El misterio gozoso de la piñata se mezcló con el luminoso. De repente sus manos comenzaron a darle forma a una artesanía tan ajena a la tierra sudaca pero tan propia a la vez. Bayote se había llenado de luz.
Alejo Bayote tiene Dios, pero algunas veces siente que se toma largas vacaciones y lo deja solo, como loco malo.
Aunque el yucateco que desde hace seis años vive en Buenos Aires no es un católico practicante, nació y creció en una familia religiosa y eso vino incorporado en su disco rígido. Así que, aunque no va a misa, no reza, blasfema, adora practicar los pecados capitales y evita por lo menos cinco de los diez mandamientos, padece síntomas de cristiano. A saber:
—Cree en el Bien y el Mal (así, con mayúsculas).
—Para Bayote los muertos se van al cielo y hasta algunos son estrellitas que él puede ver desde su minúsculo lugar en el mundo.
—Es culpígeno.
—Sufre de moral judeocristiana.
—De vez en cuando se le escapa una “señal de la cruz” cuando pasa frente a una iglesia bonita o alguien dice algo escandaloso.
—Por la misma culpa, hace las cosas a medias: No se casó por la iglesia, bautizó a sus hijos, pero eligió escuelas laicas para su educación.
—No está a favor de la donación de órganos y, aunque no da detalles del porqué, su círculo más cercano piensa que Bayote cree en la resurrección en cuerpo y alma.
Hace unos fines de semana despertó pensando en los Misterios del Rosario. No es que haya tenido un sueño católico, sino que sus hijos habían dejado olvidado un rosario entre las sábanas y Bayote despertó con las cuentas incrustadas en una mejilla. Se sentó en la cama y, como un komboloi, comenzó a revolear la artesanía de plástico y a repasar las cuentitas con sus dedos, mientras repetía: “Gozoso, luminoso, doloroso y glorioso”.
Porque un poco así es la vida para el mexicano en el exilio: vive transitando momentos que lo llenan de gozo, de luz, dolor y —aunque él no lo crea— también de gloria.
En vísperas del cumpleaños siete de su niña mexicoargenta, Bayote decidió llenarse de gozo y, en plena city porteña, armarle una piñata bien mexicana. Y así arrancó con el misterio gozoso.
Se levantó de la cama y se vistió como le gusta andar los fines de semana: al mejor estilo Dude Lebowski: playera vieja, pantalones joggins cortos y ojotas. Buscó en el refri algo de la noche anterior para desayunar (había sobrado pasta) y lo acompañó con un vaso helado de cocacola. Eran las 10 a.m.
En un kiosco cercano compró un globo y papel de varios colores, en el que predominaban el blanco y amarillo (atención: éste no es un dato menor). Repasó por WhatsApp con un paisano amigo los diferentes pasos de la artesanía y se puso manos a la obra.
El misterio gozoso de la piñata se mezcló con el luminoso. De repente sus manos comenzaron a darle forma a una artesanía tan ajena a la tierra sudaca pero tan propia a la vez. Bayote se había llenado de luz.
Así, lentamente, los recuerdos de una infancia mexicana idealizada, con cumpleaños feliz, abrazos paternos y fiestas decembrinas llenas de dicha se convirtieron en mañanitas rumbo a la escuela con 35 grados a la sombra, cumpleaños con ausencias, fiestas con parientes borrachos y peleas familiares. Sí, en todos lados se cuecen habas.
¿Alguna vez hicieron una piñata? Bueno, toma su tiempo. Y al mexicano se le fue apagando la luz del misterio cuando la labor se hizo monotemática, los niños comenzaron a tocarle los objetos de trabajo, tiraban las cosas al piso, agarraban esto y volcaban aquello. Y el tiempo pasaba y la piñata se armaba a dos kilómetros por hora. Así, lentamente, los recuerdos de una infancia mexicana idealizada, con cumpleaños feliz, abrazos paternos y fiestas decembrinas llenas de dicha se convirtieron en mañanitas rumbo a la escuela con 35 grados a la sombra, cumpleaños con ausencias, fiestas con parientes borrachos y peleas familiares. Sí, en todos lados se cuecen habas.
Y la realidad que no ayuda demasiado. Las ganas de progresar con casi 41 mayos a cuestas y que todo resulte tan difícil a veces, en un país nuevo que no logra sentir del todo propio. ¿Dónde estar mejor? Se pregunta una y otra vez…
En medio del misterio doloroso de la piñata, cuando la confección se había quedado estancada en razonamientos sin escapatoria, su mujer sudaca se le acercó y lo increpó:
—¿Justo que renuncia el papa vos elegís amarillo y blanco para decorar la piñata?
Para qué contarles, Bayote explotó. Largó sin anestesia una docena de insultos méxico-mayas y revoleó los colores papales por el balcón. Inmediatamente se dio cuenta de que se había quedado sin materiales para trabajar y su niña se lo hizo notar.
—¿Y ahora con qué vas a hacer la piñata, papi? —le preguntó con los ojos dolidos al mejor estilo “gato de Shrek”.
Bayote tomó aire, pidió disculpas pero se hizo el macho herido y mandó a su mujer a comprar nuevos colores. “Los que la niña quiera”, aclaró.
Cuando regresaron, el mexicano ya estaba calmado, en posición de loto, aspirando y exhalando. El misterio glorioso estaba en la palma de su mano.
Cuando todos se fueron a dormir, Bayote siguió trabajando en la piñata. Cuando estuvo lista, se sirvió un gran vaso de Fernet con coca y se sentó a observarla. Por un ratito quedó atrapado en un instante de felicidad. “Todo está bien”, pensó.
El misterio glorioso tocó el cielo cuando su hija vio la piñata terminada y su cara se llenó de felicidad de miles de colores, tantos como los del adorno cumpleañero. Esa noche Bayote soñó que se subía con sus hijos a la piñata y los llevaba a volar por mundos mejores, donde todo se puede. ®