Neuronarrativa

Somos animales de historias

Los autores se preguntan por qué las personas se interesan más en lo que le pasa a una niña y dejan de lado lo que les pasa a millones de personas. Parte de la respuesta tiene que ver con cómo nos cuentan las noticias, pero también con cómo hemos evolucionado y nuestro gusto por las historias.

Frenología. Carta de las facultades. People’s Cyclopedia of Universal Knowledge (1883).

Introducción

EL 14 de octubre de 1987 la niña de 18 meses Jessica MccLure cayó dentro de un pozo de 8 pulgadas de diámetro en el patio trasero de la casa de su tía en Midland, Texas (People, 2022). La noticia fue objeto de la atención mundial, ya que la entonces naciente cadena de noticias CNN realizó una cobertura de 24 horas y la fotografía de su rescate obtuvo el premio Pulitzer en 1988.

Esa atención mundial al caso de McClure no fue la misma que la del genocidio de Ruanda de 1994 cometido por parte de los hutus contra los tutsis en medio de un conflicto entre el 6 de abril y el 17 de julio en el que murieron unas 800 mil personas, la gran mayoría de ellos tutsis (BBC News, 2014). Aunque posteriormente esta masacre ha sido tema de películas —la más conocida es Hotel Rwanda—, en ese momento prácticamente nadie le dio importancia. La comunidad internacional tardó alrededor de dos meses en darse cuenta de lo que estaba sucediendo y comenzar a tomar cartas en el asunto.

¿Por qué las personas se interesan más en lo que le pasa a una niña y dejan de lado lo que les pasó a cientos de miles, cuando no a millones de personas? Parte de la respuesta tiene que ver con cómo nos cuentan las noticias, pero también con cómo hemos evolucionado, tanto nosotros como nuestro gusto por las historias.

La evolución de las historias

Los humanos somos un tipo específico de animal, con nuestras características propias, pero animales al fin. Una de esas características es que seríamos un animal al que le gustan las historias. El investigador australiano Brian Boyd (2018) ha propuesto una serie de fases de nuestra evolución filogenética que van desde la prehumanidad hasta el surgimiento de la ficción como base de las historias. En la primera de esas fases es de esperar que nuestros antepasados evolutivos tuvieran las mismas capacidades que ahora presentan algunos animales, por ejemplo, los chimpancés pueden comprender la causalidad (Premack y Premack, 1994), recordar (Crystal, 2010) y comunicar eventos (Overduin–de Vries, Spruijt y Sterck, 2014).

Posteriormente, basándose en las ideas de Merlin Donald (1993), Boyd propuso la aparición de la fase mimética, que se refiere a un conjunto de capacidades controladas por la intención de representar y comunicar a través de una variedad de modos de expresión que no incluyen el lenguaje, como señalar, gesticular, adoptar posturas, realizar movimientos, mostrar expresiones faciales y emitir sonidos vocales. El paso de la fase mimética al uso del lenguaje fue corto, pero tuvo consecuencias significativas, ya que, si bien podemos decir que inventamos el lenguaje, podemos decir también que el lenguaje nos transformó (Dor, 2015). Y una de las formas en que nos transformó fue que comenzamos a comunicarnos preferentemente por medio de narrativas; podríamos aventurarnos y decir que el producto natural del lenguaje es la narrativa, ya que nos permite construir explicaciones sobre las acciones de una persona, sus razones, su personalidad, su situación, su historia, creencias, deseos y planes (Hutto, 2008).

Una vez que tenemos la capacidad de comunicarnos entre nosotros pasamos a la ficción; la ficción se basa en otras características de los humanos: jugamos. La función del juego es que nos permite aprender dentro de límites seguros, y la ficción es un juego narrativo. La ficción puede construir acontecimientos sorprendentes, personajes, cambios de fortuna e implicaciones para mantenernos absortos de principio a fin. Así aprendemos indirectamente tal y como lo hace el juego (Gottschall, 2012).

La ficción también se basa en otro de nuestros rasgos más característicos: tenemos una mente deseosa de religión, nos es muy fácil pensar que una cosa somos nosotros y otra nuestro cuerpo (dualismo) y tendemos a atribuir hechos azarosos a agentes supranaturales; si a esto le añadimos que las historias fomentan la cooperación, tenemos el plato servido para que las religiones hagan uso de las historias para inventarnos dioses (Boyd, 2018).

Cuando hemos comprendido bien un relato somos capaces de explicar qué ha ocurrido, a quién, dónde, cuando, por qué y con cuáles consecuencias. Mediante la utilización del pensamiento narrativo somos capaces de organizar la información que nos llega aplicando nuestros conocimientos previos.

Así llegamos a la creación del pensamiento narrativo, el cual nos permite descubrir las relaciones que se dan en un relato y jerarquizar esas relaciones. Cuando hemos comprendido bien un relato somos capaces de explicar qué ha ocurrido, a quién, dónde, cuando, por qué y con cuáles consecuencias. Mediante la utilización del pensamiento narrativo somos capaces de organizar la información que nos llega aplicando nuestros conocimientos previos, así como las estructuras causales y espacio–temporales que poseemos (Berros, 2010).

Las historias no sólo cumplen con una función social, como lo hemos visto hasta el momento, también es una cuestión artística. En su libro El instinto del arte Dennis Dutton (2010) propone que la belleza es una respuesta emocional intensa a lo que tuvo valor de supervivencia, valor reproductivo o fomentaba la cohesión social durante nuestra etapa evolutiva que se desarrolló durante el pleistoceno. Sostiene que la belleza es una de las formas que ha tenido la evolución para despertar y sostener interés, fascinación y hasta obsesión para tomar decisiones adaptativas para la sobrevivencia, la reproducción y la cohesión social. El arte es la extensión e intensificación de lo que por evolución ya nos es bello. Si esto es así, una manera de comprobarlo es por medio de los estudios neurocientíficos, idea que elaboraremos más adelante.

Cognición vs. emoción

La nuestra es la generación más sentimental de toda la historia. En un artículo muy interesante Scheffer, Van de Leemput, Weinans y Bollen (2021) explican que la argumentación basada en datos ha ido declinando desde la década de los ochenta y se aceleró a partir de 2007, en los lenguajes —inglés y español— que analizaron, tanto en libros de ficción como de no ficción y en artículos de periódicos; al mismo tiempo, ha ido aumentando un lenguaje cargado emocionalmente, una tendencia que ha corrido en paralelo con un cambio en el lenguaje de lo individualista a lo colectivista.

Si esto es así, si comienza a haber un predominio de la emoción sobre la razón, entonces una consecuencia lógica debe de ser que, si se quiere que un mensaje tenga más impacto, debe apelarse no al pensamiento sino a las emociones. Volvamos a la historia que contábamos al inicio: Jessica MccLure vs. 800 mil personas asesinadas en Ruanda. ¿Por qué el caso de la niña llamó la atención mundial en menos de 24 horas, mientras que lo sucedido en Ruanda no llamó la atención sino a los dos meses de las masacres? La respuesta es que, si eres capaz de identificar a una persona que está sufriendo, eso va a despertar más emociones que saber que 800 mil personas están siendo asesinadas. Es un fenómeno bien estudiado, como veremos a continuación.

La disposición a contribuir aumenta conforme se identifica a una víctima en concreto, así, cuando sabían la edad, el nombre y se les daba una foto, más dinero estaban dispuestos a donar a esa persona en particular (Kogut y Ritov, 2005); pero esto también vale al revés, las personas son más punitivas hacia los malhechores identificados que hacia los malhechores no identificados (Small y Loewenstein, 2005).

Además, si eres capaz de identificar a una persona en particular es más fácil armar una historia sobre ella que sobre 800 mil. Y las historias aumentan la emoción y promueven el comportamiento. Para decirlo en una frase breve: el relato le gana al dato. En un estudio se encontró que las historias facilitan el procesamiento experiencial, aumentando el compromiso afectivo y la excitación emocional, que sirven como impulso para la acción; esa afirmación se basa en que encontraron que las historias son más efectivas que los informes para promover el comportamiento proambiental y el transporte narrativo autoinformado (posteriormente diremos en que consiste el transporte narrativo), particularmente aquellos con finales negativos (Morris y cols., 2019).

No quiere decir esto que los datos nunca tengan un impacto sobre nosotros, ya que se ha visto que la evidencia estadística tiene una influencia más fuerte que la evidencia narrativa sobre las creencias y actitudes, mientras que la evidencia narrativa tuvo una influencia más fuerte sobre la intención. Es decir, la evidencia estadística, las creencias y las actitudes se relacionan principalmente con respuestas cognitivas, mientras que tanto la evidencia narrativa como la intención se relacionan más específicamente con respuestas afectivas (Zebregs, Van den Putte, Neijens y De Graaf, 2015).

A más empatía, más donaciones, sobre todo si con quien estamos siendo empáticos está sufriendo, y puesto que la empatía está vinculada con la oxitocina, se esperaría que a mayores niveles de oxitocina hubiera más empatía y por ello más donaciones…

¿Cómo sabemos que estamos emocionados? Entre otras cosas, por las reacciones fisiológicas que tenemos: palpitaciones, sudoraciones, mariposas en el estómago, etc. Barraza, Alexander, Beavin, Terris y Zak (2015) se preguntaron si este tipo de variables fisiológicas podían predecir las donaciones en un estudio que hicieron, y, efectivamente, eso es lo que encontraron: se dona más cuando se reduce la frecuencia cardiaca y el control vagal, al mismo tiempo que aumenta el nivel de conductancia de la piel.

Una de las cosas que más emociones nos pueden generar es ponernos en los zapatos de las personas, la empatía. A más empatía, más donaciones, sobre todo si con quien estamos siendo empáticos está sufriendo (Fisher, Vandenbosch y Antia, 2008), y puesto que la empatía está vinculada con la oxitocina, se esperaría que a mayores niveles de oxitocina hubiera más empatía y por ello más donaciones, hipótesis que fue comprobada por Lin, Grewal, Morin, Johnson y Zak (2013).

Con lo que se ha expuesto hasta el momento se pensaría que para convencer a las personas la única manera en que se puede hacerlo es a través de las emociones. O como se dijo líneas arriba, que el relato le gana al dato. Pero no es necesariamente así, la investigación reseñada anteriormente de Zebregs y colaboradores de 2015 que encontraron que la evidencia estadística, las creencias y las actitudes se relacionan principalmente con respuestas cognitivas, mientras que tanto la evidencia narrativa como la intención se relacionan más específicamente con respuestas afectivas, es complementada por otras investigaciones que han señalado que la evidencia estadística resulta ser más convincente que la evidencia anecdótica y causal si se percibe que hay un buen argumento que se está apoyando con esa evidencia estadística (Hoeken, 2001). Incluso hay quien pone en duda todo lo expuesto hasta el momento porque después de hacer un metaanálisis —una técnica estadística que permite tomar muchas investigaciones y tratarlas como si fueran una sola— concluye que, al comparar los resultados de quince investigaciones con las que trabajaron, la evidencia estadística es más persuasiva que la narrativa (Allen y Preiss, 1997).

Características de las historias

Las narraciones tienen diferentes estructuras: suspenso, sorpresa y curiosidad; esas estructuras inducen tensión narrativa, la cual aparece durante la progresión narrativa y se manifiesta en una serie de respuestas cognitivo–afectivas (Bermejo–Berros, Lopez–Diez y Martínez, 2022). Por ejemplo, una estructura de suspenso produce más respuestas emociones, más transporte —sensación de ligarse emocionalmente a los personajes— y conduce a creencias más consistentes con la historia (De Graaf y Hustinx, 2011).

Hay historias que son más fáciles de procesar, y a la facilidad de procesamiento se le llama fluencia. Lo que muchas investigaciones han observado es que a más fluencia más persuasión (Vaughn, Childs, Maschinski, Paul Niño y Ellsworth, 2010). ¿Cómo se puede lograr más fluencia? La coherencia de la historia desempeña un papel importante; en una investigación los sujetos vieron dos películas, una ordenada y otra desordenada, para ver qué tanto la narración capturaba su atención se les pidió que cada vez que oyeran la palabra pistola levantaran la mano, y lo que encontraron es que a más ordenada la película menos veces levantaban la mano, porque la película estaba hecha de tal manera que su atención estaba puesta en lo que sucedía en la película y no en atender la indicación que se les había dado de levantar la mano (Cohen, Shavalian y Rube, 2015).

En las historias hay también momentos en los cuales el personaje principal tiene más posibilidades de que le vaya mal. A ésos se les conoce como puntos álgidos, y se ha demostrado que los puntos álgidos capturan más la atenció. Por ejemplo, en una investigación (Bezdek y Gerrig, 2017) pusieron a varios sujetos a responder a ciertos estímulos, pero cuando la historia que también estaban viendo estaba en un punto álgido, se vio que las personas tardaban más en responder a esos estímulos.

Otra de las características importantes de las historias son sus personajes. Entre más realistas sean las audiencias pueden ligarse más a los personajes, fenómeno que se conoce como transportación. Factores que influyen en la capacidad de transportarse son los conocimientos previos, las experiencias y la empatía (Green, 2004). Por ejemplo, se reclutaron dos tipos de personas, los que estudiaban leyes y los estudiantes de humanidades, y les hicieron ver una película de abogados; si estudias humanidades el realismo percibido, las emociones, los sentimientos de similaridad y la identificación están con una viuda que estaba demandado a un personaje, pero si se es estudiante de leyes es al revés. Aquí la transportación estaba mediada por los conocimientos previos de los sujetos (Hoeken, Kolthoff y Sanders, 2016).

Teoría de la mente

La empatía es la capacidad de los humanos de ponerse en los zapatos de otras personas; en términos más técnicos se le conoce como teoría de la mente, una habilidad decisiva para las interacciones humanas y la vida comunal.

Esta habilidad aparece en los niños entre los cuatro y los siete años. En un estudio realizado por las psicólogas Daniela O’Niel y Rebecca Shultis (2007), ambas de la Universidad de Waterloo, en Ontario, se encontró que a los cinco años los niños eran capaces de seguir los pensamientos de un personaje imaginario, pero a los tres años no podían hacerlo.

En la opinión del psicólogo Steven Pinker, las historias son importantes porque son herramientas para el aprendizaje y el desarrollo de relaciones con nuestros congéneres. Conforme nuestros ancestros fueron evolucionando, las relaciones sociales fueron haciéndose más complejas, se necesitaba saber quién era quién y qué era lo que hacía.

Una vez adquirida esta habilidad parece que nos es difícil dejar de ver historias donde sea. Esta tendencia fue demostrada en un estudio clásico realizado por Fritz Heider y Mary–Ann Simmel (1944), en el que mostraron una animación de unos triángulos y círculos dando vueltas alrededor de un cuadrado y les preguntaron a varias personas qué era lo que estaba pasando; todos describieron la escena como si las figuras tuvieran intensiones y motivaciones.

Ante estos datos surgió inmediatamente la pregunta de cuál es la ventaja evolutiva de esta tendencia a crear mundos de fantasía. En la opinión del psicólogo Steven Pinker, las historias son importantes porque son herramientas para el aprendizaje y el desarrollo de relaciones con nuestros congéneres. Conforme nuestros ancestros fueron evolucionando, las relaciones sociales fueron haciéndose más complejas, se necesitaba saber quién era quién y qué era lo que hacía, y qué mejor manera de tener en mente esos datos que por medio de historias.

Aún hoy nos la pasamos hablando y chismeando sobre la gente. En 1997 el biólogo Rubin Dunbar (1997), de la Universidad de Liverpool, en Inglaterra, encontró que 65% del tiempo que hablan las personas lo dedican a hablar de otros. La hipótesis es que el chisme es un tipo de “simulador social” que, aunque parezca lo contrario, es un instrumento que ayuda a las personas a lidiar con el mundo social, y, al parecer, las historias cumplen una función parecida, ya que se ha encontrado que hay una relación entre el grado en que se disfruta de una buena historia y tener buenas relaciones sociales, idea avalada por la investigación llevada a cabo en la Universidad de Toronto por Mar, Oatley, Hirsh, dela Paz y Peterson (2006).

En apoyo a esta noción de que las historias son como una forma de práctica social están los estudios de neuroimagen, que revelan similaridades en el cerebro cuando se ven personas reales y cuando se ven animaciones; Mar y sus colaboradores (2007) condujeron un estudio usando la resonancia magnética funcional para escanear el cerebro de voluntarios cuando veían a actores reales y animados; en ambas condiciones se activaron el sulcus temporal superior y el área de confluencia de los lóbulos temporal y parietal, aunque hubo una mayor activación cuando se observaba a los actores reales.

Hasta el momento hemos dicho que las historias nos sirven para saber cómo comportarnos en el complejo mundo social en el que nos desenvolvemos; un corolario de esa idea es que las historias deberían de poder utilizarse como un instrumento para desarrollar nuestras habilidades sociales. Ésta es la pregunta que intentó contestar uno de los estudios más interesantes y controvertidos en el área (Kidd y Castano, 2013). En la investigación se seleccionaron libros premiados y best–sellers como muestra de dos tipos de literatura, la que es una real ficción literaria y la que es ficción popular. A dos grupos se les puso a leer esos textos y a continuación se les hicieron pruebas clásicas de la teoría de la mente: la prueba de la falsa creencia —se les preguntaba por la probabilidad de que un personaje actuara de acuerdo con su falsa creencia o con la creencia verdadera del lector— y la prueba de lectura de los ojos. Encontraron que los que habían leído los textos literarios tenían mejores puntajes en las dos pruebas.

Semejantes datos causaron furor y pronto todo el mundo estaba sugiriendo que para mejorar la teoría de la mente de las personas, y por ello su empatía, deberían de leer libros de literatura de los académicamente correctos; sin embargo, esos datos también causaron desconfianza y se replicaron por parte de Panero y colaboradores (2016); ellos, a diferencia del anterior estudio, no encontraron ninguna ventaja significativa en las pruebas de teoría de la mente que usaron; sin embargo, como en Kidd y Castaño y en investigaciones anteriores, en una prueba llamada Prueba de Reconocimiento del Autor, una medida de la exposición de por vida a la ficción, predijo consistentemente las puntuaciones de la prueba de lectura de ojos en todas las condiciones, y por ello concluyeron que el vínculo más plausible entre la lectura de ficción y la teoría de la mente es que los individuos con una sólida teoría de la mente se sienten atraídos por la ficción o que toda una vida de lectura fortalece gradualmente la teoría de la mente.

Otros estudios han venido a poner más moderación al furor que causó el estudio de Kidd y Castano; unos encontraron que textos no literarios mejoraban la teoría de la mente, mientras que los textos literarios no lo hacían, probablemente porque esos textos se experimentaban desde una mayor distancia —le llamaron a esto teoría de la distancia estética— (Kuzmičová, Mangen, Støle y Begnum, 2017), y otra investigación se preguntó si leer literatura mejora la teoría de la mente; así, aquellos que tienen problemas con eso, como los autistas, podrían mejorar esa discapacidad si se les da a leer libros de literatura. Sus hallazgos son moderados, sí se beneficiaban, pero poco, siempre y cuando se les ayudara a interpretar el texto, por ejemplo, haciéndoles clarificaciones de afecto de los personajes (Slaughter, Peterson y Mackintosh, 2007).

Las investigaciones que se siguieron realizando continuaron contribuyendo a la expectativa de que se podía usar la literatura para promover la lectura de la mente y por ello la empatía; Correa y sus colaboradores (2015) sí encontraron que la lectura de una narración puede hacer que se done más, sobre todo cuando se leía un texto en el que había una resolución justa con los personajes —por ejemplo, castigos mínimos a delitos mínimos—; situación que se ha visto que se repite en otras culturas, como fue el estudio realizado con los cazadores hazda, donde hubo una moderada evidencia de que los participantes que escucharon una historia prosocial dieron más carne que aquellos que escucharon una historia control (Smith, Mabulla y Apicella, 2023).

Temas y personajes

Otros investigadores han enfocado sus esfuerzos a desentrañar qué tipo de temas y personajes son los que aparecen consistentemente en las narraciones de todas las culturas.

De acuerdo con Patrick Colm Hogan (2003), profesor de literatura comparada de la Universidad de Connecticut, la mayor parte de las historias de todo el mundo son variaciones de tres prototipos de narraciones: las románticas, las heroicas y las de sacrificio.

Jonathan Gottschall (2008a), profesor del Colegio Washington & Jefferson, encontró que uno de los temas preferidos es el amor romántico. Hay quienes dicen que la idea del amor romántico es reciente porque el matrimonio es un contrato económico, pero el estudio de Gottschall nos confirma algo que estudios de neurociencias ya lo han afirmado: el romanticismo hunde sus raíces muy dentro de nuestra evolución.

La universalidad de temas indica que hay una base biológica, cerebral, que nos hace proclives a disfrutar de ciertos tipos de historias. Para corroborar esto, Gotschall publicó otro estudio (2008b) en el que analizó cientos de historias provenientes de diversas culturas y halló que los personajes masculinos se distinguen por su fuerza, mientras que los femeninos lo hacían por su belleza. En su opinión, esto demuestra la clásica idea darwinista de que las mujeres deben de demostrar su salud reproductiva, mientras que los hombres deben de ser capaces de proveer sustento.

Persuasión

El poder de las historias no se detiene en que son capaces de revelarnos algo sobre nuestra mente, sino que tienen un gran poder de convencimiento.

Como los publicistas saben, las historias son herramientas de persuasión. La publicista Jennifer Edson Escalas (2007) de la Universidad de Vanderbilt, encontró que una audiencia responde más positivamente a un anuncio que tiene una forma narrativa —por ejemplo, con una historia chistosa— cuando son comparados con anuncios en los que se insta a los escuchas a pensar sobre los argumentos de sus productos.

Algo parecido encontró Green (2006) en un estudio que mostró que poner a una información como “dato” incrementaba el análisis crítico, mientras que, si se etiquetaba como “ficción”, se presentaba el efecto opuesto. Esto quiere decir que la gente acepta más fácilmente ideas cuando están en la disposición a escuchar una historia que cuando están en un estado analítico. De igual manera, se encontró en un estudio sobre creencias religiosas que, cuando a los sujetos se les presentaban indicios, aunque sea sutiles, que promovieran el pensamiento analítico, eso erosionaba la creencia religiosa; esas cosas sutiles eran cosas como leer algo que estuviera mal impreso o ver “El pensador” de Rodin (Gervais y Norenzayan, 2012).

Un final feliz hace que se siga creyendo en una historia mentirosa porque todo terminó bien en la historia. Si el final no es feliz el efecto de la mentira se disminuye, probablemente porque el final triste lo pone a uno en un modo más analítico para entender qué es lo que salió mal.

El pensamiento analítico nos pone en un modo que podríamos denominar de detección de errores, una pregunta que se hicieron Marsh y Fazio (2006) es que si a los sujetos se les pedía estar en un modo de detección de errores —para eso les pedían que apretaran una tecla de la computadora cada vez que detectaran un error en una historia ficticia que estaban leyendo— creerían menos en esa historia y lo que encontraron es que poco, pero sí sirve estar en el modo analítico para no creer en lo que estamos leyendo —eso a pesar de que sabían los sujetos que estaban leyendo una historia falsa.

Así, al leer algo, nada más por el hecho de estarlo leyendo, tendemos a creer que es cierto, pero hay formas en la que la persuasión de un texto se puede incrementar. Dos de esas formas son la introducción de una explicación causal y tener un final feliz. En un estudio Hamby, Ecker y Brinberg (2020) observaron que el final feliz hace que las personas quieran comprender con menos precisión qué pasó. Un final feliz hace que se siga creyendo en una historia mentirosa porque todo terminó bien en la historia. Si el final no es feliz el efecto de la mentira se disminuye, probablemente porque el final triste lo pone a uno en un modo más analítico para entender qué es lo que salió mal.

Una vez que se ha leído algo, incorporamos eso que hemos leído a nuestro sistema de creencias y ya es difícil de cambiar; incluso algunos afirman que todo intento de cambiar las creencias utilizando argumentos de hecho promueve un efecto búmeran que, en vez de cambar la creencia, la fortalece (Nyhan y Reifler, 2010). Es por ello que esos mismos investigadores sugieren que si quieres convencer a alguien de lo contrario de lo que ya piensa, lo mejor no es usar argumentos si o imágenes e historias (Nyhan, Reifler, Richey y Freed, 2014).

Con todo esto llegamos a una de las principales conclusiones de todos estos estudios que mostramos: somos una máquina para hacer y creer historias, y una vez que incorporamos la narrativa de la historia que nos están contando, lo cual sucede sobre todo si la historia es coherente con nuestra forma de pensar, entonces generamos una sobre–confianza, se suprimen la duda y la ambigüedad y tendemos a pensar que no nos hace falta evidencia alguna para las afirmaciones que hacemos (Kahneman, 2012).

Neuronarrativa

Si las historias desempeñan un papel tan importante, tal y como lo hemos descrito, entonces el cerebro debe de ser capaz de representar la información que viene en las historias. Deniz y colaboradores (2019) pusieron a sus sujetos a escuchar o leer la misma historia mientras escaneaban sus cerebros para localizar las regiones que se activaban en esas dos condiciones, encontrando que, independientemente de la modalidad sensorial, en el cerebro se generaban representaciones de diversas características de la narración. Algunas de sus conclusiones, las que más nos interesan, es que regiones específicas del cerebro respondían a pasajes que tenían que ver con la violencia, de partes de personas y personas, tiempos y lugares y, sobre todo, interacciones sociales.

También se han preguntado qué papel cumple el cerebro en el proceso creativo. Diversas investigaciones han resaltado la relevancia de dos redes cerebrales de gran escala: la red por default y la red de control. La primera tiene que ver con la generación de las ideas creativas, o bien en la generación espontánea de ideas candidatas o información potencialmente útil que viene de la memoria a largo plazo. La segunda, al parecer coopera con la red de default para restringir la cognición para cumplir con los objetivos específicos de la tarea. Es decir, la primera tiene que ver con la generación y la segunda con la evaluación de las ideas creativas (Beaty, Benedek, Silvia y Schacter, 2016).

También se sabe que las regiones cerebrales se activan selectivamente para procesar diversos aspectos de las narraciones: si se está hablando de ver algo se activan regiones visuales, si la escena es muy emotiva se activan las regiones ligadas a los sentimientos, y si es una escena de acción se activan áreas motoras (Chow, Mar, Xu, Liu, Wagage y Braun, 2014).

Finalmente, hemos dicho ya que las historias no sólo desempeñan un papel como medios para la interacción social, sino que también podemos disfrutarlas por el mero placer estético que nos producen. El gusto estético está mediado por al menos tres componentes (Chatterjee y Vartanian, 2014): los sensorio–motores, los emotivos y de evaluación —que incluirían no solamente las emociones sino también las recompensas y por ello los procesos de anticipación, wanting, y de disfrute, liking— y, por último, el componente del significado y de conocimiento —incluyéndose aquí el contexto, la cultura y los conocimientos específicos que tenga la persona—. Así, se ha documentado que al ver pinturas de acción se activa el sistema motor (Umilta, Berchio, Sestito, Freedberg y Gallese, 2012), que, al estar involucrados en un proceso de comunicación de emociones, aunque sean sutiles, se activa la amígdala (Naoyukia, Takehiroa, Kena y Marikob, 2012) y que a más conocimiento sobre la obra de arte que se está evaluando se activa más la corteza orbital frontal (Kirka, Skova, Christensena y Nygaardd, 2009).

Conclusiones

En este texto se han abarcado muchos temas, sobre todo los que tienen que ver con cómo escribir una buena novela basado en lo que las investigaciones psicológicas han encontrado. Para quien esté interesado recomendaríamos el libro de Storr (2020) The science of storytelling: Why stories make us human and how to tell them better, del cual hay una versión en español. Aquí el objetivo ha sido vincular las historias con su uso con la manipulación, el engaño y como método de persuasión.

En ese sentido, generar empatía y emociones son la base del uso de las historias para promover un discurso o una ideología. Pero se han visto otras cosas, como el fenómeno de la víctima identificable, tener una estructura que genere suspenso, tener puntos álgidos en la historia, que la narración tenga un final feliz en la que se castigue al malo y gane el bueno; que la historia sea fluida y coherente. También se debe hacer un esfuerzo para que haya transportación en los receptores de la historia, para ello es recomendable que haya identificación con los personajes, para lo cual es necesario que estén descritos de forma realista.

Sin embargo, no se ha dejado de lado el aspecto de las narraciones como una cuestión estética. En ese sentido, hay dos cosas que resaltar: los 12 criterios propuestos por Dutton sobre lo que es el arte y la teoría de la belleza basada en el cerebro. Si asumimos que hay criterios para saber cuándo es arte y cuándo no, entonces se pueden cuestionar muchas supuestas obras de arte como artísticas. Así, en ese sentido, los ready–made de Marcel Duchamp o la obra 4’33’’ de John Cage carecerían de valor artístico. Pero en la misma situación caerían obras literarias que carecen de historia, personajes, fluidez, puntos álgidos, etc., que se han señalado en este texto, y el mejor ejemplo sería acaso la obra de Marcel Proust. ®

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Publicado en: Ciencia y tecnología

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