Ópera Prima

Reality show cultural

Anoche vi en repetición, me perdí el programa del domingo (27 de julio de 2010), el final o la final, como quiera decirse con ese aire vagamente galo, de Ópera Prima, que se presentaba como el primer reality show de la televisión cultural en México.

Es precisamente el Canal 22 el que emprende esta dudosa innovación, al lado de una serie de programas de deportes y otras tentativas para agenciarse un público más joven y, sobre todo, más amplio. Una cosa va con la otra en México, un país donde el grueso de la población cuenta con menos de 28 años. La democracia extensiva, y su degeneración más socorrida, la demagogia, tienen por objeto mover los ánimos de una juventud inmensa. Un programa que alienta el talento como posible cantante de ópera es un sueño difícilmente resistible para una gran mayoría de desesperados (de poco menos de mil solicitudes se aceptaron tan sólo 22). Como es tradicional en los concursos estatales, lo mismo sucede con los puestos disponibles cada año en el Servicio Exterior Mexicano, se establecen unas bases amplias y engañosas como para mover a un segmento significativo de población y alardear después del gran poder de convocatoria. El sufrimiento y la desilusión, sin contar con los inconvenientes generados (exigían una serie de fotografías en cierto formato y devedés con presentaciones personales y muestras de voz) de los más se compensa con las relativas garantías ofrecidas, en forma subrepticia, a unos cuantos (discípulos particulares de los jurados, favoritos y profesionales del canto casi enteramente formados).

El programa se extendió por nueve semanas y desde sus inicios en mayo provocó suspicacias ventiladas en YouTube, donde se muestra cómo se descalifica el video del tenor Ascensión Granados Castillo, tachándolo de playback, quien en efecto cantó con pista de orquesta y coros, pero no de su voz la cual, tanto por sus virtudes como sus carencias, exhibe un inconfundible sello nacional, sobre todo para la que se dice experta en fonética, María Teresa Rodríguez, verdadera directora concertadora de esta escuela de verano exprés y ahora televisada. El proyecto, en realidad, dio inicio en su natal Saltillo, allá por el 2002, donde las Rodríguez (son varias hermanas y otras tantas adjuntas) han pretendido secuestrar la cultura, ofreciendo incluso los servicios de un hotel familiar como sede de las clases, cenas de gala para los ricos del lugar y conciertos públicos que se vendían muy caros al estado y el municipio. Todo esto con la unánime aprobación del Fonca (ya van tres administraciones: Espinoza, Zorrilla y ahora Martha Cantú) que llega hasta este último intento por hacer que el bajel no zozobrase. El año anterior ya era más que dudoso que le pudieran seguir sosteniendo el proyecto. Había que inventarse algo nuevo y qué mejor que un reality show en el canal del Estado. Para ello María Teresa se asoció con Enrique Strauss (ella conoce a toda la gente que se debe conocer) y pensaron en un guión, enmarcándolo además en el marco de los festejos del Bicentenario. Un tanto forzada la combinación del canto con la historia de México. Si bien, en estos momentos de gran inestabilidad civil, ¡quién repara en tales minucias!

Deberíamos hacerlo. Estamos en medio de una de las peores crisis económicas que ha conocido, no México, sino el mundo entero, y apenas nos hallamos en los exordios, ¿por qué no se reservarán los recursos económicos para mejores causas tanto en el arte como en la remediación de la miseria que va generalizándose con alarmante rapidez por todo el país? En las naciones del Primer Mundo ya empezaron, desde hace dos años, con planes de recortes drásticos en el presupuesto (Cultura es uno de los primeros rubros). ¿Será que el régimen teme las voces inconformes de aquellos que en el pasado han vendido su silencio a cambio de premios, becas y dádivas de muy variada especie, los llamados creadores? Se trata de mantener distraída a la gente y alejarla de los verdaderos problemas que se ciernen sobre el país. El peligro de revuelta, con la amenaza de ingobernabilidad, es inminente. Me pregunto si estas generosas becas que otorga el Fonca que, por otra parte son las que en variadas disciplinas se concede a creadores con trayectoria, 30 mil pesos mensuales por tres años para el primer lugar, por dos para el segundo y por uno para el tercero, podrán hacerse efectivas, es decir, cobrarse hasta el último centavo, dada la inestabilidad que impera en estos tiempos.

El gran reality show no es Ópera Prima ni La Academia (de la cual es una refinada imitación) ni Big Brother o Nummer 28 (el programa holandés que en 1991 le sirviera de fuente) sino la realidad supuestamente real que nos presentan los medios noticiosos. Ahí, como en la televisión, existe un guión previo, un proyecto trazado de antemano, una maquinación en suma, donde se ha cuidado hasta el último detalle y se conoce lo que va a pasar o, por los menos, se tiene contemplada una serie de escenarios posibles y altamente deseables, según los intereses de quienes jalan los hilos, que son quienes aportan el capital. La opacidad de estos concursos es paralela a la opacidad de los procesos políticos. Van de la mano. Hollywood y las guerras o los espectaculares atentados terroristas, así se realizan las películas de ahora que cuestan irreparables vidas humanas. ¿Qué son entonces unos cuantos pesos mexicanos tirados en aras de la Cultura?

Como en todos los concursos promovidos por el Estado, con bases supuestamente claras, interventores de Gobernación o notarios públicos, para el caso es lo mismo, y un quórum de autorizados sinodales, los resultados son trasparentes y por tanto inobjetables. Todo el mecanismo se controla desde la cabeza que ideó el concurso y a quiénes, entre sus compinches, decidió invitar como jurados. Grave responsabilidad esa de ser jurado, no porque se venga a hacer público el fraude, de eso las probabilidades son mínimas, o incluso que les pidan restituir el par de miles de pesos que es costumbre entregar como gratificación, sino por haberse prestado al plan con maña de fulano o perengana, haber fungido como un simple instrumento de legitimidad en uno de esos enjuagues. Aunque hoy por mí, mañana por ti. La cadena de la corrupción es larga y bastante fuerte.

Dos cantantes mujeres, sospechosamente originarias de la misma ciudad, Monterrey, resultan ganadoras, una gran promesa femenina de Querétaro descartada, junto con otros y otras de distintos estados del país. Un invidente fuera de serie, en realidad, y no es el primero en el mundo (por ahí anda otro célebre en Italia) es claramente despojado del primer lugar que, en justicia, le correspondía, alegando que es imitador involuntario de Pavarotti y además una nulidad al desempeñarse sobre el escenario. Quisieron arreglar las cosas curándose en salud e ideando aquello del Gran Premio del público, establecido desde las bases mismas del concurso. Eso me hace sospechar que este retador minusválido, o alguien semejante, ya había sido considerado desde un inicio o, al menos, ya se había considerado la posibilidad remota de que una voz excepcional surgiera y todo amenazara con salirse de control. En un anuncio extraordinario la Sociedad Internacional de Valores de Arte Mexicano, con Plácido Domingo a la cabeza, decidió enmendar, en lo que cabía, la parcialidad cometida por la decisión del respetable jurado y otorgar una beca al segundo lugar, exactamente igual que la del primero, para asistir durante un año a cursos especializados en Estados Unidos.

María Teresa Rodríguez, en varias de sus intervenciones como sinodal (con un voto de mucho peso), puso sus dudas sobre la mesa respecto de Alan Pingarrón, haciendo eco de las pullas que Rolando Villazón en forma alevosa había lanzado contra el ciego, dándole a entender que era un simple imitador de Luciano. No sé, en realidad, qué se esconda detrás de estas más bien viscerales suspicacias, si la envidia inmoderada de una vedette hacia un posible competidor, o qué cosa. Más le valió a Alan tomar como modelo a Luciano Pavarotti, a Giuseppe di Stefano o, yéndose más lejos, Caruso o  Gigli, incluso podría admitirse Andrea Bocelli pero de ninguna manera, por favor, a Rolando Villazón, ¿un ciego que conduce a otro o quizá a uno que no lo es para ciertas cosas? Los miembros del jurado deberían entender que Pavarotti no está solo en la historia del bel canto italiano. Simplemente se adhería a una escuela de tenores que seguían técnicas perfeccionadas en el sur de Italia, particularmente en Nápoles, para la emisión, el control y matices sutiles en la expresividad de la voz. Pavarotti, siendo un orgulloso norteño (de Módena), aceptaba la superioridad en la calidad vocal de las voces sureñas o, al menos, de las técnicas de que se valían para obtener tales efectos, una herencia de su primer maestro el gran tenor Arrigo Pola. El ciego, por oído, aprendió todo esto. Si a otros les molesta, pues es una pena, sobre todo cuando tienen poder para hacer daño o, por lo menos, para acotar o desdorar un posible éxito.

Acaso, para no cometer una crueldad y una injusticia, los prudentes sinodales, sobre todo la presidenta, debieron haberse asesorado antes con un psicólogo, especializado en la percepción, en particular cómo es que los invidentes se aproximan al mundo real y su relación con el sonido. Es obvio que las repetidas escenas que le pusieron, con desplazamientos escénicos innecesarios (algo para lo que se prestó Mauricio García Lozano, el maestro de trabajo corporal) estaban destinadas a poner de relieve la torpeza de sus movimientos. Como un jurado se lo dijo casi con embarazo, Benjamín Cann, también director de escena: “Alan, tú no necesitas de eso, tu voz expresa todo”. La verdad salió a relucir varias veces, a pesar de los pesares. Claro, otros, aleccionados por la señora anfitriona, le lanzaban soplamocos, entre ellos, Ignacio Toscano, director de Instrumenta, quien dio entender a sus colegas de manera un tanto autoritaria, como es su costumbre, que no era posible hacer excepciones con discapacitados y sus más que obvias limitaciones.

Yo, sin embargo, discutiría la obviedad de tales limitaciones e incluso iría más allá. Si éste es un auténtico evento de cultura, más que poner el acento sobre la ópera y su tan llevado y traído carácter escénico (donde casi todos los cantantes trastabillan), habría que resaltar la importancia y la universalidad del canto, al menos, desde el punto de vista más amplio de la música. Ahí el repertorio decimonónico, italiano y francés, en boga y demanda en las grandes casas de ópera, constituye el meollo de los veloces y abreviados cursos de especialización que Teresa Rodríguez ha venido ofreciendo. Monteverdi, Alessandro Scarlatti, Vivaldi incluso, es decir el repertorio barroco, parece simplemente no existir para ella. La gran aportación de la música sacra, por parte de Bach, Händel, Purcell y Tomás Luis de Victoria, brilla por su ausencia, y mucho podría contribuir a la musicalidad de los educandos, o bien la de compositores novohispanos y nacionales contemporáneos. Como tampoco están los compositores románticos de lieder (Schubert, Schumann, Hugo Wolf, Brahms, Richard Strauss), menos aún figuran los modernos Berg, Schönberg o Penderecki, ni siquiera modestas chansons de Fauré, Poulenc, Milhaud, ni para qué mencionar a Wagner. El interés de María Teresa por la ópera, originalmente acompañadora de piano, procede del hecho de haber sido mujer e impulsora de Fernando de la Mora, con quien después tendría un distanciamiento marital (ignoro si guardará resentimiento contra todos los hombres e inquina hacia otros posibles y auténticos grandes tenores). La objetable interpretación de Die Winterreise de Schubert, por parte de Fernando, cantante originalmente de música popular, sentó un precedente que no debió haberse olvidado con tanta facilidad, a pesar del mero enmascaramiento escénico al que se prestara, nada más y nada menos, que Yoshi Oida, actor japonés, punto, no director de escena.

Por desgracia, la crítica cultural en México no aprovecha de nada. Quizá hasta se hicieron señalamientos por ahí pero, quién presta atención, cuando se tienen bien quistos a los encumbrados. Alan Pingarrón hubiera sido un excelente primer lugar no sólo por sus méritos intrínsecos (como con cierto retintín le dijo Ernesto de la Peña, seguramente ya aleccionado para soltarle una fresca, a lo que no se atrevió del todo) sino por el hecho de ser un ejemplo para tantos precisamente en estos momentos. Una prueba de que es posible llegar con esfuerzo y talento. Que el mundo es aún un lugar habitable y justo donde se reconoce el valor de las personas. A Alan se le asignaron arias bastante difíciles, sólo aptas para tenores experimentados, nueva zancadilla, que también se la hicieron al segundo lugar legítimo que debió ser para Leticia Vargas de Querétaro, la desfiguraron toda los maquillistas (ya tendrían sus instrucciones) exagerando aquello de la locura, el director de escena y el resto la dejaron a su suerte con una escena más que ardua de Lucia di Lamermoore. No sé si los dineros tuvieran algo que ver con la ciudad de Monterrey o si María Teresa les vendió su proyecto allá, pues en su natal Coahuila ya dijeron no a su escuela veraniega. Me deja perplejo esta parcialidad y este desdoro, que se vuelve casi injusticia, dirigido contra la figura de un ciego y contra una soprano que era toda una promesa. Cuando se suspendan en definitiva los recursos destinados a Cultura, que muchos no se pregunten el porqué. Había y sigue habiendo demasiadas arbitrariedades, que sólo privilegian a unos cuantos, descuidando el progreso técnico y científico de nuestro país, en un momento clave de su historia, pues estas disciplinas podrían venir en su auxilio para su propia e inminente defensa. ®

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Publicado en: Julio 2010, Televisión y videojuegos

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