¿Quiere AMLO una presidencia más poderosa aunque él no la ocupe? Sí. La quiere siempre y cuando esa presidencia sea para verdaderos obradoristas, leales a ÉL, a su gobierno y “legado”.
I
Todos sus críticos coincidimos en que López Obrador quiso más poder que sus antecesores y que “quiere quedarse en el poder”. Pero hay más de una forma de “quedarse”… Y ahí están nuestros desacuerdos. En general, hay tres grandes formas para un presidente: golpe de Estado, reelección y maximato.
El golpe de Estado puede ser duro o blando, violento o no. El violento puede ser militar o no militar (armado pero no de los militares como tales). El golpe blando puede conectarse con la reelección, esto es, con una reelección presidencial establecida formal pero antidemocráticamente, contra la institucionalidad democrática vigente. Pero también hay democracias que incluyen legal, constitucional y legítimamente, “desde antes” y sin dedicatoria personal, la posibilidad de reelección presidencial, casos en los que lograrla —ser reelecto— no tiene que ver con ningún golpe. Maximato es, genéricamente, la situación en la que un líder político ejerce informalmente casi todo o la mayor parte del poder que formalmente corresponde al titular de un cargo ejecutivo. Ese líder, por eso mismo, es el líder máximo en el contexto.
Un golpe de Estado militar es posible, puesto que el ejército tiene el poder suficiente y la posición también necesaria, pero no es probable, porque los militares no lo necesitan hoy.
Sobre nuestra actualidad, no veo un golpe de Estado violento por parte de AMLO: no lo veo ni probable ni posible. Un golpe de Estado militar es posible, puesto que el ejército tiene el poder suficiente y la posición también necesaria, pero no es probable, porque los militares no lo necesitan hoy.1 Un golpe institucional reeleccionista, es decir, la imposición obradorista de una regla de reelección presidencial de manera ilegal o anticonstitucional, tampoco lo veo en el horizonte. No porque el obradorismo no sea afecto a violar la ley y la Constitución sino porque no veo que tenga el poder suficiente para imponer esta violación específicamente, en este momento o bajo las circunstancias de la cercana sucesión. Tampoco he encontrado creíbles las supuestas intenciones reeleccionistas del actual presidente: no del todo creíbles, o dudosas y dudables, entre 2018 y 2021; no creíbles desde el segundo semestre de ese segundo año (el 21).
Así, lo que encuentro posible y probable es el intento de un maximato que satisfaga la intención de quedarse en el poder, entendida como el deseo de seguir ejerciendo poder más allá de formalidades y de legalidades constitucionales. El escenario ideal para un político como López Obrador es aquel en que lo respetan, no sólo no lo persiguen sino que lo liberan de toda rendición de cuentas, lo celebran, le dicen/escriben lo que quiere oír como centro de una nueva historia oficial, ejerce poder sin necesidad alguna de cumplir por ello con ninguna ley, todas las formalidades relevantes molestan a alguien más, y los que sí sean molestados por ellas deben consultarlo a él —la verdadera “consulta popular” de AMLO es la consulta a sí o consigo mismo.
Nótese: no dije que sea posible y probable, ni seguro, que logre establecer el maximato, dije y repito que veo tanto posible como probable que lo intente. Es casi seguro que lo intente, vistas las cosas hasta hoy. Que tenga éxito es lo que estaría por verse. Parte del intento serían, por el momento y como pieza descartable, Claudia Sheinbaum y, como siempre en su papel de piezas fijas, los cientos de miles de auténticos fanáticos de AMLO —ésos que en más de cuatro años no han podido ver lo que es visible, evidente e inocultable, a saber, que es un presidente que no hace nada que ellos hayan pedido antes de 2018 ni nada que él como supuesto progresista debería hacer.
II
En realidad, y por cultura, López Obrador es priista. Por tanto: presidencialista. De presidencialismo no democrático. También es megalómano. Por tanto: personalista. Este presidente quiere presidencialismo y lo quiere personalizado.2 Presidencialismo priista, es decir, hiperpresidencialismo, pero también obradorizado, de y en torno al individuo Andrés Manuel. Por él, para él, para los suyos. Presidencialismo, sí, pero personalista. Restauración priista, sí, pero con un toque de innovación. La personalización presidencialista, la presidencia para él y con él de ahora en adelante, tras una presidencialización personalista, la reivindicación–elevación–protección de la presidencia por él (aquello de la súbita y nueva preocupación obradorista por “la investidura”). ¿Contradicción? AMLO es muy contradictorio, pero esa combinación no necesariamente es contradicción.
López Obrador es priista. Por tanto: presidencialista. De presidencialismo no democrático. También es megalómano. Por tanto: personalista. Este presidente quiere presidencialismo y lo quiere personalizado.
Podría pensarse que presidencialismo y personalismo son opuestos. Pero no necesariamente lo son. No son opuestos absolutos. Hay un presidencialismo de la presidencia, de la presidencia como institución, y hay un presidencialismo del presidente, no como sinónimo ni sucedáneo de la institución presidencial sino propio de la persona que ocupa la presidencia: simultáneamente de esa persona como presidente y de ese presidente como personalidad política. O como liderazgo personificado además de investido. Esta segunda forma o tipo de presidencialismo siempre tiene más relaciones con la primera que al revés, y es compatible con y puede efectivamente unirse al maximato como proyecto. Proyecto que si se concretara equilibraría los dos tipos: incrementar el presidencialismo del presidente AMLO, impedirlo para el sucesor o sucesora formal y para ésta buscar el incremento del presidencialismo de la presidencia que sirva para mantener un orden gubernativo y simbólico en torno a la figura Andrés Manuel. Esto último es, dicho de otro modo, que quien ocupe el trono pueda mover los otros recursos que confirmen, refuercen y conserven el poder del hombre que está detrás del trono. Es un proyecto barroco y difícil, inseguro o incierto de concreción, pero no imposible.
Álvaro Obregón se acercó a una forma de maximato al grado de inducir y lograr que se aprobara para él una reforma de reelección presidencial, contradiciendo de lleno la primera causa y bandera de la Revolución… Obregón fue presidente de 1920 a 1924, Plutarco Elías Calles de 1924 a 1928, y en medio del gobierno de Calles el Congreso aprobó la reelección en la presidencia de la república (y la ampliación de su periodo de cuatrienio a sexenio).3 Obregón no volvió a tener la presidencia sólo porque fue asesinado, y su ausencia posibilitó que Calles se convirtiera en el jefe máximo y así construyera lo que en México llamamos maximato. Calles cumplió con la función de poder detrás de la silla presidencial y de los presidentes de 1928 a 1934. Este año llegaría a la presidencia, con apoyo de Calles, Lázaro Cárdenas, quien cancelaría el maximato e iniciaría la presidencialización sin más —independiente de su persona y de otros apellidos, aunque también independiente de la democracia— del sistema posrevolucionario.
López Obrador aspira a una solución propia para el problema del poder obradorista: un tipo de maximato: el megalomaximato. Hiperpresidencia —o cercanías— pero sólo para obradoristas, para presidentes obradoristas, muy obradoristas, y en el centro un nombre, el suyo, una figura, ÉL. Que en el principio sea Andrés Manuel… Verbo y sustantivo de un nuevo poder.
III
¿Quiere AMLO una presidencia más poderosa aunque él no la ocupe? Sí. La quiere siempre y cuando esa presidencia sea para verdaderos obradoristas, leales a ÉL, a su gobierno y “legado”. Repito, su ideal fue y es una hiperpresidencia para él y para sucesores amloístas, lo que implica una hegemonía de su partido. La creencia de que el ideal por el que quería el poder y para el que lo ejerce es una democracia popular o antioligárquica es tan idiota como la creencia de que López Obrador es un dictador comunista que “nos tiene ya como Venezuela”. Si es transformación, la del obradorismo es alotrópica: muy complicada y contradictoria en formas y mecanismos, pero en el fondo una “simple” alotropía priista… ®
Notas
1 Sólo en este sentido de segundo orden es imposible un golpe militar: el sentido de no querer, no en el de no poder. Pueden darlo, no quieren. No se implica que “querer es poder” sino que poder hacerlo no es lo mismo que querer hacerlo, y efectivamente hacerlo es poder y querer, tener la posición y capacidad y el deseo o intención. El golpe militar en este momento mexicano no es imposible en ningún otro sentido. El pseudoanalista Jorge Zepeda Patterson no entiende que López Obrador fortaleció la falta de intención golpista en los jefes del ejército (no eran golpistas, el defendido de Zepeda no hizo que dejaran de serlo) pero les dio la capacidad de “golpear” que no tenían. Gracias a este presidente, el ejército tiene más poder, el poder suficiente para dar un golpe de Estado, no porque ahora tengan las armas, como ya las tenían, sino porque hoy existe un conjunto de factores que era inexistente: tienen mucha más presencia pública, estatal y mediática, son objeto de aun mayor legitimación por parte de los gobiernos, han sido y son protegidos por cualquier acto negativo de impacto superior, su historia está siendo blanqueada desde el poder Ejecutivo, poseen más recursos económicos y, por todo lo anterior, han adquirido un poder y un atrevimiento políticos con uniforme que no tenían, a lo que se suman las armas que siempre tuvieron.
2 Sigo lo que dije y concreto lo que anuncié en esta nota de marzo pasado, titulada “El peje no es el Tata”, pues en efecto AMLO no es Lázaro Cárdenas.
3 Según Álvaro Matute, en 1924, cuando Obregón “deja” la presidencia y Calles la “conquista”, el famoso militar excarrancista “ejercía un dominio definitivo sobre el país. Plutarco tuvo que gobernar con un equipo mixto: obregonistas y callistas, pero dominado por los primeros”. “El carácter caudillista de Obregón se manifestó durante los dos años inmediatos a su abandono de la silla presidencial. No pasó mucho tiempo para que se pusiera en evidencia su tendencia a seguir manejando el país. Fue una sombra para Calles”. Véase La Revolución mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida cultural y política, 1901–1929, INEHRM–Océano, 2002.La primera cita es de la página 220 y la segunda de la 238.