Las reseñas en algunos medios oficiales estadounidenses no se hicieron esperar y declararon su rechazo terminante por Mi villano favorito, impugnando el carácter despreciable del personaje o bien señalando que no hay nada en el filme que pueda captar la atención de los espectadores. Nuestro crítico opina distinto.
Ayer por la tarde ya no quedaban más películas en cartelera y me di valor para enfrentar el último estreno de la temporada, Gru: Mi villano favorito (Chris Renaud, Pierre Coffin y Sergio Pablos, 2010), una película de animación computarizada en tres dimensiones, realizada en coproducción de Universal Studios e Illumination Entertainment. Confieso que con la crisis económica y la pauperización que ha comenzado a asolar el mundo anda uno siempre con bajos fondos, y en esas circunstancias resulta difícil resistir la oferta de ver la versión rústica de la película y además doblada al español por la módica suma de 20 pesos. Una prueba ardua de tolerar para un trabajo de animación, donde en el doblaje original se había puesto tanto esmero y presupuesto. La tridimensionalidad virtual de los enanos robots, que a algunos críticos, no muy bien intencionados por cierto, ha semejado la propia de borradores de lápices, también sufrió cierto menoscabo. Con todo, el trabajo actoral de los dos villanos que se enfrentan, Gru (Steve Carell) y Véctor (Jason Segel), quedó perfectamente perfilado. El acento centroeuropeo de Gru, extraña mezcla entre eslavo, germano y judío, y el carácter bobalicón y superficial de Véctor, un villano de la nueva ola, fueron adaptados y mimetizados en una reinterpretación creativa por parte de los mexicanos Andrés Bustamente, el Guiri Guiri, y Aleks Syntek, cantautor, quienes realizaron el doblaje, desarrollando una estupenda tarea que desmiente ese rumor de la presunta mediocridad del doblaje en nuestro país. Hay otros personajes y otras voces que interesan, en especial la de las tres huerfanillas, la administradora del hospicio donde viven, y el doctor Nefario, colaborador cercano y asesor científico de Gru, quien se halla a la cabeza de un ejército de patéticos enanos. Uso el término patético no en el sentido de lastimero o risible, sino en el sentido del personaje patético, aquel con caracteres contrastantes, positivos y negativos, que reflejan de manera más fidedigna los sentimientos de las personas reales.
Sin constituirse en una crítica política ni social, sólo presentar ciertos tintes, Mi villano favorito admite, como toda buena realización fílmica, múltiples lecturas.
Como se trataba del último estreno del verano pensé que era la peor película de todas. No sólo yo, sino un 75 por ciento de los espectadores, quienes lo más seguro es que vayan a obviarla y a perderse uno de los trabajos más notables del año, por varias razones. Nótese que el primer boicot viene de los distribuidores y los exhibidores internacionales, quienes la ofrecen al final, casi de regalo de consolación. Con este enfoque del espectáculo, propio del de una nota periodística, donde lo más importante aparece al principio y lo que no importa y nadie lee al final. Esto obedece a un doble motivo, por una parte, a un mercado dominado por Pixar con Toy Story 3 (2010) y DreamWorks con Shrek for Ever After (2010), por otra parte, el tono políticamente inconveniente y crítico de la cinta: ¿banqueros que trabajan con criminales y actúan como los dueños no sólo del capital sino del destino de la humanidad, arquitectos de crisis financieras, la delincuencia organizada y el tráfico de armas? ¡Qué cosas tan insólitas! De inmediato las reseñas en algunos medios oficiales estadounidenses no se hicieron esperar y declararon su rechazo terminante de la película, así hizo A.O. Scott del New York Times y Mick LaSalle del San Francisco Chronicle, impugnando el carácter despreciable del personaje o bien señalando que no hay nada en el filme que pueda captar la atención de los espectadores, chicos y grandes por igual. (Despicable Me, despreciable de mí, reza el título original. Verdadero hallazgo la adaptación española, que vendría a echar por abajo la primera crítica citada que se basa en el título de la cinta.) Yo soy adulto, un adulto sensible a los problemas globales, y me divertí muchísimo. Había otros adultos con numerosas criaturas. No vi que nadie saliera desilusionado. Al contrario, casi todos se quedaron a ver los créditos hasta el final, con la adición de dos escenas con los patéticos minions, unas veces graciosos bebés, otras monstrillos infames.
La historia es fundamentalmente lineal, contada con ciertos distractores, como ha señalado la crítica. Gru es un villano que aspira a dar el golpe de su vida. Tras la aparatosa e inexplicable desaparición de la pirámide de Gizah en Egipto, que él no ha robado, Gru decide ir por la hazaña malévola que siempre soñó, un viaje a la luna, a la cual, valiéndose de un rayo reductor, planea volver una miniatura que pueda echarse al bolsillo. El móvil del crimen no podría ser más infantil, pero los medios de que echa mano para lograrlo casi están a la altura de las películas para adultos. Gru se dirige al Banco del Mal (antes nombrado Lehman Brothers) a pedir un crédito para realizar su fechoría. El banquero, un tipo obeso y mofletudo, el señor Perkins, lo recibe. En su impresionante despacho hay un tipo igual que él pero retratado en una pintura, con una corona de emperador, al estilo napoleónico. El subtexto le recuerda al buen entendedor que Napoleón fue financiado por los Rothschild con un solo propósito: devastar Europa y hacer posible el predominio del Imperio británico. Siempre se necesitan villanos, no sólo en las películas, sino en la vida real. Haciendo antesala Gru, quien conserva cierta circunspección elegante, la propia de la antigua guardia, se encuentra con un mozalbete que deambula en pijama y trae un arma que lanza pirañas vivas. Más tarde veremos que Véctor, como se hace llamar este muchachito, tiene de mascota en su casa un tiburón blanco. La afición por los animales y la defensa de la vida salvaje, una cosa noble en sí misma, es practicada por los herederos de los poderosos, un ejemplo de ellos es David Rothschild. La idea que se esconde detrás de las grandes reservas de la fauna es la posesión del suelo. Poco a poco estamos volviendo a un orden de grandes terratenientes, cuyos poderes aspiran a ir más allá de los simples estados nacionales. Véctor, en realidad Víctor, es el hijo de Perkins, habremos de descubrir más adelante. Por eso el banquero humilla al algo cansado Gru con las proezas del muchacho, quien fue, por cierto, el que logró sustraer la gran pirámide en Egipto sin que nadie se diera cuenta.
En un alarde de espionaje y contraespionaje, Gru logra colarse en las instalaciones en Asia (pensamos que es China por los uniformes maoístas de los científicos) para robarse el rayo reductor. Lo logra gracias a la incondicional colaboración de sus hábiles enanos. Cuando ya tiene el arma en su nave voladora, llega otra parecida y se la roba. Ladrón que roba a ladrón. La labor de triangulación es esencial en estos casos y en otros donde interviene el dinero. Ahí comienza la verdadera aventura de Gru, quien trata de penetrar en la moderna fortaleza de Véctor, vigilada por cámaras de control remoto y equipada con misiles teledirigidos. Ve que tres niñitas, quienes previamente ya han llamado a su puerta y se ha negado a abrirles, consiguen entrar en la fortaleza. Véctor, en perpetua regresión a la infancia, cosa nada rara entre los vástagos de la clase patricia, tiene una debilidad incontrolable por las galletas. Gru idea un plan que, por medio de Margo, Edith y Agnes, puede llevar a cabo y le pide al doctor Nefario que prepare unos robots disfrazados de galletas. Gru se dirige al orfanato con la señorita Hattie para realizar la adopción. Las niñas se extrañan al llegar a la mansión gótica y algo siniestra de Gru, plagada de armas y amenazas a cada paso. Las niñas con su ingenio, el ángel que las guarda contra los peligros y su ternura a toda prueba logran vencer los obstáculos y hasta ganarse un poco a Gru, quien al final acepta llevarlas a un parque de diversiones, con el turbio designio de dejarlas ahí abandonadas, una vez que ya ha conseguido volver a robar el rayo reductor engañando a Véctor. Las niñas lo conquistan y decide quedarse con ellas. Es el doctor Nefario quien tiene que llamar al orfelinato para devolverlas. Gru tiene que construir casi sin fondos, pero con la solidaridad de sus enanos, que le ayudan hasta con sus módicos ahorros, un cohete espacial para dirigirse a la luna, que ha sido su sueño. En distintos flashbacks se han visto trozos amargos de su infancia, al lado de una madre dominante, también criminal como él, que como muchas madres no cree en el valor de su hijo. Los elementos del melodrama se multiplican y se combinan con las tumultuarias escenas con los graciosos enanitos, algunos de ellos cíclopes. Los enanos constituyen una alegoría de la masa, así indiferenciada, de ciudadanos sin derechos, de trabajadores que se pone en la calle, en último análisis, de esclavos. Con ellos se realizan violentos experimentos, que muchos no sobreviven. Son un poco idiotas, no pueden hablar bien pero poseen notables capacidades mímicas y un gran corazón. Quieren mucho a los niños. Margo tendrá siete años, tiene gafas y es la líder entre sus compañeras, porque es la más sensata. Edith siempre lleva una gorra, calada hasta los párpados de color rosa, es algo hostil, es la típica inadaptada. La más pequeña, de tres años, es Agnes, con un gracioso chongo levantado en su cabellera. Es la más tierna de todas, la que le pide a Gru que le compre un unicornio de peluche, le lea cuentos y hasta le dé un beso. A regañadientes, poco a poco, el villano va transformándose en un padre ejemplar. Por desgracia, el día en que las niñas bailarán un pasaje de El lago de los cisnes es cuando tiene que ir a secuestrar la achicada luna. Así lo hace y en un alarde de destreza aterriza su cohete ante el teatro donde horas antes terminó la función de las niñas. Ahí encuentra una nota diciendo que Véctor las tiene y que quiere la luna a cambio.
Los enanos constituyen una alegoría de la masa, así indiferenciada, de ciudadanos sin derechos, de trabajadores que se pone en la calle, en último análisis, de esclavos.
Humillado y dispuesto a negociar, llega Gru a las puertas de la fortaleza de Véctor. Éste primero exige la luna, luego liberará a las pequeñas rehenes. Cuando obtiene la luna, se rehúsa a cumplir su palabra. Entonces Gru, con tintes de Schwarzenegger en Terminator, enfrenta todas las armas de Véctor y las vuelve en su contra, pero éste consigue escapar en su nave voladora, con las niñas y la luna. Gru logra asirse del fuselaje. El doctor Nefario con el ejército de enanos, a bordo de otra nave, llega en su auxilio. Él también ha terminado por sucumbir ante el encanto de las pequeñas. Los objetos reducidos comienzan a recobrar su tamaño normal. Eso mismo va a pasar con la luna que hará estallar la nave donde va Véctor con las niñas. Gru intenta rescatarlas. Al final, tras arrostrar al hábil Véctor, lo consigue. La nave de Véctor se activa por el peso de la luna y se dispara hacia arriba, regresándola al sitio que le corresponde y arrastrando consigo a Véctor a un exilio donde no pueda causar daño. Gru, con su madre, el doctor Nefario y los enanos improvisan un teatro para que dancen las pequeñas. Todo termina en una gran fiesta, donde pronto la música de Chaikovski hará lugar a un animado ritmo pop.
Mi villano favorito es un trabajo destacable en su género. Es cierto, los recursos empleados de animación e incluso algunos personajes que amenazan en momentos con llevarse la película, por su simpatía, que son los minions, aprovechan elementos que ya estaban presentes en el medio. La trama detectivesca, la cual ha querido desmerecérsela diciendo que es la de un James Bond incompleto e infantilizado, se sostiene como en algunos filmes de acción donde espionaje y contraespionaje exhiben los verdaderos ejes que mueven el mundo. Sin constituirse en una crítica política ni social, sólo presentar ciertos tintes, Mi villano favorito admite, como toda buena realización fílmica, múltiples lecturas. La de los niños es la que más cuenta, quienes se divierten con los enanitos, se identifican con las huérfanas y se sienten por un momento colocados en el centro de la atención. Los padres de los niños, algunos de ellos, hallarán también ciertos elementos sarcásticos e instructivos en el filme o, por lo menos, se divertirán un poco. Cosa que no viene nada mal, especialmente en estos momentos de tal tensión, ante amenazas de villanos reales, colocados en las esferas claves del Poder, que sólo esperan el momento oportuno para desatar crisis económicas, provocar hambrunas pues se mantienen los campos ociosos, declarar guerras contra terroristas alguna vez a su servicio o bien, simple y llanamente, invadir un país en vías de desarrollo para despojarlo de su petróleo, sea Irak o pronto (ojalá no) Venezuela u otro todavía más cercano. ®