Coger como deporte, coger como industria, por placer, por obsesión, o por eso que los frommianos llaman amor. El sexo mueve en el mundo más que las ideologías, o es que se entrevera con éstas. En Snuff (Random House Mondadori, 2010, para la edición en español), de Chuck Palahniuk, es coger por la segunda opción y además romper un récord: la cogida colectiva, el gang bang más ambicioso de la historia de la industria del cine pornográfico.
Humores y secreciones corporales, olor a aceites bronceadores, a frituras en grandes tazones, pisos encharcados de orina, obsesiones con el Viagra, condones al por mayor, discusiones, amago de peleas, bofetadas a la cara, a la moral y a la ética —si en ese ambiente las puede haber; corajes y arrepentimientos.
Seiscientos tipos esperando turno para meter sus miembros, experimentados, desgastados, enhiestos o incluso virginales, en la vagina miles de veces reproducida en video y en juguetes sexuales de la misma mujer, one after the other, nonstop motion, cuando mucho para ajustar las luces o el lente de la cámara. El asunto es formar parte del récord. Un gang bang de 600 sementales deseosos de pasar a la historia del cine porno.
Pero algo le falta. De algo adolece Palahniuk en su última entrega: Snuff, la historia de la actriz porno Cassie Wright que ha decidido poner en riesgo su vida para cerrarla con la misma violencia con la que se inició en el circuito del cine pornográfico. El asunto central de la novela no termina de cerrar bien, de hacer ese clic de sordidez y cinismo que el nativo de Oregon puso en títulos como Asfixia, Rant o El Club de la Pelea.
Snuff es pornográfico en su totalidad, sin necesidad de generar visualizaciones hardcore en la imaginación del lector, alcanza con mucho y con un tacto especial la definición más aceptada español de la pornografía, el libro tiene ese “carácter obsceno de obras literarias o artísticas”.
La narración allana lo que podría convertirse en un fetiche literario para encerrarse en un baño a dedicar sus líneas a inspirar el onanismo. El ritmo, sin ser vertiginoso, llega de pronto a desesperar o causar incluso desagrado entre la suciedad, no del ambiente y de lo que el porno representa desde una perspectiva moralina, sino la de sus personajes, de sus ambiciones de pasar incluso por encima de lo poco que le queda de vida como persona a Wright, para inscribir su nombre y su pene en la posteridad. Diríase en México: ser (y tener) una riata legendaria.
Todo se acumula como las decenas de condones en el piso y en la basura a lo largo de la filmación que enmarca la historia, incluso con aura de intriga sobre elementos como los inicios de la actriz en el cine porno, sus relaciones humanas y sexuales y una descendencia misteriosa que dentro del relato se balancea entre ser leitmotif y perder la fuerza en tanto que cuando parece haberle aportado el giro inesperado, vuelve a lo plano de manera predecible.
Por momentos Snuff se antojaría para un relato más corto, con menos relleno, menos Viagra-textual para levantarlo y mantener la intensidad hasta el final. Al igual que en una cogida que busca prolongarse sin necesidad, porque quienes intervienen están al punto, casi coordinados, Palahniuk busca entresijos que tocar para mantener el interés y alargar el clímax.
Algunos son ilustrativos: referencias al cine mudo, a estrellas famosas e infaltables, y por ello casi convertidos en clichés fáciles del relato, como Marilyn Monroe y su secreto para mantener unas tetas y unas nalgas turgentes la mayor parte del tiempo. Historias que llegan hasta la leyenda de que Hitler habría inventado las muñecas inflables para que en la I Guerra Mundial los soldados alemanes pudieran satisfacer sus necesidades sexuales sin el riesgo de una infección venérea por usar prostitutas.
Las más se convierten en relleno, distraen del hilo secuencial de los cuatro personajes que detonarán la historia de lo que pasará con Cassie Wright en su denodado intento por reinventarse y reventarse dentro de la historia de la filmografía pornográfica: el experimentado porno-stud Branch Bacardi, en franca decadencia; un ex actor de series detectivescas malogrado y dispuesto a todo, un jovenzuelo edípico en busca de la vagina original de la que cree haber salido y cuya réplica en látex es su perdición y trauma, y una asistente fría y terrible, pragmática y cínica.
Destacan algunas de estas caricias sexo-literarias que buscan prolongar la llegada al final, como cuando un personaje dice que “de acuerdo con la antropóloga británica Catherine Blackledge, el feto humano comienza a masturbarse en la matriz un mes antes de nacer… Esa pequeña cosa obscena comienza a jalársela en el tercer trimestre y nunca más deja de hacerlo”. Y una más que refiere a la masturbación como uno de los más grandes motores de la historia de la humanidad, ya que así es “como mataron al Sony Betamax… (la masturbación) trajo la primera generación de internet en el interior de los hogares. Hizo la web posible. Es su solitario dinero (el de los masturbadores) el que paga por los servidores”.
Fuera de ambas referencias y algunas otras bien contadas, Snuff pone demasiado empeño en satisfacer al relato mismo. Quizá el cinismo que impulsa a Palahniuk, que queda lejos de cumplir su objetivo y afianzar la historia como lo ha hecho con otras, rompiendo esquemas y sacudiendo conciencias colectivas, está presente, pero un tanto repetitivo.
Unas páginas menos, un final más abrupto, un empujón a fondo, desde arriba o desde abajo, con el ímpetu de un rapidín, hubiese sido más efectivo. En fin, tanto en literatura, como en el sexo, es cuestión de gustos, ansias y estrategias, pero también, en ambos: forma es fondo. ®