Comentarios a la reseña de un libro que publica datos obsoletos y parciales, distorsiones históricas y falsedades sobre los orígenes del Estado de Israel y sobre su verdadera naturaleza.
Uno no deja de sorprenderse ante ciertas ideas y datos que se desprenden de la recensión del libro de Yaakov Rabkin, What is Modern Israel? (Londres: Pluto Press, 2016, trad. de Fred A. Reed), escrita por Ana Soage. En primer lugar, y de manera muy destacada, la supuesta reticencia a criticar a Israel, sin duda el país sobre el que llueven más críticas y objeciones de todos los países democráticos y no democráticos del mundo. Para eso no hace falta más que darse una vuelta por las declaraciones de la ONU y sus diversos organismos. La tan manida frase de no permiten criticar a Israel se ha convertido en uno de los fake news más antiguos (da la impresión que tan antigua como el prejuicio y odio dirigido hacia los judíos) y más autoindulgentes.
Sólo bastaría, en el caso español, darse una vuelta por las estanterías de una buena librería para encontrarse, en el espacio dedicado a Israel y el Oriente Medio, con anaqueles dedicados a libros de activistas y corresponsales casi exclusivamente propalestinos, a la colección de obras de Noam Chomsky, de Avi Shlaim, de editoriales dedicadas a la causa palestina y a la cada vez más extensa colección de libros de Ilan Pappe, ese ecuánime historiador que publicó en El País un memorable artículo alabando la Primavera Árabe y augurando, y cito textualmente, que lo único que está en riesgo ahora es la pretensión de Israel de ser un islote occidental estable y civilizado rodeado de un mar de fanáticos. Lo verdaderamente malo para Israel es que la cartografía siga siendo la misma pero la geografía cambie, que siga siendo un islote, pero de bárbaros y fanáticos rodeado por un mar de nuevos Estados igualitarios y democráticos, y es que según Pappe estar rodeados de gentes que dan la bienvenida a la libertad, la justicia social y espiritual no serían tan buenas noticias para los judíos de Israel. Así opinaba y opina este historiador de referencia para muchos por su objetividad y apego a los hechos.
Como ejemplo adicional de esa insistencia en criticar solamente a Israel, puedo comentar que en pleno auge de la Segunda Intifada, en el 2004, varios escritores y periodistas españoles quisieron publicar un libro titulado En defensa de Israel, el cual, finalmente, tras mucho ir aquí y allá, se tuvo que publicar en una editorial de Zaragoza porque, y cito a alguno de los colaboradores, importantes y destacados editores españoles se negaron a publicar jamás un libro que defendiera a Israel.
Quizás por eso reputados y conocidos historiadores israelíes que no son anti–Israel y antisionistas parecen estar vetados en España, y me vienen a la mente los más conocidos, como Benny Morris, Anita Shapira, Efraim Karsh, Yoav Gelber.
Respecto del sionismo y el judaísmo, y los orígenes del sionismo, creo que no sería necesario ahondar en las constantes aliyas a Eretz Israel de la población judía recogidas en viajes y noticias desde las primeras épocas, por no hablar del mesianismo existente en las comunidades judías a lo largo del mundo.
Volviendo al contenido de la recensión, en ella se proporciona un conjunto de datos obsoletos y parciales. Por ejemplo, la población judía de Israel (versión Rabinato) es de casi 6,800,000 personas, con cerca de 300,000 personas, la mayoría inmigrantes de la ex Unión Soviética, con orígenes judíos parciales o solamente familiares, que no tienen tal designación según la acepción del Rabinato. La población judía de Estados Unidos se sitúa de manera fluctuante, las estadísticas son menos determinantes que las de Israel —entre los 6 millones y medio y los 7 millones, y entre ellos se contabiliza mucha población que tampoco entraría en la contabilidad del Rabinato por los motivos apuntados. Es decir, allí donde existe una mayor población judía en la actualidad es en Israel. A fin de cuentas, si para ciertos temas se recurre al judaísmo, quizás también debamos recurrir a la demografía.
Respecto del sionismo y el judaísmo, y los orígenes del sionismo, creo que no sería necesario ahondar en las constantes aliyas a Eretz Israel de la población judía recogidas en viajes y noticias desde las primeras épocas, por no hablar del mesianismo existente en las comunidades judías a lo largo del mundo; bastaría con citar diversos hechos, como el exilio sefardí y su implantación en ciertas poblaciones de Eretz Israel, el mesianismo fallido de Shabbetai Zevi, las continuas aliyas —emigración a Israel— procedentes de comunidades en la Europa Oriental antes y durante el hasidismo (desde el siglo XVIII). Obviamente, no podían ser aliyas mayoritarias, pues los viajes eran largos, costosos y peligrosos, y los viajeros eran individuos dotados de un fervor religioso que contradice a aquellos otros que preferían esperar en la diáspora a la llegada del Mesías.
No hace falta por lo tanto esperar al pretendido sionismo de ciertas comunidades protestantes, por cierto también muy influidas por autores judíos como Menasseh Ben Israel en la época de Cromwell, y por el movimiento sabbateísta, con influencias recíprocas.
Por otra parte, los sionistas de primera hora del XIX procedían muy mayoritariamente de familias y trasfondos altamente religiosos, sobre todo en la Europa Oriental, por lo tanto, aunque no creían en Dios, era lógico que creyeran en su promesa a los judíos, porque tal era la creencia en la que se habían educado mayoritariamente.
También es muy conocido que los sionistas eran un grupo minoritario dentro de la población judía, en primer lugar por la reticencia de los rabinos a perder su control social de la población mayoritariamente religiosa, en las zonas europeas orientales, y por el empuje del asimilacionismo y el integracionismo dentro las zonas occidentales, y ya conocemos el resultado final en la Segunda Guerra Mundial.
También es cierto que, sobre todo en ámbitos europeos orientales, se desarrolló una guerra lingüística entre yiddistas y hebraístas, por cierto previa a las aliyas más importantes de finales del XIX y principios del XX, y que el hebreo en esa Europa oriental fue cada vez más ganando terreno como lengua de uso literario y habitual en esas poblaciones.
Basta decir que la expresión cultural y política más señera de la cultura y civilización yiddista y diaspórica, el Bund, fue aniquilado durante la Segunda Guerra Mundial, al igual que buena parte de la población judía europea que en las áreas occidentales apostaron por el asimilacionismo yel intregacionismo, dando la razón a lo que según expresión de Benjamin avisaron del infierno que se avecinaba, y que fueron precisamente los sionistas, y en especial Jabotinsky.
Otra denigración que no viene a cuento es asimilar la doctrina del sionismo al antisemitismo de algunos escritores. El sionismo se identifica con la doctrina de un movimiento de liberación nacional, y como tal se mostraba crítica con el estado de dejadez y anquilosamiento de la mayoría de la población judía mundial, por entonces ubicada mayoritariamente en la Europa oriental, sujeta en gran medida al control y la influencia de los rabinos. No hay por lo tanto ningún conflicto con el judaísmo como tal, en el sentido de antijudaísmo, sino más bien con la jerarquía religiosa dominante, algo comprensible por la reticencia de ésta a perder su control social sobre la población.
Del resto de la recensión es necesario destacar la desprestigiada afirmación de que los dirigentes sionistas no deseaban “más que rescatar de entre los perseguidos judíos de Europa, a aquellos más válidos para el proyecto sionista”.
No obstante, los primeros pensadores que podríamos denominar como auténticamente sionistas —catalogando por lo tanto a todos los anteriores como presionistas— fueron precisamente dos rabinos, Tzvi Kalisher y el sefardí Yehudah Alcalai, y desde la primera hora del sionismo existió una agrupación sionista religiosa, dirigida por Yitzhak Yaakov Reines, el partido Mizrahi.
Del resto de la recensión es necesario destacar la desprestigiada afirmación de que los dirigentes sionistas no deseaban “más que rescatar de entre los perseguidos judíos de Europa, a aquellos más válidos para el proyecto sionista”, ignorando absolutamente los avisos de Jabotinsky, el líder del sionismo revisionista, ante la tormenta que se estaba formando, y demás acciones del liderazgo sionista en Eretz Israel para buscar una salida para esa población, un liderazgo con apenas capacidad de decisión, algo que se olvida habitualmente, al igual que la negativa de los países del mundo a acoger a refugiados judíos en la Conferencia de Évian de 1938 y la total negativa del liderazgo árabe, y consecuentemente británico, a su acogida en Eretz Israel. Muy significativo, por lo tanto, es este reproche a los líderes judíos y la absolución del liderazgo árabe y europeo. Se trata de un reflejo más de esa otra aberrante deriva dentro del antisionismo militante de querer otorgar simpatías por el sionismo al nazismo recién llegado al poder.
Finalizaremos con los habituales tópicos: la absoluta ignorancia de los hechos a la hora de relatar la pretendida limpieza étnica de palestinos (término que por esas fechas también era utilizado para la población judía), mientras se ignora la previa y rutinaria violencia árabe: los pogromos de Jaffa en 1921, de finales de la década de los veinte en Safed y Hebrón, y la rebelión árabe en los años treinta (que condujo precisamente a la prohibición total de la emigración judía en la época previa a la Shoah); rebelión que por cierto degeneró sobre todo en violencia interárabe y que provocó dentro de la población judía de Eretz Israel la definitiva conclusión de la imposibilidad de una existencia o coexistencia binacional, tal como pretendían algunos intelectuales judíos como Judah L. Magnes y Martin Buber, sin correspondencia, como era de prever, de ningún socio árabe.
Respecto de la limpieza étnica, ya es un clásico entre los medios propalestinos hacer alusión a ella ignorando totalmente la guerra desatada contra el naciente Estado de Israel, una guerra santa, tal como ha demostrado Benny Morris en su libro 1948, tras la partición aprobada por Naciones Unidas en el 1947, primero por las milicias árabes de las zonas que pasarían a formar parte de Israel y después por los siete países árabes que invadieron el territorio otorgado a Israel. Es cierto que existió limpieza étnica en ciertas ciudades y áreas, sobre todo como consecuencia del desarrollo de la guerra, principalmente por la resistencia encontrada y por su ubicación estratégica, pero siempre se olvida mencionar que la total y completa limpieza de población solamente se desarrolló en el lado árabe, en aquellas zonas de población judía capturadas por los árabes.
Por lo tanto, existió limpieza étnica de palestinos en ciertas áreas, al igual que existió en casi todos los conflictos bélicos del siglo XX (sólo falta revisar los refugiados generados por la crisis del Imperio Otomano, la Segunda Guerra Mundial, la división de la India y Pakistán, el conflicto turco–chipriota o el conflicto yugoeslavo, por hablar de algunos), y también la practicaron los árabes en las zonas de población judía que capturaron expulsando, eso sí, a la totalidad de la población judía, como en el barrio judío de Jerusalén, por ejemplo, junto con otros emplazamientos y comunidades, pero sobre todo existió una huida masiva de población árabe hacia zonas seguras huyendo de la cercanía de los combates, en muchos casos a lugares situados a apenas unas decenas de kilómetros de allí, refugiándose entre familiares que vivían en zonas de Gaza, en el sur, y la actual Cisjordania, al este, esperando que los ejércitos árabes hicieran el trabajo sucio, derrotando y echando a los judíos, para inmediatamente regresar a sus hogares con plena seguridad.
Nunca se ha querido valorar entre los medios propalestinos la importancia que tuvo en esas huidas voluntarias, consecuencia del miedo y la prudencia, la desmoralización que provocó la huida inicial y tras los primeros choques de buena parte del liderazgo árabe palestino, que prefirió seguir las vicisitudes de la guerra de independencia, y la supuesta supresión del naciente Estado judío, desde sus confortables residencias en Egipto, Líbano y Siria.
Obviamente, el naciente Estado judío consideró con mucha racionalidad que el regreso de una población que se había mostrado contraria y opuesta al nacimiento de Israel no era una opción asumible para un Estado en una situación muy voluble y peligrosa, al igual que tampoco se facilitó el regreso de refugiados en la mayoría de los conflictos más o menos contemporáneos anteriormente mencionados.
Finalizo este comentario deseando que esta recensión dé pie a otras de libros de autores desconocidos en España, como los ya apuntados de Benny Morris, Anita Shapira, Efraim Karsh y Yoav Gelber, lo que supondría romper el monopolio de la visión propalestina en España en el plano editorial.
Me gustaría terminar refrendando lo equivocado del diagnóstico de Rabkin sobre su esperanza final. Hoy, en Israel y en la Diáspora, el apego a la identidad judía como tal, ya sea de carácter más o menos religioso o cultural, es mucho más fuerte entre aquellos que se consideran pro–Israel que entre aquellos judíos que se muestran hipercríticos o bien postsionistas o directamente antisionistas. Si exceptuamos a las ramas más radicales del haredismo, la Satmar en la Diáspora y el Toldos Aharon en Israel, los sectores postsionistas y antisionistas, muy minoritarios por cierto con respecto a la población judía general, tanto en el nivel secular como en el religioso, están conformados mayoritariamente por personas que cada vez más ponen en duda su pertenencia a una comunidad judía y por supuesto al judaísmo, salvo por supuesto a la hora de firmar manifiestos anti–Israel, en los que, como un cliché, utilizan hipócritamente su condición de judíos. Su pretendida, circunstancial y momentánea recuperación de la identidad judía y del judaísmo solamente tiene una finalidad o “teología”, reprobar a Israel y a los judíos que apoyan a Israel. ®
—Comentario publicado originalmente al pie de la reseña de Ana Soage en Revista de Libros.