La literatura rosa se rige bajo el principio de ser melosa, cursi y fresa. En ella el amor siempre triunfa, los malos pagan y hay un arcoíris al final para los protagonistas. No es sorpresa que las telenovelas tomen de base todas estas historias, con arquetipos más que repasados y los conviertan en un producto consumible, de fácil disfrute y sin muchos giros narrativos.
Carlos Velázquez (Torreón, Coahuila, 1978) es un escritor producto de su tiempo, del posnorteñismo, de los melodramas y la ironía. Con La Biblia Vaquera (Tierra Adentro, 2008) Velázquez se estableció como uno de los mejores cuentistas contemporáneos, su escritura era fresca, sus personajes eran curiosos y al mismo tiempo rompía y seguía una tradición, la de la llamada “literatura norteña”.
La marrana negra de la literatura rosa (Sexto Piso, 2010), el nuevo libro de Velázquez, sigue la misma línea de su trabajo anterior, aunque hay diferencias sustanciales que me impiden pensar en el libro como una secuela. Mi primera experiencia con La marrana fue en la tercera edición de Caza de Letras, el virtuality literario organizado por la UNAM. Aunque Velázquez no ganó la competencia (fue finalista) su participación es de lo mejor que ha visto el concurso.
La marrana tiene su germen en los melodramas diarios, y Velázquez logra abordar los temas cotidianos e irreales de esas historias, logra torcer el brazo a la literatura rosa para convertir las historias telenovelescas en cuentos, en su estilo característico, exagerando los relatos y personajes, llenos de humor que a no todos causará gracia.
El estilo narrativo de Velázquez es fácilmente identificable. Sus oraciones son pequeñas y fuertes “Y qué es una jota sin autoestima. Una jota feliz. Desinhibida. Pero Alexia no podría ser feliz, no siendo tan fashion”. Los habitantes de La marrana son inverosímiles. Una pareja con problemas con la cocaína y el sobrepeso, una “vestida” que tiene un flechazo amoroso contra su voluntad con un beisbolista, una banda de punk que consigue a un tecladista con síndrome de Down, un hombre que decide escapar a su realidad entrando en un club y a una “cochinita sexy” que dicta en sueños novelas homosexuales a su “dueño”.
Lo que más llama la atención de La marrana es el manejo de los personajes y su función dentro de la historia. Velázquez es un autor que conoce a sus protagonistas. Sus narradores, incluso los que no son en primera persona, son muy cercanos al resto de los personajes, por momentos incluso se confunden las voces y los diálogos.
La marrana tiene su germen en los melodramas diarios, y Velázquez logra abordar los temas cotidianos e irreales de esas historias, logra torcer el brazo a la literatura rosa para convertir las historias telenovelescas en cuentos, en su estilo característico, exagerando los relatos y personajes, llenos de humor que a no todos causará gracia.
En ocasiones el narrador y los mismos personajes saben que hay algo malo en ellos. No mienten. La mayoría son marginados por “raros”. Si en el primer cuento encontramos a un cocainómano, en los que siguen encontraremos a hombres con ganas de ser mujeres. Las influencias de Cheever, Palahniuk (“La primera regla del club de las embarazadas es que no se habla del club de las embarazadas”) y telenovelas como Rubí, la protagonista pobre que para olvidar sus raíces busca parejas con mucho dinero, son notables. Lo importante es el cambio interno que tienen los protagonistas, todos se corrompen. La conclusión que saca la narradora de “El alien agropecuario” ejemplifica la destrucción o descubrimiento interno que los personajes de Velázquez experimentan:
Y como en un juicio por la patria potestad de un vástago, El alien quedó en medio de nosotros y de don Gramófono. Ven chiquito, le dijo Lauro. Se sacó un chocolate de la bolsa y se lo extendió. Qué pendejo. Lauro pensaba que El alien seguía siendo el mismo que el día que lo conocimos. Que no se había corrompido. Y tal vez no lo hizo. Simplemente entendió la diferencia.
Pienso en La marrana como un buen libro, noto a un Velázquez más preparado para crear y no sólo para contar. Menos atraído por las modas y más hacia lo que él puede agregar al cuento. El más grande acierto de La marrana es tomar historias que conocemos y convertirlas en parodias de sí mismas. De ahí nace el enlace de tomar elementos de la literatura rosa (o de la televisión) y darles un giro que no tienen en realidad.
No hay que dejar de ver las fallas que presenta el libro. Es cierto que no se puede juzgar el espacio ni la lógica dentro de la ficción, sin pero en cuentos como “La jota de Bergerac” y en “El alien agropecuario” hay momentos que bien se podrían pasar por alto porque no añade mucho al cuento. Habría que tener en cuenta al narrador, sea quien sea, que por momentos emite ciertos juicios de valor para perjudicar a los mismos personajes. Esto tiene una razón de ser un poco peligrosa por si no llega a entenderse, sólo es para remarcar el pobre estado social de los protagonistas.
Al igual que La Biblia Vaquera, no dudo de que La marrana tenga una gran recepción crítica, pero, aún más importante, una buena recepción lectora. Los cinco cuentos que componen La marrana están bien estructurados y entretienen, recrean personajes y espacios, dicen algo más de lo que está en las líneas. Y al final, ese es el verdadero objetivo de la literatura. ®