Quisiera ver tus ojos por última vez, en las últimas horas de este martes 13 que se adhiere a mi ventana como la noche.
Es martes 13 de un año ininteligible, un año marcado por la muerte. Es la tarde de un día funesto. Tumbado en el fondo de mi estudio escucho los versos de un blues sofocado, un “Blues en el alma”, huérfano de áspero tequila azul.
Naciste en la árida Yuma pero te hiciste mexicana y cantaste a Lara como nadie lo había entonado; le diste tripas y corazón al blues y las feromonas brotaron de la melancolía, de la desesperación. Joven y dorada, con los cordones de tu cabello distrayendo los pensamientos de Dios. Ojos grandes y una nariz que pasmaría a Cyrano. Bella, extravagante, sensual, como tu fotografía en la portada de El sabor de mis palabras. Así es como mis ojos te ven, así es como te recuerdo.
Te recuerda este desconocido, apenado como un perro, al que nunca leíste, al que nunca palpaste con tus dedos de soberana bermeja. Pero al que sí tocaron tus canciones, tu voz de armónica celestial, y te lloro, te lloro desde el fondo de mi estudio, en las entrañas de un Iowa lánguido, soterrado por la nieve y el dolor inmenso de no poder estar cerca de ti al momento de tu partida; el dolor de no volverte a ver, de no volver a verme viendo tus ojos, siempre tus ojos.
“Los campesinos que te enterrarán sólo tendrán tragos y cigarros”, dice el poeta chiapaneco. Yo no tengo más que letras, caracteres estropeados bajo la nieve, una nieve que es el blues y la agonía de un martes triste, de una noche blanca de martes 13.
Cambiaste el curso del blues en México, lo dotaste de carácter, le asestaste un golpe a los puristas del rock y salvaguardaste la palabra, la tuya, la mía, la de la poesía; la caritativa, la inhóspita, el pan nuestro de cada día. Podría reseñar tu obra en una cuartilla, una hoja que a nadie le importaría. Podría enumerar tus álbumes como evangelios de un Juan asustado por el Apocalipsis; podría escribir todas esas cosas pequeñas que parezcan grandes, pero ya nada vale la pena, porque los campesinos sólo tienen tragos, cigarros y letras, y yo no puedo darte más que eso.
“Ya te lloré como nube,/ te di mi corazón;/ Envuelto para regalo,/ Con todo y pasión./ Me desperté con tu ausencia”, y es tarde, está oscureciendo en Iowa. Quisiera ver tus ojos por última vez, en las últimas horas de este martes 13 que se adhiere a mi ventana como la noche. Pienso en ti y en las palabras del poeta campesino: “Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido”. Estoy seguro de que fue así, y estoy seguro también de que él está contento, alegre de verte, de verse a él mismo, viendo tus ojos. ®