Mario Vargas Llosa. Adiós a todo eso…

«El precio que uno paga por ser libre es equivocarse».

Se fue don Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, y aunque sea un cliché, con él de veras se está yendo toda una época. «El precio que uno paga por ser libre es equivocarse», dijo el extraordinario escritor peruano.

Mario Vargas Llosa. Fotografía tomada de Cátedra Vargas Llosa.

Se le puede considerar el abanderado del llamado Boom latinoamericano de literatura, ya que el toque de clarín para esa explosión artística sonó cuando se le concedió el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral a su novela La ciudad y los perros (1962). Boom que ahora se despide con las campanadas fúnebres de su partida sesenta y tres años después.

Podría argumentarse que los cuatro heraldos del Boom: Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa no fueron, ni son, las figuras más sobresalientes y talentosas, en el sentido estrictamente literario, de la Hispanoamérica de la segunda mitad del siglo XX, que tuvo la fortuna de producir ejemplares como Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Pablo Neruda, Octavio Paz y, sobre todo, Guillermo Cabrera Infante o Jorge Luis Borges. En literatura sólo el tiempo tiene la última palabra, pero es muy posible que la influencia y la impronta que han dejado obras como Pedro Páramo, El siglo de las luces, Libertad bajo palabra, Tres tristes tigres, Ficciones y El Áleph perdurarán más en el tiempo que la obra del recién fallecido intelectual peruano.

De los cuatro jinetes del Boom, dos se han quedado notoriamente rezagados; la obra de Julio Cortázar y Carlos Fuentes ha envejecido mal por los motivos que sean. Los otros dos se han mantenido vigentes, aunque lo fueron por diferentes razones y circunstancias.

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es el libro escrito en español más vendido después de El Quijote, y como éste, también se ha convertido en un clásico de nuestro idioma.

En mi humilde, y seguramente errada opinión, me atrevo a decir que el nivel de maestría literaria, complejidad técnica y ambición artística que Vargas Llosa alcanzó en sus primeras tres ficciones —La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969)— no la volvió a mostrar en su obra posterior, con la excepción de la notable La guerra del fin del mundo (1981).

Ejemplo de vocación y laboriosidad —de 1959 a 2023—, en sesenta y cuatro años de actividad literaria produjo veinte novelas, catorce volúmenes de ensayos, dieciséis recopilaciones de su notable actividad periodística, diez obras de teatro y un un libro de memorias (El pez en el agua, 1993).

Es evidente una característica muy peculiar de su personalidad que no alcanzo a definir con una sola palabra: ¿intrepidez, osadía? Una especie de atrevimiento con matices de temeridad…

Aparte de su trayectoria literaria es evidente una característica muy peculiar de su personalidad que no alcanzo a definir con una sola palabra: ¿intrepidez, osadía? Una especie de atrevimiento con matices de temeridad, que se reflejó tanto en su vida privada como en la pública.

Verbigracia: se casó a los diecinueve años con una tía diez años mayor, se divorció para contraer nuevas nupcias con una prima hermana, de la que tras cincuenta años de feliz matrimonio se divorció para sorpresivamente unirse a una conocida socialite hispanofilipina cuya característica más destacada es la de ser la mujer con más portadas en la revista Hola. Tras siete años de mediático ¿noviazgo? regresó al seno conyugal a bien morir rodeado de los suyos en su Perú natal, al parecer de una leucemia cuyo tratamiento se complicó por dos previos contagios de covid que padeció.

Aparte de los avatares de su vida conyugal también han sido destacados los múltiples incidentes de su vida pública. Desde su publicitada ruptura con el régimen dictatorial de Fidel Castro por el affaire del proceso al poeta Heberto Padilla, hasta el quiebre de la estrecha amistad con el escritor colombiano Gabriel García Márquez, a cuya obra dedicó su tesis doctoral luego publicada en 1971 como García Márquez. La historia de un deicidio, camaradería que fue sorpresivamente liquidada la noche del 12 de febrero de 1976 en una velada en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México con un escandaloso puñetazo en el ojo con el que el peruano derribó al colombiano y cuya causa y origen los dos se han llevado a la tumba.

En 1989, en contra de los consejos de familiares, amigos e intelectuales cercanos se lanzó a la aventura política de aspirar a la presidencia de su Perú natal, fundando para eso el Frente Democrático (Fredemo). Ya en abril de 1990 sorpresivamente un desconocido candidato de origen japonés, Alberto Fujimori —con dificultades para expresarse correctamente en castellano y que a mediados del mes anterior a las elecciones apenas alcanzaba el 10% de la intención de voto en la capital, Lima—, el día de la votación en la primera vuelta casi empató a Vargas Llosa y, convertido en un tsunami político, en la segunda vuelta electoral le propinó a la mayor gloria literaria peruana viva una estrepitosa felpa con más del 20% de votos de diferencia.

Se pueden enumerar diversas muestras del arrojo y la valentía personal de Vargas Llosa, características muy infrecuentes —por decirlo suavemente— entre los intelectuales latinoamericanos, más proclives al intercambio de las más violentas invectivas pero de lejos y por escrito.

Lamiéndose las heridas de su derrota política, Vargas Llosa acudió al Encuentro La experiencia de la libertad, organizado por su amigo Octavio Paz y un grupo de cercanos colaboradores. En una de las sesiones televisadas, el jueves 30 de agosto de 1990, Vargas Llosa se atrevió a decir, urbi et orbi, que la del PRI en México era la dictadura perfecta… y en la plenitud del poder de Carlos Salinas de Gortari, que patrocinaba una apertura del viejo régimen. La molestia de Paz fue evidente durante la alocución de Vargas Llosa, luego igualmente notoria en su corta y fulminante respuesta; después, durante el posterior coctel y recepción en Televisa San Ángel, se comenta que Paz le espetó un tajante ¡Ya no estás en campaña! al peruano, que abandonaría la reunión de manera precipitada.

Y se pueden enumerar diversas muestras del arrojo y la valentía personal de Vargas Llosa, características muy infrecuentes —por decirlo suavemente— entre los intelectuales latinoamericanos, más proclives al intercambio de las más violentas invectivas pero de lejos y por escrito, que a los actos en donde se arriesgue el pellejo cara a cara y en persona.

Y así enfrentó en Perú amenazas diversas, desde de los terroristas de Sendero Luminoso hasta los sicarios de Vladimiro Montesinos. En España públicamente y en su terreno se opuso tanto a los gatilleros de la ETA y Herri Batasuna como a los independentistas catalanes. En Latinoamérica ha propugnado la democracia liberal y manifestado su oposición a los diversos regímenes autoritarios de todo el espectro político, desde las dictaduras de Pinochet y Videla hasta Hugo Chávez, Daniel Ortega y López Obrador.

En una visita de Vargas Llosa a Venezuela en mayo de 2009 Hugo Chávez lo desafió a un debate público en su programa Aló, presidente. El escritor aceptó de inmediato, lo que obligó a recular al instante al dictador venezolano con pretextos varios.

Sus convicciones políticas han cambiado durante el transcurso de su vida, y así del comunismo de sus años universitarios derivó al apoyo a la revolución cubana de los años sesenta. Tras su personal caída ideológica del camino de Damasco por el proceso al poeta cubano Heberto Padilla que desnudó a la dictadura de Fidel Castro evolucionó hacia un atemperado socialismo que culminó en un franco apoyo a la democracia liberal. Su metamorfosis política podría resumirse en su propia frase: «El precio que uno paga por ser libre es equivocarse».

Para todos los que han seguido su trayectoria queda muy claro que entre sus múltiples virtudes nunca estuvo la prudencia. En el largo trayecto de su vida privada y pública cometió numerosos errores. No era perfecto, nadie lo es.

Sus numerosos detractores lo acusan de conservador y los más obstinados le endilgan el epíteto de facho. Para todos los que han seguido su trayectoria queda muy claro que entre sus múltiples virtudes nunca estuvo la prudencia. En el largo trayecto de su vida privada y pública cometió numerosos errores. No era perfecto, nadie lo es. Pues bien, existe material suficiente para que sus críticos practiquen a placer el cherry picking —la falacia lógica de evidencia incompleta— y así facturen un personaje muy negativo que no corresponde al complejo y brillante ser humano que fue don Mario Vargas Llosa.

Así como coleccionó críticos y adversarios, también cabe destacar que la relación de sus premios, reconocimientos y distinciones es espectacular.

El Premio Biblioteca Breve (1963), el Rómulo Gallegos (1967), el Príncipe de Asturias de las Letras (1986), el Planeta (1993), el Cervantes (1994), el de la Paz de la Feria del Libro de Francfort (1997), para culminar con el Nobel de Literatura (2010).

Fue presidente del PEN Club Internacional (1976). Miembro de la Academia Peruana de la Lengua (1977), de la Real Academia Española (1996) y de la Academia Francesa de la Lengua (2023). Doctor Honoris causa por Yale, Harvard, Oxford, la Sorbona, la UNAM y Salamanca, entre muchas universidades más. Le cupo el honor en 2016 de ser el único escritor de habla hispana publicado en vida en la prestigiosa Bibliothèque de la Pléiade de la Editorial Gallimard.

Fue condecorado con la Legión de Honor de Francia, el Águila Azteca de México y a título póstumo con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio.

En 2011 se le concedió en España por real decreto el título de marqués de Vargas Llosa.

Se le podía ver de manera continua en las presentaciones y reuniones de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la que abundan numerosos testimonios de su apertura y cortesía en diálogos e intercambios amistosos con cualquiera que se le acercara de manera educada, donde daba muestras de un gran sentido del humor y simpatía personal. Como detalle curioso, nunca fue galardonado con el Premio FIL de Literatura, con todo y haber recibido el de la Feria del Libro de Fráncfort.

En su «Breve discurso sobre la cultura», publicado en Letras Libres (julio de 2010), Vargas Llosa recuerda la coloquial distinción británica entre la ‘alta’ cultura highbrow (ceja levantada, frente amplia) y la cultura popular lowbrow (ceja baja, frente estrecha), basada en el grado de dificultad o facilidad de acceso de la obra artística. Y así señala que el poeta T. S. Eliot o el novelista James Joyce pertenecen a la highbrow y la obra de Hemingway o de Walt Whitman a la lowbrow. Pues bien, el políglota Vargas Llosa que impartió clases en el Queen Mary’s College y el King’s College de Londres, en las universidades de Georgetown y Harvard de Estados Unidos, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en la obra de Gustave Flaubert, siempre procuró utilizar un lenguaje lo más accesible posible aun en sus novelas más ambiciosas, de manera que cualquier persona normal aficionada a la lectura pudiera disfrutar de su obra literaria. Incluso sus ficciones de estructura más compleja eran plasmadas en un español asequible sin detrimento de su precisión y calidad.

Toda una época se cierra con la partida de este ilustre intelectual que trascendió a su Perú natal, le dio lustre y prestigio al idioma español y que siempre trató de vivir de acuerdo con su frase: «La cultura, como el arte, no tiene más finalidad que la de darnos libertad». ®

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Publicado en: Libros y autores

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