El libro se puede consultar de distintas formas: por cada uno de los treinta cuadrantes que sus autoras identificaron, por los cientos de productos, artículos y servicios que existen; desplegando el mapa que incluye, abriéndolo en una página al azar y viendo qué depara la suerte.
Miscelánea. Guía del comercio popular y tradicional del Centro Histórico de la Ciudad de México es un mapa conceptual de treinta latitudes que son reactor de una maquinaria orgánica que despierta temprano para abrir un tambo de tamales y duerme tarde por vaciar la última cerveza. En medio, un torrente sanguíneo que se obstruye y libera diariamente, a cada momento.
El libro, publicado por Ediciones El Viso, es el resultado de diez años de trabajo de investigación de Marie Aimeé de Montalembert y Ángeles Ruenes que, una vez concretado, tuvo que revisarse nuevamente debido a la naturaleza cambiante del Centro Histórico. “El Centro cambió muchísimo”, explica Marie, “en muchos edificios estaban instalados oficios que se tuvieron que salir”.
“La parte entre Bellas Artes y el Zócalo —Madero, Cinco de Mayo, 16 de Septiembre— se volvió de moda, más joven, y comenzó a haber Oxxo, Zara, Mango. Es un fenómeno imparable y, como en cualquier modernización, hay cosas muy valiosas y otras que se pierden”.
—¿Cómo conceptualizaste Miscelánea?
—Yo iba muchísimo al Centro, primero para pasear, por la cantidad de cosas que puedes visitar ahí, a nivel cultural e histórico, su belleza, pero también por su vitalidad comercial: cuando necesitas algo sabes que ahí vas a encontrar todo, como no lo encuentras en un centro comercial. No existía ninguna guía del Centro, había guías del Distrito Federal o de México —eso fue hace diez años—, y decíamos: “Qué lástima que no haya una guía sobre este Centro tan increíble, tan vital para todo el país”.
”Así se gestó este compendio de más de 700 páginas en las que cabe la diversidad comercial del cuadro mayor del D.F. Lo mismo boneterías que ropa hippie; escudos heráldicos y miniaturas para maquetas. El cuerno de la abundancia bisnera que es la capital, que es chilanga, mexicana y china. Melting pot puro. En sus páginas está lo que uno ya conoce; lo que uno, aun siendo chilango no sabe que existe y cosas como las prostitutas de La Merced.
Así se gestó este compendio de más de 700 páginas en las que cabe la diversidad comercial del cuadro mayor del D.F. Lo mismo boneterías que ropa hippie; escudos heráldicos y miniaturas para maquetas. El cuerno de la abundancia bisnera que es la capital, que es chilanga, mexicana y china.
”Es parte de la vida comercial del Centro. Pero no es un libro completamente antropológico, porque si lo hubiéramos hecho así habríamos incluido el comercio informal pero nos metíamos en el problema de ponerlo al mismo nivel que el formal”, dice Marie, que lleva viviendo 28 años en México y era videoasta, hacía documentales. Sus primeros trabajos fueron sobre el Centro, que “me atrapó desde el principio. Al primer taxista que me levantó saliendo del aeropuerto le dije: Lléveme a un hotelito en el Centro, porque el Centro es la referencia que tiene uno de cualquier ciudad. La primera cosa que hice el día después fue comprarme una Guía Roji. Caminé durante dos o tres horas y después revisé en la guía y me di cuenta de que había pasado del cuadrante A2 al E5 de la página 88. Había caminado desde el Centro hasta Tacubaya más o menos, pero no era nada: todo eso está en la misma página. Ese fue mi primer shock, porque dije: Dios mío, ¿de qué tamaño es esta ciudad? Porque en París, si caminas cuatro horas, cruzas la ciudad”.
Por eso acaso el libro se puede consultar de distintas formas: por cada uno de los treinta cuadrantes que sus autoras identificaron —Donceles, San Idelfonso, Corregidora, Mesones, etc.—, por los cientos de productos, artículos y servicios que existen; desplegando el mapa que incluye, abriéndolo en una página al azar y viendo qué depara la suerte (buena o mala).
—¿Cómo hicieron la división del Centro Histórico en bloques?
—Comenzamos por hacer un scouting. Para eso utilizamos a jovencitos entre quince y dieciocho años, jóvenes movidos a los que les gustaba curiosear y los mandamos al Centro. Les decíamos: “A ver, vete a curiosear y regresa con historias, entrevistas, fotos”, porque queríamos tener una mirada fresca.
”Al hacer la guía, al ir calle por calle, local por local, al tener tanta información y meter a más gente ya enfocada a escribir textos y sacar fotos, pensamos que lo mejor era dividir por zonas caminables, más chiquitas, con cierto ambiente y sabor, muchas veces dados por sus especialidades. No es lo mismo si vas a las especialidades de vestidos de novia que a las papelerías: son dos propósitos diferentes, el ambiente es diferente, el gremio es diferente. Comenzamos a tratar de delimitar lo mejor posible estas zonas —fue un trabajo bastante difícil— por especialidades, ambientes, por dónde empezaban y dónde terminaban y es así como sacamos las treinta zonas.
—¿El Centro Histórico tiene orden o es caótico?
—Este gran caos de una u otra manera funciona, y si funciona es porque tiene un cierto orden —que se puede llamar inconsciente. Un orden que se hizo por su historia, por cómo la gente llegó ahí. Si las jarcierías están por Roldán es porque por ahí pasaba el canal que llevaba a las embarcaciones donde llegaban los vendedores. Entonces es normal que La Merced y las jarcierías estén cerca de esos canales, pues ahí estaban los comercios con sus barcos y estaban esos productos particulares. Por ahí puedes intuir el orden. La gente también se aglomera en función de sus correspondencias, sus yuxtaposiciones. Por ejemplo, cerca de la Plaza de Santo Domingo, donde existen desde siempre los evangelistas, están los locales de impresión de invitaciones y, obviamente, las quinceañeras están cerca; los gremios se juntan. Los puntos de encuentro son las invitaciones, la impresión, la fiesta y la manera de comunicarla.
”Es una ciudad muy vital, para conocerla se comienza por hablar con su gente, en la calle, porque, ¿cómo conoces un país que no conoces? Pues hablando con los que se prestan a platicar, a llevarte.
Queríamos que fuera un libro muy visual, porque para darte cuenta de la riqueza a veces ni las palabras sirven, a menos que seas un extraordinario cronista.
”No es un libro de bolsillo ni mucho menos, es un gran tomo llamativo, bastante bien diseñado y con una gran cantidad de fotografías. Tampoco es un mapa aburrido e incomprensible.
”Queríamos que fuera un libro muy visual, porque para darte cuenta de la riqueza a veces ni las palabras sirven, a menos que seas un extraordinario cronista. Se trataba de hacer un retrato de lo que nos llamaba la atención, de lo que queríamos descubrir, y se fue consolidando con las historias de la gente, de los comercios. Empezó a agarrar más forma, y profundidad. Nos interesaba comprender las historias detrás de todos estos comercios y de su vida cotidiana.
”Algo que me impresiona mucho es la gente que camina en el Centro y que de repente se para, usa veinte minutos de su tiempo para tejer, aprender punto de cruz o hacerse rizo de pestañas o planchado de cejas mientras van al mandado. El centro de lo que me encuentro marca mi tiempo. Si te paras en una cantina o una fonda encuentras desde el señor que tiene la tiendita de toda la vida al lado a un extranjero que pasa y se sienta o a un joven. Encuentras a todo el mundo.
—¿Hubo alguien que no se dejara tomar fotos o ser incluido en el libro?
—A los del comercio informal no les gusta que les tomes fotos porque piensan que vienes de la delegación a ficharlos, o los que venden fayuca. Ahí nos dábamos cuenta de que lo que vendían era fayuca, porque nos sacaban. ®
—En colaboración con M. Rowina.