¿Por qué un hombre decide vivir solo en la rama de un árbol? ¿Por qué otros hombres lo cuestionan y lo invitan a bajar? ¿Por qué el hombre decide volver a subir al árbol?

Ven, labriego,
supongamos un mito. Acerca tus oídos a mi boca,
te voy a decir un secreto: prueba del pan indefenso,
ten cuidado con esas raras espinas que esconde
La torre
Había una vez un hombre que vivía sobre un árbol, uno de tantos que hay en los variados bosques de México. Un día, un grupo de peregrinos caminaba por un sendero cercano y, algunos sorprendidos, otros indignados, alcanzaron a ver al hombre descansar en una de las ramas más altas y resistentes. Una de aquellas personas, con mucha curiosidad, se asomó adonde el hombre se sostenía buenamente, entre cantos y rezos, y alzó la voz, más allá de lo habitual, para que el hombre del árbol lo escuchara con claridad:
—¿No te parece, hombre solitario, que estar a esa altura es peligroso para ti, para tu seguridad? —dijo, confiado en sus sabias palabras.
—He andado por muchos senderos y sólo aquí hallé el silencio y el mejor descanso —respondió el hombre con una discreta sonrisa.
—Pero, ¿acaso no hablas con los que andan por este bosque? Si descendieras, podrías hablar con ellos, compartir con tus semejantes, que es algo bueno —le recordó otro de los peregrinos.
—No he dejado de verlos, cuando pasan. Hablo con ellos, si ellos quieren. A los que no quieren conversar, los saludo de lejos —contestó el hombre del árbol con mucha tranquilidad, porque no era la primera vez que le hacían esa pregunta.
Uno de los curiosos caminantes, que escuchaba la plática con mucha atención, sin poder contener su indignación, se sumó a la conversación.
—Pero hablar con alguien desde esa altura es injusto. Además de que podrían no escucharte bien, me parece muy arrogante que converses con la gente en condiciones desiguales. Tú en lo alto, ellos en lo bajo. ¡Eres un hombre arrogante e injusto!
Ven con nosotros, disfruta de nuestra compañía, como nosotros disfrutaremos de la tuya. Tal vez te convenza un buen abrazo; tal vez necesites un consejo.
—Pero yo te puedo escuchar, y tú me escuchas —replicó el hombre del árbol, un poco avergonzado.
—¡Arrogante! —replicó el curioso acusador.
—¡Sí, arrogante! —añadió, convencida, una persona del grupo. Para poder aprender de los hombres debes mirarlos de frente, al mismo nivel, pues todos somos iguales. La desigualdad, amigo, es la semilla de los conflictos. ¡Nadie es superior a nadie!
Otra persona, tal vez la más piadosa entre los caminantes, miró con ternura al hombre del árbol, y le dijo.
—Ahí en lo alto debes sentirte muy solo, y no es bueno que el hombre esté solo. Ven con nosotros, disfruta de nuestra compañía, como nosotros disfrutaremos de la tuya. Tal vez te convenza un buen abrazo; tal vez necesites un consejo. Ahí donde estás nadie podrá escuchar bien tus canciones. ¡Ven a cantar con nosotros!
Esta vez el curioso era el hombre del árbol y, para distinguir mejor el rostro de esa persona de la que salían esas palabras tan piadosas, separó algunas ramas, y exclamó gustosamente.
—Con mirarlos y que me miren encuentro gran consuelo y compañía. Me escuchan bien y yo los escucho bien, aunque… veo que tus palabras son buenas. Tal vez sea una buena hora para bajar, para hacerles compañía.
Al terminar de hablar el hombre del árbol fijó su mirada, una mirada suspendida por una extraña reflexión, en cualquier rama de su viejo árbol, tan acogedor.
—Exactamente, amigo. No hay nada mejor que estar con una buena compañía. Podremos ayudarnos mutuamente, cantaremos por los caminos. Probablemente tienes muchas historias que contarnos. También nosotros. Aquí abajo la libertad es más plena. En ese árbol donde estás nunca podrás conocerla, ni el calor de una buena amistad, ni la importancia de comprender a tus semejantes.
Luego de que la persona piadosa terminó su mensaje motivador, los que antes juzgaban como arrogante al hombre del árbol parecían, ahora, también enternecidos, bien motivados, y concluyeron, en coro.
—Es cierto, no nos prives de tus historias ni de tus canciones. ¡Anda, baja, ven con nosotros! La vida es para caminarse. No necesitas estar a esa altura para que compartas tus experiencias. Compartir es esencial en la vida.
Estaba convencido. Ya era hora de bajar, de andar, andar y andar por ahí, por la vida. No es bueno que el hombre esté solo, no es bueno que se haga preguntas solo. Había sido demasiado egoísta, por lo visto.
El hombre del árbol empezó a pensar que, en verdad, su vida entre las hojas era demasiado solitaria y, aunque cantar era agradable, vio también que sus nuevos amigos podrían, tal vez, ayudarlo a aclarar algunas cosas que él siempre consideró importantes y que, además, él también podría ayudarlos, en la medida de su conocimiento y de su ignorancia, claro. O, simplemente, podían todos pasar un buen rato. Sí, es cierto, es bueno caminar en compañía. Estaba convencido. Ya era hora de bajar, de andar, andar y andar por ahí, por la vida. No es bueno que el hombre esté solo, no es bueno que se haga preguntas solo. Había sido demasiado egoísta, por lo visto. Sí, en efecto, ya era hora de bajar, y qué mejor que ser recibido por gente tan confiable y comprensiva.
El hombre, pues, bien decidido y de buen ánimo, con un largo respiro dio un salto desde el árbol. Por fin tenía de frente a sus nuevos amigos, a sus semejantes. Había sido tan egoísta y no se había dado cuenta, caramba. Gracias, gracias a esos desconocidos amistosos, porque por ellos puedo asegurar que el destino tiene grandes sorpresas para nosotros, pensó el hombre, que ya no era del árbol, sino de la vida. Gracias, gracias por todo. Tras haber dado el gran salto a tierra, el nuevo hombre continuó la conversación con sus amigos, que lo miraban fijamente, aunque con una sonrisa sombría.
—Amigos míos, les agradezco su invitación. No me esperaba conocer a personas como ustedes. ¡Lo que son las cosas del destino, de la vida! Sí, fui un poco egoísta, lo admito. Tampoco quise parecer arrogante, gracias por quitarme la venda de los ojos. Perdí tanto tiempo en ese árbol que olvidé lo agradable que es caminar. Caminemos, amigos, caminemos y platiquemos. Fíjense que estaba pensando en la manera en que Dios nos tiene reservados…
La frase fue violentamente interrumpida por uno de sus nuevos amigos, quien lo empujó malamente, y dijo.
—¡Esa clase de preguntas se deben hacer y meditar en soledad y en silencio! Aquí estamos para andar el camino de la vida, que no es nada fácil.
Un poco sorprendido, el nuevo hombre, conciliador, notó de pronto que sus comentarios no eran apropiados para el momento, y respondió.
—Bueno, si les parece bien, caminemos y platiquemos de algo interesante. Lo importante es que caminemos juntos, ¿no es así?
La persona más piadosa del grupo, quien antes lo miró con ojos enternecidos, de pronto cambió su rostro y su alma por completo, como si por su temperamento hubiera cruzado una chispa eléctrica y horrible. Y respondió con severidad.
—¡Cállate, por favor! En esta vida cada quien debe velar por su propio bienestar. Esa es la gran responsabilidad: vive y deja vivir. Vive, pues, y déjanos vivir en paz.
El hombre nuevo, cada vez más extrañado, contestó.
—Pero, nuestra amistad…
—Sí, además, viéndolo bien, sigues siendo egoísta —interrumpió uno de los peregrinos. Una amistad no te resolverá la vida. No estamos para resolverte la vida, entiéndelo. Seguramente quieres que nosotros estemos a tu lado siempre, que caminemos siempre juntos. No, las cosas no son así. Bienvenido a la realidad. Eso te pasa por vivir en el árbol, aislado. No, señor, cada quien es dueño de su propio camino. Además, ya se hace de noche, nos tenemos que ir.
El hombre nuevo, que de nuevo solo tenía ya el asombro por lo que acababa de escuchar, insistió.
—Ustedes me invitaron a bajar del árbol para que conviviéramos…
Sí, es verdad, no es lo mismo la tierra que un árbol. El grupo de peregrinos se dio la vuelta y se retiró, con la serenidad que sólo puede dar una conciencia limpia, que sabe que ha sido justa.
—Lo hicimos porque eras un arrogante —insistió el caminante, que ya tenía poco de piadoso, de comprensivo. ¿Quién te crees para mirarnos por encima del hombro? La amistad es agradable, pero no hará por ti lo que tú debes hacer por ti mismo, a solas. Mira, ahora ya estás frente a nosotros, y te diremos cómo funciona la vida, porque ya nos hartaste.
Tan pronto terminó su frase el vehemente peregrino, quien definitivamente era el gran filósofo del grupo, todos los caminantes empezaron a empujar y a patear al hombre nuevo, hasta que, finalmente, lo dejaron tirado en el suelo, entre hongos que se veían muy sabrosos, al lado de una muchedumbre de hormigas y un poco de lodo. Sí, es verdad, no es lo mismo la tierra que un árbol. El grupo de peregrinos se dio la vuelta y se retiró, con la serenidad que sólo puede dar una conciencia limpia, que sabe que ha sido justa, de la misma manera en que la vida es, ciertamente, injusta.
El hombre nuevo, desconcertado, se levantó y, tan rápido como le permitió el dolor en la espalda, ascendió, como hace tanto tiempo, por el viejo árbol, de los tantos que hay en los bosques de México. Se sentó en una rama distinta a la que antes usaba para apoyarse; una nueva rama, más resistente, confortable. Una buena rama, sin duda. Durante unos minutos fijó su mirada extrañada, irreconocible, pero de una inquietante profundidad, sobre la tarde, que ya no hacía otra cosa más que oscurecerse. En cuanto la noche se volvió algo ya innegable, el hombre del árbol se durmió tranquilamente, como un recién nacido. ®