La ciudad blanca… y negra. En Mérida conviven los boleros cursis, la trova yucateca y los seguidores del metal. Claro que no todos tienen los mismos espacios. ¿Por qué?
Han pasado más de veinte años y desde entonces han convivido en Mérida El Museo de la Canción, el estudio de Armando Manzanero y los músicos de gremio1 con cientos de bandas metaleras, ska y punketas. Estas tribus urbanas que, enchufadas a internet, revistas musicales, problemáticas urbanas, revistas amarillistas y otros estímulos hacen contacto con tendencias de la música globalizada, mundial o industrializada y rechazan las versiones oficiales de la música yucateca que señalan como “nuestra bella música” a la canción romántica, trova yucateca, folclor, música vernácula y otras joyas parecidas. Para los metaleros esas reliquias melcocheras pertenecen más a un museo y menos a un contexto actual que represente sus aspiraciones e inquietudes tanto estéticas como políticas. De esta manera, parte de la vocación musical en Yucatán sigue con vida y se abre camino huyendo por donde se pueda de los clichés identitarios, regionalistas, esencialistas y etnicistas. Entre las bandas metaleras de Yucatán se puede encontrar cualquier nivel de calidad, contenido y experiencia creativa, lo importante es que la música sigue siendo para ellos un enigma evanescente, un elemento temporal (tempus fugit) y por lo tanto mutante como la vida: cambia constantemente con la anarquía y el caos que caracterizan a la naturaleza, con tendencia a tirar y destruir cosas a su paso. Como la música también es paradigma, al ser íntima y buscar en la oscuridad lo recóndito para darle luz y finalmente regresarlo a la sombra, para ellos “nuestra bella canción romántica” está más que muerta. Algunos defensores maniacos de la diversidad apuestan a la conservación a ultranza de símbolos y costumbres autóctonas (aun en contra de la voluntad de los acostumbrados) con el fin de rescatar tradiciones y preservar valores. En este cruce de perversos altruistas despuntan algunas de las principales aristas del debate sobre la defensa de la diversidad cultural y de los derechos humanos, que obviamente quedan sin resolver.
¿Qué se puede hacer para ahuyentar a los fantasmas de nuestra niñez? Mi primer contacto consciente con una canción de Armando Manzanero fue tan desafortunado que me provocó un escalofrío infantil que aún hoy, al recordarlo, me recorre el cuerpo.
Ante este panorama es una suerte que se busquen (en el sentido más yucateco del verbo) los espacios propios para el desplaye de las bandas metaleras yucatecas. Aunque nos imaginemos bandas de enanos cabezones con huipiles negros y elementos vintage bordados a mano, las bandas metaleras yucatecas persiguen estereotipos más urbanos y generalmente interpretan composiciones de grupos ingleses o estadounidenses. No obstante, se ha compuesto rock en maya y existen nombres de bandas como Mitnal (el nivel nueve del submundo maya y el lugar más oscuro, profundo y espantoso del infierno al cual van a dar los que no se portan bien en vida). Así, mientras los roqueros yucas huyen aprisa de “nuestra bella canción romántica” no necesariamente lo hacen sin incorporar en sus creaciones parte de la cultura musical popular. Un compositor de música electrónica utilizó una canción hecha ex profeso para un fabricante de flanes para recorrer con altavoz las calles proletarias del centro-sur de Mérida diciendo: “Ya llegaron los flanes, ya llegaron los flanes…”. Para pagar el slogan publicitario el flanero que hizo el encargo vendió la canción a otros fabricantes de flanes que a su vez han hecho en la actualidad ediciones piratas que se ofrecen a los nuevos emprendedores del negocio del flan.
La luna de miel entre artistas y burócratas no se ha dado, lo que es un buen parámetro para evaluar su actualidad. La actitud rebelde y los atuendos de los metaleros hacen que los guardianes de los valores yucas tiemblen ante la posibilidad de una tocada o alguna presentación imaginándose orgías de sexo, drogas y alcohol. Han organizado redadas bien poch (deseosos) de que los xipales (xipal = muchacho) se pudran en el xibalbá (infierno). Mientras tanto las autoridades culturales se contentan con ignorar lo que no les parece que sea yucateco acogiendo con regocijo lo que se definiría, en el mejor de los casos, como turismo cultural. La ineficacia de la burocracia en el manejo de apoyos a la cultura se resume en una gigantesca castración creativa gracias a la torpeza con que aplica modelos caducos e insatisfactorios, pichicateando recursos y aplicándolos a grupos artísticos folclóricos y tradicionalistas faltos de talento y ética.
“Por desgracia, las cosas reales que ocurren momentáneamente, como escuchar o estornudar, no se consideran profundas”, decía John Cage. Lo efímero y espontáneo se pierde en un entorno en donde se tiende a perpetuar las expresiones tradicionales.
Mérida es una ciudad con un gran porcentaje de suicidios entre los jóvenes, y entre las causas se mencionan, naturalmente, la depresión por falta de empleo, motivos familiares, inadaptación social, intolerancia a tendencias sexuales y otras. Es inútil entender cada caso. Pero estoy seguro de que a alguno de tantos le habrá dado un empujoncito nuestra “bella canción romántica”. A mí, vía el Señor Amor, me planteó retos existenciales que aún no he podido superar. ®
Nota
1 Músicos agremiados que pertenecen, generalmente, al sindicato de filarmónicos e interpretan música romántica y tradicional. Estos gremios fueron creadas en el siglo XIX por la iglesia católica como aparatos de control social y religioso.