Marx murió a los 64 años de complicaciones resultado de una bronquitis crónica, un absceso pulmonar, carbunco —o ántrax—, hemoptisis y asfixia. No obstante, murió tranquilo, entristecido por la muerte de su esposa un par de años antes, hundido en su sillón y con decenas de proyectos inconclusos. Nunca se imaginó que su pensamiento dominaría todo el siglo que estaba por llegar.

A 127 años de la muerte de Carlos Marx —el 14 de marzo de 1883—,* su proyecto de emancipación de la clase obrera cumple dos décadas de haber fracasado. El desbaratamiento de la URSS mostró que la dictadura del proletariado lo que menos hizo fue liberar a los trabajadores de sus cadenas y que, por el contrario, los sometió a un largo y penoso régimen totalitario, aún más opresivo. De los regímenes comunistas que hoy perviven —Cuba, Corea del Norte, Vietnam y China— solamente esta última nación tiene altas posibilidades de sobrevivir con éxito, aunque, como en la desaparecida Unión Soviética, no son los proletarios los que guían sus destinos, sino una casta de tecnoburócratas perpetuados en el poder. Marx, que dedicó la mayor parte de su vida a pensar y luchar por la instauración de un sistema en el que los trabajadores vivieran en libertad y justicia, quizá hoy se encontraría más que desconcertado ante el rumbo que tomaron los acontecimientos desde la Revolución de Octubre de 1917 en la atrasada Rusia de los zares. El comunismo en ese vasto país de campesinos causó la muerte de por lo menos veinte millones de personas, de acuerdo con documentos como El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión, de Stephane Courtois (coord.), (1998; original: Le Livre noir du communisme: Crimes, terreur, répression, 1997) y Koba el Temible. La risa y los veinte millones, de Martin Amis (2004; original: Koba the Dread: Laughter and the Twenty Million, 2002).
En muchos de sus textos —y en las acaloradas discusiones con el anarquista ruso Bakunin— él mismo hablaba de un Estado en el que éste desaparecería gradualmente para dar paso a una sociedad de hombres y mujeres libres.
¿Imaginaba Carlos Marx un régimen como el soviético o el chino cuando predecía la inminente dictadura del proletariado en los países industrializados de Europa? En muchos de sus textos —y en las acaloradas discusiones con el anarquista ruso Bakunin— él mismo hablaba de un Estado en el que éste desaparecería gradualmente para dar paso a una sociedad de hombres y mujeres libres. Ya se vio que no fue así, aunque muchas de las aspiraciones del socialismo del siglo XIX —jornada laboral de ocho horas, derechos, demandas feministas, igualdad de todos ante la ley, educación gratuita— han cristalizado en algunas sociedades capitalistas contemporáneas y, como escribió Hans Magnus Enzensberger en 1974, “muchas de las discusiones mantenidas en su día por los grandes fundadores con los anarquistas y reaccionarios, liberales y socialdemócratas, conservadores y ultraizquierdistas, parecen completamente actuales”, en Conversaciones con Marx y Engels (Anagrama, 2009), de donde hemos tomado las citas sobre Marx de sus familiares, amigos y detractores.
Tragedia en rojo
Carlos Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, ciudad de la provincia de Renania en la antigua Prusia —hoy Alemania—, de un matrimonio judío convertido al protestantismo. Su padre, Herschel Mordechai Marx, hijo, nieto y bisnieto de rabinos, era un abogado que debió abandonar su fe para poder ejercer su profesión, como exigían las leyes antisemitas del Estado prusiano. Siguiendo las indicaciones de su padre, Carlos Marx fue a estudiar Derecho en la Universidad de Bonn pero pronto decidió irse a Berlín para cursar la carrera de Filosofía. En 1836, en Bonn, había conocido en un baile a la hermosa Jenny Von Westphalen, perteneciente a una familia de la nobleza latifundista prusiana, un tanto venida a menos. Casi inmediatamente se comprometieron y permanecerían unidos hasta la muerte en un matrimonio que sufrió la persecución, el exilio, la miseria y la muerte de cuatro hijos pequeños, en medio de intensas jornadas de trabajo intelectual y político. Además, de sus tres hijas sobrevivientes la mayor, Jenny, falleció de cáncer de vejiga en enero del mismo año en que murió su padre; la menor, Eleanor, se quitaría la vida en 1898 después de hacer un pacto suicida con su amante Edward Aveling —quien no lo cumplió—, y Laura haría lo mismo en 1912 al lado de su esposo el cubano-francés Paul Lafargue, autor de El derecho a la pereza (1880).
A esta historia se suma la de Freddy, vástago ilegítimo del fundador del socialismo científico y de la robusta sirvienta de la familia, Helene Demuth, quien acompañó hasta la muerte a la pareja Marx —después se iría a cuidar del anciano y enfermo Federico Engels—. Fue Engels quien casi al final de su vida —murió en agosto de 1895— le reveló el secreto largamente guardado a Eleanor. La hija menor de Marx, que lo idolatraba, se resistía a creer que su padre hubiera tenido un hijo con la señora Demuth. Lo que ocurrió es que durante un viaje que Jenny —la esposa— hizo a Holanda en 1850 por razones de salud, Marx y Helene la engañaron, quedando embarazada la fiel ama de llaves. El niño fue dado en adopción aunque años más tarde Engels, generoso y gran amigo de Marx, se ofreció a hacerse pasar por su progenitor. Una amiga de la familia, Luisa Freyberger–Kautsky, aseguró que el hijo “se parecía mucho a su padre, con su mismo rostro hebreo y su pelo negro”. A pesar del amor que sentía por los niños, como se lee en varios testimonios, Marx nunca reconoció a ese hijo y Jenny, “aunque profundamente disgustada y enojada, estuvo de acuerdo en que la noticia les habría provisto de munición letal a los enemigos de Marx si se llegaba a saber. Así empezó uno de los primeros y más logrados encubrimientos jamás organizados por el bien de la causa comunista”, dice el periodista británico Francis Wheen, autor de Marx’s Das Capital: a Biography (2000), acaso la biografía más completa de Marx—, quien también afirma que “mientras exista el capitalismo será necesario leer El Capital”.
Sin patria, sin dios, hijo del diablo
Por la ferocidad y agudeza de sus críticas al Estado prusiano en la Gaceta Renana Marx fue expulsado de Alemania y se marchó en 1843 con Jenny a París, donde nace su primera hija. Ahí traba una amistad indisoluble con Engels, hijo de un exitoso empresario alemán —a quien Marx calificaba de “viejo fanático y déspota”— y con quien firmaría muchos de sus principales trabajos. En 1845 es expulsado de Francia y se dirige a Bruselas, pero en 1849 también se ve obligado a salir de ahí por su activismo desde la Gaceta Alemana de Bruselas. Con Engels había publicado en 1848 el célebre Manifiesto del Partido Comunista. Marx se declara entonces apátrida, ateo y revolucionario. Finalmente se instala en Londres, donde vivirá con su familia el resto de su vida. En 1853 un informe de la policía prusiana lo describe como sigue:
Edad: 35 años. Talla: 1 metro y 77–80 centímetros. Figura: corpulenta. Cabello: negro, rizado. Frente: ovalada. Cejas: negras. Ojos: castaño oscuros, algo estúpidos. Nariz: gorda. Boca: mediana. Barba: negra. Barbilla: redonda. Cara: bastante redonda. Tez: sana. Habla alemán, en su variante dialectal renana, y francés. Características especiales: a) su habla y aspecto recuerda algo su ascendencia judía; b) es astuto, frío y decidido.
Con numerosos enemigos entre la izquierda y la derecha, no era raro que a Marx lo colmaran de calumnias. Una de ellas era que había escrito El Capital por encargo de Nathan Rothschild —empresario judío hijo del fundador del linaje de banqueros y financieros Mayer Amschel Rothschild—, aunque éste había muerto en 1836, cuando el joven Marx concluía sus estudios universitarios. En Marx and Satan el sacerdote rumano Richard Wurmbrand (1909–2001) acusaría al filósofo de haber hecho un pacto con el diablo. Según él, habría entregado a Satanás la vida de sus pequeños hijos para poder dominar el mundo.
Entre la poesía y la ciencia
Marx era un erudito empapado de vastos conocimientos de historia, filosofía, economía, política, filología, matemáticas, arte y literatura, y estaba al tanto de los últimos descubrimientos y avances de la ciencia y la tecnología. Admirador de Balzac, Shakespeare y de Cervantes, Marx hablaba y comprendía una veintena de lenguas europeas, incluyendo latín y griego antiguo para leer a los filósofos clásicos. A los cincuenta empezó a aprender el ruso para poder consultar documentos oficiales que le servirían para la redacción de El Capital y leer a los grandes novelistas de Rusia. “Siguiendo el consejo de Hegel”, cuenta su yerno Paul Lafargue, “entrenó su memoria desde la juventud, aprendiendo de memoria versos en alguna lengua desconocida para él”. De joven escribió algunos poemas y más tarde sería amigo de grandes poetas, como Heine, a quienes trataba con indulgencia por sus “debilidades políticas”. De ellos decía, recuerda su hija Eleanor, “que eran tipos extraños y que había que dejarles que recorrieran sus propios caminos, porque no se les podía medir según la norma de las personas corrientes, ni con la de las extraordinarias” —un juicio que a Stalin le tendría sin cuidado en el futuro.
A los cincuenta empezó a aprender el ruso para poder consultar documentos oficiales que le servirían para la redacción de El Capital y leer a los grandes novelistas de Rusia. “Siguiendo el consejo de Hegel”, cuenta su yerno Paul Lafargue, “entrenó su memoria desde la juventud, aprendiendo de memoria versos en alguna lengua desconocida para él”.
Cuando Carlos Darwin publicó El origen de las especies en 1859 Marx —que acababa de publicar su Crítica de la economía política— le escribió una carta entusiasta. Darwin le correspondería con otra que le remitió después de recibir el primer tomo de El Capital, en 1867; una extensa misiva que Marx, feliz, guardó como uno de sus más valiosos documentos.
Pese a todos los contratiempos y calamidades, la familia Marx conoció momentos de gran felicidad. Papá y mamá Marx transmitieron a sus hijas el amor por el estudio, las lenguas, el arte, la música y la pasión por el socialismo. Marx fue un esposo y un padre amoroso. Los testimonios de sus hijas y de los amigos de la familia hablan de un hombre que trabajaba hasta dieciséis horas diarias, pero aun así se daba tiempo para jugar con las tres pequeñas y con los niños con que se atravesaba en la calle. Sus hijas le habían prohibido trabajar los domingos, cuando salían a las colinas del norte de Londres y el día transcurría entre juegos y conversaciones con Engels y diferentes invitados, por lo general activistas del movimiento socialista venidos de todas partes del mundo que eran agasajados con quesos, pierna de ternera, cerveza y vino.
Sus enemigos ideológicos lo acusaban de intolerante y sarcástico, y lo fue muchas veces al calor de las enconadas discusiones en la Liga de los Comunistas y después en la Asociación Internacional de Trabajadores, que fundaría en 1864 y en donde tenía a raya a los “ambiguos y arribistas” que, aseguraba, no alcanzaban a comprender las bases científicas de su teoría: el materialismo histórico. Uno de sus antiguos críticos, Arnold Ruge, decía de Marx que tenía “el talento de afimarlo todo y demostrarlo todo; un auténtico pícaro de la dialéctica”.
Zeus y el dios de la clase trabajadora
A Marx sus hijas y sus amigos lo apodaban el Moro, por su tez un poco oscura. Cuando por fin la familia pudo establecerse en una modesta casa en Londres y las privaciones habían amainado, gracias también al auxilio económico de Engels —ya desembarazado de su estricto padre—, Marx aumentó su propia jornada de trabajo, pasando largas horas en su estudio y otras tantas en la biblioteca del Museo Británico. Empedernido fumador, dormía poco y su salud empezó a menguar. El desaliñado Marx era comparado a veces con un busto de Zeus que decoraba su escritorio, lleno de libros, papeles y hasta juguetes de sus hijas. “Todo aquel que los conoció personalmente”, a Marx y a Engels, dice Enzensberger, “quedó absorbido por un campo de pruebas y de fuerzas que no admitía ningún tipo de neutralidad. En la mayoría de los casos el resultado consistió en una polarización casi inmediata: los testigos presenciales se dividieron en compañeros y enemigos, en fieles y renegados”. Hyndman, un amigo tardío de Marx, decía que en él confluían “la cólera santa de los grandes profetas de su raza y el talento frío y analítico de Spinoza y de los sabios judíos”. Uno de sus mayores adversarios, Mijaíl Bakunin, reconocía abiertamente su genio: “Pocas veces se encuentra un hombre que disponga de tan vastos conocimientos, que haya leído tanto y comprendido tanto como el señor Marx”, aunque también lo denostaba fieramente: “Al igual que Jehová, el dios de sus antepasados, es extremadamente altivo y ambicioso, pendenciero, intolerante y absolutista. Su deseo de venganza raya en la locura. No vacila en mentir ni en difamar a quienes tuvieron la desgracia de provocar su envidia y enemistad”. Bakunin, que era partidario de la revolución anarquista y por tanto de la destrucción inmediata del Estado, acusaba a Marx de “estadista convencido y defensor del comunismo autoritario”.
Marxismo para principiantes
El marxismo es, dicho en términos muy elementales, una concepción del mundo: una visión global de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. Marx y Engels afirmaban que la historia debería interpretarse de acuerdo con las condiciones materiales en que han vivido los individuos de cada estadio —la infraestructura— y que han condicionado su forma ideológica —superestructura—, esto es, la política, la religión, el arte. La lucha de clases, enseñaban, es el motor de la historia, y es el antagonismo entre las clases opresoras y oprimidas lo que ha producido los cambios sociales y económicos. Creían que, finalmente, la lucha de clases llevará a la destrucción del capitalismo y la llegada de la sociedad comunista. Para distinguirse de otras corrientes socialistas, las utópicas, sobre todo, y del anarquismo, Marx y Engels llamaron socialismo científico a su doctrina pues estaban convencidos de haber creado un método científico de análisis, la dialéctica: “la ciencia de las leyes generales del movimiento tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”, explicaban.
Nada humano me es ajeno
“Lo único que sé”, dijo Marx irónicamente en 1870, “es que no soy marxista”. Desde la muerte de Marx surgieron diferentes interpretaciones y aplicaciones de sus teorías, y en la Unión Soviética pudo verse a marxistas que encarcelaban, exiliaban y asesinaban a otros marxistas —como en los primeros meses de la revolución cubana—, y otra aberración puede apreciarse en nuestros días cuando grupos criminales que se denominan marxistas, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, trafican con drogas y secuestran individuos como parte de sus actividades.
Desde la muerte de Marx surgieron diferentes interpretaciones y aplicaciones de sus teorías, y en la Unión Soviética pudo verse a marxistas que encarcelaban, exiliaban y asesinaban a otros marxistas —como en los primeros meses de la revolución cubana—, y otra aberración puede apreciarse en nuestros días…
¿Es pues marxista todo aquel que así se considere? ¿Fueron marxistas Stalin y Pol Pot?
Distintos estudiosos aseguran que en el pensamiento de Marx se encuentran ya las bases del totalitarismo, a pesar de que Marx se consideraba un humanista y muchas veces defendió la democracia. “El amor a los hombres es una de las fuentes de la doctrina comunista”, escribió. Por ello no deja de ser paradójico que la liberación final de la humanidad tuviera que pasar por una férrea dictadura. En un cuestionario que le hicieron sus dos hijas mayores cuando eran adolescentes Marx confesaba, entre otras cosas, que su sentencia favorita era la del romano Terencio: “Nihil humani a me alienum puto”, es decir, Nada de lo humano me es extraño. Sin embargo, Marx nunca pudo haber previsto que su doctrina, implantada en un país atrasado por “marxistas” intransigentes que pelearían a muerte entre sí, daría lugar a uno de los peores y más completos sistemas de opresión que hayan existido jamás.
Marx murió a los sesenta y cuatro años de varias complicaciones resultado de una bronquitis crónica, un absceso pulmonar, carbunco —o ántrax—, hemoptisis —expectoraciones con sangre— y asfixia. No obstante, murió tranquilo, entristecido por la muerte de su esposa un par de años antes, hundido en su sillón y con decenas de proyectos inconclusos. Nunca se imaginó que su pensamiento dominaría todo el siglo que estaba por llegar. ®
* Escribí este artículo para la revista M Semanal, ya desaparecida, en 2009.
Fuentes bibliográficas
Martin Amis, Koba el Temible, Barcelona: Anagrama, 2004.
Eduard Bernstein, “What Drove Eleanor Marx to Suicide” (1898).
Stéphane Courtois, El libro negro del comunismo, Madrid: Espasa–Calpe, 1998.
Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Barcelona: Anagrama, 1974–2009.
D. Riazánov (comp.), Karl Marx como hombre, pensador y revolucionario, Barcelona: Crítica Grijalbo, 1976.
Francis Wheen, “El hijo ilegítimo de Marx”, en El Cultural (www.elcultural.es), 13 de septiembre de 2000.
Francis Wheen, Marx’s Das Capital: a Biography, Nueva York: Grove/Atlantic, 2008.