Jet lag, de Ari Volovich, es un libro híbrido y desde el mismo título nos sugiere ese estado de cierta confusión mental en el que se mezclan diferencias horarias, desarreglos corporales y una percepción de la realidad bañada por altas dosis de irrealidad. No hay mejor metáfora para un malestar tan ambiguo como generalizado, transcontinental.
Es el estado que parece vivir permanentemente este escritor israelí-mexicano, un poco por accidente, que arrastra en su pluma el cansancio de siglos de exilio y desarraigo, y que despliega su voz con acento inconfundible más allá de los géneros. Rogelio Villarreal, en el prólogo, anticipa ese enigma cuando se pregunta: “¿Son crónicas, reportajes, cuentos? Sí. Autobiográficos y no”.
O sea que Jet lag es todo a la vez, cruda realidad y recursos de ficción, se mezclan crónicas con digresiones, minirrelatos, ideas, algunos chistes, y el escritor también da rienda suelta a su sarcástica vena aforística. Apunta Volovich: “La mezcolanza de géneros es lo de menos, ya que la inclusión de los textos dependía de si encajaban dentro del leitmotiv más evidente del libro, que es el desarraigo…”
Jet lag es de lectura vertiginosa y huele a pólvora, grasa para tanque y pende en el aire la constante posibilidad de un bombardeo de fatigado sarcasmo.
Si el lado b más mediático del temible ejército israelí son las hermosas chicas acuarteladas mostrando sus lindos traseros al mundo a través de Facebook, Volovich nos adentra en las pesadas rutinas del soldado que es acosado por una carga sistemática de doctrina, rígida disciplina y un odio permanente por el enemigo palestino. Escribe Volovich: “¿Se supone que debo dejarle propina al estado israelí por el lavado de cerebro?”
El de Israel es un nacionalismo peculiar, un metanacionalismo portátil y errante que implanta sus normas allá donde haya más de dos judíos. El servicio militar en Israel forma parte de la lealtad a esa difusa y transatlántica idea de pertenencia a una nación, aunque, en este caso, además es una nación con su propia religión, una de las tres grandes religiones monoteístas en el mundo enfrentada a todos sus vecinos musulmanes. Interesante el capítulo en clave ensayística que en Jet lag se dedica a las viudas negras chechenas y a las mujeres mártires de la guerra santa.
Volovich cuenta su desapego a la causa del ejército, que es lo mismo que decir a la causa israelí; tiene amigos árabes y palestinos y en realidad se va convirtiendo más que en un exiliado en un apátrida que obviamente está vacunado contra todo nacionalismo. De algún modo Jet lag es un ritual de paso. De las creencias heredadas sobre el hecho de ser judío y sus implicaciones, a la decepción a causa de los fundamentalismos de uno y otro lado y la lógica disidencia ideológica para dar paso a una liberación incitada por el desarraigo frente al nacionalismo. México es el país que da pasaporte a ese desarraigo y las calles del D.F. se convierten en el escenario ideal para beber solo en Navidad, festividad del todo ajena al calendario judío.
Jet lag es todo a la vez, cruda realidad y recursos de ficción, se mezclan crónicas con digresiones, minirrelatos, ideas, algunos chistes, y el escritor también da rienda suelta a su sarcástica vena aforística.
La única dependencia emocional que se permite el autor, si acaso, es a la bandera y los colores del FC Barcelona. En uno de los relatos cuenta cómo en el departamento de una ONG, en donde vive en Jerusalén, llega un fotógrafo herido a causa de unos disturbios mientras el autor, obsesionado con la idea de escribir una novela, está más pendiente en el televisor de la alineación del clásico entre el Barcelona y el Real Madrid. Digamos que esa actitud resume lo que el conflicto palestino-israelí le produce a Ari Volovich, una leve irritación y una intromisión permanente en sus intereses.
El escritor encarna en su persona como un traje que le queda demasiado grande, lo que significa el pesado lastre de llevar a cuestas el pasado cultural de la nación-Estado y las repuestas agresivas frente a los nacionalismos vecinos, puesto que el nacionalismo es una exaltación de los valores propios sobre los del devaluado y muchas veces odiado Otro. Ante esta realidad, lo más convincente es sacudirse los nacionalismos de encima y arrojarse al desarraigo como medida preventiva. La náusea que provoca la exaltación patriótica es un sentimiento tóxico, fútil, irrelevante para quien sabe que la estupidez y la malicia, más allá de las banderas y fronteras, es global. Y que el paraíso no existe ni aquí ni allá.
Jet lag, de Ari Volovich, es un buen gol en un campo minado.
Otro libro miscelánea publicado por la editorial Moho —en este 2013—, lo que apuntala la idea de que además de su apuesta principalmente por la narrativa, lo que más abunda en el catálogo son libros de relatos, es sobre todo una editorial de autores, edificando su línea editorial a base de múltiples discursos de escritores cercanos, de algún modo u otro, a los editores. ®