La reflexión sobre el uso del lenguaje, de lo que en ocasiones parece menosprecio por el idioma, debe ser una constante, un ejercicio rutinario, en el entendido de que debe ser parte de nuestras rutinas de trabajo. Los periodistas tenemos una responsabilidad enorme, somos los ojos y los oídos de los demás ciudadanos.
Una verdadera pandemia, tan preocupante como lo ha sido el ébola este año, parece afectar las salas de redacción de medios informativos donde una de las herramientas principales del trabajo periodístico, el lenguaje y su uso correcto, requiere de atención urgente.
Las cursivas en la palabra “pandemia” tienen toda la intención de ser sarcásticas. Encontrar en menos de una semana tres casos de su uso para señalar no una eventual propagación mundial de la enfermedad,sino dándola por un hecho, las justifican.
Cierto, inferir y luego afirmar que por esos casos toda un área de la comunicación está en problemas puede considerarse, más que arriesgado, irresponsable, pero es una realidad que es botón de muestra de un asunto que está más allá de los títulos en las portadas de los tabloides sensacionalistas que a menudo escandalizan a los puristas del lenguaje.
Hablamos de un problema real cuyas implicaciones parecemos olvidar los que ejercemos el periodismo: la pobreza de lenguaje o desidia en su uso. Cualquiera de las dos es grave, pero más la segunda porque delata una falta de responsabilidad, de profesionalismo y, por ende, de una contradicción con la deontología de esta actividad.
Dicho así, la comparación con una enfermedad que se disemina sin control es válida. Aunque no como el ébola, porque ese padecimiento requiere del contacto directo con los fluidos de la persona enferma para provocar el contagio, sino más bien con otro tipo de virus como el H1N1 o H7N9, variantes del virus de la influenza que se pueden contraer por vía área.
La preocupación surge al repensar —como siempre deberíamos hacerlo— en las implicaciones y en las consecuencias de lo que escribimos y cómo lo escribimos, porque de ahí partirá la interpretación que alguien, algunos o muchos más, podrán tener de un fragmento de una realidad, ya de por sí difícil de entender, que merece ser mejor contada.
Hablamos de un problema real cuyas implicaciones parecemos olvidar los que ejercemos el periodismo: la pobreza de lenguaje o desidia en su uso. Cualquiera de las dos es grave, pero más la segunda porque delata una falta de responsabilidad, de profesionalismo y, por ende, de una contradicción con la deontología de esta actividad.
Cito unas líneas de entre lo hallado: “La humanidad se enfrenta a una nueva epidemia mundial”, “la propagación de la epidemia está avanzando” y “por contacto indirecto con materiales contaminados”. Tres perlas en un solo texto, diríase con todo sarcasmo porque las perlas, además de bellas, no se generan en tal cantidad como parece que sí ocurre con este tipo de desaciertos.
Para sustentar lo afirmado sobre los ejemplos hay que explicarlo: una epidemia mundial es una pandemia, sí, pero la humanidad no “enfrenta” —tiempo presente— un contagio que pueda considerarse pandémico. Lo que hay es un brote en medio de una epidemia que afecta cinco países de África, y solamente dos casos confirmados fuera de esa área.
En el segundo enunciado: una epidemia no puede avanzar, ni siquiera una enfermedad “avanza”, más bien se disemina, crece el número de contagiados, o el contagio. Luego, si aceptáramos en la redacción del texto el uso de “avanzar” no habría necesidad de decir “la propagación”. La propagación no avanza, pues. La enfermedad se propaga, eso sí.
Por último: el “contacto indirecto con materiales contaminados”. Si se tiene contacto con estos materiales, es directo. Lo que le falta a esa frase es precisión para expresar que la enfermedad también se puede contagiar por contacto indirecto, es decir, a través de materiales contaminados con el virus.
Adelante, que se me acuse de purista. No podría serlo porque también cometo errores y no soy un académico de la lengua, ni tengo aspiraciones en el campo de la filología. Nada más me ocupo de tratar de señalar la seriedad con la que debemos enfrentar el problema y no solamente de uno, dos o tres textos sobre el ébola y lo grave que sería un contagio mayor al que se contabiliza hasta ahora (iba a escribir “masivo” en lugar de “mayor”, pero caería en un error porque esa condición ya ha sido alcanzada por la epidemia).
La reflexión sobre el uso del lenguaje, de lo que en ocasiones parece menosprecio por el idioma, debe ser una constante, un ejercicio rutinario, en el entendido de que debe ser parte de nuestras rutinas de trabajo.
Los periodistas tenemos una responsabilidad enorme, somos los ojos y los oídos de los demás ciudadanos. Somos en ocasiones hasta sus manos y su boca, su sentido del gusto o del olfato. De ahí la importancia de un uso correcto del lenguaje, si no se puede ser del todo preciso, al menos podemos intentarlo a través de una amplia y detallada descripción con las palabras que signifiquen lo que de verdad queremos decir.
No hacerlo así revela más que una poca atención a la importancia del lenguaje, porque expone un desdén por la actividad periodística en sí misma, y en consecuencia del público.
Aun cuando pareciera exagerado, los comunicadores, los informadores, reporteros, locutores y periodistas en general no pueden ni deben dejar de recordar que entre los elementos más importantes que han favorecido el desarrollo del ser humano está, además de los pulgares oponibles, el lenguaje.
Las discusiones o diálogos internos que habrá sostenido cualquiera de los pensadores mencionados reflejan una condición: las palabras que utilizamos para escribir, para narrar un fragmento de realidad, configuran no sólo una forma de contar algo, sino también de explicarlo.
El lenguaje nos ha dado la posibilidad de interpretar lo que nos rodea y lo que llevamos por dentro. Gracias a una estructura que ha evolucionado de forma natural y a través de diferentes procesos de adaptación para su enriquecimiento, podemos incluso darnos sentido, encontrarnos con nosotros mismos y nuestros pares.
Esa estructura nos permite discutir, nos permite crear, avanzar como especie. No es casualidad que, en aras de una mayor comprensión de la realidad y de lo que nos da sentido, existen en la historia de la humanidad cerca de 900 intentos de construir un idioma nuevo, con una estructura lógica directa y sin tantos recovecos como los que se hallan dentro de esos laberintos del habla humana.
Desde la Lingua Ignota creada por la monja y mística alemana del siglo XII, Hildegarda von Bingen, hasta la fascinación de pensadores como Francis Bacon, René Descartes o Gottfried Leibniz por la forma en que los lenguajes naturales daban forma, aclaraban o incluso nublaban el pensamiento humano, que los llevaba a preguntarse cómo podría crearse un idioma más preciso para captar la esencia de las cosas.
Las discusiones o diálogos internos que habrá sostenido cualquiera de los pensadores mencionados reflejan una condición: las palabras que utilizamos para escribir, para narrar un fragmento de realidad, configuran no sólo una forma de contar algo, sino también de explicarlo.
Si incurrimos en desaciertos en su uso estaremos explicando erróneamente las cosas. Y en ese caso también estaremos desinformando. [Desde Mérida, ReporteroSinTecho*] ®
* ReporteroSinTecho es un proyecto unipersonal que busca abrir un espacio de información de interés general a partir de la narrativa lineal, no lineal y multimedia. Más que emprendimiento es una forma de subsistencia a partir de un ejercicio libre del periodismo a través de Internet. Texto publicado originalmente en la revista Etcétera. Se reproduce con permiso del autor.