Hace días en México tuvo lugar la celebración de la tradición más emblemática con la que contamos: la de la aparición de la Virgen de Guadalupe. Y aquí sí, aunque se tengan los problemas más grandes del mundo, tanto nacionales como personales, ni quien piense en hacer a un lado esta celebración por atenderlos.
El hablar de tradiciones, sobre todo de aquellas que tienen que ver con las que se encuentran enraizadas en las culturas y los pueblos, comúnmente se asocia a algo que sugiere una identidad específica a quienes las practican. Se alude a una práctica que une y que denota un origen común, una esencia. Ese aspecto es el que se suele ensalzar al referirse a cierta tradición popular y, por ende, tal aspecto no puede sino constituir algo positivo o benéfico para quienes la practican.
No obstante, pocos hablan del otro aspecto que implica seguir o continuar con tradiciones. Ese otro aspecto no puede ser sino negativo, aunque aquellas no envuelvan la práctica de algo que afecte a terceros —a aquellos que no las siguen, por ejemplo. Las tradiciones implican carga, inmovilidad, sujeción a un pasado —aunque éste haya sido esplendoroso—; es decir, a algo que ya no existe y que por lo tanto no nos permite ver al futuro.
En realidad nadie se salva de seguir tradiciones o ritos. Lo hacemos en los niveles comunitario, familiar o hasta personal —las mismas manías personales son un tipo de “tradición” que seguimos. Pero tal vez es en el exceso en su práctica y el grado de dependencia a ellas lo que nos provoca la inmovilidad. Nuestro pueblo, el mexicano, sufre de exceso de tradiciones y de exceso de dependencia hacia ellas.
Hace meses, un estadounidense anglosajón en un pueblo del sur de Arizona me comentaba que envidiaba a México y a su cultura; que le impresionaba, por ejemplo, la manera que tenemos de celebrar a nuestros muertos cada primero de noviembre; que su país carecía de ese tipo de manifestaciones, implicando en ese dicho que Estados Unidos no poseía de una base cultural con la antigüedad suficiente como para presumirla.
El gringo ese de Arizona que nos envidia por nuestras muchas tradiciones tal vez tenga razón: México tiene más que contar acerca de su pasado que su país, Estados Unidos. Lo que aún no ha percibido es que esas tradiciones que le gustan de México, más que tenerlas como referencia de un pasado histórico, los mexicanos nos encomendamos a ellas con más fervor que con el que nos encomendamos a lo nuevo y a lo futuro.
Algo de cierto hay en la percepción de esa persona. Por lo que me he dado cuenta, los estadounidenses cuentan con una sola tradición que celebran por igual en todo su territorio: el cuarto jueves de cada noviembre se efectúa el denominado Thanksgiving Day o día de Acción de Gracias. Esta celebración es una cena familiar en la que se da gracias por lo bueno ocurrido durante el año y cuyo origen se remonta a los primeros pobladores ingleses en el Este norteamericano, quienes daban gracias al creador por la cosecha obtenida. Y esta tradición la trajeron desde Inglaterra, donde hartos por el exceso de tradiciones, ritos y fiestas que el calendario católico les imponía, en la reforma religiosa que se llevó a cabo en ese país en el siglo XVI decidieron reducir tales a sólo una.
Aun así, en la pasada celebración de Acción de Gracias —del jueves 22 de noviembre— se pudo comprobar que, si bien es cierto que el alcance de la celebración es nacional, lejos está de poseer un carácter de fanatismo o religiosismo. Se acostumbra que en la madrugada siguiente de la cena de Acción de Gracias —el Black Friday—, los negocios y centros comerciales abran sus puertas ofreciendo fuertes descuentos de precios por la compra de sus artículos. Por lo que pude observar, al menos en el área fronteriza de Arizona, en esta ocasión los negocios abrieron sus puertas y expusieron sus ofertas desde las ocho de la noche del mismo jueves 22 de noviembre. Esto implicó que muchas cenas de celebración se quedaran a medias, que otras se cancelaran, o que muchos anglosajones se perdieran de las ofertas por quedarse celebrando, ya que en la madrugada siguiente, al acudir a hacer sus compras, las ofertas ya habían sido tomadas, sobre todo por hispanos y mexicanos que incluso cruzaron desde el sur para aprovecharlas.
En este sentido, y más allá de que nos guste o no Estados Unidos o que se critique su consumismo, podríamos esgrimir que lo único que tienen claro en ese país, que siguen a pie juntillas, son las actitudes pragmáticas. Esto pasa en este momento por el deseo que tienen de reactivar su economía y, obviamente, por ver primero hacia adelante que hacia atrás. Si la cena de Thanksgiving Day estorba por un momento, pues se hace un lado y listo, ya habrá tiempo de dar gracias.
Hace días en México tuvo lugar la celebración de la tradición más emblemática con la que contamos: la de la aparición de la Virgen de Guadalupe. Y aquí sí, aunque se tengan los problemas más grandes del mundo, tanto nacionales como personales, ni quien piense en hacer a un lado esta celebración por atenderlos. Al contrario, los devotos esperan que sea la misma virgen quien se los resuelva. Ahí está un punto: mientras en México el hombre depende de las tradiciones, al norte de la frontera éstas dependen del hombre.
Dicen los apologistas de la tradición guadalupana, católicos muchos y quienes reconocen que la historia de la tilma de Juan Diego es una mentira, que la Virgen de Guadalupe ha servido en diferentes etapas de nuestra historia para cohesionar al pueblo, y ha aportado para darle una identidad. Quizá ese mito tuvo alguna función en ese aspecto, pero no deja de ser un pretexto en estos momentos para continuar con el arraigo que gran parte del pueblo tiene por ese catolicismo “muy a la mexicana”. Por lo tanto, no hay razón para hacer apología de una tradición que nos hace dependientes de lo inexistente y que sirve como muestra para darnos cuenta de que continuamos atados de tal manera a un pasado que nos impide avanzar.
El gringo ese de Arizona que nos envidia por nuestras muchas tradiciones tal vez tenga razón: México tiene más que contar acerca de su pasado que su país, Estados Unidos. Lo que aún no ha percibido es que esas tradiciones que le gustan de México, más que tenerlas como referencia de un pasado histórico, los mexicanos nos encomendamos a ellas con más fervor que con el que nos encomendamos a lo nuevo y a lo futuro. ®