Para gozar el futbol hay que hacer a un lado eso de que si es el opio de los pueblos o si es otra vena abierta de América Latina. Que si somos tan estúpidos como el capitalismo quiere o que si es brutalidad bárbara innecesaria. ¿Es el futbol una metáfora de la vida?
El futbol es de los temas que nos permiten hablar en primera persona. A mí me gusta, y me emociona ver a prueba las excepcionales habilidades de algunos jugadores y la inteligencia colectiva para echar a andar una estrategia exitosa. Como esas virtudes no se ven en cualquier juego no me pego a la tele, como los fans, para sufrir cualquier parrafada, sino sólo cuando se ofrece el mejor del muestrario del deporte: en las finales internacionales. Y lo mejor, en esas lides, es un Brasil-Italia, y sólo apuesto a la acción desplegada por ambas escuadras.
¿Y el Tri? Pues… es sólo un equipo nacional, y para nada un exponente del deporte. Ha dado tantas muestras de lo que entienden por futbol que merecerían que sus seguidores los mandaran al diablo. Seamos sinceros: todos sabemos que la mayor parte de los equipos nacionales son comparsa del gran show mundialista que comienza con los resultados de cuartos de final. Es cuando gran parte de los aficionados seguimos las evoluciones de Italia y Brasil, porque la alta probabilidad de que lleguen a la final nos reportaría un espectáculo de primer nivel por el enorme despliegue de recursos futbolísticos: inteligencia, exquisiteces y fuerza.
Sí, ya sabemos que hay intereses cruzados, corrupción y dinero lavado. ¿Pero, en dónde no? Para gozar el futbol yo dejo esas cosas fuera de casa, y también las más ideológicas: de que si es el opio de los pueblos o que si es otra vena abierta de América Latina. Que si somos tan estúpidos como el capitalismo quiere o que si es brutalidad bárbara innecesaria. Cada quien. Pero tampoco pongo el balón en un altar porque no soporto sacerdotes, templos y mandamientos.
Para mí es algo más simple y, para saborearlo mejor, me preocupo por saber algo, no mucho, de ingredientes y técnicas. En el instante de 90 minutos, si juegan Brasil e Italia busco hallar lo que veía Passolini, la perfección de la prosa o la excelencia poética. Y a ratos prosa poética o poesía en prosa. Composiciones largamente alimentadas por la cultura y la disciplina en Italia y en Brasil, y que por los años setenta decantaron como verdaderas formaciones tácticas contrapuestas.
Gracias al actual libre flujo de jugadores y entrenadores, esas cualidades se entreveran en los grandes equipos del mundo volviendo el juego aún más competitivo (y más jugoso comercialmente). Las etiquetas “futbol europeo” o “sudamericano” ya no son tan visibles en los campeonatos de clubes, aunque en la cancha a veces sí ve de que lado cojea el entrenador.
El invento italiano del catenaccio, que impregnó el juego en su continente, se explicaba en el pizarrón con triángulos en movimiento en la media cancha. Se dibujaba una poderosa barrera defensiva, con marca cerradísma, y un “líbero” atrás buscando el balón perdido quizás para dar vida a un furioso contragolpe vertical que el puntero debía refinar con el gol. Y en los mundiales hemos visto una que otra caballada italiana de 90 metros que ha volteado el estadio de cabeza. Los brasileños, de su lado, pintaron una “diagonal” en el sistema para armar un cuadro en rombo, cuyas puntas salientes en la media eran carrileros laterales que podían ser atacantes para reforzar el tridente ofensivo. La estrategia brilló desde los años cincuenta y a su éxito contribuyó el extraordinario dribbling individual, de medios y delanteros, que la gente vio como samba donde había gambeteo. Ese baile del que alardea Ronaldinho y que presumió Pelé. Y no habría que decirlo, porque es visible, pero ambas escuadras se tomaron muy en serio la formación de artilleros de alta precisión.
Son esquemitas de pizarrón que no se ven así en la cancha, pero a veces sí se percibe la marca genética cuando Italia se contrae en su terreno, antes de saltar al ataque, o cuando el colectivo brasileño le da bola a sus divos, para exaltar el juego por el juego.
Yo no puedo decir cuál es mejor porque me atengo a las pruebas en cada partido, y lo decido con el silbatazo final. A priori nada, y otra cosa sería nacionalismo añejo. La Champions es distinta, y abre las opciones, pero siempre espero el juego del gran Milán con el muy narcisista Barça…
De nuevo con el ambiente mundialista los intelectuales italianos reproponen su eterna duda: ¿La vida es una metáfora del futbol o viceversa? A quién le importa, dicen los cronistas. La gente quiere que el técnico Lippi enliste a Cassano, Balotelli o incluso a Totti. ¿Acaso el comisario no se da cuenta de que los brasileños jugarán de locales en Sudáfrica, como nos ocurrió en México 70? ¿Qué quiere, resolver todo con el viejo Cannavaro? De este conjunto conservador no hay mucho que esperar, por Dios. Quién sabe cuándo se repetirá la paseada que Paolo Rossi les dio a los brasileños en el 82. Y este año que nadie espere gran cosa de los azules.
Y al otro lado del Atlántico Lula hace esfuerzos para que la gente se ponga las pilas para la campaña electoral en puerta. ¡Que Lula diga misa, primero es lo primero! Si le importara de veras el país habría obligado a Dunga a alinear a Ronaldinho Gaucho. ¿En dónde está la supuesta fuerza ofensiva de Brasil si Dunga sólo se ha reforzado la zaga? Atrás están bien Julio César de portero, y Maicon, Lucio y Dani Alves en la defensa. Pero sólo con Kaka y Robinho al frente los italianos nos van a apalear. Sin un Romario que defina el juego desde la media, el conjunto es conservador y este año nadie debe esperar mucho de Brasil. Como se ve, italianos y brasileños son como uno, pesimistas a morir… mientras no se oiga el silbatazo de arranque.
Yo espero el enfrentamiento que viene siguiendo los consejos de Pasolini. Para entender el futbol nos recomienda descifrar su código, conocer su alfabeto, aprender a apreciar la buena sintaxis, y aplaudir las frases excelsas. Gabriel Zaid decía que nadie va a leer por gusto hasta que no le de el “toque” a la lectura. Si no se entiende el sentido del conjunto de palabras, párrafos y páginas, la lectura será puro sufrimiento y aburrición. Pero cuando se logra leer de corrido y se entiende el mensaje, comienza a formarse un vicio por puro placer. Se halla esa emoción que es toda personal. ¡Ergo! No son once estúpidos que corren detrás de una pelota para entretener a otros millones de estúpidos, como decía Borges.
Hay que conocer el lenguaje de las patadas para hallarle sentido. En vez de fonemas, Pasolini decía “podemas”: signos que se encadenan en la cancha y transmiten una emoción. Una personal e íntima, provocada por el desarrollo de la acción en un mar de imprevistos, y donde la causa de la casualidad es la maestría de los contrarios. Esa lectura intransferible yo la encuentro en un Brasil-Italia, y yo mismo la reduciría si le apuesto a uno, porque esa composición requiere 22. ®
Alberto Sánchez
Agradezco sus comentarios. No era mi interés hablar de todo el futbol sino sólo expresar mi admiración por las dos grandes escuelas del deporte. Brasil ha obtenido cinco copas mundiales e Italia cuatro, con esos estilos diferenciados que el resto del mundo quiere imitar.
Usted lo ha dicho bien, en México hay grandes jugadores y yo no me la agarro con ellos, sino con los técnicos y la federación…
Escribo ésto apenas después del juego contra Francia y claramente se vieron las ganas y el esfuerzo de los muchachos contra un equipo galo bastante mediocre. El exquisito toque de Rafa Márquez, a la meritita línea defensiva francesa, y la madurez del Chicharito (Don Chícharo, por favor) para quebrar el balón ante el portero hablan de su calidad. Lo mismo que la serenidad del Cuau para ejecutar un buen penal en un ambiente donde a cualquiera se le doblan las corvas.
La sub-17, en efecto, mostró que en México se pueden dar buenos jugadores, pero a Giovani y a Vela no los impulsaron en México y se fueron a Europa. Al Chícharo no lo dejaron entrar en aquella sub-17, y durante dos años estuvo en la banca en Guadalajara. Y apenas saltó en estos meses a la cancha, para mostrar lo que sabía hacer, y el Manchester pidió mano. Luego luego el señor Vergara dijo “de a cómo no”.
Hay individualidades, como se dice, pero los negocios no dejan que se desarrolle el juego colectivo que es esencial en el futbol. Así no se llega lejos. México destaca en esfuerzos personales, como en el box o el atletismo, pero no se alienta su formación. Por eso yo creo que la afición es mejor que los directivos, y que no merece lo que les dan por su fidelidad. Al fin es un espectáculo y uno paga por ver un profesionalismo que no se ve.
En este mismo juego contra Francia vimos las llegadas de siempre y la falta de “contundencia” que siempre reclamamos, Balonazos a las tribunas y algún buen disparo de Giovani. Pero no hay puntería, como también se vio contra Sudáfrica.
Un cronista europeo relataba que fue a ver el entrenamiento de los brasileños, y que al término dos delanteros se quedaron a divertirse: apostaron a pegarle al travesaño a 25 metros. Cada uno disparó en 12 ocasiones, y uno estrelló el balón once veces y el otro diez.
Eso se llama entrenamiento, duro y dale a lo que te traje. Y eso no se ve en México.
¿A qué se debe? Cuando uno revisa la historia del futbol se da cuenta de que los jugadores de Italia, Brasil y México arrancaron de la misma condición. En los años 50 salieron de la periferia social para llegar al futbol profesional, pero el distinto modo de hacer negocios de las federaciones dio resultados distintos. En México los dueños del balón son muy mezquinos, poquiteros. Sin la ambición que sí tienen los jugadores. No es posible que en Monterrey la gente siga llenando el estadio de los Tigres, y éstos no den una. Dinero fácil hecho sobre la fidelidad de la gente.
Y luego, las estadísticas no ayudan mucho a albergar grandes esperanzas para el Tri, ya que nunca ha podido brincar el rubicón del quinto juego en los mundiales. Si lo pasan, los mexicanos podremos suponer, con pelos en la mano, que si se puede. Mientras, todo está en veremos.
De todos modos yo espero que algún día el gran campeonato mundial sea de clubes, sin banderas nacionales, donde sólo quede el futbol por el futbol, y que no ya entonemos con las vuvuzelas “Mexicanos al grito de guerra” o el “Alonsanfan”.
Es mi opinión.
Jaime Romero
Me gusta mucho todo lo que el artículo logra respecto al futbol brasileño y al futbol italiano, y sobre la apreciación del «balonpié» en general, con el plus-joya de la referencia a Passolini. Gran punto recalcar la ausencia de Ronaldinho como la mayor del mundial 2010, con ello ya queda a deber la copa del mundo; Brasil y el futbol del más alto nivel no son lo mismo sin el crack Gaucho.
Sin embargo me extraña encontrar en un artículo tan entendedor de futbol una total falta de visión respecto al equipo actual de México, o del proceso mexicano.
Si partimos de que la selección sub-diecisiete que ganó el mundial en 2005 años es en buena parte el soporte joven de la actual selección mayor, me pregunto entonces, según lo leído en el artículo, ¿cómo habrá sido que unos chavos del equipo de México hayan podido ganar ese torneo? ¿De chiripada? Golearon 3-0 a Holanda en semifinales y 3-0 a Brasil en la final. Esa sí que es suerte.
Tuve oportunidad de vivir en Brasil durante el mundial de Corea-Japón (2002) y me impresionó la cantidad de futboleros que admiraban a Cuauhtémoc Blanco. En Brasil parece que algo saben de futbol. Más aún, en esa copa, tras el juego que Italia apenas alcanzó a empatarle a México, la prensa, la gente en la calle elogiaron un futbol mexicano con gran presencia en la cancha que sintetizaba creatividad y orden.
Los errores mexicanos del pasado en los mundiales han sido derivados sobre todo de dos factores, 1) el orgullo y la falta de liderazgo de los directores técnicos para incorporar a los estrellas cuando se debe (Mejía Barón en 1994 no metió a Hugo Sánchez; en 2006 Lavolpe no llevó a Cuauhtémoc, tan necesario en ese partido contra Argentina; en 2002 Aguirre desestabilizó al ya aceitado equipo mexicano al hacer cambios inesperados en la alineación inicial contra los EUA, aunado al otro factor que puede descarrilarlo todo: 2) El exceso de confianza de los jugadores tras un gran partido (tal como los soldados mexicanos cuando la invasión norteamericana, que celebraban por una primera victoria ante el ejército estadounidense y al día siguiente, aún dormidos o con la resaca celebratoria eran sitiados, asaltados y vencidos).
Ahora Aguirre tiene una nueva oportunidad, y el equipo viene con hambre de mucho más que esa costumbre esnobista de quienes descalifican toda posibilidad de éxito de la selección mexicana, la que sí sabe -y cada vez mucho mejor-, jugar al futbol. No sólo para contrarrestar las afirmaciones ninguneantes a la selección mexicana actual, sino porque de verdad lo creo posible, esta selección de México puede ganar el mundial 2010 (Giovanni Dos Santos será una de las figuras principales del torneo, pase lo que pase). Me emociona que por vez primera previo al mundial no he tenido que dividir mi favoritismo en dos equipos para poder ser realista. Lo mejor de todo es que las nuevas historias deportivas (como sucedió en 2005 pese a todos los pronósticos) siempre se crean en el presente.
P.D. Lo más extraño es que al mencionar cosas como «México puede ganar el mundial», los mexicanos se abisman, y más extraño aún, se ofenden. Lo sé, estoy blasfemando contra el dios de la derrota nacional.