El arte urbano es auténtico porque viene de las bases de la sociedad. Las calles son el medio que compartimos, los diarios ya no dicen lo que pensamos, sino lo que piensan unos pocos, los políticos piensan para unos pocos; entonces, ¡bienvenida la calle para expresarse para todos!
Desde pequeño a Nicolás Santiago Romero Escalada le gustaba mucho pintar. Todavía recuerda esas tardes en que su padre llegaba de la oficina con un magnífico regalo: metros y metros de papel de impresora en los que el pequeño Nicolás podía dibujar interminablemente.
“Creo que él siempre intentó motivarme ese lado, supongo que por mi abuelo, que también dibujaba un poco”, cuenta en entrevista quien ahora dibuja a gran escala utilizando muros como soporte, firma sus creaciones como Ever y viaja por diversas urbes del mundo (Santiago, Sao Paulo, Lima, Miami, Atlanta, París, Berlín, Barcelona…) por invitación de quienes desean tener cerca uno de sus dibujos.
Su interés por utilizar los espacios públicos como lienzo para su arte nació por una necesidad de llamar la atención.
“El graffiti me descubrió a la edad de los dieciséis años, una edad en la cual uno trata de buscarse a uno mismo, ser diferente, y yo reunía los atributos necesarios, es decir, quería dibujar y en grande”.
Lo que más disfruto de pintar en la calle es el medio en sí mismo, es decir, las ciudades son máquinas impredecibles, en donde convive una especie de desorden/orden… Creo que partiendo de ese concepto, salir a pintar le introduce algo “no establecido” al día normal de un ciudadano común.
—¿Qué disfrutas más de crear obra al aire libre?
—Lo que más disfruto de pintar en la calle es el medio en sí mismo, es decir, las ciudades son máquinas impredecibles, en donde convive una especie de desorden/orden… Creo que partiendo de ese concepto, salir a pintar le introduce algo “no establecido” al día normal de un ciudadano común. Como conclusión, creo que el significado de una obra en la calle se agranda a través de los diferentes tipos de significados que le deja el observador —clase media, baja, rico, etcétera—; ésa es la parte más emocionante, creo yo, en esto.
—En tu trabajo incorporas rostros. ¿Qué te atrae de un rostro?
—Los rostros me atraen desde pequeño. Mis padres siempre me mostraron obras de Van Gogh, Lucien Freud, Bacon, Velázquez. Por eso creo que, inconscientemente, tengo al rostro como una especie de comunicación con mi ser interior. Creo que uno cuando pinta trata de resolver cosas internas.
—¿Cómo escoges el retrato de quien llevarás a un mural?
—Lo importante para mí en los retratos es que sean rostros atípicos, nunca busco el concepto de “belleza” establecido por la sociedad.
—Has dicho que con tu obra quieres que se vuelva importante quien no lo era.
—Vivimos en sociedades con profundas dependencias religiosas. A veces siento que el humano no puede con sus culpas y por eso se exige creer en un dios que lo domina todo. A través de ese concepto yo trato de pintar para tratar de expresar que sólo somos lo que nos rodea, no existen dioses a los cuales pedir perdón, sólo somos nosotros. Y el día que nos demos cuenta de que no tenemos que entrar a edificios gigantes llenos de oro para mirar al cielo vamos a ser mejores seres humanos.
—Me parece que con el rostro del tamaño de un muro el personaje ya ha cobrado suficiente relevancia. ¿Por qué además divinizarlo con la utilización del simbolismo religioso?
—Los símbolos religiosos son patrones que la gente tiene establecidos inconscientemente, los utilizo como una manera de comunicación con el observador, y también por mi objetivo de “divinizar” los personajes que dibujo.
—También has incorporado a Mao como personaje en varios de tus murales. ¿Por qué?
—Mis últimos trabajos están relacionados mucho con el comunismo, primero porque estoy fascinado con un concepto más macro, que es el concepto de la idea y sus contradicciones. Creo que las nuevas generaciones de jóvenes están en busca de una salida del capitalismo; la gente se dio cuenta de que comprarse el último iPad no va a darte de comer dentro de dos meses. Todo este tipo de situaciones me hicieron reflexionar sobre lo contrario al capitalismo, que es el comunismo, que en su teoría, uno lo lee y dice: “¡Guau, esto es genial, todos unidos, el mismo objetivo!”, pero tomemos como ejemplo el comunismo chino actual. En sus bases es un capitalismo escondido. China hace los iPods, las computadoras, los autos que sirven para el capitalismo. En mis últimas obras recopilo imágenes de pósters chinos, en donde puede verse el progreso de una sociedad, o mejor dicho, el ideal de un pueblo. Yo los modifico y trato de llevarlos como si fuese la historia de Cristóbal Colón cuando llegó a América.
—¿Por qué escogiste Ever como seudónimo?
—Lo elegí porque cuando comencé a pintar hacía letras, y eran lindas para bocetear. Después, con el tiempo, me di cuenta de que no era bueno para el graffiti-letters.
—Ever, siempre, alude a la permanencia. Con ello se me antoja preguntarte qué vida deseas para tu obra. ¿Tu trabajo está hecho para permanecer? ¿O quieres que sea efímero?
—Mi proceso de trabajo tiene sus bases en mi ser “egoísta”, uno lleva “su” mensaje a la calle, pero lo mágico de este proceso es que cuando uno termina de pintar la obra ya no le pertenece. Los significados los interpreta otro, la obra es de la gente, por lo tanto ellos pueden hacer lo que quieran con ella; es más, que la arruinen o le pinten encima me gusta, porque eso quiere decir que algo generó.
—¿Consideras que el arte urbano sigue pisando los terrenos del vandalismo? ¿O esa etapa ha quedado atrás?
—Creo que el “arte urbano” es una denominación inventada para ponerle un nombre más lindo al graffiti, y hacerlo más vendible. Por lo tanto, creo que mientras más “street art” tiene que haber más vandalismo, porque así comenzó todo, nunca se van a poder separar. Se los puede clasificar y dividir, pero salieron de la misma madre.
Olvidarse de la carne
Cualquier transeúnte que haya observado más de una creación de Ever sabe que provienen de un mismo artista cuando observa que se trata de rostros monumentales de cuyos ojos manan ríos de color, rayos que pueden terminar en un paisaje o en la abstracción y que invitan a imaginarnos desde un estado de trance o de sueño hasta poderes sobrenaturales o la huida del personaje a otra realidad.
“Las formas abstractas las veo como una forma de almas internas de los rostros, trato de llevarlas a diferentes tipos de situaciones”, explica Ever respecto de esa peculiaridad. “Al tiempo en que ‘divinizo’ figuras trato de ‘humanizarlas’. Esto se debe a que una vez estaba en un colectivo en Buenos Aires, era la época de la influenza N1H1, o algo así, y subió un vendedor y dijo: ‘El cuerpo es un traje para usar en la Tierra’. Jamás escuché algo tan reflexivo y a la vez tan simple. Creo que traté de llevar el mensaje del vendedor a mi trabajo, olvidarnos de la carne, y empezar a ver el alma”.
Creo que el “arte urbano” es una denominación inventada para ponerle un nombre más lindo al graffiti, y hacerlo más vendible. Por lo tanto, creo que mientras más “street art” tiene que haber más vandalismo, porque así comenzó todo, nunca se van a poder separar. Se los puede clasificar y dividir, pero salieron de la misma madre.
—¿De qué manera está presente Argentina en tu obra?
—Creo que está presente en el hecho de la “libertad”. En la Argentina vivimos épocas oscuras, en las cuales se desaparecía a personas por pensar diferente. En mi caso, por ejemplo, a mi padre los militares —en la época de los setenta— lo quisieron secuestrar tres veces. Por eso siento que cada vez que salgo a pintar estoy haciendo algo que hace cuarenta años no se podía hacer en la Argentina, que es expresarse.
—A algunos artistas se les eriza la piel apenas huelen el óleo, otros cuando escuchan el lápiz deslizarse sobre la hoja en blanco… ¿Hay algo que experimentes cuando estás creando una pieza?
—La danza contemporánea me genera las mismas tensiones que cuando pinto.
—¿Cómo describirías tu trabajo a quien no lo ha visto aún?
—Le diría que soy una especie de Velázquez que pinta para el proletariado.
—¿Qué sugerirías a alguien que quisiera desarrollar una relación más intensa, creativa o profunda con su ciudad?
—Que se deje llevar. La ciudad, aunque no quieras, te absorbe. Las cosas llegan solas, no las tiene que buscar uno.
—Además de los murales que pintaste en el Museo del Juguete y en Cauce Ciudadano, en Río Consulado, ¿hay más piezas tuyas en México?
—No, lamentablemente no existen más. México es una ciudad que, sin duda, voy a visitar mucho más seguido, es la madre de las ciudades monstruo.
—¿Por qué escogiste a la Tonina Jackson para el mural del Museo del Juguete?
—Elegí a la Tonina porque tiene relación con mi trabajo. Creo en los héroes terrenales de las sociedades, la sociedad les pone su valor. La existencia del mismo se la debo a Gonzalo (Proyecto Mamutt), quien como anfitrión y gestor de mi viaje a México, me mostró la foto de este hombre con actitud de que se llevaba el mundo por encima.
—Has tenido colaboraciones con muchos artistas. ¿Qué te gusta de pintar en colaboración?
—Lo que me gusta de las colaboraciones es el hecho de que los artistas dejen de lado su ego, y se pongan como objetivo un fin en común. Jugar con esas premisas hace que las colaboraciones sean cosas totalmente sugerentes.
—¿Has tenido algún lío o una anécdota que recuerdes especialmente?
—Sí, cuando pintaba un mural en el barrio de Palermo, una obra en la que se encuentran Mao Tse Tung, dos niños chinos y una virgen. Los primeros dos días la gente pensaba que era Perón, a lo que se me vino la invasión de La Campora del barrio y una invitación a un asado peronista. Al tercer día, cuando confirmaron que era Mao Tse Tung no me ofrecieron nada más. Cuando empecé a hacer la virgen la gente me adoraba y decía que la virgen conducía a la paz en el mundo y que los niños estaban absorbiendo esa energía. Al último día, un domingo a las 11 de la mañana, cuando le puse a la virgen un triángulo en la cara fue cuando todo cambió. Me empezaron a caer devotos de la iglesia preguntándome por qué había puesto un triángulo en la cara de la virgen de Guadalupe. Y la Iglesia de la Virgen de Guadalupe da la casualidad quedaba a dos cuadras de la pared que estaba pintando. Terminé explicándole mi mural al padre de la Iglesia de la Virgen de Guadalupe, que fue como explicarle a un niño cómo se hacen los bebés.
—¿Cuál ha sido la crítica más fuerte que ha recibido tu trabajo?
—Recibo mails de la iglesia de Guadalupe en Argentina cada dos meses diciendo que están juntando firmas para borrar mi mural. Creo que Dios no está de su lado, ¡porque todavía paso y sigue ahí!
—¿Cómo percibes la relación creciente entre el arte urbano y el mundo comercial del arte?
—Creo que era algo que iba a suceder tarde o temprano. El business tiene esa necesidad de dominarlo todo, pero uno como artista tiene el derecho de elegir qué rumbo tomar. Por ejemplo, cada vez que yo hago un trabajo para una marca, hago dos murales más para equilibrar el nivel. Uno no vive del aire, aunque uno quisiera estar inmerso en este juego. Igual creo que es algo que va a desaparecer en unos años, cuando el mundo comercial se dé cuenta de que no le va a servir más. En mi caso, el día que sienta que lo que estoy haciendo lo domina otra persona, voy a dejar de pintar.
—De pronto se tiene la impresión de que el arte urbano fuera más auténtico, más crítico o más atrevido que otras expresiones visuales. ¿Te parece que es así?
—Siento que el arte urbano es auténtico porque viene de las bases de la sociedad, una manera básica y arcaica de decir “Acá estamos y esto nos pertenece”. Las calles son el medio que compartimos, los diarios ya no dicen lo que pensamos, sino lo que piensan unos pocos, los políticos piensan para unos pocos; entonces, ¡bienvenida la calle para expresarse para todos! ®