El problema con la barata polémica del SNCA no radica en que autores ampliamente reconocidos por su talento necesiten el apoyo, lo pidan y lo obtengan de nuevo, porque lo necesitan y merecen, sino que cada vez existen menos condiciones para que un artista se gane la vida con su trabajo en México.

En una de las mejores películas de los años treinta los habitantes de Freedonia y una misteriosa aristócrata, hartos de las corruptelas de los gobernantes anteriores, proponen a Groucho Marx como presidente del país, y éste gana el puesto por una mayoría aplastante. Lamentablemente, Rufus T. Firefly, que es como se llama Groucho en el filme, tiene delirios de grandeza, elige a los peores colaboradores posibles, es incapaz de ver que sus propios hermanos son espías del enemigo o colaboradores a sueldo de ellos, toma decisiones que representan graves conflictos de intereses y, en general, su gestión es tan improvisada y complaciente que muy pronto todo metro cuadrado bajo su mando se vuelve un desastre, al grado que incluso el raquítico país vecino, mucho más frágil, le declara la guerra y está a punto de ganarla. En un acto de valentía y desesperación, cuando ya sólo quedan ruinas de la patria, Groucho toma un arma y dispara por la ventana a los pies de los invasores hasta ahuyentarlos: Miren cómo corren, se jacta, miren cómo corren. Su orgullo se desvanece en cuanto sus ayudantes le suplican que deje de disparar por la espalda a los últimos soldados de su propio ejército. Algo similar sucede cada cinco minutos en el medio cultural mexicano.
Desde hace más de treinta años, y sin importar qué partido gobierne, los que nos dedicamos a la literatura tenemos la impresión de habitar una de las comedias de los hermanos Marx: no aumenta el número de librerías ni el número de lectores, no mejoran las condiciones de vida para ningún grupo social —a menos que seas un político—; los esfuerzos por promover la lectura disminuyen hasta niveles ridículos y las ferias del libro son sustituidas por versiones más baratas pero menos eficientes, en las que se exhiben casi exclusivamente baratijas; las casas de cultura desfallecen de anemia y el FCE y la DGPU se encuentran lejos de enriquecer la oferta literaria con lo mejor de la producción intelectual y artística que se produce en otros países e idiomas. El ecosistema editorial se ha convertido en una carretera llena de baches y socavones, muchos de los cuales provienen de la nula habilidad del gobierno para sobrellevar la pandemia, y los pocos espacios, apoyos o premios existentes adelgazan otro poco cada vez que un nuevo mandatario le pasa la tijera a nuestros funcionarios, por no mencionar que algunos esfuerzos de promoción literaria desaparecen discretamente, como el premio Malcolm Lowry o el Jorge Ibargüengoitia de Novela, que ni siquiera fueron convocados este año —y súmense aquí los premios literarios desaparecidos en cada estado o ciudad del país.
En el caso del Sistema Nacional de Creadores de Arte y de su más recientes resultados, es tal el descontento por su mal funcionamiento que los más jóvenes miembros del gremio atacan a creadores que han dedicado su vida a crear algunas de las mejores novelas escritas en lo que va del siglo.
En el caso del Sistema Nacional de Creadores de Arte y de su más recientes resultados, es tal el descontento por su mal funcionamiento que los más jóvenes miembros del gremio atacan a creadores que han dedicado su vida a crear algunas de las mejores novelas escritas en lo que va del siglo. Quien haya leído El huésped, Cocaína, La caída de los pájaros, Cara de liebre o Pandora estará de acuerdo conmigo.
Si se considera la cantidad de placer que han despertado a lo largo del tiempo los libros de Juan Rulfo o Fernando Del Paso, los cuentos de Francisco Hinojosa y Eduardo Antonio Parra, los poemas de Coral Bracho y Francisco Hernández, la prosa de Daniel Sada, Fabio Morábito y Verónica Murguía, y se compara con el apoyo que se les otorgó en su momento, el resultado representa una inversión favorable para el país, y en muchos casos más duradera que tantos puentes, tantas carreteras con socavones, tanto pavimento con baches, tantos semáforos inservibles, tanto sistema de alcantarillado inservible y apto para la inundación —por no hablar de tantos hospitales moribundos, tantos delincuentes impunes, tantos políticos asociados a los anteriores, tantos desaparecidos en el país.
¿No escribió Fernanda Melchor una de las mejores novelas de México en condiciones adversas y sin ningún apoyo o beca de por medio? ¿Se durmió en sus laureles la autora veracruzana después de Temporada de huracanes o ya publicó otros libros de notable calidad literaria? ¿Dejó de escribir Julián Herbert después de Canción de Tumba y Kubla Khan o nos entregó Suerte de principiante, esa extraordinaria colección de ensayos sobre el oficio de escribir, rebosantes de sabiduría literaria? Liliana Blum, por su parte, no ha dejado de publicar año tras año un cañonazo literario en lo que se refiere a la novela negra. La capacidad de esta autora para sumergirse en la oscuridad de sus personajes y contar historias inéditas en nuestras letras la hace estar a la cabeza de nuestras escritoras policiales. Otro tanto puedo decir de las novelas de Karen Chacek o Bernardo Esquinca, entre muchos otros: los apoyos que les otorguen representan un reconocimiento muy merecido, que permitirá al país obtener unas cuantas páginas extraordinarias, y será una de esas raras ocasiones en que el dinero público se utiliza para crear algo más valioso y duradero que otra antología de socavones.
¿No les parece escandaloso que quienes descalifican estas becas con más ahínco lo hagan con los mismos argumentos con que Hitler y Goebbels condenaron la literatura de Thomas Mann, Walter Benjamin, Max Ernst, entre muchos otros? Los acusó de crear un arte desviado, degenerado, antialemán, y anunciaba que había llegado la hora de acabar con el intelectualismo judío.
Por otra parte, ¿no les parece escandaloso que quienes descalifican estas becas con más ahínco lo hagan con los mismos argumentos con que Hitler y Goebbels condenaron la literatura de Thomas Mann, Walter Benjamin, Max Ernst, entre muchos otros? Los acusó de crear un arte desviado, degenerado, antialemán, y anunciaba que había llegado la hora de acabar con el intelectualismo judío. Y hay que decirlo: en lo que va del siglo XX sólo en un momento se ha vivido tal odio contra la libertad de expresión y de creación y fue en el sexenio de López Obrador. Fue él quien en repetidas mañaneras azuzó el odio contra todo aquel intelectual, escritor o comunicador que se atreviera a criticar sus ideas o excesos. Y si no fue él quien azuzó a sus huestes y a sus publicistas a atacar de manera programada a quien pensara de manera distinta o se atreviera a criticar sus ideas, la coincidencia en el tiempo resulta altamente sospechosa. ¿Chupasangres, vividores del presupuesto? No conozco a ningún escritor que tenga una hacienda de una hectárea en Palenque, con estanque y custodiada por militares, ni me vienen a la mente autores que posean una soberbia mansión en terrenos ejidales de Tepoztlán, valuada en 12 millones de pesos, o fortunas no declaradas al fisco de más de 79 millones de pesos. Quienes repiten estas críticas al gremio artístico repiten los mismos argumentos que los nazis y que el expresidente que más odio ha instigado contra sus críticos. El nazismo, la censura y la persecución de intelectuales desde el gobierno, por cierto, no tiene ni pizca de humor ni de espíritu grouchiano.
Otro problema adicional consiste en que entre los jueces y nuevos becarios se encuentran polítiquillos o creadores al servicio de la ideología persecutoria, sin conocimiento del arte y del gremio, cuyo único mérito artístico ha consistido en rentar una película de Polanski sin quedarse dormidos.
El problema con la barata polémica del SNCA no radica en que autores ampliamente reconocidos por su talento necesiten el apoyo, lo pidan y lo obtengan de nuevo, porque lo necesitan y merecen, sin duda alguna, sino que cada vez existen menos condiciones para que un artista se gane la vida con su trabajo en México, y que mientras no se aumente la infraestructura y la inversión en cultura los apoyos no son suficientes para beneficiar a un número representativo de los artistas en penurias. Otro problema adicional consiste en que entre los jueces y nuevos becarios se encuentran polítiquillos o creadores al servicio de la ideología persecutoria, sin conocimiento del arte y del gremio, cuyo único mérito artístico ha consistido en rentar una película de Polanski sin quedarse dormidos, o publicar tres tristes poemas en la hoja parroquial de su barrio hace cuarenta años.
Los premios de literatura y las becas del SNCA han permitido la creación de bodrios terribles, por supuesto, pero también de unas cuantas obras apasionantes y placenteras, que nos permiten entretenernos, reflexionar, divertirnos, apreciar el valor de la vida humana y comprender lo que significa vivir en este mundo. Atacar a los creadores con argumentos nazis o persecutorios, por un lado, o bien endebles e injustos, por el otro, equivale a gobernar como Hitler o como Rufus T. Firefly. Ya basta de confundir a los críticos y a los artistas con el enemigo. Los quejosos tienen derecho a criticar a los fabricantes de sus zapatos si así lo desean: yo celebraré el día que todos apuntemos hacia el origen y los causantes de nuestros males, no a un camino que nos lleva a la persecución y al maltrato, o bien, a recrear otra película de los hermanos Marx, pero sin su extraordinario sentido del humor. ®