La familia Kennedy manifestó un gran interés por la Guerra Civil española, aunque con diferentes sensibilidades. El embajador y su hijo mayor simpatizaron con los sublevados mientras que JFK se mostró partidario de la República, aunque no sin ambigüedades.
Los Kennedy son una familia estadounidense célebre por no pocas razones, como sus vínculos con el poder o las desgracias que han sufrido muchos de sus miembros. Sin embargo, aún permanece relativamente en la penumbra su relación con la Guerra Civil española. La postura de sus integrantes resulta más compleja de lo que parece a primera vista. Debemos tener en cuenta, en primer lugar, que su comportamiento se enmarca dentro el contexto de la Iglesia estadounidense. Los católicos, en los años treinta, constituían una minoría en auge cada vez más consciente de su influencia. El presidente Roosevelt sabía que, si pretendía ganar las elecciones, necesitaba multiplicar sus apoyos en aquel grupo de cerca de veinte millones de personas. De ahí que nombrara a Joseph Patrick Kennedy, el padre de JFK, como embajador en un destino tan prestigioso como Gran Bretaña. También cortejó, mientras tanto, a otros católicos prominentes como James A. Farley o Thomas Corcoran. Como señala Pablo Hispán Iglesias de Ussel, dentro de la comunidad católica el New Deal parecía un programa similar a la Doctrina Social de la Iglesia con vistas a reformar el individualismo del capitalismo liberal.[1]
Cuando estalló la Guerra Civil en España la jerarquía eclesiástica norteamericana se puso del lado de los golpistas, en los que vio a los defensores del catolicismo frente la persecución de las hordas rojas. McNicolas, arzobispo de Cincinnati, divulgó una carta pastoral en la que presentaba a los republicanos como comunistas sedientos de sangre. La Iglesia, sin embargo, no presentaba un frente unido. Para Dorothy Day y su periódico, el Catholic Worker, era mejor mantenerse neutrales y rezar por los españoles, no por la victoria de ninguno de los dos contendientes.
Como hombre de ideas conservadoras, Joseph P. Kennedy era contrario al gobierno de la Segunda República. Tras el estallido de la guerra civil vio en Franco una solución contra el auge del comunismo, etiqueta fácil que englobaba a la izquierda del Frente Popular. Por otra parte, como católico, consideraba que los denominados “nacionales” defendían a la Iglesia frente a los desmanes de las hordas rojas. No obstante, puso mucho cuidado para no expresar en público sus opiniones de una forma demasiado directa. Seguramente se censuró a sí mismo porque aún no había perdido la esperanza de llegar a la presidencia y temía que una postura demasiado católica ahuyentara a potenciales votantes.
Hay que tener en cuenta, sobre todo, que nos situamos frente a un convencido aislacionista. Defendía la política de no intervención porque estaba seguro de que ése era el mejor camino para garantizar la paz de Europa. Inglaterra y Francia, a su juicio, debían persistir en su neutralidad respecto al conflicto español. En cuanto a Estados Unidos, se mostró partidario de mantener el embargo de armas que tanto perjudicaba a la República y beneficiaba a Franco.[2] ¿Fue su influencia decisiva para que el presidente Roosevelt no llegara a levantarlo? Ésta es una cuestión polémica. Pero en el Departamento de Estado, ya en la época, se decía que, por su catolicismo, Kennedy estaba en contra de un cambio de política. Fuera o no crucial su intervención, sabemos que pensaba que la supresión del embargo iba a servir para que el conflicto español se internacionalizara.[3]
Precisamente porque propugnaba la no intervención, exhibió un talante conciliatorio cuando informó a su gobierno de lo que sucedía en Europa. Así, en 1938, comunica a su secretario de Estado que la Italia fascista está por la evacuación de todos los voluntarios extranjeros que combaten en la Península. También afirma que el conde Ciano, el ministro de Exteriores de Mussolini, ha manifestado que su país no desea privilegios económicos en España ni tiene aspiraciones territoriales o políticas.[4]
Una religiosa británica del Sagrado Corazón le solicitó ayuda para un grupo de religiosas de su Orden. Corrían peligro en Barcelona, la ciudad estaba sometida a los bombardeos de la aviación italiana. Kennedy movilizó entonces sus contactos y consiguió que un barco de guerra inglés fuera rescatar a las hermanas.
En un aspecto, sus gestiones estuvieron dirigidas a resolver un problema muy concreto. Una religiosa británica del Sagrado Corazón le solicitó ayuda para un grupo de religiosas de su Orden. Corrían peligro en Barcelona, la ciudad estaba sometida a los bombardeos de la aviación italiana. Kennedy movilizó entonces sus contactos y consiguió que un barco de guerra inglés fuera rescatar a las hermanas. Lo hizo por una mezcla de razones públicas y privadas, ya que dos de sus hijas recibían clases precisamente en el Sagrado Corazón.
Con su innato sentido para las relaciones públicas, el embajador hizo que su intervención apareciera en los periódicos. Lo hizo, según confesó en su diario, por una variedad de razones. Deseaba, por un lado, mostrar que los judíos de Alemania y Austria no eran los únicos refugiados del mundo. También pretendía dar una buena imagen de dos políticos británicos, Chamberlain y Halifax, presentándolos como hombres de buen corazón que protagonizaban iniciativas tan humanitarias como la salvación de las religiosas.[5]
En Washington, sin embargo, la gente del Departamento de Estado veía las cosas de muy distinta manera. Kennedy parecía un hombre con una insaciable sed de publicidad personal, sin duda porque en el futuro se planteaba competir con el presidente Roosevelt por la Casa Blanca.
El 22 de julio de 1938 el embajador anotó en su diario que las monjas habían llegado bien a Londres. Los periodistas y los fotógrafos se apresaron a interesarse por ellas. Dos declararon al Daily Herald que los republicanos españoles no las habían maltratado a causa de su fe. Si habían sufrido, eso se debía sólo a que había una guerra. De hecho, no lo habían pasado peor que cualquiera que en aquellos momentos se encontraran en Barcelona sin poder abandonar la ciudad. Para el patriarca Kennedy, las religiosas demostraron tacto al realizar estas declaraciones.[6]
La cuestión religiosa se halla también detrás de una carta que el embajador de la Segunda República, Pablo de Azcárate, dirigió a nuestro hombre. El diplomático hispano mostraba un enorme interés en que su colega le hablara acerca de los católicos y monseñor Pacelli, es decir, el futuro Pío XII. Deseaba saber el impacto de la propaganda de guerra en la comunidad católica estadounidense, un país que Pacelli había visitado. Kennedy aprovechó la ocasión para decirle a Azcárate que era amigo personal del cardenal y que podía usar este contacto para facilitar una mejoría en las relaciones entre el Vaticano y la República española. Como católico, estaba a favor del restablecimiento en España de la libertad de culto. Todo lo que se hiciera en este sentido —advirtió a Azcárate— tendría un gran impacto en la opinión pública norteamericana.[7]
Pasemos ahora del patriarca a los hijos. ¿Qué pensaba JFK de la contienda hispana? En El diario secreto de John F. Kennedy (Vegueta, 2024) se han publicado por primera vez en castellano las notas que tomó durante su estancia en Europa en 1937. Contaba con apenas veinte años cuando protagonizó junto a Lem Billings, su mejor amigo, un periplo que tuvo gran importancia para su formación política. Billings no podía costearse los gastos, así que fue el multimillonario padre de John el que se ocupó de las facturas.
Como señala Robert Dallek, uno de sus más importantes biógrafos, la experiencia incrementó el interés de Kennedy por los asuntos exteriores. Este tipo de viajes constituía un requisito indispensable para la educación de los caballeros de la alta sociedad puesto que les permitía completar, con un conocimiento sobre el terreno, su preparación universitaria. Cuando ocupe, años después, el Despacho Oval, su tendencia, no por casualidad, será a ocuparse mucho más de la política internacional que de los asuntos internos.[8]
No obstante, en aquellos momentos, el joven Jack hubiera preferido pasar en el verano a bordo de un velero en Hyannis Port. Fue su familia la que le presionó para que viajara a Europa antes de que se declarara un conflicto internacional. No obstante, eso no significa que él no tuviera ningún interés. Escribió a su padre para decirle que la mejor parte del viaje consistiría en entrar en España, bien como corresponsal de un periódico, bien como miembro de la Cruz Roja. ¿Cómo conseguir cualquiera de esos dos puestos? Esperaba que el patriarca, poderoso y bien relacionado, se ocupara de conseguirlo.[9]
El futuro estadista visitó, en julio de 1937, dos localidades francesas próximas a la frontera con España. En una, Biarritz, aprovechó para ver una corrida de toros. La otra, San Juan de Luz, la pereció un “bastión rebelde”, es decir, un lugar donde predominaban los partidarios de la sublevación que lideraba el general Franco. Percibió allí un estado de ánimo que le hizo creer en la posibilidad de una victoria de los golpistas, aunque poco después rectificará esta posición: “Es evidente que las personas a tu alrededor pueden influir mucho en ti si no sabes nada y es muy fácil creerte lo que quieres creer, como hace la gente de San Juan”.[10]
Kennedy se hace eco de una historia truculenta acerca de la represión en la contienda: un hombre habría estado en prisión durante una semana. Cuando sus carceleros se decidieron a alimentarle, le entregaron un pedazo de carne. La comió sin saber que procedía del cadáver de su propio hijo.
Desde allí, según su versión de los hechos, visitó Irún. Billings, por el contrario, apuntan que no llegaron a cruzar la frontera, aunque sí vieron las ruinas de la ciudad vasca, bombardeada por los sublevados. Ambos amigos se refieren al ataque que la urbe sufrió por parte de los nacionalistas, entre agosto y septiembre de 1936. Su pérdida supuso un duro golpe para la República al cerrar las comunicaciones con el otro lado de los Pirineos.
Kennedy se hace eco de una historia truculenta acerca de la represión en la contienda: un hombre habría estado en prisión durante una semana. Cuando sus carceleros se decidieron a alimentarle, le entregaron un pedazo de carne. La comió sin saber que procedía del cadáver de su propio hijo. ¿Quiénes eran los supuestos culpables de esta barbaridad? JFK piensa en el bando republicano porque dice que ese relato le hace “rechazar al gobierno”.
Su amigo Billings, que escribe su propio diario, reacciona de igual manera, aunque abre la posibilidad de que se trate de una invención de la propaganda de guerra: “Esto hace que te sientas un poco contrario al gobierno. Pero, por supuesto, no hemos oído la versión del gobierno”.[11]
De nuevo en San Juan de Luz, el futuro presidente acude, otra vez, a una corrida. El espectáculo le parece interesante, aunque demasiado cruel, sobre todo cuando el toro embiste al caballo del picador y el pobre equino se queda con las tripas de fuera para diversión del público local. Después de contemplar semejante escena está dispuesto a creer “todas las historias terribles de que estos sureños, como los franceses y los españoles, disfrutan de estas atrocidades”.
El diario tampoco pierde de vista la vertiente internacional del conflicto. Así, la entrada del 24 de julio de 1937 nos dice que Inglaterra se opone a Franco porque intenta evitar que el Mediterráneo se convierta en un “mar fascista”. Un día después, sin embargo, el joven Jack piensa que los británicos se inclinan un poco hacia Franco. En esos momentos todavía hay cuestiones importantes que le parecen una incógnita. ¿Hasta dónde están dispuestas a llegar Alemania, Italia y la Unión Soviética, las potencias que intervienen en la península, para hacer que gane su bando? Si ganan los rebeldes, ¿qué tipo de gobierno establecerán? ¿Qué influencia ejercerá Mussolini sobre ellos? Los dirigentes republicanos, a su entender, no son los más aptos para unir a España en aquella situación crítica.
En esos momentos la actitud de Kennedy hacia la democracia resulta ambigua. No duda de que se trata del mejor sistema para Estados Unidos e Inglaterra, pero… ¿lo es para otras naciones? Tras pisar Italia, escribe que el régimen de Mussolini da la impresión de ejercer un efecto benéfico sobre sus ciudadanos: “Parece que el fascismo los trata bien”. Las calles del país, a su juicio, son más bulliciosas y llenas de vida que las de Francia. La gente también es más atractiva. Por tanto, considera que el gobierno del Duce es lo mejor para los italianos como lo es el de Hitler para los alemanes o el de Stalin para los soviéticos.[12]
No obstante, pese a esta primera impresión positiva, acabará pensado que los italianos son gente demasiado ruidosa y entrometida. En Alemania, a su vez, no puede soportar la altanería de los nazis, siempre dispuestos a creerse superiores a todo el mundo.
El joven JFK cree que el totalitarismo de derechas no es tan malo respecto al totalitarismo de izquierdas: “¿Qué tiene de malo el fascismo en comparación con el comunismo?” En relación con España, su actitud oscila entre impulsos antagónicos.
Como tanta gente en la época, el joven JFK cree que el totalitarismo de derechas no es tan malo respecto al totalitarismo de izquierdas: “¿Qué tiene de malo el fascismo en comparación con el comunismo?” En relación con España, su actitud oscila entre impulsos antagónicos. Piensa, por un lado, que Franco puede fortalecer el Estado, pero no deja de ser sensible al hecho de que los republicanos tienen la ley de su parte. Su programa, además, se parece al New Deal de Roosevelt. Por otro lado, justifica el anticlericalismo como una reacción frente al excesivo poder de las jesuitas. Esta opinión demuestra un criterio independiente del que mantenía su padre, partidario de los sublevados como defensores del catolicismo.
El viaje a Europa, en definitiva, nos muestra a un JFK que intenta adquirir una visión propia de los acontecimientos. Toma conciencia de que necesitaba buena información. Por eso mismo, no le basta con los datos que pueda obtener de su círculo de relaciones, que pueden estar viciados por un sesgo determinado. Lo que hace, para contrarrestar este peligro es observar, hablar con todo el mundo y leer continuamente. La inclinación a pensar por sí mismo le lleva a romper con el aislacionismo de su progenitor: Estados Unidos, si hay una nueva guerra mundial, no debe desentenderse del destino de Europa.
JFK no llegó a pisar a España. Su hermano mayor, Josep Patrick Kennedy Jr., sí. Desde el estallido de la guerra había seguido el conflicto con el máximo interés, hasta el punto de escribir su tesis sobre el tema. Resulta desconcertante, sin embargo, que hiciera ese trabajo académico y después, al dar cuenta de su experiencia en la península, cometiera horrorosas faltas de ortografía a la hora de trascribir algunos nombres de figuras de primera importancia. Azaña, por ejemplo, se convierte en “Athanya”. El general Miaja, en “Mihaka”. Esos errores en algo tan elemental hacen dudar de la seriedad con la que llevó su investigación.
El caso es que, según su propia versión de los hechos, al manejar la bibliografía había encontrado puntos de vista muy diferentes. Ahora, por fin, tenía la oportunidad de ver las cosas por sí mismo y formarse su propio criterio. En febrero de 1939, poco antes de cruzar la frontera, escribe una carta desde Perpiñán donde manifiesta precisamente ese deseo de contar con información de primera mano. Tienen intención, por tanto, de mantener los ojos bien abiertos. A su padre le asegura que no hará literatura cuando le presente un informe, pero sí dirá la verdad tal como él la percibe.
¿Eso era todo? ¿Un simple interés académico por España? Se ha dicho que lo suyo fue turismo de guerra, pero las pistas a nuestra disposición sugieren que se trató de mucho más. Hugh Thomas tenía razón cuando sugería que, probablemente, protagonizaba una misión oficial y secreta.[13] El caso es que, juzgar por el tipo de gente con el que se relacionó, debió realizar algunas gestiones de importancia.
Para empezar, Kennedy Jr. transmite una imagen sombría de la multitud de soldados republicanos exiliados, gente mal vestida, hambrienta, cansada. Tiene también la oportunidad de visitar el campo de Concentración de Argelès–sur–Mer, donde fueron recluidos muchos españoles. Observa que los guardias eran, principalmente, senegaleses, tropas coloniales que no hablaban castellano y muy poco francés. Eso se traducía, en la práctica, en un trato excesivamente duro hacia los prisioneros.[14]
Los republicanos tenían que conformarse con una dieta escasa, basada en el pan. Entre ellos reinaba la incertidumbre. Estallaban ocasionales peleas cada vez que alguien sugería regresar a España. Kennedy debe referirse a los que, en un exceso de optimismo, podían pensar que Franco no iba a hacerles nada porque ellos no se habían manchado las manos con ningún crimen.[15]
Apenas puede creer lo que ve. Cada día se suceden las muertes, en medio de enormes sufrimientos. En Valencia, al menos, la gente podía comer naranjas y arroz. En la capital, en cambio, dependen de los suministros externos que han de llegar a través de unas vías de comunicación cortadas. Es por eso que tantas personas tienen un aspecto hambriento y deprimido.
Nuestro protagonista, una vez en la península, escribe desde Valencia. Su puerto le parece la cosa más devastada que ha visto nunca, con daños que exceden cualquier descripción. Entre la gente capta un estado de ánimo verdaderamente sombrío. Lo que más llama su atención es el sentimiento de impotencia absoluta: la gente ha desarrollado un sentido fatalista. Poco después alcanza Madrid, tras realizar un largo viaje. El trayecto que antes de la Guerra se hubiera hecho en siete u ocho horas, ahora exige dos o tres días por la tremenda destrucción que ha causado el enemigo en el sistema de carreteras.
Una vez en la capital, el estadounidense traza otro panorama terrible de la situación. Si alguien quiere ejercer una caridad auténtica, ése es el lugar. Apenas puede creer lo que ve. Cada día se suceden las muertes, en medio de enormes sufrimientos. En Valencia, al menos, la gente podía comer naranjas y arroz. En la capital, en cambio, dependen de los suministros externos que han de llegar a través de unas vías de comunicación cortadas. Es por eso que tantas personas tienen un aspecto hambriento y deprimido. Llega un momento en que el dinero ya no sirve porque no hay nada que comprar. En estas circunstancias, cada cual debe buscar ayuda donde pueda. “Amigo”, según Kennedy, es en este contexto aquel que te procura tabaco, naranjas, pollos e incluso algún cerdo vivo.
El desabastecimiento se acentúa por la sensación de derrota. Para los propietarios de las pequeñas tiendas, vender sus productos más valiosos ya no tiene sentido. Los ocultan para no tener que venderlos a cambio de una moneda que dejará de tener valor en cuanto el enemigo entre en la ciudad. Entre tanto, los bombardeos provocan un efecto psicológico devastador.[16]
Kennedy, obviamente, es mucho más que un simple observador. Así, el 17 de febrero de 1938 se entrevista con un tal “Romeo” (¿sic por Romero?), un capitán al que describe como representante de Negrín. El militar afirma que Franco, en Barcelona, ha matado a 1,100 personas en apenas dos días. En Madrid, 300 mil personas se hallan en la lista de los vencedores y serán condenadas sumariamente a muerte tan pronto como Franco entre en la capital. Es precisamente por eso que la guerra continúa. Si los nacionalistas dieran garantías de que no iban a tomar represalias, él estaría dispuesto a detener la lucha de inmediato. La suya es la posición de un republicano anticomunista, convencido de que la Unión Soviética representa una tremenda decepción.[17]
Mientras nuestro protagonista se halla en Madrid, el coronel Casado protagoniza su golpe de Estado fallido. Casado, a ojos de Kennedy, era un hombre legalista que deseaba pasar a la historia como un héroe, no como un traidor. Poco después las tropas franquistas toman Madrid y la ciudad, según Joseph Patrick Jr., vuelve a la vida con desfiles, banderas y chicas guapas que salen de la nada.
Javier Tusell y Genoveva Queipo de Llano, en El catolicismo mundial y la guerra de España, citan documentación del Ministerio de Asuntos Exteriores en la que se dice que el patriarca de los Kennedy intentó, a través del duque de Alba, que el general Franco concediera una entrevista a su primogénito, que viajaba en calidad de periodista. Para hacer la petición más convincente se dijo que el joven, en tanto que católico, simpatizaba con los insurrectos.[18]
En Madrid, el joven Kennedy contactó con Antonio Garrigues y Díaz–Cañabate, futuro embajador español en Estados Unidos, precisamente durante la presidencia de JFK. Garrigues estaba casado con una norteamericana que debió ser, en su opinión, la única estadounidense que vivía entonces durante la Guerra Civil. En aquellos momentos, hacia febrero de 1939, con la capital aún en manos republicanas, él formaba parte de la Quinta Columna como miembro de Falange clandestina. Joseph Kennedy Jr., según Garrigues, se mostró muy interesado en la actividad de este grupo, que le pareció muy emocionante, tanto como para acompañar a sus miembros.[19] De esta forma, el joven daba rienda a su pasión por el peligro. Peter Collier y Davitz Horowitz, en una conocida biografía de su familia, afirman que en España se arriesgó continuamente “más por deseo de aventura que por compromiso político”.[20] En cierta ocasión, a él y sus compañeros les fue de poco. Un grupo de milicianos los detuvo, los colocó junto a una pared y les exigió sus papeles. La situación se puso fea porque las respuestas que dieron al interrogatorio fueron cualquier cosa, menos convincentes. Por suerte, el pasaporte de Joe Kennedy les ayudó a salir del aprieto. Convencieron a los republicanos de que aquel muchacho era sólo un periodista que cubría los acontecimientos de la contienda.[21]
En Trip to Spain, su manuscrito acerca del viaje, el joven norteamericano destacaba la importancia del Caballo de Troya que los franquistas poseían en Madrid. Los quintacolumnistas disponían de una estación de radio portátil con la que enviaban información a territorio enemigo. Kennedy también menciona algunos de sus dirigentes, como “Minola Waldes”. Se refiere, sin duda, a Manuel Valdés Larrañaga (1909–2001), un líder falangista que se hallaba prisionero en la cárcel Modelo de Madrid cuando se produjo el estallido de la contienda. Valdés, en un libro sobre la historia de la Falange, hará referencia a la visita que Joe Kennedy le hizo en 1939.[22]
El primogénito del embajador también contactó con un tal “Benino”, es decir, con alguien que utilizaba “Benigno” como nombre de guerra. Lo describe como alguien que operaba desde el Hospital francés, un individuo de gran personalidad que impresionaba con la fuerza de su dinamismo. Era un hombre convencido de la necesidad de que Estados Unidos y España se relacionaran en buenos términos. No estaba contra la democracia en sí misma sino contra el predominio del “elemento marxista”.
¿De quién estamos hablando? Sabemos, por las memorias de Antonio Garrigues, que Benigno se llamaba, en realidad, Salvador Lissarrague. Era otro militante falangista.[23]
En los manuscritos que conserva la JFK Library, Kennedy Jr. da cuenta de las diversas posturas dentro de la quinta columna falangista acerca del trato que se debe dar a los vencidos en un futuro inmediato, cuando la guerra termine. Unos, como Benigno, propugnan que se facilite las cosas a los que deseen exiliarse. Otros, partidarios de la línea dura, desean que Franco castigue a todos aquellos que han cometido crímenes. Kennedy Jr. no deja de observar que son muchos los republicanos que se encuentran atrapados: el bloqueo franquista les impide huir por mar y la aviación sólo está al alcance de una minoría. Piensa, no obstante, que la capitulación es lo más sensato porque el ejército, por su baja moral, ya no está en condiciones de proseguir una lucha que únicamente provocaría más pérdidas humanas sin ningún resultado.[24]
Sus simpatías están más cerca de los franquistas que de los denominados “rojos”. Sin embargo, cuando el heredero Kennedy trató de salir de España, acabó detenido en la frontera. Según su propio testimonio, los funcionarios franquistas armaron un gran escándalo cuando supieron que había entrado en España a través de un territorio republicano.
Tiene ocasión también de hablar con un político tan relevante como Julián Besteiro. En una anotación fechada el 14 de marzo de 1939 indica que ha visto al dirigente socialista esa misma mañana y que mostraba un aspecto mucho más saludable que la última vez que habían coincidido. Besteiro, según Kennedy, dijo que todo el gobierno estaba de acuerdo en que la paz era necesaria y en aceptar un trato que permitiera escapar a los que corrían peligro de muerte. Por “gobierno”, en este caso, hay que entender “Consejo Nacional de Defensa”, el organismo que asumió el poder tras el golpe de Casado. Sin embargo, en esos momentos, Kennedy ya sabía, a través del quintacolumnista Antonio Luna, que Franco no iba a aceptar nada que no fuera la rendición incondicional.[25]
Está claro que sus simpatías están más cerca de los franquistas que de los denominados “rojos”. Sin embargo, cuando el heredero Kennedy trató de salir de España, acabó detenido en la frontera. Según su propio testimonio, los funcionarios franquistas armaron un gran escándalo cuando supieron que había entrado en España a través de un territorio republicano. “Estuvieron a punto de enloquecer” (“They nearly went crazy)”, escribe en su correspondencia con su padre. El incidente le obligó a regresar desde Irún a San Sebastián, donde expuso el caso a sus contactos. Sus amigos prometieron intervenir de inmediato y arreglar el asunto. De nuevo en Irún, sus vigilantes le miraban con la expresión hostil y desconfiada con la que se contempla a un enemigo: “Ninguno de ellos sabía que Estados Unidos había reconocido a Franco, así que yo era casi tan impopular como Joseph Stalin”.
Otro motivo contribuyó a complicar la situación: los franquistas advirtieron que el joven estadounidense llevaba moneda republicana. Se trataba, en realidad, de algo inocente, de un simple recuerdo para su hermano Bobby. Sin embargo, los responsables del control fronterizo creyeron que tenían entre sus manos algo sospechoso. Kennedy Jr. no tardó en verse rodeado de oficiales que lo interrogaban como si estuvieran convencidos de que era un espía soviético al que debían hacer hablar. La aparición en su equipaje de periódicos comunistas, que traía de Madrid, y de un pase que le había servido para visitar el frente, firmado por los republicanos, contribuyó a fomentar aún más la desconfianza de las autoridades.
Ante el trato recibido, nuestro protagonista tomó conciencia del peligro de que los oficiales del ejército permanecieran en el poder muchos años a expensas del pueblo español. ¿Qué podía hacer para salir de semejante embrollo? Pidió a su padre que hablara con el duque de Alba de forma extraoficial. Esa gestión, en sus circunstancias, podía serle de ayuda.[26]
El patriarca de la familia, por supuesto, movilizó todos los hilos a su alcance para conseguir su libertad. No tardó en conseguirlo, aunque la recuperación del equipaje le constó un poco más. Tantas molestias se debían a los informes que el joven Joe había escrito sobre la situación española y que guardaba en un maletín.[27]
La relación de los Kennedy con la Guerra Civil no acabó en este punto. El embajador se entrevistó con el coronel Casado en Gran Bretaña, donde el español se había exiliado. Dio cuenta de esta conversación a Sumner Welles, el subsecretario de Estado norteamericano. En su carta, del 14 de abril de 1939, le decía que su hijo Joe había pasado una gran cantidad de tiempo con Casado, en Madrid, y que prácticamente había vivido con él cuando se había exiliado en Inglaterra. Kennedy Sr. señalaba también que el militar hispano todavía mantenía la relación con sus amigos de España. Podía poseer, por lo tanto, información valiosa.
Kennedy adjuntaba a Welles un informe de su encuentro con Casado. España, según este documento, se hallaba bajo el control de la Alemania nazi. Franco, supuestamente, tenía que hacer frente a un creciente sentimiento antitotalitario que estaría especialmente presente en el ejército, en la banca y círculos de la Iglesia. La Falange, su vez, estaba dividida. Naturalmente, nada de esto era cierto. Seguramente, Casado exageró las cosas con vistas a obtener apoyo para un proyecto de restablecer en el país el régimen monárquico.[28]
Welles respondió a Kennedy para agradecerle su carta y la copia de la entrevista con Casado. Si tenía más información acerca del español, la apreciaría mucho. Estados Unidos necesitaba todos los datos que pudiera reunir sobre lo que sucedía en España.[29]
Como hemos podido comprobar, la familia Kennedy manifestó un gran interés por España y la Guerra Civil, aunque con diferentes sensibilidades. El embajador y su hijo mayor simpatizaron con los sublevados mientras que JFK se mostró más partidario de la República, aunque no sin ambigüedades. Los tres estaban de acuerdo, de todas formas, en que la Península era un elemento importante en el tablero de la política internacional, dentro de un contexto de fuertes tensiones en el que planeaba la amenaza, que finalmente se materializaría, de una nueva guerra mundial. ®
[1] Hispán Iglesias de Ussel, Pablo. Los católicos entre la democracia y los totalitarismos. Política y religión, 1919–1945. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2017, p. 239.
[2] Koskoff, David E. Joseph P. Kennedy. Forjador de una dinastía política. Barcelona: Dopesa, 1975, p. 38.
[3] Vieth, Jane Karoline. Tempting all the gods. Joseph P. Kennedy Ambassador to Great Britain, 1938–1940. Michigan State University Press, 2021, pp. 73, 431.
[4] Kennedy al secretario de Estado, 15 de abril de 1938. NARA (National Archives and Records Administration), FDR–FDRPSF, Diplomatic Correspondence.
[5] Nasaw, David. The Patriarch. The Remarkable Life and Turbulent Times of Joseph P. Kennedy. Nueva York: The Penguin Press, 2012, pp. 323–324. Sobre la cobertura mediática, véase “British Warship Takes Nuns from Barcelona; Kennedy Helps Find Refuge for 28 Sisters”. New York Times, 22 de julio de 1938.
[6] JFK Library. Diary, 1938: June–September, JPKPP–100–007.
[7] Pablo de Azcárate a Joseph P. Kennedy. Londres, 9 de diciembre de 1938. NARA, FDR–FDRPSF, Diplomatic Correspondence. Nota de una conversación con Mr. Kennedy, 9 de diciembre de 1938, en Azcárate, Pablo de, Mi embajada en Londres durante la guerra civil española. Barcelona: Ariel, 2012, pp. 283–285.
[8] Dallek, Robert. J. F. Kennedy. Una vida inacabada. Barcelona: Península, 2018, pp. 59–60.
[9] Ronald, Susan. The Ambassador. Joseph P. Kennedy at the Court of St. James’s, 1938–1940. Nueva York: St. Martin’s Griffin, 2023, p. 47.
[10] Lubrich, Oliver (Ed.). El diario secreto de John F. Kennedy. Barcelona: Vegueta, 2024, p. 55.
[11] Lubrich, O. El diario secreto de John F. Kennedy, pp. 54, 106.
[12] Lubrich, O. El diario secreto de John F. Kennedy, p. 61.
[13] Thomas, Hugh. La Guerra Civil Española, Vol. 2. Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1995, p. 980.
[14] Smith, Amanda (Ed.). Hostage to Fortune. The Letters of Joseph P. Kennedy. Nueva York: Viking, 2001, pp. 308–310.
[15] Kennedy Jr. Joseph P. Trip to Spain, p. 2. Manuscrito mecanografiado de la JFK Library.
[16] Kennedy Jr. Trip to Spain, pp. 8–10.
[17] JFK Library. Spain, 1939: 36 letters, February 10–April 4, 1939. JPKPP–017ª–004.
[18] Tusell, Javier y García Queipo de Llano, Genoveva. El catolicismo mundial y la Guerra de España. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, p. 364.
[19] Historia Oral de Antonio Garrigues, 25 de noviembre de 1966. JFK Library.
[20] Collier, Peter y Horowitz, David. Los Kennedy. Un drama americano. Barcelona: Tusquets, 2004, p. 108.
[21] Garrigues y Díaz–Cañabate, Antonio. Diálogos conmigo mismo. Barcelona: Planeta, 1978, p. 86.
[22] Valdés Larrañaga, Manuel. De la Falange al Movimiento: 1936–1952. Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, 1994, p 85.
[23] Garrigues y Díaz–Cañabate, Diálogos conmigo mismo, p. 85.
[24] JFK Library. Spain, 1939: 36 letters, February 10–April 4, 1939. JPKPP–017ª–004.
[25] Ibidem.
[26] Smith, Amanda (Ed.). Hostage to Fortune, pp. 324–325.
[27] Martín de Pozuelo, Eduardo e Ellakuría, Iñaki. La guerra ignorada. Barcelona: Debate, 2008, pp. 58–64.
[28] Joseph P. Kennedy a Sumner Welles. Londres, 14 de junio de 1939. JFK Library, JPKPP–117–011.
[29] Sumner Welles a Joseph P. Kennedy, 7 de julio de 1939. JFK Library, JPKPP–117–011.