Como un digno monumento de su paso por esta tierra queda el Never Mind the Bollocks, el único álbum de The Sex Pistols, una auténtica basura que no se arrancia ni fermenta con el implacable paso de los años.
Cada mañana, y al pie de la puerta, esperan pacientes con sus discretos vestidos negros la llegada de su siempre fiel basurero. Pero motivos sindicales hacen al perfecto idilio fallar y las discretas bolsas empiezan a juntarse en sitios en donde no se les tenía lugar. Al paso de los días la congregación se vuelve enorme y sorprendentemente lejos de ser mal vista es simplemente ignorada. Los sonámbulos transeúntes pasan de largo, aún ensoñados con las promesas de bonanza, crecimiento económico y plenitud social que tanto les ha prometido la televisión. Desde su ventana un joven de diecisiete años notaba la putrefacción no sólo de las bolsas, sino de aquellos sonámbulos que no parecían despertar ni siquiera con el rancio olor que perfumaba las calles londinenses de ese 1976. El joven en cuestión había tratado de ser discreto y cubrir de negro plástico sus sentimientos, pero la sangre en su cuerpo llegó a su punto de ebullición y alcanzaba a gritar: “I had enough!” Para el joven John Lydon había llegado el momento de rajar esas bolsas negras por la mitad y mostrar a todos esos sonámbulos de qué estaba hecha su humanidad. Lo único que necesitaba era un medio para hacerlo.
Una forma de hallarlo, aun sin ser consciente de ello, fue vestir su escuálido cuerpo con la basura a la que lo obligaba su pobreza, personalizada a través de seguros de costura que unían las piezas rotas. Idea que más tarde extendió a las igualmente jodidas partes de su cara, aderezando el conjunto con contestatarios colores que teñían sus pelos y adornando su malgastada ropa con frases alusivas al estado de ánimo que le provocaban las cosas, como la famosa “I hate Pink Floyd”. Idea que le ganó una posibilidad insospechada para sus planes: una audición para cantante de una banda de rock.
Atraídos por su actitud, tres aspirantes a músicos (Steve Jones, Paul Cook y Glen Matlock) y su manager (un auténtico recolector de basura sofisticada llamado Malcom McLaren) decidieron que el joven Lydon, con su actitud de jorobado de Notre Dame sin Walt Disney, era perfecto para ellos. Lydon se subió al barco sin pensarlo mucho, sabiendo que aquella era su oportunidad de despanzurrarle la basura en la jeta al mundo.
Los primeros ensayos de la banda funcionaron por la alta beligerancia que existía entre los ya existentes y el recién llegado. Los supuestos músicos le exigían a Lydon unas clases de canto por sus horribles berridos y él unas de solfeo por sus temibles acordes.
Los primeros ensayos de la banda funcionaron por la alta beligerancia que existía entre los ya existentes y el recién llegado. Los supuestos músicos le exigían a Lydon unas clases de canto por sus horribles berridos y él unas de solfeo por sus temibles acordes. Pero pronto el nuevo miembro comenzó a ganar poder con sus poderosas letras novedosas y ofensivas (como “Anarchy in the UK”), convenciendo al resto de la nula necesidad de talento musical y la importancia de transmitir una actitud “basura” en la que cualquiera pudiera hacerlo (la famosa DIY attitude), sin importar cómo suene o a quién ofenda. Los demás, incluido el fascinado McLaren, se convencieron del juego del recién llegado e incluso lo rebautizaron, por sus jodidos dientes que parecían colillas, como Johnny Rotten. Ya para entonces la leyenda de los Sex Pistols había comenzado.
Los Pistols dieron sus primeros toquines por aquí y allá en un Londres aún inundado de basura, entre vomitadas alcohólicas, jalones de pegamento y una masa atónita de jóvenes que sentían en la piel ese pútrido olor de las bolsas, sumado a la mierda de su existencia coronada por las enseñanzas de sus padres y maestros a los cuales tampoco ya aguantaban y quienes empezaron gustosamente a sujetar sus ropas, caras y vidas con seguros de costura, creando un público lo suficientemente rancio como para no pasar inadvertido por los voraces apetitos carroñeros de las compañías disqueras.
EMI fue la primera en dar el picotazo a la bolsa de los Pistols, pero retractaron rápidamente sus instintos al ver la reacción adversa que provocaban en el conservador pueblo de Inglaterra tras una escandalosa entrevista en un show de variedades en donde aparentemente ofendieron al conductor (un Paco Stanley de primer mundo). Por ese entonces Matlock también decidió partir, pues su moral no soportaba tanto escarnio. Su sustituto provendría de la masa que se golpeaba violenta y cadenciosamente en las primeras filas de los conciertos de los Pistols, un sujeto lo suficientemente carroñero y embebido en la actitud basura como para convertirse en icono aun sin saber tocar un instrumento: el legendario Sid Vicious.
Casi con él apareció A&M, quienes se mostraron como buitres auténticos al firmar el contrato con la banda frente al mismísimo Palacio de Buckingham (lugar en donde regularmente se apila otra clase de basura al celebrar algún tipo de acontecimiento real). Pero más pronto que aprisa A&M demostró ser una gallina más al no soportar el paso de la banda por sus oficinas en una celebración post-firma de contrato, en la que varios contrajeron gonorrea.
Fue Virgin quien finalmente apechugó y lo hizo a tal grado que sacó un sencillo para celebrar el Jubileo de Plata de la Reina Isabel II (una de las muchas celebraciones insulsas de los ingleses), un comentario social a la época, disfrazado de parodia, titulado “God Save the Queen”, cuyo coro “there is no future, no future for you!” los llevó a los primeros lugares de las listas. Aunque éstas aparecieran en un clorado y limpio blanco para no ofender a la concurrencia y, sobre todo, a su majestad.
Pronto las calles de Londres volvieron a ser tan pulcras como antes, los yuppies se apropiaron del movimiento homogeneizando la basura para convertirla en moda y la masa se despedía de los seguros de costura que sujetaban sus vidas para dejarle ese difícil trabajo a la ya conocida gravedad.
Fue en octubre de 1977 cuando Never Mind the Bollocks, Here is The Sex Pistols, primer y único LP de la banda, vería la calle. Había gran expectativa ante la edición de los temas ya conocidos y los singles “Holidays in the Sun” y “Pretty Vacant”, himnos destinados a la apatía y el odio de la masa que los coronaba. Pero cuando llegó el esperado suceso todos los rancios escuchas asistieron más que al disco más satanizado del momento a una especie de álbum de fotos que recordaba todos los éxitos y desgracias cosechadas por los Pistols en ese 1976 inundado de bolsas negras. Pues la fama, las olas tsunami de mala publicidad (quienes los condenaban como la auténtica antítesis de la humanidad), Nancy Spungen y la brutal avaricia de McLaren, ya habían fermentado toda esa poderosa basura que había formado la banda y ahora sólo quedaban cosas que recordar. Pronto las calles de Londres volvieron a ser tan pulcras como antes, los yuppies se apropiaron del movimiento homogeneizando la basura para convertirla en moda y la masa se despedía de los seguros de costura que sujetaban sus vidas para dejarle ese difícil trabajo a la ya conocida gravedad. Para principios de 1978 los sindicatos de limpieza ya se habían arreglado y los Sex Pistols estaban completamente aniquilados.
Como un digno monumento de su paso por esta tierra queda el Never Mind the Bollocks, una auténtica basura que no se arrancia ni fermenta con el implacable paso de los años. Calmante infalible para las sangres hirvientes de grandes y chicos que se asoman por la ventana y contemplan un mar de bolsas negras que se pudren, aun cuando no estén allí. ®