Carlos Monsiváis nació en un México y murió en otro, es aún prematuro decir si peor o mejor. Por lo menos, Monsi no acabó ejecutado, como otros tantos periodistas, intelectuales y creadores. No fue necesario, de hecho.
A Carlos Monsiváis (1938-2010) le gustaban los gatos. Algo de felino debió tener la naturaleza de Carlos. Gato que pacientemente acecha su presa. Gato que jamás tensa un músculo si no es para el ataque. Gato que se mantiene en un estado de tensión controlada y que no realiza el menor movimiento sino en el instante preciso. Gato que sólo conoce las relaciones por interés y la fidelidad hacia su propio instinto.
Al Museo de la Ciudad de México, donde sus familiares dispusieron que en un inicio se velara el cuerpo, acudió medio México y la otra mitad se abstuvo de hacerlo. Ahí estaba la plana mayor de la cultura, los periodistas, los académicos y algunos activistas de derechos sexuales. Con voz entrecortada y mirada vidriosa, Consuelo Sáizar ofreció Bellas Artes para que continuara el duelo e hizo extensivas las condolencias por parte del primer mandatario. Dijo que no tenía instrucciones precisas de que fuera a asistir. Felipe Calderón, como muchos otros mexicanos, entre políticos, intelectuales y escritores, debe tener buenas razones para no querer hacerse presente. Monsiváis, en realidad, era tan amado como odiado. Tampoco estaban en el velatorio del Museo Andrés Manuel López Obrador, supuesto presidente legítimo de México, ni Roger Bartra, antropólogo y el ensayista mexicano más destacado, cuya carrera en el periodismo cultural laceró impunemente Monsiváis.
Hubo cierta nota de exceso y de histeria colectiva en estas manifestaciones luctuosas, desde las recomendaciones de la matriarca e íntima del difunto, Elena Poniatowska, abogando por que leyesen al gran y sobre todo accesible escritor, hasta las interpretaciones espontáneas de Horacio Franco tañendo su flautín en la segunda guardia de honor. Es cierto, la música, ya clásica o popular, es admisible durante los honores fúnebres pero no desde vísperas, no al menos en la tradición hispanomexicana, ahí primero viene el duelo cuando existe de verdad. Es inmoral e incluso embarazoso eso que se hizo con los despojos mortales de Monsiváis. Bueno, él mismo en vida aspiró a volverse un icono y en parte lo consiguió (era un personaje en las historietas de Chanoc y La familia Burrón), muerto sólo está dando remate a esa tarea. Ahora están la Santa Muerte, Frida Kahlo y Carlos-Carla, virgen y mártir. A Monsiváis sus cuates le apodaban la Güera y, eso de cariño, haciendo caso omiso de sus acentuados rasgos contrastantes. Sobre su ataúd reposaban el lábaro patrio, el estandarte de la Universidad Nacional y la bandera del arco iris, ya sólo faltó la efigie de la virgen de Guadalupe, recordando a Hidalgo, ahora con el bicentenario. Aunque eso a Monsi no le habría hecho ninguna gracia; él era de confesión metodista.
Es inmoral e incluso embarazoso eso que se hizo con los despojos mortales de Monsiváis.
Sus artículos en los diarios e intervenciones en la televisión, recitadas a manera de mantras fast track o rezos devotos difícilmente inteligibles, quedan ahí como parte del folclore e imaginario colectivo. Otro posible escenario que se contempló para la velación fue el Museo del Estanquillo, como quien dice su casa chica (ahora depositaria perpetua de sus cenizas) pero, por aquello de ser el cronista de la Ciudad y por acaparar su cuerpo los del PRD, se acabó prefiriendo el Museo de la Ciudad de México; más tarde el PAN iba a reclamarlo y empeñarse en el traslado a Bellas Artes. ¡De Pilatos a Herodes y de cuerpo presente! Con Carlos Monsiváis se extingue una parte insustituible de la historia reciente de México, sobre todo, vista desde la capital (ya Fabrizio Mejía Madrid, su presunta viuda en los periódicos, que hasta habla como él, puede ir renunciando a llenar el hueco). Carlos nació en un México y murió en otro, es aún prematuro decir si peor o mejor. Por lo menos, Monsi no acabó ejecutado, como otros tantos periodistas, intelectuales y creadores. No fue necesario, de hecho. El amor por los gatos y los libros de su abarrotada biblioteca, que guardaron la esencia de sus fluidos más íntimos, obviaron una vendetta a estricto título personal, no perpetrada con arma rastreable, que cualquiera de sus numerosos detractores y malquerientes pudo haber orquestado, sobre todo, en estos tiempos que corren que hasta por 30 dólares es posible hallar un cobarde que jale del gatillo.
El Fondo de Cultura Económica podrá en breve acometer la magna, pantagruélica empresa de comenzar con la edición de sus obras completas. Una labor que exige estrictos criterios selectivos y mucho esfuerzo humano. Monsi deja una producción nutrida, entre efemérides, crónicas, críticas de libros y curiosidades al margen sobre cultura mexicana. Carlos Monsiváis es autor de un solo libro de no ficción o, para hablar claro, de verdadera literatura, Nuevo catecismo para indios remisos (1982), hace poco vertido al inglés, quién sabe con qué fortuna. Interpelado acerca de su relativa esterilidad, en tanto que auténtico creador, Monsiváis acostumbraba decir que el periodismo y el chismorreo político le habían quitado demasiado tiempo. Talento en germen existía de sobra, eso ni quien lo dudara. Lástima que los libros imaginarios no se hagan acreedores al Nobel.
Este duelo nacional por Monsi, en sectores tan contrastantes de la población, es más bien un lamento ante el antiguo orden de México ahora perdido sin remisión.
Al día siguiente lo que habría de verse en Bellas Artes supera el consabido surrealismo mexicano. Las guardias de honor se sucedieron bajo la consigna, por parte de los intelectuales, de mostrarse a toda costa en el velorio, haciendo caso omiso de las rencillas entre grupos contrarios, la ultraderecha, la izquierda oficial y los espontáneos se dieron cita, apretujándose por ver quién hacía guardia primero ante el catafalco. De las diez de la mañana a la una se extendieron estas exequias variopintas e irreverentes, tal como le habría gustado a Monsi, desde la grave y cantinflesca oración fúnebre que ahora traía escrita Elena hasta la amenazadora rechifla de la plebe exigiendo justicia al grito de ¡Mueran los ricos! Cosa que puso sumamente inquietos a los privilegiados académicos y distinguidas autoridades de la cultura. Un comentador por televisión dijo con gravedad “Monsi no se habría comportado así”. Hasta López Obrador interrumpió su perpetua gira por el sur, especie de exilio ready made, haciendo de tripas corazón y vino a rendir su último adiós al que primero saludara sus veleidades políticas y luego, cuando las cosas se pusieron feas, le volviera la espalda, retractándose públicamente y cercenando todo vínculo con él y con excesos que atentaban contra la democracia de las vialidades urbanas.
Los encumbrados se los vio demasiado llorosos y compungidos. ¡Nos dejas en la peor de las orfandades, Monsi!, fueron poco más o menos las palabras de la mamá grande de las letras mexicanas. Quienes gozaban de todas las pleitesías del relativo auge económico deploran la venidera suspensión definitiva de recursos. En México pocos son los escritores que viven de mover la pluma, escribiendo en diarios y revistas, ganándose el pan con su trabajo como reporteros, traductores o correctores, los más, esgrimiendo como pretexto las escasas o nulas regalías de sus publicaciones, medran con becas, premios y puestos honoríficos concedidos por el régimen. Monsi, por cierto, eso hay que reconocerlo, era una hormiguita y escribía hasta en los últimos diarios y pasquines del país, tantas veces a cambio de una bicoca. Bueno, no dejaba de tener sus prebendas por otros lados. La situación de los desposeídos es muy otra. Ahí el clamor se levanta ante la presión social, cada día menos tolerable, ante la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, la creciente inseguridad e impunidad de los delincuentes, frente a la ausencia casi total de perspectivas halagüeñas para un futuro próximo. Este duelo nacional por Monsi, en sectores tan contrastantes de la población, es más bien un lamento ante el antiguo orden de México ahora perdido sin remisión. La grita de los lazzaroni, la chusma, constituyó sin duda la mejor parte del espectáculo que habría resultado acaso demasiado imponente hasta para el mismo Monsi quien, a la hora de la trifulca, le gustaba mirar desde lejos, defender a los marginados pero reservando para sí todas las ventajas que otorga la privanza con el Poder.
Paz decía que Monsiváis tenía ocurrencias, no argumentos. Monsiváis pudo contestar que Paz tenía convicciones estéticas y tendencias políticas, no ideas ni mucho menos emociones, pero prefirió callar.
Se nos fue Carlos Monsiváis entre pitos y flautas, dicho sea sin albur, pues al final llegaron los músicos populares, los que de niño oía en la colonia Portales, aquellos que le eran en verdad entrañables, y en medio del llanto de plañideras muy machas, sus incontables amigas lésbicas, se despide dejando un recuerdo indeleble en los lugares de ambiente, las discos, los bares de todo el país, los baños de vapor donde, cuando no estaba en tan malas condiciones, solía asistir. Monsiváis en México fue un intelectual de vanguardia, muy en la línea de trasgresores y débauchés de la talla de Michel Foucault, Roland Barthes y Severo Sarduy, a causa de su franca y denodada frecuentación de la escena alternativa y la defensa ocasional y a mansalva de los derechos de las minorías. Se va un gran maestro, no sé decir si amigo, entre los escritores sólo tenía hermanos de Mafia, no sin sentar precedentes en el absurdo nacional y el surrealismo involuntario. Paz decía que Monsiváis tenía ocurrencias, no argumentos. Monsiváis pudo contestar que Paz tenía convicciones estéticas y tendencias políticas, no ideas ni mucho menos emociones, pero prefirió callar, regalarle su silencio mordaz y felino. Los gatos no mueven un músculo sin haber para qué. Monsi ahora se ha convertido en un símbolo que viene a sumarse a esta trasmutación de todos los valores (para hablar con Nietzsche) que está sufriendo el país. Representa lo mejor y lo peor. El cielo o el inferno, según el lado por donde se lo mire. Eso sí, se marchó en un momento oportuno, de aquí en adelante, en la historia de México, sólo parece haber cuesta abajo. ®
Juan Heladio
Soy Juan Heladio:
Perdón pero quiero enmendar un cita inexacta:la revista que publicó de Carlos Monsiváis «Notas en torno a la moral social en México»pp 59-77, es TRIMESTRE POLÍTICO, No. 2, Ed. Fondo de cultura económica.
Juan Heladio
Fíjate que las malquerencias hacia Monsiváis sólo las he leído y escuchado de escritores—y entre ellos la mayoría periodistas—, políticos y gays; comentarios furibundos, terribles.
Creo que exageras cuando escribes que se salvó de que lo asesinaran. No era para tanto.
Recomendación:en 1975 escribió para CUADERNOS POLÍTICOS, «Notas sobre la moral en México»;con motivo de su fallecimiento lo releí y aún lo considero un texto seminal, creativo y bien ponderado;muy original como ensayo.Ojalá y lo leas es excepcional.
¿Será que se le recordará como autor de unos cuantos ensayos luminosos y… das ist alles? Ya no pude releer DÍAS DE GUARDAR, ni AMOR PERDIDO, ni ENTRADA LIBRE, los sentí envejecidos.Bueno,los lectores en ciernes se pronunciarán al respecto.
Saludos.