Los días de Lorenzo de Tena

La piel del cielo, de Elena Poniatowska

Sólo la perseverancia hará de este personaje el poliedro con una lente para mirar en la vía láctea el método de irrigación para los campesinos, las nebulosas planetarias el planteamiento de constituir boletines de información acerca de la “ciencia de los cielos” o la fuerza de gravedad en la escasez de empleos y, por ende, la fuga de cerebros.

Poner en órbita un artificio que reserva un paralelismo de complejidad en los recovecos del espacio literal, se explica en el curso de Lorenzo de Tena, un niño que insistió en la curiosidad por la astronomía, pero contenida en los repliegues de un combate en contra de las injusticias cometidas entre los más inermes; la sociedad que “palpa” con los ojos de la indiferencia al proletariado con el que, más que identificarse, justifica las acciones más atroces como impedir el progreso de un pueblo que arroja al barranco un aparato para estudiar las estrellas pero no enseña la productividad del grano porque en el sistema educativo de un Medievo tardío que aún somete al país comprenden a la lluvia de meteoritos como devaneo mariano antes que humores de la naturaleza.

En los resquicios del socialismo que el régimen anterior cede a Manuel Ávila Camacho estriba un futuro de incertidumbres para un México inefable a la “belleza” de una teoría cuya práctica se retuerce en la abstracción de los científicos, comparación con la política que guarda lo antiestético cada que se persigue una visión, la de cimentar los conocimientos de la astronomía en las generaciones recientes. Sólo la perseverancia hará de este personaje —histórico por sus múltiples caras— el poliedro con una lente para mirar en la vía láctea el método de irrigación para los campesinos, las nebulosas planetarias el planteamiento de constituir boletines de información acerca de la “ciencia de los cielos” o la fuerza de gravedad en la escasez de empleos y, por ende, la fuga de cerebros.

El giro del sólido ocupado por la imprecisión de los polígonos completa la fracción numérica que habrá que valorizar en la historia del país.

Descifrar el lenguaje del cosmos no es tan difícil como entender al interlocutor, comunicación amena de café cargado con arrecifes que hieren la piel de filosofías; para Lorenzo de Tena solamente existe una, y es incapaz de cubrir los roles más alejados de la razón por la cual está encima de mediocridades tercermundistas. Aunque el camino desenvuelve personalidades que la frialdad congela: Narciso Bassols, que en estos momentos falta hace leer su escrito de Las etapas de la nacionalización petrolera; Luis Enrique Erro, con vocación de astrónomo, habiendo estudiado ingeniería civil y ciencias sociales, convertirse en el primer director del Observatorio de Tonantzintla; José Revueltas, el radical izquierdista que no desistió en lo que corroboran los testimonios durante su estancia en las Islas Marías: el príncipe negro del palacio de Lecumberri.

Entretanto el eclipse solar de la inminente lucha de clases sociales lo enfrentan consigo mismo. Florencia es una campesina extraviada en el pueblo de San Lucas, la represión del catolicismo equivalente a la aristocracia; los modales de Joaquín de Tena, cuya naturaleza —ingenua enseñanza— hace que Lorenzo lo mirara como a un Edipo que ignora el silencio de Tiresias, no pudieron con las callosas manos de una mujer limpia de espíritu, procrearon los ángeles de los retablos antiguos de la iglesia que despojaron a Popocatépetl e Iztaccíhuatl de las vestimentas más preciosas. Ahora parecen andamios cuyos filamentos se bordan con hilos de alpaca en devaluaciones que arrasan todo a paso de metralleta. Son los hoyos negros donde la luz pesa más que el oro. El petróleo, creciente racimo de higos, que los hijos de la patria sostenemos con el garbo de un arlequín.

El juego de apariencias en contraste con el rostro de un personaje, Lorenzo de Tena, que contiene las realidades de hombres que vivieron para la astronomía: la piel que los reserva del polvo de tiempo, al menos por unos miles de años luz.

Así la novela produce la emoción de encontrarse bajo la sombra lunar de piedras que los antepasados de una civilización muerta atajaron hasta hacerlas pirámides, la de abajo es tan importante como la de arriba, y el equilibrio de los elementos —tierra, agua, fuego, aire— girando en torno del resplandor. Pero la postura de Copérnico es más realista que la de Kepler. También la de los demagogos de guantes frente a la de los gobernantes que cumplen con la función de organizar el Bienestar Común. ¿Quiénes colorean la aurora boreal con esta virtud? Tal vez los extraterrestres con los cuales Lorenzo de Tena jamás firmó acuerdos porque estaban ocupados en cómo acabarse el erario a espaldas de los que sostenemos la liga invencible del senado y la cámara de diputados. Las contribuciones en pro de la ciencia, cualquiera, habría cambiado el rumbo de la sociedad. Pero el heliocentrismo de una persona que hacía que la virgen le hablaba pese a que en 1942 inaugura el Observatorio en Tonantzintla, Puebla, que remplazaría al Observatorio de Tacubaya porque la luminosidad de la ciudad volvía imposible el estudio del cielo, empolvó las ideas “revolucionarias” muchísimo antes de ponerlas a prueba. Imposible contar las que costaron años de esfuerzo en la comunidad de astrónomos —aficionados— como Guillermo Haro o Félix Recillas o Joaquín Gallo, mientras el carácter los hacía un espectro condicionado por los valores numéricos en la medición de la distancia entre estrellas.

El juego de apariencias en contraste con el rostro de un personaje, Lorenzo de Tena, que contiene las realidades de hombres que vivieron para la astronomía: la piel que los reserva del polvo de tiempo, al menos por unos miles de años luz.

Cuando enfrenta la ecuación de las mujeres —¿e=mc2?— mejor entumecer las emociones con el átomo de la fatiga antes que obnubilarse con esa nube de gas incomprensible hasta nuestros días para cualquier artefacto ruidoso que evoca a un refrigerador antiquísimo. Es el amor al que rehúye con tanto esmero que pierde el astrolabio de las pasiones a propósito. Con este método experimental expulsará en las matrices color rosa el líquido viscoso de su probeta esterilizada para evitar los deslices de la infelicidad. Es el superman de las multitudes que entrevera los misterios con sus rayos X, los que desprende de algunas estrellas para volver a la consolidación de una mujer que lo intimida porque no la comprende pese a la visión de rayos ultravioleta que de sus ojos emana Fausta, el demonio que tendría que haber ocupado el lugar del drama de Goethe o Marlowe, pero que se presenta en la realidad de la carne y los huesos en columna vertebral; lo repele y lo ciega a tiempo para atraerlo. Es un personaje con una historia que se cuenta entre oscuras cicatrices que esconde la ropa. Libre como abeja que vuela en abril, Lorenzo de Tena encuentra el denuestro parecido a la kriptonita. Lo hace débil frente al horroroso sentimentalismo, lo enferma, lo asedia, lo humaniza. ¿Será capaz de enfrentarse con el miedo de aterrizar con una cometa de papel? Predecible para un astrónomo que calcula el ángulo correcto dentro de un búnker que lo asemeja más al niño que recuerda frente al retrato en la casa de Lucerna, combatiendo frente al espejo, que al anciano que lanza bombas ansiolíticas contra los muros.

La muerte de los animales es más “natural” en un campo de estrellas que el nacimiento del hombre en una cámara artificial rodeado de minúsculas partículas de impecabilidad. Las manchas de sangre que en la infancia de Lorenzo de Tena no imaginaría limpiar, lo hará presenciar el término eclíptico de un vacío existencial, años más tarde, cuando los fantasmas de la familia le recuerden que los mejores días son los que calientan un espíritu emprendedor. ®

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Publicado en: Julio 2012, Libros y autores

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