¿Cómo entender la constitución interna, el funcionamiento y la posible simulación del modelo de inteligencia más poderoso conocido hasta ahora: la mente humana? En el seno de la filosofía, y más específicamente dentro de la llamada tradición analítica, los expertos pretenden reducir el fenómeno mental a esquemas descriptivos más o menos funcionales.
Tim Crane, del University College de Londres, en su libro La mente mecánica. Introducción filosófica a mentes, máquinas y representación mental (México: FCE, Colección Breviarios, 2008), se propone la nada desdeñable tarea de ofrecer una panorámica en una línea de pensamiento que en términos generales se retrotrae hasta 1910, año de aparición en Inglaterra de los Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead.
La tradición analítica arranca con este intento de formalización lógica de las matemáticas descubiertas hasta entonces, cuyas pruebas específicas muy pocos comprendieron en su momento y aún menos comprenden ahora pero cuyo método general —el de reducir a principios, reglas de inferencia y definiciones cualquier tipo de razonamiento— se ha tomado como modelo del pensar en general y por tanto del discurso filosófico. Muy pronto de la lógica algorítmica y la filosofía de las matemáticas se pasaría a otras disciplinas como la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente y más recientemente enfoques interdisciplinarios como las ciencias cognitivas y la inteligencia artificial, a caballo entre la lingüística, la neurociencia y la psicología. Este tipo particular de pensamiento se cultiva en el mundo de habla inglesa, Escandinavia y algunas partes de Polonia, Alemania y Holanda. En México el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM es uno de sus focos, aunque en general en el resto de Europa y América Latina prevalece la filosofía tradicional.
Con la acuñación del término actitudes proposicionales por parte de Russell se dejaba abierta la puerta a conceptos complejos y difíciles de formalizar como la creencia, la duda y la certeza. Por otro lado, Descartes al proponer su distinción entre res cogitans y res extensa había puesto de relieve la importancia de la mente y de su relación con las cosas que existen fuera. La cuestión que se imponía era la de la simple abstracción: ¿Cómo es que las cosas reales se meten en el intelecto o cómo es que éste las penetra? Por supuesto, los filósofos analíticos no parten del viejo Aristóteles, más bien pretenden acometer el problema da capo por medio de una terminología rudimentaria (cada quien bautiza a las cosas como le place aunque al final se multiplican los términos vagos y las discusiones de qué equivale a qué), echando mano de un método que de lejos se inspira en las definiciones puestas de moda por los geómetras y algebristas, el cual ya antes Spinoza había ejemplificado en su Ethica ordine geometrico demonstrata. Desde luego, la formalización escasamente pasará de conceptos aislados y de enunciar algún pretendido axioma (luego habría que ver si en realidad lo es y emprender la ardua labor de cálculo, operación que por supuesto no interesa casi a nadie).
El problema fundamental que emparienta la mente humana con la computadora parece ser el de la representación, pues ambas operan con este concepto. Cuando se piensa en un caballo (o bien la máquina opera con el signo de caballo) es evidente que no se manipula, procesa, destroza y rearma un ser de cuatro pezuñas, crin y que es susceptible de relinchar sino un símbolo abstracto. No todo lo mental es computacional ni viceversa. Estados de la mente como la euforia, el miedo, la duda, la ira, que parecen no ser privativos únicamente del hombre, siendo de naturaleza mental no son discursivos, cuantitativos ni mucho menos calculables (que es lo que significa computare o contar). Igualmente ciertas capacidades de los procesadores, en particular con la eficacia y celeridad de los microchips, rebasan las capacidades de la mente humana.
En última instancia, el proyecto de reproducir un modelo de inteligencia en una máquina es dudoso. La estructura particular de un ser humano, al estar dotado de un cuerpo con brazos, piernas, visión estereoscópica, sentidos kinestésicos y de un alma (llámesela psique, intelecto o mente) ha resultado imposible de reproducir en un mecanismo que sólo obedece instrucciones puntuales y corre a gran velocidad, pero carente de comprensión, reflexión o conciencia de lo que está realizando (o más bien de lo que se está procesando con él, para no personalizar, pues de esta visión antropomorfa proceden no pocos equívocos).
Zambullirse en discusiones a menudo intrincadas (que suponen cierta familiaridad con conceptos lógicos y matemáticos) o bien argumentos de sentido común pero explicados con innúmeras vaguedades y rodeos (el estilo característico de Tim Crane que pretende en ocasiones ser demasiado conversacional y sencillo), tentativas de elucidación de estos temas, con los que los filósofos en el mundo anglosajón devengan pragmáticamente su pan (los laboratorios de Inteligencia Artificial —así con mayúscula como es común escribirla— realizan significativas aportaciones en metálico a las universidades) puede resultar de interés para el curioso lector (naturalmente también para el estudiante de filosofía) que podrá haberse topado ya con nombres prominentes como los de Frege, Herbart, Wittgenstein, Quine, Putnam, Church, Kripke, pero que difícilmente sabrá quiénes son o fueron Alan Turing, Donald Davidson, John Searle, Daniel Dennett o Jerry Alan Fodor, verdaderos paladines en los últimos cincuenta años, la novísima historia en estos achaques de máquinas pensantes o pensamientos mecánicos, ideas que Leibniz, Descartes y de Morgan —cada quien en su respectivo estilo— habían avizorado. ®
Rogelio Villarreal
Gracias, Carlos, por advertir esos errores, elementales, que ya corregimos. Por lo demás el autor seguramente tendrá algo que responder.
Carlos
Pero qué clase de reseña es ésta?
El reseñador deja ver su inmensa ignorancia del tema. Desde detalles obvios como hablar del «Centro de Investigaciones Filosóficas de la UNAM» (Centro? lleva *décadas* llamándose *Instituto*) o de Alan «Turin» (que quizá era primo del lógico y padre de la computación–esa ciencia gracias a la cual pueden ustedes ver este texto–Alan TURING), hasta errores de principiante como «Por supuesto, los filósofos analíticos no parten del viejo Aristóteles, más bien pretenden acometer el problema da capo por medio de una terminología rudimentaria» ¿»Rudimentaria»? El autor muestra que no conoce todos los avances en filosofía de la mente, ni cómo esta ha dado lugar a la ciencia cognitiva — cosas que no se logran con terminología «rudimentaria».
Con notas como «Desde luego, la formalización escasamente pasará de conceptos aislados y de enunciar algún pretendido axioma» (ah sí? Y en todos esos artículos académicos donde se hace uso de lógica y otros conceptos matemáticos se trata solo con «conceptos aislados»?), o como «Estados de la mente como la euforia, el miedo, la duda, la ira, que parecen no ser privativos únicamente del hombre, siendo de naturaleza mental no son discursivos, cuantitativos ni mucho menos calculables» (que son tan calculables que existe una ciencia de ellos — la neurociencia afectiva), el autor deja claro que su conocimiento del tema de la mente, desde el punto de vista filosófico y científico, es poco más que nulo. No sorprende, claro, que cierre con el típico prejuicio ante la inteligencia artificial (diciendo que «un mecanismo que sólo obedece instrucciones puntuales y corre a gran velocidad, pero carente de comprensión, reflexión o conciencia de lo que está realizando»).
A la próxima acepten reseñas sólo de quien conozca del tema.