La drogadicción no debe considerarse una enfermedad, sino una forma de vida que está inherentemente ligada a la responsabilidad única que el drogadicto tiene sobre su cuerpo. En términos legales, la narcomanía bien podría ser considerada un suicidio, el cual también debería ser un derecho inalienable.
Quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos.
—Friederich Nietzsche
El consumo de drogas se ha convertido en una necesidad individual y por ello exige ser legalizado. El mundo debe dejar atrás esa actitud paternalista que impide al humano actuar sobre su propio ser. El auge de los psicotrópicos responde a un proceso evolutivo natural, a una inquietud histórica, y son más los perjuicios que los beneficios colectivos los que derivan de la interrupción de ese proceso. El consumo de sustancias que modifican artificialmente la realidad constituye un reacomodo en el trayecto de la especie hacia el final o, si se es más optimista, hacia el inicio de una nueva era con pocas personas habitando el mundo. Por ello, si los humanos encuentran sentido en deteriorarse y morirse a causa de su drogadicción ésa debe ser su libre elección. Los recursos destinados a la salud pública deben estar enfocados a la investigación y a la cura de enfermedades genéticas o adquiridas. La drogadicción no debe considerarse una enfermedad, sino una forma de vida que está inherentemente ligada a la responsabilidad única que el drogadicto tiene sobre su cuerpo. En términos legales, la narcomanía bien podría ser considerada un suicidio, el cual también debería ser un derecho inalienable.
La afición (adicción) a las drogas es una práctica antiquísima, aunque en nuestros días el acto de drogarse no es más un ritual con fines terapéuticos o espirituales, sino uno autodestructivo, una expresión del desarraigo vital. Lo anterior es una consecuencia lógica del hiperdesarrollo social y tecnológico. Vivimos en una realidad cuyo ritmo nos abate. En la medida que las civilizaciones avanzan las drogas se vuelven más duras y más necesarias, por lo que su combate frontal será infructuoso y, por ende, interminable. La humanidad tendría que renacer para perder interés por las drogas. Las sustancias psicoactivas nos acompañarán como la aspirina hasta el fin de los tiempos. No vamos a dejar de consumirlas, como tampoco vamos a dejar de construir mejores computadoras, aviones o armas de destrucción masiva. Salvo un verdadero cataclismo, con el poder destructivo suficiente para dejar sólo a unos cuantos miles de sobrevivientes sobre la faz de la Tierra, las drogas seguirán siendo atractivas y necesarias. Los llamados nativos digitales son también los nativos del narcotismo. Las generaciones nacientes desarrollarán intereses por las nuevas tecnologías al mismo nivel que lo harán por el uso de narcóticos. La presentación de éstos facilitará cada vez más su administración. Sumadas a la gran variedad de formatos en los que se distribuye el éxtasis y todo el conjunto de estimulantes químicos con bases metanfetamínicas, habrá, quizá, también píldoras de mariguana, de heroína, de cocaína, de mescalina, etc. Es imposible disociar el futuro de la especie del consumo de drogas. Actualmente el alcohol, el café y el tabaco dominan gracias a su calidad de drogas legales. Millones de personas mueren cada año por su consumo, y así sería con el resto en caso de ser permitidas. Pero, lejos de escandalizarce por este hecho, habría que reparar en la idea de que cada quien debe elegir cómo vivir y cómo morir sin afectar los derechos del resto.
Con la legalización global de las drogas quizá habría en un principio una escalada en el índice de muertes por drogadicción; sin embargo, éste es tal vez el catalizador que la humanidad necesita para replantearse de una vez por todas su existencia.
El humanismo del futuro debe aceptar que los sujetos tienen tanto derecho a la vida como a la muerte. Nuestra humanidad adolescente debe dar el salto a la madurez comenzando por otorgar al individuo plena libertad para elegir en la medida de lo posible sobre su porvenir biológico. Para ello, el primer paso sería establecer formal y globalmente una convención en cuanto a la edad en la que uno tiene acceso a todos sus derechos, un acuerdo con respecto al momento en que el individuo toma responsabilidad absoluta de sus actos, incluyendo aquí aquélla sobre su propio cuerpo. De esta manera, la persona podrá tomar todas las decisiones que atañen a su vida biológica, incluso las que inciden sobre la continuidad de ésta. Suicidios auxiliados, eutanasia, libertad de consumo de sustancias narcóticas, interrupciones del embarazo, todos éstos deben formar parte de los nuevos derechos humanos fundamentales. En otras palabras, deben ser institucionalizados.
Basta de religiones obtusas que toman como bandera el primitivismo moral para enriquecesre; dogmas que mantienen sedado al creyente y que sólo prolongan la agonía de una humanidad que a todas luces necesita su propia reinvención. Basta de gobiernos que encuentran en la guerra contra los comerciantes de drogas la vía para aquilatar capital político y económico a costa de miles de muertos. Basta de narcotraficantes, esos nuevos modelos de la barbarie que poco merecen vivir, que toman sociedades como rehenes y que lucran en ese paraíso que la prohibición les concede.
Con la legalización global de las drogas quizá habría en un principio una escalada en el índice de muertes por drogadicción; sin embargo, éste es tal vez el catalizador que la humanidad necesita para replantearse de una vez por todas su existencia. ®
Gerardo
Coincido con usted, los problemas morales son los que más han enfrentado a la sociedad. Las drogas no son un problema de salud, sino económico y ético; su combate es por el bien de la colectividad. Si las drogas se legalizaran lo que ocurriría es que veríamos muchos consumidores en las calles, lo cual es preferible a guerrilleros, porque en esto se ha convertido; al menos en América Latina, el combate contra la delincuencia organizada, el aparato estatal se encuentra enfrentado a una gigantesca mole humana a la cual no le importa morir, de ahí que sea invencible.
Hay un dicho en Culiacán el cual reza de la siguiente manera: «Es mejor vivir cinco años como rey que toda una vida como buey»