Los muertos también acompañan a la “Chaparrita”

La romería del 12 de octubre de 2025

Esta vez fueron muchos los muertos que acompañaron a la “Chaparrita” de vuelta a su santuario. Bailaron con los danzantes, caminaron con los romeros o esperaban en las banquetas la pasada de la Virgen.

En la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

En la romería del 12 de octubre de 2025 —en la que la “Generala” regresó de la Catedral de Guadalajara a su Basílica, en Zapopan—, participaron cerca de tres millones de fieles, de acuerdo con las autoridades. Es el mayor número registrado desde 1734 cuando la venerada imagen comenzó sus visitas a los templos tapatíos para proteger a la ciudad de plagas y calamidades. Y si el número de feligreses aumentó este año, también se multiplicó el número de fieles difuntos que se hicieron presentes en la “Llevada” de la Virgen.

Las desaparecidas, también en la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

Uno de ellos va en urna blanca que contrasta con la sudadera negra de la joven que la carga con devoción. Camina sola, en silencio, al lado de un grupo de danzantes de fosforescentes plumajes.

Un altivo danzante de enorme y frondoso penacho acompaña a su grupo en una enorme fotografía de cuerpo que apenas deja ver los ojos y parte de las piernas de la mujer que lo abraza.

Más atrás vienen los miembros de la danza “Medalla milagrosa”, portan en la manga izquierda de su camisa morada la fotografía de Miguel Ángel, un joven que falleció a los veinticuatro años. En la imagen el muchacho sonríe entre nubes. De su espalda surge un par de blancas alas de ángel.

En el camellón de avenida México se apostó desde muy temprano una familia para ver la procesión. Tres de sus integrantes, un hombre de lentes, una señora mayor y otra que lleva cubrebocas, esperan a la Virgen. Hay otra silla, en primerísima fila, que ocupa el retrato de un hombre. A su lado, sobre la banqueta, el cuadro más grande de una anciana mira pasar la peregrinación.

La familia fija su atención en una joven danzante. Sostiene un escudo multicolor decorado con la figura que aparece en el centro del Calendario Azteca. La foto de un muchacho de gorra y camiseta de basquetbolista cuelga de su cuello y oculta al guerrero prehispánico de su peto verde.

Presentes, en la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

Le brindan una sonrisa solidaria y luego se divierten con el payaso que hace sonar su látigo para abrir paso a quienes vienen bailando.

No sólo los muertos acompañan a la Zapopana. Aarón, Fanny, Victor Hugo, Édgar y María Cristina son cinco de las cuarenta personas desaparecidas caminan en la romería. Sus madres sujetan la pancarta con sus fotografías, corean sus nombres, rezan y ruegan a la Virgen de Zapopan para que aparezcan con vida.

Los vivos

Descalzo, con un traje azul de cuyas mangas penden largas tiras blancas, un hombre empuja, cansado, un carrito de supermercado en el que guarda varias cobijas que resguardaron a su familia del frío nocturno. Transporta también un escudo emplumado, sus tenis que cuelgan un péndulo y tres niños, todos con su atuendo de danzantes.

En la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

En la canasta va sentada una niña y acurrucado entre los cobertores un niño profundamente dormido. Debajo de ellos, en la parrilla muy carca de las ruedas, yace el mayor vencido por el cansancio. Pies colgados, ojos cerrados, pausada respiración. No lo inmutan ni los más intensos sonidos que se escuchan a cuadras de distancia.

Nada interrumpe su apacible sueño. Ni los grupos de tambores fabricados con enormes tambos de lámina, golpeados casi con furia y al unísono por fornidos jóvenes. Ni los sincronizados huaraches recubiertos de metal que marcan los pasos sobre la calle. Ni las rítmicas sonajas de lámina, las atildadas flautas, el profundo llamado de los caracoles, los cascabeles de semillas que se abrazan a los tobillos o los imponentes chasquidos de los látigos de los morenos para mantener a raya a los espectadores. Tampoco los acompasados tambores militares y los toques de trompeta de las bandas de guerra. Ni los rezos, ni las porras, ni los vivas a la Virgen, ni el helicóptero de la policía que sobrevuela muy bajo la peregrinación.

Nada turba el sueño de los pequeños danzantes. En cambio, muy cerca de ellos, fresco como una lechuga, otro niño, de tres años dice su madre, toca con ímpetu su tambor.

Danzantes, en la romería. Foto: Juan Carlos Núñez.

Otros pequeños danzantes transitan la ruta en carriolas, sobre los hombros de sus padres o envueltos en los rebozos de sus madres. Una jovencita con discapacidad motriz porta orgullosa su traje y su penacho mientras la silla de ruedas avanza entre el humo del copal.

También va un Niño Dios danzante, de cerámica, ataviado con un penacho de plumas azules, un peto del mismo color, taparrabos negro y huaraches dorados. Lo carga en una sillita un hombre de tobillo vendado y moño negro en la camisa blanca. Otro Niño Dios, éste con penacho de plumas café es acunado por la joven cuyo rostro cruza un maquillaje indígena. Por la banqueta repleta de peregrinos se abre paso un muchacho que abraza un San Judas Tadeo de medio metro.

Desaparecidos, en la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

Con sus máscaras de rostros refunfuñantes y enormes cabelleras de ixtle danzan los tastoanes. No todas las caretas son intimidantes, una de ellas tiene por nariz a Santo Santiago montado en su caballo blanco, junto a una virgen coronada. Vienen de San Juan de Ocotán. También de allá vienen los cinco jinetes montando a la “Grulla”, la “Gitana”, el “Grillo” y otros dos caballos que hoy ocupan el lugar de los autos mientras aguardan impasibles, frente al gentío, el paso de la Virgen.

Los danzantes llevan atuendos de diversos estilos: indígenas tradicionales, aztecas psicodélicos, apaches, wixáricas, norteños, combinados…

Danzantes, en la romería. Foto: Juan Carlos Núñez.

Los penachos también son muy variados. Los hay discretos o exuberantes; de plumas naturales o de enormes y coloridos plumajes que hacen recordar las películas de rumberas. Entre los muchos decorados con calacas aparece uno con un perico disecado y otro con la cabeza de un lagarto que pasó por las manos de un taxidermista.

Devoción, en la romería. Foto: Jimena Hinojosa.

Trajes peludos o torsos desnudos que muestran por igual enormes panzas que cuerpos esculturales, cicatrices o escotes. Vendajes, tatuajes de todo tipo, maquillajes autóctonos y pestañas postizas.

El colorido de los danzantes contrasta con la sobriedad de las asociaciones religiosas laicas. Ellas van de manga y falda larga, plisada. Traje sastre. Guantes blancos o de encaje. El azul marino y el blanco inmaculado prevalecen, también algún discreto color pastel. Se cubren con cofias o pequeños gorritos con forma de cajita redonda como los que usaban las azafatas aéreas.

El azul marino y el blanco también son el color de los hombres que forman parte de estos grupos. Muchos desempolvaron el traje negro o se cubren el pecho con chalecos. Cabello corto, bien peinado y zapatos negros, boleaditos. Los botones dorados adornan los sacos de quienes marchan en las bandas militares.

La “pasada”

La algarabía anuncia que pronto pasará la Virgen. La señal inequívoca es el hombre que camina inclinado hacia adelante y las manos atrás para jalar con su peso el calabrote, la enorme y gruesa soga que a cada lado de la comitiva resguarda la pequeña imagen elaborada con pasta de maíz por artesanos de Pátzcuaro, que fray Antonio de Segovia trajo en 1530.

Delante del carruaje de la “Generala” camina el cardenal José Francisco Robles Ortega acompañado de otros obispos y sacerdotes. Van también los miembros de la Orden del Santo Sepulcro con sus largas capas blancas bordadas, en color rojo, con la Cruz de Jerusalén. Antes pasaron ya muy formales y encorbatados los Caballeros de Colón.

Sobre una de las típicas calandrias tapatías, que hoy jalan personas y no un caballo, avanza a paso lento entre vivas y rezos la “Chaparrita” ataviada con sombrero de viajera, rebozo, su cetro y un vestido dorado con áureos bordados.

Y detrás de ellos, por la avenida y sus banquetas, la marejada de gente viva y muerta. Deportistas y enfermos. Ancianos, niños, y jóvenes. Algunos portan estandartes de danzas o de agrupaciones religiosas. También símbolos religiosos. Una decena de chamacas reparte volantes que invitan a la pureza.

Hay quienes van solos, otros hacen el recorrido en familia o en pareja, o en “bolita” con amigos. Los más ruidosos son los de las agrupaciones juveniles que gritan consignas, cantan, aplauden y saltan. Y suman a su jolgorio a tres monjas que divertidas se dan permiso para brincotear con los muchachos.

Los más ruidosos son los de las agrupaciones juveniles que gritan consignas, cantan, aplauden y saltan.

Uno de ellos muestra una cartulina azul sobre la que escribió: “Si tu ex pudo caminar para engañarte, tú también puedes caminar al encuentro con María”.

Un tiburón también baila y sonríe. Entre sus afilados dientes se adivina el rostro de la muchacha que da vida al oceánico peregrino.

También aparece una larga culebra de peluche sobre el cuello de un “viejito” al estilo de la danza michoacana: máscara, colorido zarape, bastón de madera y un morral que dice: “Vivan los abuelos”.

Y por si a la romería de la Virgen de Zapopan le faltara algo, aparece un “Carlos Salinas de Gortari”. Su traje negro contrasta con la colorida danza que encabeza. La plástica calva de la máscara refleja los rayos del sol que cae ya a plomo. Avanza, sobrio, con un puño de billetes en la mano.

Y detrás de él no deja de fluir el río de peregrinos, vivos y muertos, que acompañan hoy a la “Chaparrita”. Falta todavía mucha gente por pasar y mucho rato para que los últimos peregrinos que viajan arriba de las barredoras municipales cierren la procesión. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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