En la democracia el cambio no significa un giro de 180 grados, es decir, no es una revolución. Significa la posibilidad de adoptar unas políticas que se consideran más apropiadas y eficaces que las que está implementando el gobernante. Es la opción por las reformas y por la gradualidad.
En el marco de la más grave crisis económica de la era posfranquista España le otorgó al Partido Popular, de tendencia derechista, el más amplio apoyo que haya recibido en 35 años. De la mano de Mariano Rajoy, un líder de poco resplandor, más bien opaco en sentido mediático, este partido ha obtenido la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, lo que le permitirá adelantar la tarea de gobernar con una cómoda mayoría absoluta. España está afectada por un paro que bordea la catastrófica cifra de 25%, de la que hace parte un gran porcentaje de jóvenes que han perdido la esperanza o manifiestan su escepticismo ante el futuro. El Partido Socialista (PSOE), bajo el liderazgo de José Rodríguez Zapatero, no pudo encontrar fórmulas efectivas para enfrentar el excesivo endeudamiento, que se hizo manifiesto desde comienzos de su segundo mandato en 2008.
Interesa destacar en los comicios españoles varios aspectos. En primer lugar la madurez de la democracia, no obstante su relativa joven vivencia, pues hay que recordar que ésta se vino a reinstaurar luego de la larga y trágica dictadura de Francisco Franco. El problema central de la crisis económica no desquició a los partidos ni a sus electores, nadie ofreció recetas milagrosas. En el discurso de los partidos y candidatos sobresalió la idea de la responsabilidad para encarar duros momentos que habrán de vivir para poder salir avante. Ni siquiera el movimiento ciudadano de los “indignados” fue factor de preocupación o de desestabilización. Sorprende que ni el anuncio histórico de ETA de abandonar las armas haya desempeñado un papel a favor o en contra de la derecha o de la izquierda. Ambas tendencias tienen firmado un ejemplar y profundo acuerdo en cuanto a la forma de enfrentar el terrorismo.
No quiere todo esto decir que entre el PSOE y el PP u otras formaciones no existan diferencias. Pero, en experiencias de esta clase es como adquieren sentido las ideas del gran político y filósofo italiano Norberto Bobbio, cuando afirmaba que la gran virtud de la democracia consiste en evitar que los adversarios se vayan a los extremos o se dejen llevar a la enemistad absoluta. Derechas e izquierdas alcanzan acuerdos sobre temas centrales de la política, de la organización del Estado, sobre el orden y el ejercicio de la autoridad, sobre las competencias, los derechos y los deberes, sobre las garantías y libertades, de tal forma que es la moderación el tono que adquiere la lucha política. El sentido del matiz es lo que permite que el debate lógico que se adelanta en los escenarios democráticos no se desborde ni desquicie esos acuerdos. Cada fuerza es consciente de sus límites. La democracia estipula, no obstante su fatal incompletud, los términos para el cambio, para los duelos, para los debates y también para el cierre.
España está afectada por un paro que bordea la catastrófica cifra de 25%, de la que hace parte un gran porcentaje de jóvenes que han perdido la esperanza o manifiestan su escepticismo ante el futuro. El Partido Socialista (PSOE), bajo el liderazgo de José Rodríguez Zapatero, no pudo encontrar fórmulas efectivas para enfrentar el excesivo endeudamiento, que se hizo manifiesto desde comienzos de su segundo mandato en 2008.
El que pierde admite la derrota y felicita al ganador. El victorioso evita el tono triunfalista, le agradece a su rival el reconocimiento y le reitera las garantías para que ejerza en plenitud su papel como opositor. El triunfador se convierte de líder de partido en gobernante de la nación. Parece un cuento feliz, pero no, no es un cuento de hadas. La democracia enfrenta dificultades en el día a día, situaciones en diversos planos despiertan reacciones y duros cuestionamientos y es en ellas en las que cada partido o movimiento encuentra la ocasión para mostrar sus propuestas y ganarse el favor de los votantes. Es un juego y una competencia, es su gran diferencia con la dictadura que no permite ni contempla la oposición ni el cambio. En la democracia el cambio no significa un giro de 180 grados, es decir, no es una revolución. Significa la posibilidad de adoptar unas políticas que se consideran más apropiadas y eficaces que las que está implementando el gobernante. Es la opción por las reformas y por la gradualidad.
En el caso español lo que veremos de aquí en adelante tiene que ver con un matiz de manejo de la crisis del que difícilmente se hubiese podido sustraer el PSOE. Entonces ¿dónde radica la diferencia? En el sentimiento de confianza que ya se había desgastado con los socialistas durante ocho años que estuvieron al mando. Ahora, la ciudadanía española, incluso la no militante, la que flota u oscila según el momento, le ha dado un voto de confianza a la derecha para que maneje la crisis. Sabe que vendrán momentos de sacrificio, pero lo que nos dice la lógica del matiz en democracia es que los Populares, que han sido más ortodoxos en Europa en el manejo de las finanzas y de los recursos, y en cuanto al tamaño del déficit del presupuesto, aprovecharán su cuarto de hora para introducir políticas de restricción que pueden dar sus resultados en el mediano plazo. No querían dejarle ese manejo a un desgastado e ineficiente gobierno socialista.
En todo caso, España ha dado una lección de madurez democrática, como la darán más adelante los italianos, los griegos y los franceses y en general los países más avanzados de Europa que confían en la metodología de la democracia para encarar la crisis sin caer al precipicio, aunque sí despeinándose. El que gana gobierna y el que pierde hace la oposición. Se vive en ambiente polarizado pero nunca en el sentido negativo que se le da a esa expresión en algunos países latinoamericanos en los que se asume como asunto peligroso e indeseable. Quizás esa percepción tenga que ver con un falso temor, producto de la inmadurez y los defectos de nuestras democracias. A lo mejor no hemos querido entender esa regla básica y elemental de la democracia y por eso se considera hasta loable y muy democrático quitarle al perdedor su condición de tal, como si de esta forma no se estuviera haciéndole un grave daño a la democracia, pues ésta sin oposición carece de sentido. ®