Miradas a la XV Bienal

Diversidad y homogeneidad

Ésta es una exposición que debe verse in situ. Son numerosos trabajos que asumen una fuerza radical a partir de su propuesta de montaje. Ésta es una invitación a una lectura más profunda de la XV Bienal de Fotografía, a celebrar la alta calidad de muchos trabajos y las nuevas formas de seguir mirando nuestra realidad.

"Wendy", de la serie Desvestidas, 2011. © Luis Arturo Aguirre.

«Wendy», de la serie Desvestidas, 2011. © Luis Arturo Aguirre.

Mirar y calar la diversidad, elegir y mostrar lo más representativo. Travestis en fondos coloridos, oscuras vistas a un estacionamiento, pálidas simplificaciones de un paisaje, muros, camiones, comedores, madres, migrantes, albañiles. Con vocación de almanaque y termómetro, la Bienal de Fotografía pretende ofrecernos un panorama amplio, a la vez que un diagnóstico certero, del caminar y el camino de la producción nacional. Digo “pretende” por ser incapaz de asegurar si consiguió o no tal objetivo. Por supuesto, tengo una postura personal al respecto, pero me parece innecesario, además de pretencioso, sentarme a escribir y sugerir la lectura de una larga lista de “me encanta” y “lo detesto” que no tiene más oportunidad de trascender que el beneplácito o enfurecimiento. Este ensayo no busca juzgar ni provocar, sólo echar una mano para comprender mejor los trabajos presentados en la XV Bienal, inaugurada en marzo en el Centro Nacional de las Artes.

Con vocación de almanaque y termómetro, la Bienal de Fotografía pretende ofrecernos un panorama amplio, a la vez que un diagnóstico certero, del caminar y el camino de la producción nacional. Digo “pretende” por ser incapaz de asegurar si consiguió o no tal objetivo.

Parece prudente comenzar con las series ganadoras: Desvestidas de Luis Arturo Aguirre y 14/28 de Paula Islas. Ambas fueron acreedoras del premio de adquisición, un reconocimiento que consiste en una fuerte suma de dinero y la oportunidad de incorporarse al acervo permanente del Centro de la Imagen. El trabajo del guerrerense consiste en retratos que apelan a una versión estereotípica del travestismo, al mote generalizado que llama “vestida” a todo individuo nacido biológicamente masculine pero transformado por la ropa y la actitud en mujer. A pesar de sentar su punto de partida en el prejuicio popular, la serie no margina ni humilla. Es un proyecto de retratos, con toda la amplitud y fuerza que este término implica. Logra con muy pocos elementos dotar de unicidad a sus personajes, insinuándonos e invitándonos a la historia que palpita detrás de cada par de pestañas postizas. Para ello es fundamental el ciclorama de colores, herencia y contraposición de American West de Richard Avedon. Estas pantallas aíslan del contexto, produciendo una fuerza centrípeta hacia el sujeto leído a través de su gestualidad; pero en lugar de uniformar, como pasa con Avedon, fortalecen los rasgos únicos de cada mujer, dotando a la serie de vitalidad y dinamismo. En una valoración de largo aliento, parece una antítesis de De la calle al estudio de Pedro Slim, serie ganadora de la octava Bienal en 1997.

De la serie "28/14". © Paula Islas.

De la serie «28/14». © Paula Islas.

El otro proyecto ganador también es una aproximación a los rostros y los cuerpos mediante el ciclorama. Paula Islas fotografía a cinco mujeres en edad reproductiva para reflejar “los cambios morfológicos y anímicos provocados por las hormonas durante el ciclo menstrual […] y su manifestación social y cultural”. Para cada una dos tomas: una del día de la ovulación y otra del de la menstruación. Debemos reconocerle la vocación de mirar más allá de lo visual, de retratar lo irretratable por inasible, de plasmar fotográficamente las variaciones emocionales y sensoriales de las personas. Sin embargo, este planteamiento se vuelve peligroso en la solución que ofrece la artista, pues reduce a cuestiones biológicas la compleja relación entre las mujeres y su sexualidad, así como las consecuencias que de ésta se derivan. De manera inintencionada, quiero pensar, la serie se convierte en un planteamiento machista en donde la mujer se vuelve un ser sometido a su ciclo menstrual. Más allá de eso, técnicamente el proyecto deja mucho que desear y no tiene la fuerza visual que sugiere la cédula que lo acompaña, siendo francamente difícil encontrar las modificaciones en el aspecto de las retratadas.

Más allá de las series ganadoras se eligieron seis menciones honoríficas y diecisiete seleccionados para formar parte de la exposición. En este corpus más amplio resulta tan notoria la diversidad de temáticas como la homogeneidad de las aproximaciones. ¿Qué quiero decir con esto? Que si bien existe una gran variedad de personajes, tópicos y autores, la mayor parte de los trabajos son miradas documentalistas. No tengo ningún pleito con este tipo particular de fotografía, ni con ningún otro, pero me parece desproporcionado tener, en un conjunto de veinticinco miradas, diecisiete series que abordan la realidad únicamente a través de referencias directas. Quizás para próximas Bienales el Centro de la Imagen debe elegir jurados más amplios, con perfiles más heterogéneos y, con todo respeto, con mayor práctica fotográfica, pues en esta ocasión Yolanda Andrade fue la única fotógrafa convocada a seleccionar a los ganadores. Los tres integrantes del jurado tienen una experiencia vasta en el manejo de imágenes, aunque me parece que su visión como equipo se encuentra demasiado sesgada y es por lo mismo insuficiente para un ejercicio de este calibre.

Pensando en estas series documentales vienen a mi mente varias características de lo presentado en la Bienal y que, me atreveré a decir, ponen en evidencia problemas en el documentalismo como práctica nacional. Por un lado me preocupa el ver a dos fotógrafos talentosos y propositivos fallar en la empresa de adecuarse al formato de una exposición. Me refiero a Eunice Adorno y Mauricio Palos, jóvenes que dejaron de ser promesas y pronto serán referentes. El formato y montaje que eligieron para su trabajo no hace justicia a su calidad; incluso sucede que el número de imágenes presentadas genera una falsa sensación de dispersión y desestructuración. Sus fotografías están a una mayor altura, pero forma es fondo y en la forma en que nos fueron presentadas no adquieren su verdadera fuerza.

De la serie "Car poolers". © Alejandro Cartagena.

De la serie «Car poolers». © Alejandro Cartagena.

Como parte de estos problemas comunes encontramos una accidentada congruencia, imágenes que prometen pero no cumplen. No estoy hablando de la calidad ni de la belleza, valores harto variables y en gran medida subjetivos, sino de la capacidad de un autor por identificar y enunciar el alcance real de su propio trabajo. Tomemos como ejemplo la serie Car poolers de Alejandro Cartagena, quien capturó a los trabajadores de la construcción que viajan recostados en las camionetas pickup. Con una alta calidad estética y una composición muy innovadora, Cartagena logra una serie muy atractiva sobre una práctica social no documentada hasta ahora; sin embargo, aunque “echa luz sobre las consecuencias del crecimiento desmedido de nuestras ciudades” y la invisibilidad de los trabajadores, es falso que muestre cómo “vivir en colonias nuevas resulta una contradicción para muchos de sus habitantes”. Tampoco habla del patrimonio, los costos de la construcción ni de la actual crisis social en México, como sugiere la cédula que acompaña las imágenes. No habla de eso y no tendría por qué hacerlo. La serie tenía un sentido y un alcance que el autor trató de llevar más allá por razones que desconozco. Congruencia no es más que la correspondencia real entre la cédula y las imágenes. Esto es relevante porque el texto que acompaña las fotografías en la sala fue presentado como parte del proceso de selección y supuestamente constituye el sustento conceptual de cada propuesta. De lo mismo adolecen los trabajos presentados por Karina Juárez, Luis Enrique Aguilar Pereda, Natalia Fregoso y Cecilia Monroy Cuevas. Despegaron pero fallaron en el aterrizaje. Contrastan con la redondez y simpleza de las imágenes de Marcel Rius y Fernando Velasco, sobre las prácticas lúdicas de la clase media, o las de Elizabeth Vinck y Eduardo Jiménez Román, que logran con una estética desconcertante una mirada poética sobre los espacios en los que habitamos y trabajamos.

Fotografías con una vocación no autorreferencial, que no caigan en fotografiar por fotografiar. No puedo encontrar el atractivo en un lúgubre estacionamiento, en el hacinamiento perruno de una unidad habitacional, en la colección visual de talleres automotrices o en el jugueteo fotográfico con una comunidad indígena.

La última problemática a señalar, la más grave, consiste en la falta, y en algunos casos total ausencia, de solidez. Me refiero a la consistencia interna de la serie, la posibilidad de presentar al espectador un conjunto coherente y acabado de imágenes con una propuesta justificada. Fotografías con una vocación no autorreferencial, que no caigan en fotografiar por fotografiar. No puedo encontrar el atractivo en un lúgubre estacionamiento, en el hacinamiento perruno de una unidad habitacional, en la colección visual de talleres automotrices o en el jugueteo fotográfico con una comunidad indígena. No puedo encontrarlo porque no me lo ofrecen estas imágenes simulacro, que pretenden ser más innovadoras de lo que realmente son. Apelan a fórmulas en lugar de a conceptos, olvidando que no basta con insertarse en la tendencia para validar el propio trabajo. Soy muy duro, lo sé, pero estamos hablando de la Bienal de Fotografía y, por lo tanto, de la evaluación y construcción de los referentes de la producción nacional de imágenes.

Quisiera detenerme en una propuesta documental de la que gusto especialmente y que me dará pie para hablar de otras características de esta exposición. Se trata de Al otro lado del sueño del italiano Nicola “Okin” Frioli. Nuevamente, retrato y ciclorama. Con tomas más abiertas que las de Aguirre e Islas, Frioli nos cuenta la historia de los centroamericanos y mexicanos que fallan en su intento por cruzar la frontera estadounidense. Es un tema común, masticado muchas veces, pero abordado de manera inteligente con pulcritud, concreción y simpleza. Ello lo dota de una gran efectividad para conmover al espectador. Frioli le pide a cada personaje que escriba la historia de su sueño fallido, del intento frustrado de alcanzar el sueño americano. Los retrata con pedazos de cartón que contienen el texto de la pedacería de su vida, convirtiendo cada cartoncito en un túnel hacia la vida de estas personas. El montaje es la cereza del pastel: impresiones del tamaño de una persona, que realmente te confrontan con la mirada del otro. Afortunadamente esto ocurre con varias series y es una de las características que encuentro más atractivas de esta Bienal.

De la serie "Al otro lado del sueño". © Nikola Ókin Frioli.

De la serie «Al otro lado del sueño». © Nikola Ókin Frioli.

Mucho más que en años anteriores, ésta es una exposición que debe verse in situ. Son numerosos trabajos que asumen una fuerza radical a partir de su propuesta de montaje. Ocurre con el trabajo de Francisco Westendarp, cuyas imágenes abstractas serían difíciles de digerir si no fuera por la inteligente solución de exhibirlas como una sola pieza ordenada cromáticamente. En el caso de Edson Caballero una pieza automotriz contiene las imágenes formando una especie de escultura que refuerza el discurso de sus fotografías sobre el impacto cotidiano de la narcoviolencia en los usuarios de una estación de camiones.

En esta cancha mis propuestas favoritas pertenecen a dos fotógrafos consagrados: Elsa Medina y Fernando Montiel Klint. Antes de acudir a la exposición revisé ambos proyectos en la página web del Centro de la Imagen y no pude evitar el desencanto. Las imágenes de los dos tenían el sello indeleble de su estilo y calidad, pero no me pareció que ofrecieran nada más. Fue muy grande mi sorpresa al descubrir en la exposición una larga fila frente a una mesita. Ahí estaba montada la pieza de Elsa Medina, que abrió su obturador y su alma para compartir con nosotros los últimos días de vida de su madre. Las imágenes no estaban colgadas de la pared. Impresas en tamaño postal, cada imagen se encontraba en una pequeña cajita fijada a la mesa. Para verla, uno tenía que reclinarse sobre una mirilla de vidrio. Para tener la serie completa había que recorrer toda la mesa, asomándose a los recuerdos de Medina, uno a la vez. Lo kinestésico del ejercicio embonaba a la perfección con la vocación de intimidad de las fotografías. Realmente existía una sensación de sumergirse en los recuerdos ajenos, de adentrarse, gracias a la imagen, en una historia de la que nos convertimos espectadores in situ. Era sencillo y hermoso.

De la serie "Muro de la concentración". © Fernando Montiel Klint.

De la serie «Muro de la concentración». © Fernando Montiel Klint.

Muro de la concentración de Montiel Klint, a quien me referiré como Fernando para evitar confusiones con su hermano, se apuntaló en una solución más compleja con mayores recursos. Las nueve imágenes eran exhibidas en un acomodo que recuerda la pantalla de cualquier computadora con numerosas ventanas abiertas. El primer guiño de Fernando hacia el espectador está ahí, en la multiplicidad significante de muro, como barda contenedora y como espacio virtual de voluntaria exhibición, palabra que aísla o que vincula. A pesar de ello Fernando busca centrarse en la forma en que la codependencia con estos espacios virtuales aísla y atomiza al individuo que vive en la búsqueda del placer total. Se propone crear “imágenes silenciosas que inviten a la concentración”, lo cual logra a través de atmósferas aisladas y descontextualizadas, de personajes ensimismados que, de manera armónica con su trabajo previo, parecen atormentados por los dolores propios de la clase media urbana. De pronto una ola parece temblar y sólo entonces el espectador cae en la cuenta de que vemos ese balcón desde una pantalla y no desde el papel. Esto también ocurre con el cabello del único personaje que nos confronta directamente. Con este montaje Fernando está enunciando la realidad multipantallas de nuestro tiempo y atisba lo que puede ser, muy pronto, el futuro de todas las exposiciones. El resto de las imágenes fueron impresas de modo tan cuidadoso que más de uno las miramos fijamente, esperando ansiosos la revelación del movimiento. Por su calidad estética, su consistencia teórica y por su palpitante innovación y actualidad, me parece que éste es el trabajo más completo de los presentados en la Bienal.

He hecho lo posible por invitarlos a una lectura más profunda de la XV Bienal de Fotografía. Celebremos la alta calidad de muchos trabajos y las nuevas formas de seguir mirando nuestra realidad. Como dije antes, me parece que hay situaciones problemáticas que se puso en evidencia en la exposición. Puede ser que sean sólo preocupaciones mías, pero como integrantes de la comunidad fotográfica nos corresponde a todos reflexionar sobre este tipo de ejercicios y sus implicaciones; particularmente en un momento en que nuestro medio está recibiendo tanta atención, como lo demuestra la gran afluencia del público a la Bienal. ®

15 Bienal de Fotografía, Centro Nacional de las Artes, Ciudad de México, hasta el 28 de abril.

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Publicado en: Apuntes sobre fotografía, Mayo 2013

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  1. Hola Anai!

    Gracias por tus comentarios. No había pensado lo que mencionas sobre la relación mirilla-vouyerismo, me parece muy acertado tu comentario, sin embargo pienso también que el fotógrafo es el voyeur por excelencia, pues no se conforma con mirar sino que le es imprescindible exhibir.

    Saludos

  2. ¡Hola! Me gustó mucho tu reseña, probablemente en parte porque comparto tu opinión en casi todo. Como las colecciones de imágenes documentales (demasiados proyectos iguales), o que el estacionamiento no ofrece mucho, o que el montaje de algunos proyectos deja qué desear (también incluiría Car Poolers aquí). En lo único, creo, en lo que comparto tú opinión es en el montaje del proyecto de Elsa Medina. Me parece que el poner las imágenes detrás de una mirilla, no habla sólo de entrar en la intimidad de una persona (que va bien con el proyecto), pero habla más de espiar, de voyeurismo… y eso, a mi parecer, no va con la serie de ella. Creo que más bien es un proyecto que habla, si de intimidad, pero también de su relación con su mamá y con el resto de su familia, de una relación amorosa, del vínculo familiar; y me parece que poner al espectador en el papel de espía y voyeur al obligarlo a ver a través de una mirilla, desentona con las imágenes y la temática del proyecto.
    Pero, de todos modos, disfruté leer tu reseña y un punto de vista que no sólo aclama por aclamar, pero que tiene argumentos sólidos y fundamentados.
    ¡Un saludo!

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