Juan Carlos es Juan III y atiende con ahínco la barra de la cantina fundada por su abuelo. Se trata de la Bodega Casusol, uno de los bares más célebres del Perú y conocido popularmente como El Juanito, o simplemente El Juano.
No se trata del sitio de copas más antiguo de la ciudad, dista de ser el más citado en las guías turísticas, tampoco es el más higiénico de todos y de ninguna manera funge como lugar de reunión para famosillos. Sin embargo, El Juanito ejerce entre sus clientes una adicción igual de intensa que la nicotina.
En los primeros años del siglo XX cientos de italianos se instalaron por todo el territorio peruano con pocas monedas en la bolsa y un saco de sueños en la espalda. La venta de abarrotes y de bebidas espirituosas fue un sector acaparado por los hijos de la península itálica. Cordano, Queirolo, Cardone, Arboccó, Giacoletti. Apellidos sicilianos y genoveses que con el tiempo se convirtieron en sinónimos de bar. Escarbando entre sus raíces, uno constata que El Juanito tiene también rastros de ADN mediterráneo. Luego de haber llegado de su natal Lambayeque, departamento del Perú cercano a la frontera ecuatoriana, Juan Casusol comenzó como mozo a los trece años en la Bodega del Parque, propiedad de un viejo italiano quien se encariñó con el muchacho por honesto y trabajador. Doce años después, Casusol consiguió el traspaso del negocio y el 16 de junio de 1937 apareció El Juanito en el firmamento limeño.
En los primeros años del siglo XX cientos de italianos se instalaron por todo el territorio peruano con pocas monedas en la bolsa y un saco de sueños en la espalda. La venta de abarrotes y de bebidas espirituosas fue un sector acaparado por los hijos de la península itálica. Cordano, Queirolo, Cardone, Arboccó, Giacoletti. Apellidos sicilianos y genoveses que con el tiempo se convirtieron en sinónimos de bar.
No hay publicidad alguna en la fachada del bar. Al ingresar, parece que uno se ha equivocado de coordenadas. En los estantes descansan paquetes de papel higiénico y pastillas de jabón. No cabe un alma más en la barra. Tampoco en las mesas del rincón. Sorprende un ruido desprovisto de música de fondo. Es un coro formado por decenas de conversaciones, sin arreglos de trombones salseros o golpes a cajones afroperuanos. Juan Albino Casusol —Juan II en el orden dinástico— comenta que siempre ha estado vetada la música en el bar. La única concesión es permitir de vez en cuando que un trovador entone algunos valses criollos para ganarse el pan y la sal. Un extranjero llega a la barra y solicita un pisco sour, coctel-embajador del Perú en todo el orbe. El cantinero le explica que en El Juanito sólo se sirven tragos directos: cerveza, pisco y, como mucho, chilcano —mezcla de ginger ale, aguardiente de uva y una rodaja de limón. El turista permanece anonadado. Es como si le hubiesen negado una margarita en las playas de Acapulco. Se queja del humo en el ambiente y pide papas a la huancaína, una de las grandes delicias de la cocina peruana. Un mesero le señala un cartel donde están escritas las variedades disponibles de sánguches (sandwich en peruano): de sardina, de jamón del norte y de queso. El visitante se entristece y piensa que la agencia de viajes lo ha estafado. Sorprende el número de botellas vacías que decoran la barra del bar. Todas están cubiertas por una fina capa de polvo. Se deduce con rapidez que los trapos húmedos no las han acariciado en mucho tiempo. Según los entendidos, 70% del polvo doméstico está formado por células muertas de piel humana: epidermis de los fieles parroquianos transformada en sustancia eterna. Polvo eres y en polvo del Juanito te convertirás. Bajando la vista se percibe que las lozas del suelo perdieron su color original hace ya muchas décadas. Marcas de huellas y fricciones de gente que va y viene por los pasillos del Juano. Los baños son lo opuesto a un laboratorio de nanotecnología: el agua no circula, los mosaicos se caen de viejos, el olor provoca arcadas.
¿Cómo explicar el éxito de un sitio donde sólo hay tragos directos, las botellas están empolvadas y los baños asemejan a un rastro, no hay música, el espacio para sentarse es insuficiente, la oferta de alimentos es limitada, hay paquetes de papel higiénico en el paisaje y se fuma a pesar de las leyes limeñas?
En un café de Montreal, el politólogo miraflorino Alberto Vergara describe a sus amigos no peruanos detalles milimétricos del Juanito. En ninguno se ha equivocado. Podría recorrer el bar con los ojos vendados y jamás tropezarse. El Juano es ante todo un espacio donde el tiempo permanece anclado, en el que los cambios han sido mínimos desde su apertura. Aquel que vuelve veinte o treinta años después a sentarse en la barra tardará en darse cuenta de que algún elemento ha sido cambiado de sitio. Juan II y Juan III comentan que han recibido ofertas para abrir sucursales en Estados Unidos y Brasil: copiarlo ladrillo por ladrillo, telaraña por telaraña. Han rechazado cada una de estas propuestas. Es un negocio familiar y punto.
Esa tradición de familia sirve también para explicar el éxito de la Bodega Casusol. La atención es personalizada, el saludo al llegar es sincero, las amistades son añejas y duraderas. Desde muy jóvenes, Juan Albino, Rodolfo y César ayudaron a su padre en todas las tareas de la cantina. Seguidores incondicionales del club Alianza Lima, los hermanos asisten sin interrupciones a sudar la gota gorda en el bar. No conocen lo que es un día de asueto. Juan I falleció en enero de 2010 con la seguridad de que el negocio ha quedado en buenas manos. Circula el rumor que los Casusol han acudido cada cuatro años a los mundiales futboleros. Dicen que antes era así. Sin embargo, conforme la salud del patriarca se fue deteriorando, desde Francia 98 sólo alguno de ellos se ha escapado en pos de la aventura mundialista.
Al periodista José Gabriel Chueca se le ve a leguas que cambiaría sin rechistar su beca en escritura creativa en la Universidad de Nueva York por un vale eterno de cervezas en El Juanito. Con un trago en la mano, explica el ambiente de cofradía del bar. Afirma que es un lugar para llegar muchas veces solo. Uno siempre tendrá la seguridad de toparse con conocidos o de entablar conversación con alguno de los parroquianos. “Esta chingana es bravaza, huevón. ¿Manyas?” Comenta Chueca con la jerga y el tonito tan limeños. Chingana: en el Perú, bar de barrio donde la cerveza y el licor son baratos, la luz es escasa y fácilmente se pierde la noción del tiempo. Chingana quiere decir laberinto en quechua. El Juano es una chingana; la Bodega Casusol es un laberinto; El Juanito es un pasadizo, a la manera de los mejores cuentos de Borges, para evadirse entre el humo del tabaco rubio, la ebriedad provocada por el pisco y el penetrante sabor a cebolla morada que todo buen sánguche lleva en sus entrañas.
Si de apetitos se trata, en Dios es peruano el cronista Daniel Titinger sentencia sin reparos: “Un peruano suele tolerar todo, excepto que le toquen su comida”. Producto de diversos mestizajes, la gastronomía del Perú provoca el salivar y los aplausos de neófitos y expertos. Esta magia culinaria también encuentra en El Juanito un foro de deliciosas recompensas. A pesar de no contar en su menú con un lomo saltado, un ceviche mixto o con otros platos clásicos de una de las mejores cocinas del mundo, en El Juano el sánguche es manjar codiciado por muchos. Pan blanco relleno de un jamón especial —los Casusol hacen mutis ante la pregunta de su preparación— y aderezado con cebolla morada y ají. Lo simple también roza lo sublime, sobre todo cuando se le acompaña con un trago de pisco, ese intenso licor de uva que hace entrar en fiebres nacionalistas a chilenos y peruanos.
Leyendo los carteles pegados con cinta adhesiva en las paredes interiores del Juanito es posible enterarse de la nueva exposición de la fotógrafa Pilar Pedraza, de cursos gratuitos de respiración yóguica, del próximo concierto de la banda Frágil —leyenda del rock progresivo peruano— y de las últimas obras plásticas del afamado artista Alberto Quintanilla. Una joven de amplia sonrisa ingresa al bar y pide permiso a Juan II para repartir entre los clientes volantes con información sobre un espectáculo de danza contemporánea. En algunas metrópolis, la oferta cultural es presentada a través de algún diario o revista de circulación gratuita. En otras urbes, sitios como El Juano cumplen con esa función. Unos tragos en la Bodega Casusol sirven para tomarle el pulso a una buena parte de la producción cultural de Lima.
También hay una norma ligada al público femenino: las primeras mesas del bar, aquéllas más cercanas a la entrada, sólo podrán ser utilizadas si es que alguna fémina participa de la mesa. Algún cliente ha protestado ya de cierta segregación. De nada sirvieron las quejas. El Juano tiene sus propios códigos.
El español Richy Castellanos debe su fama a relacionarse con famosos. No toca el violín con maestría y tampoco es campeón mundial de ajedrez. Su notoriedad tiene que ver directamente con las fotografías en las que departe con figuras del canto, el deporte y la actuación. Presume en su agenda miles de números de “estrellas”. Castellanos se sentiría muy triste en El Juanito. Juan II responde cuando se le pregunta sobre los famosos que han pisado el bar: “Vienen algunos pero no los reconocemos mucho o no queremos hacerlo. Aquí el trato es igual para todo el mundo”. De Joaquín Sabina a la inconfundible Susana Baca pasando por el escritor Julio Ramón Ribeyro o el ex presidente Alan García —compañero de colegio por cierto de Juan II—, varias glorias han pasado por ahí, pero a diferencia de otros sitios, la gente conocida va por lo que encuentra en el bar y a su vez El Juanito no basa su reputación en parroquianos ilustres. A escasos metros de la Plaza Mayor de Madrid existe un bar con un nombre de antología: “Aquí nunca estuvo Hemingway”. Tampoco su fantasma ronda los pasillos del Juano. Aunque si de celebridades se trata, alguno que otro de sus clientes ha acariciado la eternidad gracias a los talentos mostrados en la cantina. “Cucharita”, mitad mago y mitad faquir, pobló cientos de noches El Juanito y sus trucos lo catapultaron al programa de Don Francisco y a las páginas del diario chileno El Mercurio. Se habla también con mucho afecto de “Motita”, aquel mesero afroperuano quien fungió durante décadas como brazo derecho de Juan I. ¿Y qué decir del clan Casusol? Simplemente que se han convertido con el tiempo en personajes irremplazables del distrito de Barranco —ese Coyoacán limeño.
A diferencia de otros bares clásicos de Lima, El Juanito fue uno de los primeros en permitir la entrada a las mujeres. En el año de 1982 se abrieron los sanitarios femeninos. Hasta el día de hoy la entrada a éstos se restringe mediante una llave que debe ser solicitada en la barra. Esa disposición tiene como única razón la de impedir que algún caballero se equivoque e ingrese al recinto reservado exclusivamente a las damas. También hay una norma ligada al público femenino: las primeras mesas del bar, aquéllas más cercanas a la entrada, sólo podrán ser utilizadas si es que alguna fémina participa de la mesa. Algún cliente ha protestado ya de cierta segregación. De nada sirvieron las quejas. El Juano tiene sus propios códigos. Los mismos que señalan que es una mala idea propasarse con cualquiera. Hay historias que circulan —no con poca épica— sobre las reprimendas por parte de los dueños a los consumidores que olvidaron la educación en otro sitio.
El hijo y el nieto de Juan I afirman con orgullo que algún enlace civil ya se ha celebrado en el bar. También confiesan que éste ha provocado uno que otro divorcio. Seguramente no han sido las únicas historias que han tenido a la Bodega Casusol como escenario. Conforme pasan las horas en la barra se observa a los clientes que van y vienen y se sospechan los múltiples temas de conversación: proyectos para fundar una nueva revista de poesía, el próximo atraco a un banco del sur del Perú, la conspiración para adueñarse de la redacción de un periódico, la última película de Francisco Lombardi. Paradojas de la vida: El Juano es único y al mismo tiempo tan de todos lados. Puede ser la más mexicana de las cantinas, un saleroso colmado dominicano o el más castizo café barcelonés, ¿y qué tal una cerveza y un vasito de bourbon en una barra de Nueva Orleans? Y sin embargo, esconde secretos en espera de ser revelados. Las respuestas a estos misterios habitan el número 274 de la Avenida Grau de Lima. ®