Phoebe Gloeckner es una ilustradora médica, artista de cómics y profesora de arte en la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Dos de sus trabajos más conocidos son sus ilustraciones para La exhibición de atrocidades, de J.G. Ballard (publicada por RE/SEARCH en 1990) y sus cómic semiautobiográficos The Diary of a Teenage Girl (Frog Press, 2002). Recientemente, además de su labor en la enseñanza, ha estado trabajando en un proyecto artístico sobre las muertas de Juárez.
Sorpresivamente —¿o no?— los medios mexicanos saben casi nada acerca de este proyecto, a pesar de su supuesto interés en él.
La contacté para solicitarle una entrevista para M Semanal, la revista semanal de Milenio Diario. Luego de comunicarme con ella me contó que había revisado la versión online de la revista “y en la portada aparece el artículo ‘México, donde los gringos vienen a morir’. Coincidentemente, me encontraba a punto de salir rumbo a Ciudad Juárez, así que el título del artículo me pareció gracioso entonces”.
Durante la entrevista Phoebe, quien resultó ser una persona muy agradable y accesible, ahondó acerca de los temas sobre los que le pregunté. La versión final —la cual apareció en la portada de la revista como tema de la semana— es más corta que la original. Aquí presentamos, para el público de Replicante las dos versiones íntegras, en español e inglés.
—¿Qué te impulsó a trabajar en este tema específico? ¿En qué momento te enteraste de los feminicidios en Juárez?
—En algún momento en 2003, unos meses antes de terminar un libro (The Diary of a Teenage Girl) me contactó una actriz, quien me pidió que viajara a Ciudad Juárez para conseguir material para una historia sobre el número aparentemente alto de mujeres asesinadas en ese lugar. La historia era para un libro a beneficio de Amnistía Internacional. Sentí que yo no venía al caso para escribir una historia sobre México: ni siquiera hablaba español y, en ese entonces, yo sólo había venido a México una vez: a Tijuana, por un par de horas, con un grupo de caricaturistas estadounidenses (Tom Tomorrow, Paul Mavrides y Caryn Leschen, creo) y para distraernos de la ComicCon de San Diego.
El libro, I Live Here (publicado por Pantheon en 2008), era una colección de trabajos de muchos autores sobre asuntos mundiales que afectan a mujeres y niñas. La actriz, que también fue la editora del libro, tenía una rígida agenda política que ella esperaba que fuera expresada y apoyada por el proyecto. Esto fue un problema para mí desde el principio. Como artista, sentí una fuerte responsabilidad de explorar por mí misma la situación antes de sacar conclusiones sobre lo que estaba sucediendo en Juárez, y las razones. Mi primer viaje a Juárez (en noviembre de 2003, al lado de la actriz) estuvo altamente controlado. Entrevistamos a personas que reunían ciertas características (madres de hijas asesinadas y que eran parte de una ola de “inmigrantes económicos” que se habían cambiado de Juárez a otras partes de México para conseguir empleos en las maquiladoras estadounidenses y canadienses). Parecía determinado que las mujeres hubieran sido asesinadas debido a su conexión con las fábricas extranjeras y, por lo tanto, se podía culpar a la globalización de sus muertes.
Los asesinatos sexuales son, me imagino, acciones íntimas que expresan un desorden intolerable en la vida interna del perpetrador. Para mí resultaba imposible imaginar que la política tenía la culpa, aunque los factores políticos y sociales pudieran facilitar el comportamiento del individuo.
De inmediato tuve que cuestionar esta conclusión. Los asesinatos sexuales son, me imagino, acciones íntimas que expresan un desorden intolerable en la vida interna del perpetrador. Para mí resultaba imposible imaginar que la política tenía la culpa, aunque los factores políticos y sociales pudieran facilitar el comportamiento del individuo. Revisando las listas de mujeres asesinadas (recopiladas en los periódicos locales PM, El Diario, El Mexicano y otros) parecía ser que la mayoría de los asesinatos, aunque sin resolver, se asumían como cometidos por esposos, novios u otros conocidos. Actos de violencia doméstica. Y, en realidad, pocas de las víctimas eran empleadas de las maquiladoras. Sumado a eso, en proporción a todos los asesinatos cometidos en un año determinado, el número de mujeres asesinadas en Juárez parecía ser casi igual a la misma estadística en muchas ciudades grandes de Estados Unidos.
Así que no sólo cuestioné las conclusiones que se me pedía que apoyara en mi pieza, sino que también regresé a Estados Unidos, aturdida por el dolor y la pobreza que atestigüé. Fue una batalla comprender cómo sería posible que contara historias acerca de mujeres muertas que jamás fueron “como yo” porque soy una “gringa” de una familia más o menos de clase media, porque no hablo el mismo idioma, porque mi hija no había sido asesinada, porque tengo estudios, tengo un buen trabajo, porque usualmente puedo hacer que la gente me escuche… Me preocupaba no ser capaz de escribir una historia que no fuera más que pura mierda, salpicada de culpa, miedo y excusas. Sentía empatía y compasión, pero mi punto de vista se hallaba desconectado de las experiencias de la gente que había conocido en Juárez.
Necesitaba hallar una manera de meterme en estas cosas, entender la situación tal y como la había experimentado la gente sobre la que escribí. Necesitaba estar en un punto donde pudiera aceptar la pobreza como un estado normal para que cualquier impacto o incomodidad que sintiera no evitara que viera más allá de eso. Tenía que abandonar la culpa que sentía por tener más. No le ayudaba a nadie.
—Describe tu proyecto. ¿Es un cómic?
—Al principio, la idea era crear una historia en cómic de unas 25 páginas sobre los feminicidios en Juárez. Pero, como dije arriba, mi experiencia e investigación no parecían apoyar lo que me alentaban a expresar en la pieza. Consecuentemente, creé una serie de viñetas que trataban sobre asesinato, mujeres y muerte. Combiné reportajes periodísticos (basada libremente en traducciones en Google de artículos de El Diario de Ciudad Juárez), la mayoría acompañadas de versos del Canto a mí mismo, de Walt Whitman: “¿Alguien ha supuesto que es una suerte haber nacido? Me apresuro a informarle que morir es igualmente una suerte, y yo lo sé”.
De alguna manera, no entender por completo el español parece que me volvió más hipersensible a otros detalles: los gestos y las expresiones de la gente con la que hablamos (¡casi como si estuviera sorda!), así como a detalles del ambiente. Aunque mi meta es volverme semi-fluida algún día. Quizá el año que viene. Quizá mañana.
Cada una de estas viñetas representa un asesinato real, aunque me tomé algunas libertades con la manera en que están descritas. El lenguaje usado se basa en la sintaxis de traducciones de Google, la cual fue mi manera primera y primaria de entender las noticias en Juárez. Con el tiempo, me acostrumbré a los patrones lingüísticos y la extraña verborrea de los motores de traducción y empecé a usar patrones similares de acomodo de palabras y frases al escribir. Esta manera de escribir parecía reflejar mi experiencia como una artista que trata de entender una situación. Me encontraba atrapada en medio, muy como la mayoría de la gente de la frontera EU-MX, o en realidad, en cualquiera espacio geopolítico transitorio o temporal.
No se trata de una historia, sino de un juego de imágenes que representa historias más grandes y, en la superficie, las páginas no son bonitas. En México es frecuente que se publiquen fotos de muertos, pero la cultura periodística es diferente en Estados Unidos, donde estamos mucho más “protegidos” de ese tipo de imágenes. De nuevo, al vivir al norte de la frontera me sentí atrapada en medio. Mi primer impulso era “normalizar” la muerte enseñándola. Pero mi propósito no era reportar noticias y mi trabajo no estaba tan íntimamente ligado a los detalles objetivos como lo estaría el de un reportero. Mi segundo impulso fue tratar de encontrar belleza en la muerte, la cual, naturalmente, se ve oscurecido por el horror o el dolor. Traté de hacer las imágenes “bellas” y usé las líneas de Whitman.
No dibujé las imágenes como casi siempre lo había hecho en mis trabajos anteriores. Descubrí que dibujar la muerte me hacía sentir muchísimo una perpetradora de los asesinatos que estaba retratando. Más bien reconstruí los lugares donde habían sucedido los hechos e hice muñecas para representar a la gente. Sentí que podía “matar” a las muñecas y no sentirme tan mal por ello, porque después de tomar las fotografías las limpiaría y resucitaría.
Después de terminar esta pieza para I Live Here decidí continuar trabajando en el mismo tema para una novela larga. No estaba segura de qué forma tomaría, pero sí sabía que me enfocaría en una familia, y que mi reto más grande sería encontrar una manera de “normalizar” mi presencia como autora (implícita y explícitamente). De alguna forma sentía que no tenía derecho de contar la historia. Claramente yo era una extraña. Aunque creo (de manera bastante simplista, supongo) que todos somos básicamente iguales, más o menos, y ciertamente “valemos lo mismo”, y me sentí en la obligación de tratar de contar una historia que dejaría esto claro.
Ni la historia ni la forma en que estoy juntando el libro son “tradicionales”. Estoy trabajando en dos versiones del libro y la versión primaria es electrónica. La estoy diseñando para que se pueda ver en un aparato como un iPad. He hecho secuencias animadas y en acción real que se entremezclarán con el texto. Estoy tratando de hacer algo que no he visto que se haga antes, y no ha sido fácil. Pero más o menos he establecido un formato, lo cual es un gran logro en un mundo en el que la tecnología cambia constantemente y las posibilidades parecen ilimitadas.
—¿Cuánto tiempo te ha llevado realizar tu proyecto?
—Para conocer la situación tan bien como pudiera, empecé a regresar a Juárez varias veces al año. Fue difícil, porque la gente sobre la que estaba escribiendo no tenía teléfono. En ese tiempo el correo no llegaba a su vecindario. Cuando quería hablar con ellos, simplemente tenía que ir a México.
He estado viviendo y trabajando en este proyecto durante casi ocho años. Se ha vuelto parte de mí y yo me he vuelto parte de las vidas de la gente sobre la que estoy escribiendo. Era necesario que pasara el tiempo, era la única forma de que pudiera entender las complejidades de la vida en la frontera. Ahora soy una persona distinta.
—¿En qué etapa te encuentras ahora?
—Estoy en la Facultad en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. En junio empiezo un año sabático y no daré clases. Mi meta es acercarme al término del proyecto tanto como pueda durante ese año.
Trabajo en todo al mismo tiempo. Es como una gran ensalada, lanzada con violencia en un tazón que es varias veces más pequeño. Muchas de las piezas, lanzadas a las alturas, caen al suelo y nunca serán usadas en la ensalada. Tengo dibujos, animaciones, textos, textos, textos, entrevistas, fotografías, sets, escenarios, así que cada parte debe ceder su individualidad para formar parte del todo.
He hecho secuencias animadas y en acción real que se entremezclarán con el texto. Estoy tratando de hacer algo que no he visto que se haga antes, y no ha sido fácil. Pero más o menos he establecido un formato, lo cual es un gran logro en un mundo en el que la tecnología cambia constantemente y las posibilidades parecen ilimitadas.
Todavía no firmo el proyecto con ningún editor. No quise hacerlo hasta haber tomado la mayoría de las decisiones creativas sobre cómo se ve (y “actúa”) el libro, dejando terminada uan versión electrónica primero. También quiero producir una versión impresa (obviamente, mucha gente no tiene iPads), la cual tendrá cualidades diferentes. Para mí es muy importante que una versión en español del libro se venda en México, así como en Estados Unidos. Sin embargo, pocos de los editores con los que he platicado quieren publicar y distribuir libros en México. Aparentemente existe miedo por la facilidad con que los libros se piratean en México, así que es difícil tener ganancias o incluso recuperar la inversión.
—¿Qué has descubierto durante este tiempo sobre los feminicidios y la gente que la ha sufrido directamente?
—He aprendido muchísimo. No sabría por dónde empezar. Pregúntame cuando termine el libro. No sólo se trata de los feminicidios, es la frontera (esa membrana semipermeable); tiene que ver con diferencias de clase, educación, depresión, benevolencia, avaricia, narcisismo, odio hacia sí mismo, aquiescencia… al investigar un solo asesinato tan a profundidad como lo hice me di una idea del impacto que el acontecimiento tiene en una familia, en una calle, en un barrio, en una ciudad… todo esto conforme pasaba el tiempo.
—¿Sientes que la ola de crimen por la que está pasando México en la actualidad ha afectado tu trabajo?
—Sí. En 2008 me dieron una beca Guggenheim para continuar trabajando en este proyecto. Mi intención era vivir en Juárez por al menos tres o cuatro meses. Fui a buscar un departamento en mayo de 2008 y algo se sentía diferente. La gente se movía más rápido, había menos turistas, el aire se sentía más pesado, no lo sé. Leía la versión en internet de El Diario y al final del verano la escalada de violencia era evidente.
Yo soy de ojos claros y piel clara, e incluso manteniendo la boca cerrada habría sido difícil hacerme invisible en el centro de Juárez. Para el otoño de 2008 había tan pocos turistas estadounidenses en la ciudad que jamás habría podido nada más vivir y observar tranquilamente, que es lo que quería hacer. En lugar de eso, hice viajes cortos cada cuantos meses.
—¿Percibes alguna diferencia significativa entre cuando empezaste y ahora?
—¡SÍ! Ésta sería una respuesta muy larga, pero, básicamente, la ciudad parece más pobre, la gente parece resignada a que la vida sea así. Los pequeños brotes de esperanza se han extinguido. En algunos barrios, cada cuarta o quinta casa está abandonada y destruida: balaceada, saqueada, quemada. La gente está habituada a la violencia. Está cansada de tener miedo, así que hace fiestas y se divierte, pero evita mirar a los extraños a los ojos. Con los federales y el ejército parece una zona de guerra. Pero todo esto ya lo sabes, Jorge.
He hecho buenos amigos en Juárez y todos siguen con vida. Espero que sigan así. Me preocupo por ellos todo el tiempo, y me pregunto cómo se sienten. Ayer llegué de Juárez y el viaje me puso feliz. Amo la ciudad, amo a mis amigos, me siento enriquecida por conocerlos y conocer a la gente. Ahora, de regreso a casa, tengo modelos a escala de (Valle de) Anapra y de las casas de la gente, y trabajo en mi libro con la esperanza de que las cosas mejoren. Simple, ¿verdad? Sí, cómo no…
—Suena a que realmente hiciste vínculos con la gente sobre la que estás escribiendo.
—Sí. Algunos de mis mejores amigos viven en Juárez. Y me preocupo por ellos. El año pasado mi familia no quería que cruzara la frontera, y en lugar de eso, invité a alguna gente para que me visitara. Por supuesto, no todos a los que conozco en la ciudad pueden obtener una visa o ni siquiera tienen pasaporte. Pero seis de mis amigos pudieron venir a Ann Arbor en diferentes momentos durante el verano. Fue maravilloso y me hizo sentir que mi proyecto comenzaba a cerrar el círculo, como si el mundo se empequeñeciera, de una buena manera. El paso siguiente es conseguir sacar visas para algunos más.
—Quiero saber cómo es que las madres —y las familias en general— lidian con la muerte de sus hijas, hermanas, etc. ¿Ser mujer facilitó que se sintieran cómodas hablando de su experiencia? ¿Estaban abiertas a hablar sobre su situación?
—La gente se abre para hablar una vez que te conocen bastante bien. No creo que el hecho de que yo fuera mujer le ayudara a sentirse cómoda. Después de todo, jamás he sido hombre. Pero, en general, con base en la experiencia y la observación, cuando uno sale de casa la mayoría de las cosas son más fácil si eres hombre. ¿Tú qué piensas?
—Lo que yo pienso es que ser hombre facilita las cosas en general, pero también que los hombres reaccionan más frente a una mujer, debido a un asunto sexual, machista. Te lo preguntaba porque no sé si yo habría tenido el estómago para vivir luego de que una cosa tan horrible me sucediera a mí. Pero me siento cómodo entre mujeres, así que probablemente me habría abierto frente a una. Pero también, tal vez esa gente lo que necesitaba para abrirse era a alguien externo, en general, ya fuera una mujer, alguien de otro lugar; no lo sé.
Anoche mi mujer vio la imagen del padre que hace que su bebé le practique el sexo oral y la perturbó. Dijo que le dolió el estómago. No por tu arte, sino por el hecho de que la historia fuera real. A eso es a lo que me refiero: esa realidad es tan abrumadora, estúpida y triste que no sé si nosotros (me refiero a mi esposa y a mí) seríamos capaces de hablar con alguien si algo como eso le sucediera a nuestra hija.
—Bueno, te contaré algunas cosas que sucedieron mientras me encontraba trabajando en este proyecto. Mi sobrino, que tenía dieciséis años, murió de cáncer cerebral. Era un chico brillante y era hijo único. Tenía dolores de cabeza y pensaba que eran migrañas. Murió siete meses después de que lo diagnosticaran. Yo pienso que al final creía que mejoraría. Cuando eso pasó yo estaba tan triste: la fragilidad de lo que más amamos se hizo tan clara…
He estado viviendo y trabajando en este proyecto durante casi ocho años. Se ha vuelto parte de mí y yo me he vuelto parte de las vidas de la gente sobre la que estoy escribiendo. Era necesario que pasara el tiempo, era la única forma de que pudiera entender las complejidades de la vida en la frontera. Ahora soy una persona distinta.
Y luego, el verano pasado, otro sobrino joven cometió suicidio. Le conté a la familia en México; el dolor comprende al dolor. Quizá que fuera mujer los hizo sentir más seguros, pero en ocasiones, ya sabes, hay experiencias que unen a la gente con el tiempo. También confiaron en mí porque siempre he tenido un deseo genuino de ayudarlos de alguna manera, más allá de mi proyecto. Ayudé a una de las hijas a que asistiera a la escuela de belleza y traté de ayudar a un hijo a que acabara la preparatoria. Había cursado el primer año de prepa, pero el año académico se le dificultaba y no lo apoyaban para hacer las tareas, puesto que se esperaba de él que ayudara en casa a cuidar a diez niños. Como sea, una combinación de cosas lo llevaron a abandonar la escuela, pero le dije que lo ayudaría si lo volvía a intentar.
¿Mencioné que tengo dos hijas? Así que comprendo tu reacción y la de tu esposa. Cuando empecé a investigar los asesinatos me sentí enferma. Era abrumador.
Es extraño, porque, ¿qué pasa si escribes un libro o haces una película basada en una historia real, como el asesinato de una persona joven, el hijo de alguien? Aunque hayas ficcionalizado la historia, te inspiras en gente y eventos reales. ¿Qué pasa si, al final, tu trabajo se queda corto respecto de lo que esperabas? ¿O qué tal si has hecho lo mejor pero ofendes a la gente que ha inspirado el trabajo? Sólo quiero decir que lo que describí anteriormente —pagar una colegiatura, cosas así— lo hago en parte porque no quiero que el bienestar de la familia sufra si la cago. He crecido preocupándome por la gente, y es importante tratar de mejorar sus vidas, o el futuro de sus hijos, si puedo hacerlo. Esto es cosa aparte de mi papel como artista o escritora, pero ambas cosas se encuentran entrelazadas. ®