Los medios enfrentan nuevos dilemas éticos. La producción de noticias y el rating. El internet y el bombardeo de imágenes. La teleaudiencia y los talk shows.
En la contienda por el raiting televisivo las audiencias nos hemos convertido en hambrientos rehenes de las televisoras. Y qué decir de los sitios de internet cuya competencia es prácticamente infinita. En cada avance informativo de las últimas semanas los noticieros y los portales de noticias nos han prometido nuevas imágenes de los estragos en Japón, las últimas declaraciones amarillistas sobre los peligros nucleares de Fukushima y corresponsales transmitiendo en vivo mientras Libia es bombardeado, todo ello con el correspondiente soundtrack de película de Mel Gibson. Mucho se ha escrito ya sobre la falta de ética que impera en los medios al tratar la información relacionada con todo tipo de siniestros, su tópico favorito, ya sea guerras, asesinatos o desastres naturales, como si su única labor fuera la de alimentar el morbo que ellos mismos han creado alrededor de los acontecimientos noticiosos. Pero ¿cuál es el papel real de los espectadores dentro de este circo mediático de innumerables pistas?
En la actualidad la información se ha convertido en el objeto de consumo más preciado, todos los días devoramos codiciosamente y sin un mínimo descanso digestivo la mayor cantidad posible de notas, imágenes y videos. Para adecuarse al voraz apetito de las audiencias las noticias han dejado de pertenecer al campo periodístico para transformarse en espectáculo. Atracción e impacto se han convertido en los avatares que rigen la programación noticiosa y cuya palabra sagrada es inmediatez. ¿Cuántos nos hemos preguntado qué ha pasado con Túnez o con Egipto en los últimos días o qué acciones está tomando la comunidad internacional en apoyo a los miles de damnificados japoneses? Es imposible detenerse a reflexionar al respecto cuando a cada instante se publica más información y antes de siquiera ser capaces de asimilarla una tonelada de nuevas imágenes se adueñan de nuestras pantallas.
Además, realizar esa clase de ejercicio de pensamiento significaría asumir en primer lugar que lo que vemos en las noticias está ocurriendo realmente en alguna parte del mundo, lograr concientizar que Japón o Libia siguen existiendo aún cuando cesan las transmisiones parece algo muy simple, a todas luces evidente, pero no lo es tanto.
En la actualidad la información se ha convertido en el objeto de consumo más preciado, todos los días devoramos codiciosamente y sin un mínimo descanso digestivo la mayor cantidad posible de notas, imágenes y videos.
Nuestro pensamiento está más cercano a la ficción que a la realidad, es más sencillo conmover a una teleaudiencia con un talkshow donde unos paleros participantes se conectan a un armatoste que parece salido de un filme del Santo, y que resulta ser un detector de mentiras, que con la historia de cómo toda una nación ha sido devastada por las indoblegables fuerzas naturales. En esos casos la imagen resulta imprescindible y la imagen transforma automáticamente en ficción lo que pretende mostrar, convirtiendo a la persona en personaje.
Desde siempre, el ser humano ha encontrado cierta satisfacción en presencia de la tragedia. Carmen Trueba, en su libro Ética y tragedia en Aristóteles [Barcelona: Antrophos Editorial/Universidad Autónoma Metropolitana, 2004], hace un análisis del origen del goce ante el dolor ajeno llegando a la conclusión de que los sentimientos de piedad y de temor que producen las tragedias en los hombres son capaces de despertar también placer. Trueba apunta que si las situaciones fueran reales las emociones no serían las mismas, ya que las representaciones trágicas cuentan con una intención estética de la que carece la realidad. Aunque, como ya había mencionado, en el mundo contemporáneo detrás del cristal de nuestras pantallas todo se nos presenta como ficción, la información que consumimos no carece del enfoque estético del que habla Trueba, pues en cualquier video de noticias en principio se decide desde qué tipos de tomas se va a utilizar, a partir de qué ángulos y resaltando cuáles elementos, hasta la música con que va a ser presentado, convirtiendo de este modo una catástrofe en microtragedias light entregadas por episodios que los espectadores deglutimos inconmovibles, ansiosos de ese placer efímero cada vez más y más devaluado. ®
David Aguilar
López Doriga imposta la voz y con esos carrillos extraídos de una máscara vacía dice con infinito placer “diez mil muertos por el temblor en…” “Sigue el derrame que provoca la muerte de…”a Doriga, el apocalipsis le parece un evento con etiqueta y precio en la solapa. Es deleznable el placer con el que mueven el bigote para decir tragedias una y otra vez, y de los periódicos ya ni decir, sus portadas son la puerta a un sinfín de tragedias salpimentadas con sexo, tecnología y sangre .