Al caminar sobre la arena, en la soledad de estos inmensos valles en Joshua Tree, escucho entre las piedras el eco de nuestros pasos. Nuestros pasos que apenas si dejan huella. Una huella ligeramente visible que pronto será borrada por el viento. Un viento frío que corta y quema al tocar la piel desnuda.
Al contemplar en los cactos su ritmo infinito y armónico, y en las piedras sus formas variantes de líneas de luz y sombra con las que se crean y suceden a cada instante seres y animales fantasticos, además de una sutil geometría derivada en lenguaje abstracto, pienso que no existe en la creación artística manos más sabias que las de la naturaleza.
Mientras contemplo la luz cambiante, reposada sobre las piedras, pienso en algo que leí en alguna parte que dicen que dijo Picasso:“La naturaleza es una cosa y el arte es una historia aparte”. Creo que se equivocó en esto, pues al contemplar este inmenso infinito, poblado de piedras y plantas, circundadas por el universo, una vez más compruebo que la naturaleza es todo: incluidos nosotros, los seres humanos.
Mientras contemplo con embeleso una grieta que parte por un costado una roca milenaria, una línea sutil inundada de luz y sombra, recuerdo un par de versos de Walt Whitman:
Nunca me hables del amor
debajo de un techo.
Háblame de él en el espacio abierto
cubiertos por un manto de estrellas. ®