Una obra desigual, con algo para todos, tanto el especialista en historia como el lector en general, sediento de pasarle la vista a materiales humanísticos que logren retratar con fidelidad el maremágnum que prevalece, hoy por hoy, entre los estudiosos de los fenómenos sociales.
El estudio contemporáneo de la historia implica una serie de hibridaciones y empréstitos mutuos entre disciplinas humanas tan especializadas y actuales como la sociología del conocimiento, la teoría estructural en literatura y diversos enfoques procedentes de la antropología cultural. Las denominaciones de historia cultural, historia intelectual, historia social de las ideas e historia de las mentalidades constituyen, entre otros temas, el eje central de las reflexiones que el historiador estadounidense Robert Darnton (Nueva York, 1939) recoge en un libro de carácter misceláneo y sugestivo que lleva el intrigante título de El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural [Buenos Aires: FCE, 2010]. Darnton, además de ser director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard, ex profesor de historia de Europa en la Universidad de Princeton y alguna vez presidente de la American Historical Association, es un reconocido experto en la historia de Francia, con obras como El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores (2003), El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (2006) y Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución (2008). El beso de Lamourette hace referencia a una anécdota que sucedió en la cámara baja de la Francia revolucionaria el 7 de julio de 1792, cuando Antoine Adrien Lamourette, uno de los diputados, sugirió que ante el clima de tensiones y hostilidades que imperaba todos los cofrades se abrazaran y se dieran un gran beso, gesto irónico que un mes más tarde, el 10 de agosto, se vería opacado por un nuevo baño de sangre. Darnton tiene el cuidado de recalcar un hecho fundamental: las masacres eran comunes durante el Antiguo Régimen, aun en tiempos de paz, hallar cadáveres flotando en el Sena era cosa de todos los días. Las presiones sociales latentes eran las mismas antes, durante y después del furor revolucionario. Una observación sagaz e irrefutable, desde un punto de vista estrictamente histórico, pero que deja abierta la puerta a la justificación incluso del genocidio como respuesta ante el fenómeno de la sobrepoblación en algunas épocas, como la actual por ejemplo.
Dos cosas sorprenden de la traducción de The Kiss of Lamourette. Reflections in Cultural History: el año de edición del original, 1989, y el carácter más bien vario y heteróclito del volumen, por tratarse de una colección de artículos periodísticos y ensayos académicos aparecidos en The New York Review of Books, The American Scholar, Daedalus, The New Republic, Australian Journal of French Studies, The Journal of Modern History, entre 1971 y 1998, donde se abordan temas como la historia de Francia a fines del siglo XVIII, la historia de Polonia en los años del sindicato Solidarność, el cine, la televisión cultural, el periodismo, la edición universitaria, la historia del libro y la historia de la lectura. Se encomendó la traducción del volumen (excepción hecha del capítulo VII) al historiador y articulista mexicano Antonio Saborit (Torreón, 1957), colaborador de Nexos y autor de casa en ediciones Cal y Arena. Tres títulos en la producción reciente de Robert Darnton, The Case for Books. Past, Present and Future (2009), The Devil in the Holy Water or the Art of Slander from Louis XIV to Napoleon (2009) o bien Poetry and the Police. Communication Networks in Eighteenth-Century Paris (2010), pudieron resultar, tanto por el tema como por el carácter más unitario de las obras, prospectos de mayor atractivo para efectuar la versión al castellano. Entre el año de la edición en inglés, 1989, y el año de la versión en español, 2010, transcurre un poco más de un decenio. El volumen consta de cinco apartados o divisiones: Las corrientes de los acontecimientos, Los medios, La palabra impresa, El estado de la cuestión (historia intelectual, cultural, social, de las mentalidades) y Buenas vecinas (sociología del conocimiento, literatura, antropología). En principio, el espectro de intereses del público se ensancha y comprende desde el simple lector de materiales humanísticos hasta el historiador de base. Ambos grupos de destinatarios no son precisamente nutridos en nuestros días; si bien el primero, el del lector de humanidades, parece algo más amplio. Las tres primeras partes, por ser de interés más general, reclaman particular detenimiento. El primer ensayo, que es precisamente el que da título al volumen, “El beso de Lamourette”, presenta un ágil repaso en torno de algunas de esas obviedades que cambiaron la vida cotidiana de los franceses a partir de 1789, que van desde la adopción del sistema métrico decimal, el tuteo generalizado, la abolición de los títulos de nobleza, el cambio en la vestimenta particularmente masculina, que pasó de llevar calzones o pantalones que llegaban hasta la rodilla, llamados en francés culottes, a la costumbre generalizada de llevar pantalones largos, como se estila hoy en día, que en aquella época eran propios de las clases inferiores. Otros cambios se antojan arbitrarios como la reforma del calendario, adoptado por la Convención nacional en vigor entre 1792 y 1806, que dividió el año en doce meses, implantó la semana de diez días (conocidos como primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi y décadi) y los meses se llamaron vendémiaire, brumaire, frimaire, nivôse, pluviôse, ventôse, germinal, floréal, prairial, messidor, thermidor y fructidor. Se descansaba cada diez días, cosa que con el tiempo fue difícil de sobrellevar. Se anularon las fiestas tradicionales de la Iglesia y se sustituyeron por la Fête du Travail, la Fête des Récompenses, la Fête de la Vertu y sobre todo la Fête de la Révolution (22 o 23 de septiembre, según si el año era bisiesto).
El estudio contemporáneo de la historia implica una serie de hibridaciones y empréstitos mutuos entre disciplinas humanas tan especializadas y actuales como la sociología del conocimiento, la teoría estructural en literatura y diversos enfoques procedentes de la antropología cultural. Las denominaciones de historia cultural, historia intelectual, historia social de las ideas e historia de las mentalidades constituyen, entre otros temas, el eje central de las reflexiones del historiador estadounidense Robert Darnton.
En “Dejen que Polonia sea Polonia” Darnton reflexiona sobre la liberación polaca del yugo soviético, recordando la matanza de cerca de veinte mil oficiales del Ejército polaco perpetrada por órdenes de Stalin en el bosque de Katyń en las cercanías de Smolesnk entre 1940 y 1941. Es curioso cómo se van erratas (muy probablemente desde el original en inglés, en este caso, imputables al autor y sus editores anglosajones) con los nombres polacos. Un hecho que extraña de un historiador especialista en el libro, la imprenta, la escritura y sobre todo con experiencia como editor universitario, además de ser uno de los iniciadores del Project Gutenberg, precisamente en el ensayo más breve y más flojo de la colección, titulado “La edición: una estrategia de supervivencia para autores académicos”, Darnton incluso se permite dar consejos sobre los títulos y los importantes y pomposos subtítulos de los libros escritos por profesores de universidad. Desde correcciones más bien parciales como escribir Gdańsk por Danzig [en polaco en Gdąńsk]. El apellido del cardenal no es Wyszynski sino Wyszyński. ¡Había comenzado bien con la eñe polaca! Igual no es Katyn sino Katyń, al menos en polaco. No Torun, la ciudad, sino Toruń. No Wladyslaw sino Władysław, ni Walesa sino Wałęsa.
En “El cine: Danton y el double entendre”, un ensayo consagrado a la recepción en Francia del filme de Andrzej Wajda (Danton, 1983), sobre todo a partir de la lectura de la izquierda oficializada en Francia. No habría que olvidar que Mitterand, a quien se menciona en el artículo, fue un miembro del régimen ultraconservador de Vichy para más tarde volver la chaqueta y pasarse al otro bando. La cinta fue recibida con desgana y duras críticas, sobre todo a causa de esa imagen adulterada y perversa de Robespierre, donde se quisieron descubrir de inmediato ecos del general Jaruzelski, y el retrato demasiado humano de Danton, tan amigo de la bebida. Varias veces se cita a Fabre d’Eglantine [sic]. En general, Darnton es respetuoso de los acentos y la ortografía francesa pero se le van algunas cosillas, como en este caso, pues es Fabre d’Églantine. Como se habla de Polonia siguen las no totales correcciones, a las que se añade el nombre de la dramaturga Stanislawa [Stanisława] Przybyszewska. Ahora llega el règlement des comptes con el traductor quien, a pesar de ostentar la más que evidente ventaja de ser historiador e incluso autor de libros, dejó un testimonio muy claro de su casi total ignorancia del francés, una lengua clave en el caso particular de este volumen. En la página 53 puede leerse: “François Mitterand reunió a sus ministros en el Elysée Palace”. El edificio que es sede del gobierno francés se conoce en español como Palacio del Elíseo o, si se prefiere en francés (práctica común en el autor con muchos nombres de lugares, no en este caso pues se trataba de una expresión de dominio público en inglés) Palais de l’Elysée.
En “El periodismo: Imprimimos todas las noticias que quepan” (nótese ese sumario giro de quepan por fit en inglés), un artículo en el que Darnton rememora sus años en el New York Times, después de haberse titulado en Harvard e incluso pasar por Óxford, entre 1964 y 1965, una época donde aún existían las mesas por cada sección y las novatadas para los jóvenes. Saborit traduce local news por noticias metropolitanas, a pesar de que national news es noticias nacionales e international news noticias internacionales; ahí sí no se rompió la cabeza ni metió en confusiones al lector. En otra ocasión overseas news se vierte como noticias marítimas, siendo por igual noticias internacionales, las que llegan del otro lado del mar; menos mal que no escribió ultramarinas. Igualmente escribe “entubar una nota”, siendo lo más socorrido en la jerga periodística rasurar o podar. En la página 98 se lee: “Existe una epistemología de los fait divers”. Claro, the fait divers en inglés, cuando no se sabe la otra lengua, es obvio que el acervo no alcanza para más. Pero la expresión estaba en singular, le fait divers, como escriben los historiadores de la École des Annales. Se puede poner en plural la expresión sin ningún problema, los faits divers, pero resultaría un poco más complicado. Se hallan también ocurrencias como images d’Epinal [Épinal] y Maurice Chevalier [Chévalier].
Siendo la obra casi en su totalidad vertida por un historiador, uno se pregunta qué fue lo que se revisó y si se realizó el trabajo a conciencia y con conocimiento de causa. Las erratas no son sólo responsabilidad del autor, en primera línea, y del traductor, casi en calidad de cómplice, sino principalmente son una tarea a cargo de los editores de cada sección.
Otras peculiaridades surgen más adelante con “el Hinrischsche Verzeichnisse” [p. 169], que está en plural en alemán donde debió prescindirse del artículo o bien usar los o las. O bien el latín, como una cita de Claudius Claudianus [370-404], poeta alejandrino: Peragit tranquilla potestas quod violenta requit [nequit]; mandataque urget imperiosa quies, de la cual sólo se cita el principio pero torciendo el sentido con ese errorcillo de dedo [p. 258]. De nuevo, no se trata aquí de impericias atribuibles al traductor, si bien con los topónimos en francés se da cierta inconsistencia: Bordeaux es Burdeos y la Loire el Loira, pero se va Bâle (en Suiza) que es Basilea, Toulouse que es Tolosa, Angoulême que es Angulema, en fin. Particular desdoro exhibe la expresión l’histoire événémentielle [événementielle] en la página 209, en otra ocasión se va formele [por formelle]. Unas veces se prodigan los acentos y otras faltan como en Nîmes, la ciudad, que bien pudo haber aparecido así castellanizada a medias. Dejar sin traducir, casi de manera indistinta, todas las expresiones francesas que aparecían en el original en inglés es una apuesta que en español no puede calificarse de otra cosa que de arriesgada y molesta. Les philosophes, en el contexto del siglo XVIII, son los iluministas; estampar más de veinte veces los philosophes es innecesario o bien totalitarismo manqué [imperfecto]. Eso por el lado de las expresiones galas, ya que por el lado de los anglicismos difícilmente comprensibles, que lindan en barbarismos, habría mucho que decir y sería cuento de nunca acabar. Baste este somero catálogo: braggadocio es jerigonza, ghost writer es negro, Burma es Birmania. Frases como “Thomson es epítome de inflexión hacia la historia cultural” [p. 230] presentan una o más salvedades y dejan ver que algo no quedó totalmente cocinado al menos en español. Rough music, una vez es música tosca [burda, grosera] y otra música discordante [¿disonante?]. Disensión en vez de disenso. Mentalidad desviada [¿pervertida, morbosa?]. Una vez se lee la tour de France, en femenino como si fuera la tour Eiffel [por torre], sólo que en este caso es le tour, o sea el tour de France.
El beso de Lamorette, un volumen que ve la luz por fortuna o por desgracia en Argentina; ojalá allá les suene del todo amansada esa curiosa jerga en que a menudo se halla redactado. La revisión técnica del libro corrió a cuenta de Silvia Villegas. Siendo la obra casi en su totalidad vertida por un historiador, uno se pregunta qué fue lo que se revisó y si se realizó el trabajo a conciencia y con conocimiento de causa. Las erratas no son sólo responsabilidad del autor, en primera línea, y del traductor, casi en calidad de cómplice, sino principalmente son una tarea a cargo de los editores de cada sección. Una obra desigual, con algo para todos, tanto el especialista en historia (el libro abunda en críticas contra sus homólogos locales y foráneos, como es casi consuetudinario en el canibalismo entre académicos), como el lector en general, sediento de pasarle la vista a materiales humanísticos que logren retratar con fidelidad el maremágnum que prevalece, hoy por hoy, entre los estudiosos de los fenómenos sociales. Algo que Darnton menciona respecto de los historiadores franceses, cultivadores de l’histoire des mentalités, en el sentido que su excelente prosa y sensibilidad literaria avala y sostiene sus aportes estadísticos y datos duros, una cosa que también podría predicarse de la scuola microstorica italiana con Carlo Ginzburg a la cabeza, es una particularidad que en justicia difícilmente podría adjudicarse a este conspicuo historiador estadounidense, empeñado como la mayoría de sus colegas nacionales en poner al día la disciplina de la historia colocándose a la par con algunos autores europeos, tentativa que por desgracia no resulta siempre posible ver coronada con el éxito. ®