No hubo ni sociedad sin clases ni dictadura del proletariado, hubo dictadura leninista y luego dictadura estalinista, con un partido de Estado y un Estado totalitario.
Para Rogelio Villarreal, en el aniversario 16 de Replicante.
Hoy, 25 de octubre, se cumplen 103 años de la llegada real de los bolcheviques al poder. Sería, según recuentos y recuerdos convencionales, el inicio o la consumación de la llamada “Revolución de Octubre”. En realidad, más precisamente, se trata de una etapa —etapa fundamental— del proceso revolucionario ruso de 1917: la caída del gobierno provisional, entonces encabezado por Alexander Kerenski, por medio de un golpe de Estado con revuelta social y el inicio (esto sí) de la dictadura leninista.
Tras la caída del zar Nicolás II en febrero Kerenski —lo más cercano a un Francisco Madero ruso— obtuvo un poder precario que no podía satisfacer a todas las partes en el conflicto doméstico y formó en julio un gobierno con el que Lenin no cooperaría. Había intentado la revolución en 1905, y fracasado, llevaba muchos años fuera de Rusia, creía fervientemente en su proyecto, no toleraría que alguien más tuviera o lograra el control del Estado. Desde su regreso a San Petersburgo en abril de 1917, en una conferencia socialdemócrata y en el texto de sus Tesis de abril, pasando por otra conferencia del partido (no era aún el partido comunista sino el socialdemócrata laborista ruso) en mayo y el Congreso Panruso de los soviets en junio, Lenin apuntó a derribar al gobierno provisional y tomar para sí el poder en nombre de quien fuera necesario. Y sin la menor intención de compartirlo con los demás partidos socialistas no bolcheviques. Un “socialdemócrata” cofundador de la facción bolchevique, el muy interesante Alexander Bogdanov, describió esta determinación de Lenin como “ideas fijas de un enajenado”. Así llegó a octubre…
Tan pronto como el 27 de octubre —¡a dos días de la caída real de Kerenski!— quedaron prohibidos los periódicos socialistas de potenciales rivales de Lenin y limitada la libertad de prensa general.
Llegó desde Helsingfors, Finlandia, donde había tomado un descanso, para efectuar un ataque múltiple: contra el extraño liberal–socialista Kerenski, contra la participación bolchevique en una conferencia democrática convocada por el “primer ministro” y contra la posición de Zinoviev y Kamenev de no tomar las armas contra el gobierno provisional. Lenin publicaría el panfleto ¿Pueden conservar los bolcheviques el poder supremo del Estado? y empujaría hasta convencerlos de “levantarse”. El 10 de octubre se decidió en el comité central bolchevique que el nuevo levantamiento armado se ejecutaría el 20, día del congreso de los soviets. Este congreso fue pospuesto para el 25 y, exasperado, el 24 Lenin escribió a sus camaradas: “El gobierno está tambaleándose, es necesario abatirlo cueste lo que cueste”. El día 25 el gobierno tomó las instalaciones del periódico Pravda pero los bolcheviques tomaron la capital (San Petersburgo, no Moscú). Kerenski perdió el poder y el proceso revolucionario, Lenin los ganó.
Nació el Consejo de los Comisarios del Pueblo en el que figurarían Trotsky, Stalin, Lunatcharski y Antonov, entre otros, pero “Lenin ocupó como presidente el puesto más alto en este nuevo gabinete ministerial y ejerció funciones mucho más amplias que las de un Witte o Stolypin en la época de los zares” (George von Rauch, Lenin, Promexa, 1980). Empezaba la formación de la dictadura. No la dictadura del proletariado sino de Lenin. Tan pronto como el 27 de octubre —¡a dos días de la caída real de Kerenski!— quedaron prohibidos los periódicos socialistas de potenciales rivales de Lenin y limitada la libertad de prensa general. El 7 de diciembre el líder máximo aprobó la creación de la “Checa”, la terrorista policía política. El 5 de enero de 1918 tuvo lugar una asamblea constituyente sin mayoría bolchevique; Lenin envió tropas y la asamblea fue disuelta; escribiría a Trotsky: es “la completa y abierta liquidación de la democracia a favor de la idea de dictadura”. Otra vez: la dictadura de Lenin, no la del proletariado. Plejanov lo vio casi con total acierto: “Su dictadura no es la de la clase trabajadora, sino la dictadura de una camarilla” —Trotsky predijo la dictadura de Lenin en 1904, por su idea de partido centralizado.
En los años siguientes los hechos serían cascada, por ejemplo: Moscú se convertiría en la capital, se fundaría formalmente el Partido Comunista, Lenin recibiría balazos de deseos tiranicidas, en 1921 sofocaría la revuelta de Kronstadt (base naval de San Petersburgo) declarando que “ahora se trata de discutir con fusiles, no con tesis”, violenta y antiintelectual “tesis” que lanzaría en el décimo congreso del partido socialdemócrata–comunista del que surgiría la prohibición —sí, prohibición— de grupos y corrientes de oposición interna. Se extinguió todo pensamiento crítico al interior bolchevique. “Todos los hilos acababan en él, y tanto las memorias de los jefes del partido como las obras completas de Lenin mencionan un gran número de decisiones personales suyas” (Von Rauch, ibid.).
Y si en lo político ya se gestaba el fracaso de la Revolución, vista desde las perspectivas de las causas de origen y de los mismos discursos bolchevique y leninista, en lo económico ya se intentaba corregir contradictoriamente: como dijo Von Rauch, “no podía negarse que el grandioso programa económico de Lenin, con su servicio de trabajo obligatorio, su servicio de abastecimiento general y su renuncia al dinero y al mercado había sufrido un rotundo fracaso”; “se decidió a dar un golpe de timón en la dirección de la política económica, con el fin de encontrar una salida al caótico desorden a que había conducido el llamado comunismo de guerra”; “se hacía necesario introducir en principio un sistema económico mixto, en el que se concediera también a la iniciativa privada un cierto margen de acción”. Eso fue la famosa NEP, la Nueva Política Económica. Von Rauch: “Vino muy bien el capital extranjero. Firmas de otros países fueron invitadas a reanudar sus actividades en Rusia y no se tuvo reparo en establecer acuerdos comerciales con otros países”. Si hubo recuperación económica fue por corregir y mezclar con capitalismo. Esta mezcla sobrevivió a la muerte de Lenin en 1924 y después murió también ella misma, dando paso a otras formas hasta estructurarse un capitalismo monopólico de Estado. Es decir, Rusia nunca fue lo que prometió la Revolución, nunca fue lo que decían al pueblo Lenin y el discurso bolchevique.
Rusia nunca fue lo que prometió la Revolución, nunca fue lo que decían al pueblo Lenin y el discurso bolchevique.
La conclusión sobre el par Lenin y Revolución rusa es que no realizaron el comunismo ni el marxismo al final del día soviético, sino uno de los peores tipos de Estado; ellos que decían que el Estado era intrínsecamente capitalista y opresivo. No hubo ni sociedad sin clases ni dictadura del proletariado, hubo dictadura leninista y luego dictadura estalinista (Stalin fue nombrado secretario general del partido en 1922, con el apoyo de Lenin, aunque cerca de su muerte se arrepintió de apoyarlo: se parecía demasiado a él…), con un partido de Estado y un Estado totalitario. La calidad de vida, en general, no fue ni la prometida ni la esperada.
La conclusión general sobre la Revolución, con mayúscula: es un Frankenstein. Históricamente, toda Revolución es el Frankenstein autoritario de la tecnología política revolucionaria, marxista o no. Primero provoca lo centrífugo y luego exige lo centrípeto. Empieza llamando a la libertad con/por igualdad, después libera a la anarquía y termina decretando la mayor concentración: la recentralización autoritaria del poder. Lenin y Stalin fueron “zares rojos” y personajes como ellos no son casualidad en las Revoluciones. La Revolución, más que Progreso, es Regreso. ®