El 2010 terminó con fanfarrias manchadas por asesinatos y una violencia cada vez más cercana, cada vez más difícil de ignorar en nuestras respectivos rincones de confort. El 2010 fue, también para las artes institucionalizadas, el año del bicentenario. Los museos dependientes del Conaculta estuvieron obligados, aunque no sé hasta qué punto, a montar exhibiciones sobre los temas propios de las celebraciones, es decir, una amalgama acerca de la tan escurridiza identidad nacional.
Entre lacrimógenas fotografías de las bellezas naturales del país (exhibidas dentro de monstruos arquitectónicos en el Zócalo), curiosidades centenarias, memorabilia bicentenaria y fotografías documentales de ambas efemérides, sobresalieron muestras como Una semana de bondad de Max Ernst, en el Munal, que sin aludir directamente a ninguna de las celebraciones podría interpretarse como una reflexión acerca del poder y sus símbolos históricos frente al mandato federal de celebrar ante la tragedia en que se ha convertido México.
La instalación de Roberto de la Torre (México, 1967) consiste en cultivar, procesar y empacar epazote y harina. Por supuesto, los materiales representan mariguana y cocaína, así como a la organizada división del trabajo que se lee como analogía de la apropiación de las fuentes de trabajo por parte del narcotráfico.
Si bien los desfiles tipo Día de la Primavera se terminaron el año pasado, los museos en México continúan con muestras que aluden literalmente a la consumación de la Independencia, sus figuras míticas, el centenario de su celebración y la lucha por la Revolución. ¿Será que este año, en algún momento, nos salvaremos del afán perogrullesco de la cultura institucionalizada? Afortunadamente existen museos —insisto en la dependencia a Conaculta— que saben escapar del mandato oficial y generan inteligentemente sus propias reflexiones.
Es el caso de Harina y epazote, la muestra actual del Ex Teresa Arte Actual. La instalación de Roberto de la Torre (México, 1967) consiste en cultivar, procesar y empacar epazote y harina. Por supuesto, los materiales representan mariguana y cocaína, así como a la organizada división del trabajo (que en la exhibición es realizado por estudiantes, voluntarios y público) que se lee como analogía de la apropiación de las fuentes de trabajo por parte del narcotráfico. Cuando pueblos enteros subsisten (y sólo así subsisten) entregando su fuerza de trabajo al crimen organizado, resulta más importante propiciar un debate acerca de ellos antes de un portafolio fotográfico que ponga su pobreza en un pedestal estético embellecido con filtros de color y photoshop (como sigue siendo la constante aun en espacios independientes, como el Centro Cultural de España, con su muestra actual De naturaleza mexicana).
Algunos críticos llamarán a esto apología del crimen y otros (como Avelina Lésper, probablemente) exclamarán “¡Farsantes!” ante lo que podrá parecer la explotación sin sentido de una situación vergonzosa y extrema de la realidad nacional. A mis ojos la reflexión es valiosa y sólo puede articularse con base en la participación de más voces. Las preguntas pueden ser varias… ¿Es válida una reflexión acerca del narcotráfico como generador de fuentes de trabajo patrocinada con dinero del Estado? ¿Es esto más valioso o más productivo que una muestra sobre, por ejemplo, curiosidades virreinales del periodo correspondiente a la gesta de Independencia? ¿Llegan a ser ambos puntos complementarios y necesarios? ¿Son ambos puntos igualmente inválidos y demagógicos? Pregunto… ®
Harina y epazote, de Roberto de la Torre. Curaduría de Eder Castillo. Hasta el 27 de febrero en Ex Teresa Arte Actual, Licenciado Verdad 8, Centro Histórico. Horario de visita lunes a domingo de 10 a 18 hs. Entrada gratuita
Visitas guiadas: [email protected]