La última vez que hablé con la Jenny me dijo que había ido con una bruja y que iba muy en serio con su plan de separar, para siempre, a Mauro de su madre. La vida no tardó mucho en proponer el escenario que derivaría en su asesinato.
A la Jenny la encontraron bocarriba, tirada junto a su cama, tres o cuatro días después de ser apuñalada hasta la muerte. Dicen que esa posición fue determinante para la captura de su asesino. A la Jenny siempre le gustó hociconear, altanera como quien más. Yo la conocí en el Flamingos, hace ya algunos años, cuando aún se veía bonita y era muy solicitada por los clientes.Mauro fue la última pareja de la Jenny. Los dos veracruzanos. Desde que éste llegó como encargado de seguridad a la Jenny no le faltaron protección y trabajo. Si algo era evidente entre ellos era que se amaban. Todos sabíamos que era la favorita. Del dueño. De los mejores clientes, y de Mauro. Cada mañana, al cierre, se iban juntos al cuarto que rentaban detrás del bar.
Mauro hablaba a menudo de lo mucho que se parecían la Jenny y su mamá, hasta en la sazón para cocinar. La Jenny nunca conoció a su suegra. Quizá porque no podía, de manera natural, darle los nietos que deseaba, Mauro nunca la llevó a Veracruz. Cada vez que la llamaba Mauro no podía dejar de sentirse culpable por faltar al compromiso último de ser su único hijo varón. ¿Qué diría mamá si supiera cómo vivo?, pensaba Mauro a diario mientras veía cómo la Jenny depositaba un odio creciente en aquella madre posesiva y castrante.
La última vez que hablé con la Jenny me dijo que había ido con una bruja y que iba muy en serio con su plan de separar, para siempre, a Mauro de su madre. La vida no tardó mucho en proponer el escenario que derivaría en su asesinato: Mauro la encontró realizando extraños conjuros en la oscuridad del cuarto la noche anterior a su encuentro.
Al paso de unos días, mientras descargábamos la cerveza para el fin de semana, Mauro recibió la llamada más perturbadora de su vida.
—M’ijito, no quiero asustarte, pero me dijeron que tengo cáncer y no sé si vaya a vivir mucho tiempo más.
Era doña Gloria, la mamá de Mauro, quien nunca más pudo ver al hijo que cumple una condena de 23 años por homicidio. ®