Si esta presentación lograra el objetivo concreto de introducir al espectador en el mundo artístico en blanco y negro de Antonio Tovar, sería en sí misma innecesaria. O si se diera con el propósito de que el texto alcanzara a ser algo literario, rivalizaría con las imágenes.
“Fuera rollos. Pura estética. Creo que el rollo está implícito en la composición y en la concepción de las imágenes… Muestro a personas descontextualizadas de su habitual protagonismo… Estamos en la era del ego”, me escribe Antonio Tovar con sobrada razón. Aunque, ¿no es el protagonismo, la vanidad, la ambición, algo intrínseco a la naturaleza humana? ¿No será más bien que en esta era de grandes medios de difusión y de sofisticados recursos tecnológicos se han expuesto de manera más evidente y desmedida esas extravagancias que siempre han distinguido al hombre? Vivimos en la era del protagonismo, de la saturación de las imágenes, así como en los excesos de las palabras. Hoy, como nunca antes, cualquier mortal alcanza sus correspondientes quince minutos de flema. Ahora, como nunca antes desde que el mundo es mundo, se han producido millones de imágenes. Pero imágenes en su mayoría carentes de argumento estético y, por lo mismo, a la búsqueda de palabras. ¿No es paradójico? A la búsqueda de discursos mareadores y deslumbrantes que les den un significado artístico.
Mientras, en el medio de las artes visuales, llevamos décadas desconfiando de… lo puramente visual. ¿No es paradójico? Por lo que hemos pasado por largos periodos de argumentaciones “conceptuales” para darle valor a una imagen. Imagen que dicen que valía más que mil palabras. Mil palabras huecas, o cuando menos inútiles, que ahora han engullido y suplantado a la imagen, teóricamente artística. ¿No es paradójico?
De ahí que algunos museos o galerías, y todas las ferias de arte, estén saturados de verborrea y presunción. Petulancia y palabrería que son más comúnmente vanguardistas y conceptuales, pero también las hay pictóricas o plásticas. Espacios arquitectónicos, lugares para el espectáculo u objetos bi y tridimensionales colmados tanto de afectaciones conceptuales como de artificios plásticos. Pero no de esa cosa visual y antigua que se nombraba contorno, silueta, sombra, boceto, claroscuro, línea, armonía, composición, figura, paisaje, atmósfera, materia, color, espacio, tono, superficie, volumen. Argumentos visuales que contenían la famosa Idea. Ya fuera una imagen gráfica, un dibujo, una pintura o un objeto escultórico. Objetos artísticos que producían esa actitud muy pasada de moda que se llamaba contemplación. Contemplación que favorecía esa cosa rara y excepcional que se distinguía como un placer estético. Deleite artístico que formaba parte fundamental de eso que se decía cultural y humano.
La idea de Persona que presenta Antonio en esta muestra, y que capta en el ajetreo del mundo contemporáneo es, primero, la forma: llevar esos elementos propios de la pintura y la gráfica a la fotografía. Y, segundo, el contenido: representar al individuo anónimo en soledad.
La idea de Persona que presenta Antonio en esta muestra, y que capta en el ajetreo del mundo contemporáneo es, primero, la forma: llevar esos elementos propios de la pintura y la gráfica a la fotografía. Y, segundo, el contenido: representar al individuo anónimo en soledad. Ya que en estos tiempos globales si alguien, cualquiera, un Pobre Diablo, por ejemplo, que aparece por azar en estas fotografías no tiene un millón de amigos (como predica Facebook y como canturrea Roberto Carlos), pues no existe, porque no vende, nomás consume. Y si otro cualquiera, en otra foto cualquiera entre las miles que los medios de comunicación difunden a diario a nivel mundial. Por decir el Juan Camaney de temporada, quien, como un requisito indispensable para ser el Camaney de moda debe tener miles de amigos virtuales. Pues entonces este mentado Juan sí existe, porque vende. Aunque en realidad sólo existan, tal vez, él y eso que se designa como amistad, en el otro mundo equidistante pero virtual y en el universo paralelo de Internet.
“El éxito de las redes sociales es que todo el mundo quiere ser escuchado pero no escuchar”, explican los especialistas. ¿Eso hace alguna diferencia con la realidad? Además quiere, el usuario común del face y del twit, obtener presencia virtual y fama real (que dura quince minutos exactos) al comentar sus nimiedades cotidianas, las intrascendencias del instante en el que vive, los chismes del momento o las opiniones del tópico que sea.
Y si todos pretenden ser amigos en la Red, ¿quién es amigo en realidad? Y si todos opinan, ¿quién analiza? Y si todos quieren ser leídos, ¿quién lee? Y si todos hablan, ¿quién escucha? Y si todos quieren ser admirados, ¿quién admira? Y si todos toman fotos y sólo les interesa mostrarlas, ¿quién las ve? Y si todos producen arte (como “razonan” demócratas de los medios), ¿quién lo contempla?
Algo que no se comenta en la realidad y en las redes no existe. Algo real o verdadero se vuelve inexistente si no vende, si “no trasciende”, “si nadie lo pela”. Algo virtual “adquiere” realidad con el poder de cientos de miles de seguidores, al igual que una mentira repetida hasta el hartazgo. Algo visual que no se explica no vale. Algo que no vende o “se exhibe” no existe. Así, alguien que opte por el silencio, por lo contemplativo, la soledad y el anonimato —como una Persona en medio de la nada que se capture por azar en estas fotografías—, pues ese héroe anónimo es borrado en un santiamén por el griterío, es arrastrado por el frenesí de la multitud y por la intrascendenc ia de lo inmediato. ®