En el universo narrativo del escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet se distinguen temas que se le volvieron obsesiones y fuente de creación, desde sus primeras obras.
La fascinación por la oveja negra, por la persona que se pierde, que sale del camino y se va en aras de encontrar su lugar en el mundo es una de las más recurrentes y no falta en Missing (una investigación), su más reciente libro, que llegó a librerías mexicanas el mes pasado, con la presencia de Fuguet en nuestro país.
En el Hay Festival 2010 celebrado en Zacatecas, entre el 15 y 18 de julio, el autor de Mala onda habló de letras filmadas y exhibió su nueva película: Velódromo. Días más tarde, el también periodista estuvo en la Ciudad de México para conversar con diversos medios de comunicación sobre su mundo creativo, que incluirá para este mismo año un libro de cuentos: Aeropuertos, y un nuevo largo: Música campesina.
Novela de no ficción o documental por escrito, Missing (Alfaguara, 2010) muestra en funcionamiento, como ninguna otra de sus obras, la cantera y la maquinaria creativa de Alberto Fuguet, quien ahora no sólo aparece como personaje en este libro, sino que a través de su narración convierte a su familia, con nombres y apellidos reales, en protagonista de una saga emocionalmente intensa, auténtica, por momentos fracturada. Conmovedora.
Uno de sus tíos, su desaparición, es el punto de partida de esta historia, que su sobrino, Alberto, describe así: “En 1986 mi tío Carlos Patricio Fuguet García se esfumó de la faz de la tierra, desde la ciudad de Baltimore, en el estado de Maryland, Estados Unidos, lejos de su Santiago de Chile natal. Simplemente dejó de llamar por teléfono y las cartas comenzaron a ser devueltas…”
Los padres de Carlos y sus dos hermanos se habían trasladado a los Estados Unidos de los sesenta. La posición socioeconómica de la familia en Chile se había venido a pique. “Mi abuelo”, explica Alberto, “era un resentido, un atado de frustraciones, un inseguro lleno de miedos y celos y egoísmos”. Estaba preocupado por el qué dirán y una vez, luego de que perteneció incluso al Stadio Italiano, fue abordado en su taxi por una pariente. No lo soportó. Ser taxista y su mujer costurera lo rebasó, como si ello fuera vergonzoso, y partió con el sueño americano en la mente hacia Estados Unidos.
Como personaje, acaso es motivado por la admiración y el aprendizaje de una vida rodante que no tuvo, pero que pudo tener y por eso termina comprendiéndola a modo de exorcismo.
El trasplante produjo un shock en Carlos, en su naturaleza. Fue llamado al servicio militar, no para combatir en Vietnam, como su hermano Javier, pero sí para estar en una base en Waco, Texas, lo que quizás lo dañó más, porque también se puso en contacto con el trasnochado ambiente borderline, en la frontera con México. Después, se casó con una gringa de piernas largas que adoraba los latino-machos, aunque no por mucho tiempo. También comenzó a tener problemas con la ley, estuvo preso un par de ocasiones y se volvió un aventurero padrote que lo mismo paseaba en Cadillac, se amanecía en bares de bajo mundo u hoteles parejeros o partía a gastar dinero de desfalcos a Las Vegas.
“Carlos”, dice su sobrino Alberto, “comenzó a vivir uno de los mitos americanos más enraizados. Es decir, la idea de no tener raíces, de andar como rolling stone, de que el camino es tu verdadera casa, de que nunca tienes que anclarte a nadie. Mi tío se transformó en el más americano de mi familia, justamente porque no cumplió jamás el sueño latinoamericano del inmigrante, que me parece una ruleta rusa porque si bien mucha gente gana en ella, aquellos más débiles, la mayoría, pierde. Y pierde mucho”.
Carlos se perdió. “No quería ojos conocidos mirándolo u opinando”, considera Alberto. “Deja de molestarnos, deja de existir. No existes para mí. Sólo me has traído problemas. No queremos verte nunca más. No me interesa que seas hijo mío”, le dijo vía telefónica Jaime Pedro Fuguet Jover a Carlos, quien sencillamente obedeció.
En efecto, Alberto Fuguet aparece en Missing como detective, pero no uno salvaje. Más bien, el niño con cierta timidez y ternura o rabia.
“En ese momento, Carlos desaparece del mapa”, detalla Alberto, “lo fascinante es que en mi familia nadie lo buscó. Era como decir: por qué vamos a andar buscándolo, si ya jodió demasiado. Ahí es cuando consideré que yo podría entrar en esta historia. Ahí, digamos en 2003, se inicia mi investigación como periodista y escritor. Consideré que a mí me tocaba buscarlo, real y literariamente. Cualquiera que fuese el resultado: si aparecía muerto, preso, en una secta de mormones o dueño de un imperio porno en el valle de San Fernando, el resultado sería satisfactorio. Habría libro igual”.
En efecto, Alberto Fuguet aparece en Missing como detective, pero no uno salvaje. Más bien, el niño con cierta timidez y ternura o rabia, dependiendo del pariente con el que se encuentre, el escritor que no se intimida al anunciar hoy como realidad familiar lo que en obras anteriores presentó como ficción se transforma en un investigador minucioso y sensible, dispuesto a la aventura, que intenta desentrañar los hilos de su parentela y de él mismo, sin perder nunca de vista el magma que habrá de servirle para contar esta historia.
Como personaje, acaso es motivado por la admiración y el aprendizaje de una vida rodante que no tuvo, pero que pudo tener y por eso termina comprendiéndola a modo de exorcismo: al contrario de Carlos, quien llegó a Estados Unidos en su juventud, viviendo en ese país de primer mundo al principio sin hablar inglés siquiera y con severas dificultades de adaptación, Alberto nació en Chile, pasó su infancia en California, y volvió de adolescente a su país natal, quizás con escaso conocimiento del español, pero en un paso al tercer mundo sin tanta fricción, encontrando un camino en el que ha destacado.
Pero es como narrador que Alberto Fuguet será recordado en Missing. Con una escritura siglo XXI, resuelta, con agallas, y que encuentra una sobredosis de matices en sus personajes, en sus circunstancias. Con una prosa ágil y una estructura que en su reflejo de libertad en buena parte del libro aparece con letra minúscula y ni siquiera llena la página. Missing provoca desde un inicio, pero tiene la distinción de mantenerse bajo control del autor, pese a la lluvia de emociones y temperamentos que en una pluma melodramática o menos diestra se habrían, quizás, desbordado.
Es obvio que para saber el resultado y los detalles de esta investigación hay que leer el libro. En todo caso, sería impreciso decir que Alberto Fuguet encontró a su tío. En rigor, quienes lo encuentran son los lectores de Missing.
—¿Qué tan expuesto está un autor cuando escribe no ficción? ¿Y cuando ficciona?
—Primero que nada, no hay que estar preocupado por estar protegido. Si alguien quiere protegerse que ande a comprar abrigos. O que entre en la web y publique con seudónimo, o en chats. Creo que ahí va uno por el tema de protegerse. Ahora bien, deduzco que algunos escritores, sus libros, están equivocados porque quieren escribir ficción para esconderse. Y yo creo que no. Uno siempre que se esconde revela más de lo que quisiera. Es algo que uno no controla.
«Siempre he dicho como en broma que admiro mucho a los escritores que escriben sobre temas que no les interesan. Es como decir: soy un escritor, soy talentoso, pero no escribo de lo que me interesa. De esa forma claro que te puedes proteger, porque así no se ríen de ti. En mi caso, siento que partí como ficción, pero escribía de temas cercanos a mí y de otros que me gustaban. Y cuando hablaban mal, hablaban mal de mí, no sólo de mis libros.»
«En ese sentido, entiendo a los escritores que no quieren escribir de cosas cercanas. Porque claro, como dice un amigo mío: están atacando a mi libro, no a mí. Y yo pienso: qué envidia, porque yo siento que me están atacando a mí y no a mi libro.»
«En mi caso, la no ficción ha ido dándose porque justamente por leer a tanta gente como ésta, sobre todo latinoamericana, estoy como un poco asqueado y aburrido. El mexicano que escribe sobre Rusia o un pasado muy remoto, que no se moja, que no se desnuda, me cansa, no me llega. Ahora que están de moda las novelas históricas, un chico de veinte años que escribe sobre Zapata o lo políticamente correcto —que a estas alturas no sé muy bien cuál es—, no me interesa en lo más mínimo.» ®