En los murales del brasileño Stephan Doitschinoff “Calma”, que se encuentran dispersos en casas, capillas y calles de pueblitos de Bahía, se reúnen folclor afrobrasileño, iconografía religiosa y simbolismo alquímico y cultura popular.
Cuando Stephan Doitschinoff tenía trece o catorce años comenzó a escribir en las paredes y a hacer esténciles. Pero él y sus amigos querían marcar distancia entre las letras estilizadas de los hip-hoperos y sus firmas, así que hacían todo lo posible porque las suyas se vieran desagradables. “Pensábamos que el graffiti era hip-hop y nosotros éramos punks”, cuenta en entrevista para Replicante.
Para esos momentos, Stephan era ya un gran dibujante… Nació en Sao Bernardo do Campo, un suburbio de São Paulo, hijo de un ministro evangélico y una mujer que también solía trabajar en la iglesia. En su casa, casi todo era considerado maligno: la televisión, la música, los libros… Pero dibujar era bien visto, para suerte de Stephan y de quienes hoy podemos disfrutar de su arte. En ello concentró sus energías y su tiempo. Luego llegó el divorcio de sus padres. Su mamá dejó de ir a la Iglesia… Y a Stephan se le permitió hacer lo que quisiera. Comenzó a juntarse con unos chicos del barrio que dedicaban una parte de sus vidas a las patinetas y otra a tocar en un grupo de punk.
Además de rayar paredes con letras horrendas, Stephan también utilizó sus habilidades en el dibujo para crear logotipos, volantes para fiestas, fanzines, playeras… Luego, un artista argentino que vivía en São Paulo le sugirió que podía vivir de sus dibujos haciendo ilustraciones para revistas. Fue cuando comenzó a vivir de su arte.
Hoy, Stephan Doitschinoff, también conocido como Calma, ha desarrollado un estilo que cualquier espectador difícilmente asociaría con el graffiti urbano, uno con el que ya es reconocido mundialmente, y que lo ha llevado a exponer en museos y galerías de todo Brasil, de Estados Unidos y de Europa.
“Siempre he pintado sobre lienzo y he dibujado”, explica Stephan, “y el street art que llegó a ser parte de mi trabajo años después es para mí sólo una parte de mi obra”.
Hace unos seis años Stephan se aburrió del street art de las grandes ciudades y decidió mudarse al campo.
Cuando Stephan Doitschinoff tenía trece o catorce años comenzó a escribir en las paredes y a hacer esténciles. Pero él y sus amigos querían marcar distancia entre las letras estilizadas de los hip-hoperos y sus firmas, así que hacían todo lo posible porque las suyas se vieran desagradables. “Pensábamos que el graffiti era hip-hop y nosotros éramos punks”, cuenta en entrevista para Replicante.
“A algún lugar en el que estuviera completamente excluido de cualquier escena, para clavarme en lo que había estado estudiando desde que tenía veinte años, espiritualidad, santería, mitología y sus efectos en la sociedad y en la mente humana. Quería ir a un lugar donde la espiritualidad todavía se mantuviera, donde no hubiera sido desplazada por la agresividad de la moderna cultura de masas”.
Su interés era profundizar en la cultura popular y espiritual local, en el arte del campo de Bahía, en el sincretismo afrobrasileño, en el candomblé cristiano, y pintar sobre todo eso en las mismas casas de las familias.
“Conocer, por ejemplo, las historias de la familia, como las que tienen los mineros de diamantes, la manera en que todavía son explotados, convivir con los locales… Me siento bendecido por poder conocer un nuevo mundo, la mayor parte del tiempo no tan hermoso, pero sí verdadero e intenso”.
—¿Qué disfrutas más de hacer obra para exteriores?
—Durante tres años, estuve viviendo y pintando en varios pueblos. En esa época, lo que más disfruté fue estudiar y escuchar de viva voz las historias de superstición, sus leyendas, las historias dramáticas de cada familia, y, en muchas ocasiones, pintar sobre ello. Y mientras pintaba iba más y más a fondo en el proceso de aprendizaje, para luego llevarlo al estudio y luego al lienzo.
«Por esa época quería conocer carpinteros locales que se especializaran en hacer reclinatorios, pero no sólo católicos, sino también para los rituales sincréticos, influidos por el candomblé y la umbanda. Trabajando con esos artesanos comencé a desarrollar algunas ideas que luego se convirtieron en mis instalaciones Novo Asceticismo y A lei do ventre livre.
”Hoy en día he regresado a São Paulo y estoy trabajando en algunos proyectos de arte público con un museo local, y acabo de instalar una escultura en el parque Ibirapuera, afuera del Museu Afro Brasileiro.
—¿Cómo describirías tu trabajo a alguien que aún no lo ha visto?
—El lenguaje estético que uso está influido por el arte sacro, el sincretismo afrobrasileño y el folclor, pero utilizo sus símbolos para hacer una reflexión sobre temas morales humanos atemporales, o bien sobre temas contemporáneos, como las relaciones oscuras entre los gobiernos, las corporaciones y los medios, y la creciente decadencia de la sociedad.
—¿Por qué escogiste Calma como sobrenombre?
—Porque Calma, que significa calma en portugués, es también una manera de abreviar “con alma”.
—Tus murales son descritos con frecuencia como una fusión atípica de arte popular brasileño, imaginería religiosa y gótica, y un toque sutil de la herencia del graffiti de São Paulo. ¿Qué opinas de esa descripción?
—Creo que he sido influido por el arte brasileño en general, pero en términos de graffiti, he sido más influido y he trabajado con artistas de Porto Alegre. Me parece que es difícil definir un estilo. Ahora estoy estudiando escultura, y eso también está influyendo en mi trabajo bidimensional. Ahora estoy viendo muchas esculturas e instalaciones, que empezarán a ser una influencia cada vez más palpable en mis pinturas. ®