Steiner tuvo a bien regalar al lector con una serie de coloridas y eruditas reflexiones acerca de la milenaria cultura científica en China, el significado de la mezquindad y la envidia, judeidad y judería, amor y bestialismo, un análisis comparativo de la instrucción pública en varios países e incluso algunos atisbos en sus desencantadas convicciones políticas.
Estar condenado a ser una figura tras bambalinas, eco de otras voces, una sombra que cuando más tendrá una débil voz cuya función será destacar el genio ajeno en detrimento del propio, proclive a las distinciones sutiles amenizadas con pintorescas ocurrencias, ésos entre otros son los atributos del invitado molesto a la fiesta de las artes, el mal menor que es preferible a la total indiferencia y el anonimato, la ingrata y altruista labor que la historia ha considerado exclusiva del crítico.
George Steiner (París, 1929), consciente de sus limitaciones y privilegios, tuvo la desfachatez y el valor de aderezar un opúsculo con todos los libros que nunca escribió (My Unwritten Books) pero que había anhelado componer e incluso pergeñado algún arranque. Agobiado y acaso agotado el arsenal de su ingenio con obras vastas y variadas, el crítico judío francés estadounidense, venerador y conocedor de la cultura inglesa, germana e itálica, tuvo a bien regalar al lector con una serie de coloridas y eruditas reflexiones acerca de la milenaria cultura científica en China, el significado de la mezquindad y la envidia, judeidad y judería, amor y bestialismo, un análisis comparativo de la instrucción pública en países como Francia, Reino Unido y Estados Unidos, e incluso algunos atisbos en las desencantadas convicciones políticas y flacas creencias religiosas del autor.
Los largos preámbulos, fuertemente imbuidos de cultura académica (Steiner ha pasado por Harvard, Cambridge, París, Ginebra y otras universidades de Alemania, Italia, España, Sudáfrica y México), deparan al lector paciente un insight sumamente revelador, casi desnudamiento, que servirá para adentrarlo en los miedos, dudas, pequeñas miserias, mitos y ritos cotidianos del autor. Resulta sencillo experimentar una debilidad por Steiner, incluso quererlo y llegar a identificarse con él, al cobrar conciencia de todas sus flaquezas, declaradas y tácitas. Compartir la afición por sus perros, acompañarlo en sus peregrinaciones universitarias alrededor del mundo, participar en su desconfianza ante los excesos del sionismo y las medidas draconianas del Estado de Israel, siendo él hebreo.
Los libros que nunca he escrito, que así reza la traducción realizada en España por editorial Siruela y publicada en México en coedición con el Fondo de Cultura Económica [2011], es una excelente introducción para conocer uno de los nombres más prominentes de la crítica actual, un espíritu más empeñado en el contenido que en la forma, ciertamente no un estilista de la vieja escuela sino un hombre informado de las letras de varias naciones, la historia de la música y las artes, la semiótica y la lingüística, la filosofía clásica y la tradición analítica, la neurociencia, la lógica simbólica y las matemáticas, las ciencias cognitivas y la inteligencia artificial. Esto y más cabe en la síntesis posmoderna, que aspira a ser clásica, de George Steiner. ®