En estos tiempos de globalización los asuntos con verdadera importancia se mueven cada vez más lentamente en el espacio. Se ha señalado ya cómo una serie de causas hacen que en el terreno literario y reflexivo nos enteremos cada vez más tarde de lo que ocurre en otros países, incluso los países con los que compartimos lengua y mercado, los hispanoamericanos, porque el mercado es sólo el que ellos quieren que lo sea —me refiero a los editores trasnacionales— y la lengua la que no tenga capacidad crítica y expresiva.
Por eso no me parece raro que un libro como Literatura de izquierda (Buenos Aires: Beatriz Viterbo Editora, 2004) llegue a mis manos con seis años de retraso y que los pocos que lo han leído en México lo hayan conseguido por la misma vía que yo: se los dio el autor: Damián Tabarosvky. En librerías nacionales no recuerdo haberlo visto nunca. Y la falta que nos hubiera hecho conocerlo años antes para ver más claros y sobre todo más pronto, los tics que ahogan a nuestro mundo literario.
El libro, por más que pueda ser tachado, por sus referencias, de localista (es lógico, es un libro de combate en un contexto particular, el argentino, en unos años precisos, al mediar la primera década del siglo XXI), bastaría con sustituir algunos nombres para volverlo una radiografía precisa sobre la situación actual de la literatura en México… o en España. Inteligentemente armado, abre con un tópico: el escritor sin lector, o más precisamente, sin público. Es curioso que la gran generación argentina de medio siglo, diezmada por las represiones, y la mexicana de la misma fecha, consentida por el gobierno y obsesionada por el poder, tuvieran consecuencias similares en las generaciones siguientes, la de la dictadura en el sur, la del 68 en México: radicalismos que se abandonaron demasiado rápido y se quisieron relegar al olvido (por los propios autores, el lector lo hizo en forma casi automática), algunos pataleos contraculturales, y una generación posterior entregada al caramelo del mercado y abandonada por la inspiración y el talento.
Hoy, que está de moda reprocharle al escritor su “culpa” en la debacle del lector, lo que se alimenta es la saga de los escritores devorados por la burocracia, los que se inmolaron en busca del público (sin conseguirlo, por cierto) o en busca de la inclusión en los grupos de poder. Un libro tan lleno de propuestas en su agresividad contra el medio literario sería una buena llamada de atención. Con información y humor Tabarosvky se enfrenta a ese síndrome de Borges, que persigue a muchos de los escritores argentinos, quieran o no asesinar al padre, y a los críticos que hacen de su incapacidad intelectual la medida del juicio: si no lo entiendo —ni siquiera hacen el esfuerzo— es porque es malo, y a los editores que sólo saben esgrimir, con un orgullo que da pena, la lista de los más vendidos.
Tabarosvky, editor de colecciones de libros y suplementos culturales, sabe de lo que habla. Detecta las puerilizaciones del discurso francés o anglosajón en aquellos pagos —cuando salió el libro provocó cierta polémica, por lo menos— y denuncia las estratagemas de sobrevivencia a través de los instrumentos de mediación —la prensa, los premios, la academia. Describe la sorprendente capacidad de reinsertar tópicos que tiene el mercado –todo lo contracultural de hace veinte años es ya hoy mercancía— y denuncia la nada capaz ni sorprendente necesidad de acomodo de las propuestas con algo de vitalidad —Perlonger, Lamborgini, Aira, por ejemplo—, la inaceptada, pero inevitable, caducidad de la vanguardia histórica de la que sus herederos sólo reciben motivos de nostalgia y la imposibilidad de vivir la pérdida de una condición que nunca tuvieron, la de consejeros del poder. Aunque tal vez esa sea una diferencia con México que vuelve más patética y más profunda nuestra crisis, aquí sí lo fueron y prefirieron perder el talento a perder esa posición de la que la derecha, sin embargo, los echó a patadas. Así, propuestas nunca hechas, escritores que viven del pasado aunque no hayan publicado nunca un libro, jóvenes promesas vueltas cronistas de televisión, la literatura ya no puede siquiera refugiarse en la periferia (entendida ésta en todos los sentidos), pues ya ni siquiera existen los márgenes.
Veamos una de sus evidentes requisitorias: el divorcio entre la posición política y la literatura. Los escritores de izquierda son casi siempre los más conservadores, tradicionales y reaccionarios en el terreno formal. Haga de cuenta que está hablando de Elena Poniatowska, Paco Ignacio Taibo o hasta Carlos Montemayor. Realismo costumbrista, linealidad de las historia, ningún interés en la experimentación, pobreza léxica, obviedad intelectual. Si acaso algo de fuerza narrativa heredada de sus modelos decimonónicos. Tal vez una de las diferencias, también perjuicio nuestro, es que en Argentina los escritores no sienten esa necesidad de enfrentarse a este fenómeno (histórico, por cierto) proclamando una abierta simpatía por la derecha.
Al final del libro se incluye un ensayo sobre Madame Bovary y su proceso legal, el único de los ensayos no anclados localmente, pero que resume muy bien las preocupaciones del libro, la relación con el mundo, con la vida. En él se hacen reflexiones notables —como la condición del exceso como eje de lo moderno— y se formulan paralelismos atractivos —como el que hay entre Madame Bovary y Una tirada de dados. Lo curioso es que se trata de un libro combativo y muy crítico, pero nada pesimista ni plañidero, sabe que si no se es digno heredero de las vanguardias o de los contradiscursos no es culpa de la literatura en sí sino de la falta de talento y de la voluntad de riesgo de quien escribe.
Otra de sus acusaciones: la inanidad del abstraccionismo actual en la plástica vuelto decoración de hoteles y consultorios de dentistas. Es preferible el deturpado jardín del arte. Es probable que la literatura aprendiera de ellas —las artes plásticas—: hay que pintar lo que se vende, no importa que los gestos estén ya vacíos y que sus posibilidades hayan sido llevadas al límite. O hacer happening o performance. El artista ya ni siquiera se da cuenta lo que le cuesta esa disposición ante el mercado.
Otra más: la estulticia de los talleres literarios que crean una sintaxis correcta —es decir: entendible— y anulan cualquier asomo de sorpresa o gusto por la expresión inusual, azarosa, venida del genio de la lengua misma y no de parámetros establecidos por lo literariamente correcto.
No hay que confundir, sin embargo, a Literatura de izquierda con un libro que está de vuelta de todo. Para ser tomado en ese sentido le sobra impulso. Es cierto que ironiza con los modelos, aquellos maestros pensadores que emergieron de un 68 más inventado que real —Barthes, Deleuze, etc.— pero también es cierto que si bien siente nostalgia de ya no creérselo del todo, la fe sigue estando presente. Su diagnóstico es a corto plazo y no busca trascendencia y, por lo tanto, no requiere pronosticar ni profetizar, no es programático. Todos los textos provienen de publicaciones en revistas y suplementos, y es natural, pues su espacio es ese (el mismo que la crisis económica y las políticas de arrinconamiento de la cultura hacen cada vez más escasas en nuestros países).
Lo que antes califiqué de similitud entre la situación descrita en un libro argentino por un ensayista de esa nacionalidad y lo que sucede en México no me deja de parecer asombrosa. Tal vez cambiaría el calificativo y diría que es un paralelismo y no una similitud. Y lo que deberíamos ver en el libro es lo saludable del gesto. Las diferencias en el contexto entre ambos países en los últimos cincuenta años es fuerte y llamar al largo dominio priista “La Dictadura Perfecta” no cierra la brecha. En México la “clase” cultural o intelectual es bastante más acomodaticia que allá y, por ende, lo que el libro describe está más marcado, se da como en alto contraste, pierde matices, y eso lo vuelve más difícil de describir en los términos que lo hace Tabarosvky, o bien sé es más plañidero o bien sé es más agresivo (aunque menos crítico). Y requiere ampliar la perspectiva.
Tabarosvky vino a México a principios de 2010 para participar en una mesa sobre la conformación de un catálogo —durante los años anteriores fue el principal animador de la editorial Interzona— en la actual perspectiva digital. Se habló poco de eso en la mesa mencionada, pero él se refirió en algún momento a la necesidad de teorizar sobre una “edición de izquierda”. Es natural que su reflexión como escritor en Literatura de izquierda se ampliara a su correlato editorial. En el contexto literario mexicano, donde los proyectos más interesantes de revistas desaparecen o se transforman en páginas web, portales o blogs personales y sobreviven, en cambio, con una inercia sólo apuntalada por el ejercicio de un poder, publicaciones como Nexos, Revista de la Universidad y Letras Libres, pero, en contraste, aparecen constantemente proyectos y colecciones de libros realmente llamativos. Debemos reflexionar sobre estos asuntos: escribir de izquierda, editar de izquierda, pensar de izquierda es necesario para no llegar tarde a nuestro propio entierro como país. ®
Vivian Abenshushan
Finalmente ha llegado «Literatura de izquierda» a México, nos decidimos a publicarlo en Tumbona Ediciones, porque nos parecía que, a pesar de localizarse en la literatura argentina, como bien señala Espinasa en esta reseña, el libro revela un estado de la escritura más general, una especie de Nuevo Orden Literario, que también ha asfixiado a los escritores mexicanos. Charlaremos sobre el libro con Damián Tabarovsky, este 8 de septiembre de 2011, en Casa Refugio y el libro circulará por las seis o siete librerías que sobreviven en el país (y en sus sucursales) en un par de semanas más.
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