embarazo para el menor, como lo habría si fueran una menor con su maestro.

Para un joven de dieciséis años resulta motivo de alarde entre sus amigos. Los teléfonos con cámara permiten grabar y enviar a diversos sitios de internet. Los hombres siempre han alardeado, hasta cuando no teníamos teléfonos que lavan y planchan y las computadoras eran asunto de la CIA o la KGB y de grandes instituciones.

La maestra se divierte y el joven también. Hay consenso, interés y placer por ambas partes. La minoría de edad es una invención del siglo pasado y la hemos ido cargando de terrores. Los maestros ya temen dar un abrazo cariñoso al buen alumno, los entrenadores renuncian a dar clases de natación a menores. Los menores se están perdiendo la calidez de trato por temor a demandas judiciales.

Las mujeres también han levantado su sharía: una mujer de cuerpo regular y vestido entallado, pero no de gran escote, largo común, caminó diez horas por Nueva York grabando los piropos que le dirigían al paso. Pero, además, grabó las miradas y las presentó como acoso. Una mirada que expresa deseo es involuntaria. ¿Qué deben hacer los hombres heterosexuales al ver una mujer atractiva? ¿Cuántos segundos no son acoso? El acoso real exige desniveles de poder: el jefe a la secretaria, el patrón a la empleada, el maestro a la alumna mayor de edad.

Ya deberemos eliminar de las sinfonolas la canción de Rocío Dúrcal que dice: “Los piropos de mi barrio los llevo en el corazón” porque ahora es una incitación al delito de acoso sexual. ¡No mamen! El piropo puede ser vulgar, no se puede pedir que todos digan: “Con una de tus pestañas, hija de mi alma, podría ahorcarme yo”, pero es elogio. En México casi siempre se limita al silbido desde un andamio.

Los 72 cadáveres de San Fernando, Tamaulipas, eran de pobres en busca de trabajo. Pedían cruzar el río para emplearse en Texas. No robaron autobuses para viajar, no vaciaron camiones de cerveza. Pagaron con sus vidas. Y no se conmocionó el país ni el extranjero.

Las drogas, otra histeria con derrota, sangre y fortalecimiento de grupos delictivos que diversifican su mercado añadiendo secuestro, venta de protección, impuestos a la producción, tráfico de personas, paso de ilegales a Estados Unidos. Los 72 cadáveres de San Fernando, Tamaulipas, eran de pobres en busca de trabajo. Pedían cruzar el río para emplearse en Texas. No robaron autobuses para viajar, no vaciaron camiones de cerveza. Pagaron con sus vidas. Y no se conmocionó el país ni el extranjero.

Miles de mexicanos han muerto porque una ley prohíbe fumar marihuana o meterse coca. ¿No tienen qué hacer los legisladores? Que los adultos se metan lo que quieran por donde quieran. Y punto. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Noviembre 2014

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