Un mosaico de historias-secuelas de la Ley SB-1070, narradas desde la voz de migrantes y deportados; artistas y sacerdotes, narcos urbanos y periodistas, actores del drama cotidiano en tiempos de la deportación masiva.
En Nogales, Sonora, las vías del tren dividen la plaza: el oriente es territorio del Chapo Guzmán; el poniente es tierra de los Zetas. Las vías del tren parten la ciudad y conducen los vagones hacia Estados Unidos. En su tránsito por la frontera el ferrocarril emite su sonido de alarma para que los transeúntes desalojen el camino por sobre las vías. Escena cotidiana, la espera impaciente por saltar la verja efímera y lograr el destino.
Nogales es la vía de un sueño, la esperanza de los venidos desde el sur del país, incluso de centroamericanos que abdicaron a tierra con el objetivo de apoyar en la economía de sus familias desde la ya mítica felicidad que se construye en Arizona.
Convergen en esta frontera la violencia impuesta por las células del narco, en esa disputa por la plaza, con la violencia que ejercen tanto las autoridades de migración estadounidenses, así como la policía mexicana, en contra de los indocumentados.
Nogales es un amanecer dolorido en el interior de una celda, con la resequedad en la garganta, los bolsillos vacíos y la identidad extraviada de indocumentados deportados. Nogales es la nota permanente de ajusticiados en vía pública; una tarde de música en la plaza con pretensos migrantes que bailan y sonríen mientras esperan la noche para intentar de nuevo cruzar a Estados Unidos.
Aquí se vive la calma tensa, policías en cada esquina que detienen a conductores y transeúntes, piden sus documentos, los revisan y después los dejan ir. Soldados en carros camuflados y con armas que intimidan, aunque el trasiego de droga es invencible y la circulación de ésta en las arterias de la frontera quizá un sueño guajiro de autoridades que aspiran a su control, la desaparición.
Nogales es un amanecer dolorido en el interior de una celda, con la resequedad en la garganta, los bolsillos vacíos y la identidad extraviada de indocumentados deportados.
En Nogales comprar droga es fácil —y difícil. Cuando ya el día se convierte en tarde un par de reporteros intentan conseguir cocaína. Un conecte les dice que esperen, que en media hora llega el tirador. El tirador llega antes de lo esperado, con una sonrisa de nervios expone que la cosa es calmada, “De aquí en adelante a puros camaradas hay que entregarle, ayer se chingaron a otro en el cerro, ahí te encargo discreción si quieres mantener el contacto”.
El conecte explica que los asesinatos llegan porque ninguna de las células del narco respeta el territorio de cada quien. “Parece que estos vatos no tienen llenadera, son ambiciosos, porque primero ponen sus reglas, y más tardan en ponerlas que en violarlas, y los afectados somos los consumidores, cada vez se pone más difícil conseguir un perico”.
Mientras los reporteros construyen líneas de polvo, en la radio transmiten la nota: “La violencia sigue en Nogales, hace unos minutos fue asesinado a balazos el ex comandante de Seguridad Pública Municipal, José Dolores Quintero Alcántar. El ex comandante cayó abatido por las balas a un costado del edificio de Teléfonos de México; ciudadanos que comían en una taquería no daban crédito de lo acontecido. Seguiremos informando. Otra rolita de puro chuqui…”
La violencia: elementos para una escultura
Las balas son constantes. El pudor parecer ser un vocablo inexistente para quienes jalan del gatillo. Los casquillos se encuentran de manera cotidiana en pleno vientre de la ciudad. La violencia también es descrita a través del arte.
Carlos Cabrera Cox, pintor y tallerista, imparte cursos en la penitenciaría y barrios de Nogales. Su magra figura va de acuerdo con su actitud: humilde, afable. En su oratoria exhibe el compromiso social, el ejercicio de un arte inmiscuido con el acontecer cotidiano de la frontera.
Le apuesta a la ruptura en las esculturas, la búsqueda en su trabajo en incesante. “Me interesa la construcción que rompe con el formato tradicional en materiales y la retórica de lo que se supone debe ser una escultura, todo eso creo que está desgastado en su lenguaje para seguirlo repitiendo”.
Los casquillos se encuentran de manera cotidiana en pleno vientre de la ciudad. La violencia también es descrita a través del arte.
Carlos Cabrera Cox describe una de sus obras que se exhibe a partir del 16 septiembre en el Museo de Arte de Sonora, MUSAS, en Hermosillo: “Ésta es una escultura, una cabeza humana con incrustaciones de cosas que me encuentro en la calle, por ejemplo, ojivas y casquillos de balas; éstas me las he encontrado en varios lugares conflictivos de Nogales, con eso el significado se transforma drásticamente: ¿Qué hace esa figura en un cráneo humano? Ahí es donde surgen múltiples interpretaciones y la escultura deja de ser un objeto, y de tener una lectura simple, se convierte en un objeto con mucha complejidad porque cada espectador interviene con su concepción de la sociedad y esto convierte a la escultura en una obra mucho más rica en su sentido.
”Nosotros siempre hemos vivido la violencia; en la frontera no es algo nuevo, claro que ahora con más intensidad y frecuencia, pero siempre ha estado presente, aquí los periódicos siempre están chorreando sangre. En mi obra me considero un reportero en términos emocionales, visuales, no estrictamente objetivo, sino un reportero desde la subjetividad porque en lugar de eliminar los sentimientos, los incorporo a la obra. Nosotros no tenemos la culpa de lo que vemos, y callarlo sería absurdo.
“Los elementos que conforman la experiencia fronteriza, que son caóticos y transculturales, creo que es el momento de que rompan un cierto aislamiento que ha tenido la frontera, como que no ha tenido la legitimidad que tienen otras áreas geográficas. No quiero decir con esto que esté marginado el arte en la frontera, o la literatura de acá, lo que digo es que no es suficientemente conocida, pero ahora que lo local se está convirtiendo en global, es el momento en el que tiene que salir a flote todo lo que se produce aquí: se producen conflictos, pero también está la contraparte que es la reacción ante esos conflictos, y puede ser una reacción negativa cayendo en la misma violencia o puede ser todo lo contrario, constructiva, ofreciendo una alternativa, lo negativo transformarlo para que las personas salgan de su pasividad, no como meras víctimas, sino que tomen conciencia de que ellos pueden transformar su medio, aunque sea poco a poco pero que sea más humano. Soy nacido en Nogales, soy producto de la frontera y la asumo como cualquier ciudadano, no creo que mi situación sea privilegiada ni que tenga una visión por encima de la gente, yo sólo busco expresar”.
Esperar para retornar
Sobre el periférico, camino que conduce hacia Estados Unidos, está el Centro de Atención a Migrantes. Todas las mañanas los deportados esperan sobre la banqueta a que abran el recinto donde ofrecen desayuno gratuito. Un cura y varias monjas orquestan la distribución de comida. Previo al reparto, los anfitriones informan sobre los motivos de ayuda al prójimo, la existencia de Dios, y piden a los comensales un testimonio, “quien quiera darlo, no es obligación”, aclaran. Después del testimonio lo más esperado: el desayuno que consiste en huevo a veces, o pozole.
Un sábado de agosto, apenas al aclarar el día, Víctor Carrillo llega al Centro de Atención a Migrantes. Después de varias semanas preso en Arizona, y de otros cuantos días dentro del cuartel del Grupo Beta en Nogales, puede tocar la libertad, caminar por las calles.
La ausencia de dientes frontales, la mirada desde un rojo en los ojos reseña la historia de una vida a partir del esfuerzo. Qué decir de lo que cuenta ante el desvanecimiento de sus hombros y la desesperación porque el Centro abra de una vez y desayunar.
A Víctor lo echaron de Estados Unidos por ser indocumentado, y fue una tarde que los policías llegaron a su departamento, preguntaron por él diciendo su nombre, le pidieron los acompañara y desde allí no ver más a su familia: su esposa y dos hijas.
“Trabajaba de jardinero, mis hijas están registradas en los hospitales porque allá nacieron, por eso saben que soy ilegal y tienen mis datos, así fue como fueron a mi casa a buscarme y me deportaron. Ahora me esperaré un año o dos, para intentar regresar a recuperar mi familia, a esperar que me den provecho, esa ley que dice que uno no puede pasar al otro lado.
«Me detuvieron el 22 de marzo, me llevaron a la cárcel, y allí estuve hasta ahora que me echaron para acá. Ahora estoy durmiendo en el Grupo Beta, ahí son amables, me tratan como persona, me hacen sentir cómodo, en las camas se duerme bien.
A Víctor lo echaron de Estados Unidos por ser indocumentado, y fue una tarde que los policías llegaron a su departamento, preguntaron por él diciendo su nombre, le pidieron los acompañara y desde allí no ver más a su familia: su esposa y dos hijas.
«Ayer hablé con mi esposa, quiere venir para acá, yo le dije que no, porque mis hijas están yendo a la escuela, y no quiero que pierdan clases. Ahora que me echaron, lo que más extraño es a mi hijas. Y allá pues ya tenía yo como diez años, desde que me vine de mi tierra, Cancún, en el 2000, en esa ocasión entré por Agua Prieta, el pollero me cobraba mil 500 dólares por pasarme y me pasó, pero no le pagué”.
—¿Cómo han sido los días desde que te detuvieron hasta ahora?
—Si te contara. Son muy duros, estás acostumbrado a una vida allá, y vienes y sientes el cambio aquí, el clima, no hay trabajo acá, es muy difícil. Cuando me detuvo el sheriff del Condado de Maricopa, donde yo estaba, me pasaron a Migración, porque de antemano sabían que yo era ilegal, no había ningún cargo en mi contra, el sheriff es muy duro en Phoenix, y él sabe dónde están los ilegales. Yo vivía en Tempee, en Guadalupe, Arizona, en Sur calle Bavonagüi, 8456.
”A mi casa llegaron a las once de la mañana, me llamaron por mi nombre, les contesté: Soy yo. Me dijeron que si podía acompañarlos al condado de Maricopa, porque usted es ilegal en este país y tenemos que echarlo. Pregunté por qué si yo no había cometido ningún delito, sólo me dijeron: Lo siento, señor, usted no puede estar más en este país, estamos aplicando la Ley SB 10-70. Yo no pude negarme, mi esposa hizo todo lo que pudo por impedir que me llevaran, les dijo que yo estaba allí casi por once años, que era injusto que me llevaran. Como yo casi no sé inglés, no sé qué estaban hablando.
”Ya en la cárcel de Durango, en Phoenix, fue un calvario. Esa cárcel es muy fea, la comida es una sarra, está muy fea, un botecito de crema de cacahuate y dos panes, una leche, ése es el desayuno, y a las seis de la tarde dan una comida que parece comida para perros, dan toda clase de comida juntas, como comida para animales, y no queda más que comértela, por el hambre, no sé cómo aguanté esos tres meses allí.
Pancho conversa y expone que es perseguido por el grupo Beta, acusado de ayudar a los migrantes, de lucrar con el apoyo que ofrece.
”Ahora ya mis planes son irme para Cancún un año, y después regresar. Ya mis familiares mandarán dinero para mi pasaje. O que venga mi señora y casarnos acá y me pida para ir a Estados Unidos. En realidad a mí me gusta México, pero pienso en mis hijas, no quiero que crezcan sin padre, ayer mi hija mayor Victoria Liliana cumplió nueve años, hablé con ella por teléfono, me dijo que está triste porque no estoy allá con ellas, pero pos ni modo, así es la vida”.
Pocos minutos antes de la noche, al Centro llegan algunos estadounidenses. De la cajuela de un carro sedán azul los mismos deportados ayudan a bajar algunas ollas, las introducen al comedor. Llega también un señor de poco pelo y con un gafete que exhibe su nombre: Pancho.
De su mochila, Pancho extrae algunos rastrillos, los regala entre los indocumentados, también reparte porciones de talco para los pies y les informa que esta mañana les ayudará con llamadas telefónicas para con sus familiares. De a poco los indocumentados dialogan vía telefónica, informan de su situación, algunos no pueden evitar las lágrimas.
Pancho conversa y expone que es perseguido por el grupo Beta, acusado de ayudar a los migrantes, de lucrar con el apoyo que ofrece. Pancho reparte volantes con direcciones físicas de lugares donde apoyan a indocumentados deportados, números de teléfonos donde poner quejas de violación a los derechos humanos.
Pancho reparte, además de rastrillos y talco, palabras de aliento, y sugiere a los deportados que si alguien puede ayudarle con algo, será bienvenido, “Porque lo que yo les doy es de mi bolsa, a mí nadie me ayuda”.
Candados a la Ley SB 1070, sólo una simulación
La colonia Héroes es icono en Nogales. Allí nació Salvador Flores, de oficio soldador, y también constructor al lado de Alberto Morakis (qepd), de las esculturas metálicas que sujetan el muro fronterizo. O intentan derribarlo, eso depende de la lectura del espectador.
Las circunstancias lo llevaron a vivir en Nogales, Arizona. Testigo fiel de la actitud de la policía arizonense en contra de los latinos que radican allá, expone:
“El problema real y de fondo es que antes de la propuesta de la Ley SB 1070 y después, se sigue aplicando una campaña de hostigamiento hacia todo lo que huela a migrante. Cuando se plantea la ley abre públicamente la discusión, y eso da pie para que los latinos podamos dar una respuesta, salir a flote a la comunidad que empieza a manifestarse, pero lo único que hace es que te vas a manifestar contra una serie de cosas que ya se estaban manifestando, que ya eran un hecho, una práctica común de la policía, funcionarios, y no se diga de La Migra.
”Cuando se da la reforma, los candados que le ponen a la ley, se da la misma práctica en contra de indocumentados, lo único que pasa es que no lo hacen amparados por la ley, sino por la costumbre de la práctica. Había casos antes de la ley, y después de la ley, de que si te detienen, es criterio del policía preguntarte si tienes documentos, es la misma cosa, definitivamente, y hay un montón de casos, de testimonios de personas que han sido detenidas por una infracción de tránsito y lo primero que le preguntan los oficiales es que si tienen documentos para permanecer en Estados Unidos”.
Vigilar el presupuesto
Mientras esto sucede, en el hotel Fray Marco de Niza, diputados federales, locales y presidentes municipales de varios ayuntamientos cercanos a Nogales, emanados de las filas del PRI, se reúnen para analizar el ejercicio presupuestal de la federación.
Allí, en un escenario de análisis sesudo, entre las bromas irónicas del presidente de Ímuris, Juan Gómez López, quien se queja de los formularios que aplican quienes aprueban el ejercicio de inversión en los ayuntamientos, la opulencia es constante. Analizar el destino de los dineros es urgente, los demás, el ruido de las balas, el arribo constante de indocumentados a Nogales, la simulación de imponer candados a la Ley SB 1070, es tema tal vez para otro momento. Escudriñar el monto del presupuesto, y en qué se invierte, es prioridad, así lo propone en la mesa que coordina el diputado federal Miguel Pompa Corella, a quien en la frontera conocen como “el Potrillo”. ®
Jess
no conozco a Pancho pero por si no sabe el Grupo Beta no puede perseguir personas ya que no esta para eso,ese no es su trabajo,a las personas de seguridad se les pide que corran a las personas que anden de polleros entre su misma gente ya que hay muchos de ellos que nomas salen deportados se dedican a vender a sus propios compatriotas e incluso existen personas de origen extranjero que se dedican a reclutar gente para cruzarlas o quizas extorcionarlas,el grupo Beta puede tener elementos prepotentes e incumplidos
pero no puede andar persiguiendo criminales para eso esta la policia municipal pero si pueden denunciar a polleros como debe de ser pues el trabajo del grupo Beta y Migracion es proteger al migrante asi que señor Pancho no sea mentiroso el grupo Beta no le persigue a usted