El arte, al contrario de lo que piensan algunos teóricos, ni es indefinible ni el concepto varía con la historia. Las teorías que han elaborado nuestras eminencias son totalmente absurdas. Los teóricos buscan la respuesta a las preguntas recurriendo a la razón.
Ésta es la tercera parte de una serie dedicada a establecer lo que es el arte. La primera parte fue “La definición del arte”, fijando el concepto, la segunda, “Más sobre la definición del arte”, poniendo en evidencia los errores de los teóricos, y esta tercera, que muestra la negativa de los seres racionales a aceptar la razón.
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El arte, al contrario de lo que piensan algunos teóricos, ni es indefinible ni el concepto varía con la historia. Las teorías que han elaborado nuestras eminencias son totalmente absurdas. Los teóricos buscan la respuesta a las preguntas recurriendo a la razón. Sin embargo, la razón no ofrece siempre la respuesta correcta. Ciertas ciencias pueden dar en exclusiva respuestas racionales, en especial cuando se trata de cuestiones ocultas a las evidencias. Pero hay cuestiones en las que la razón no es el único medio de alcanzar el conocimiento ni el más preciso.
Para el conocimiento de la conducta humana está mejor preparado el hombre dotado de sentido común que un incompetente con un título. La idiocia y los títulos se reparten en la comunidad.
El conocimiento se alcanza de diversas formas, una de ellas es la razón, otra, la comprensión. Comprender es un conocimiento inmediato, no por el tiempo empleado en alcanzarle sino por la forma de adquirirle, puesto que no precisa de argumentos, aunque no renuncie a su uso. Los seres racionales, en cambio, renuncian con frecuencia a la comprensión por lo que su conocimiento puede quedar incompleto y confundido.
Comprender es saber sin más datos, por ejemplo, saber cuándo una molestia en el estómago es consecuencia de una indigestión o de un golpe. Puede parecer innecesario dar este tipo de explicaciones, pero no es así. Recientemente los psiquiatras están llegando, gracias a su elevado conociendo racional, a una conclusión que ya sabía todo el mundo antes que ellos por intuición, que estaban sobrediagnosticando a los pacientes. En su práctica clínica han abandonado el conocimiento natural del hombre para refugiarse en la ciencia, como si ésta fuera la panacea para resolver todas nuestras dudas —o las suyas. Lo cierto es que lo que hacen, como cualquier hombre con poder, es ejercerlo. Para todos ellos la verdad es menos importante que el prestigio de su cargo y que la autoridad que se les concede para imponer su opinión, que no es criterio. La verdad en la sociedad queda aplastada por la fuerza y el interés de los cargos que la estructura social requiere para su funcionamiento.
Ese reconocimiento que hacen los titulados de su error no debiera quedar disculpado, pues sería como si un asesino que hubiera reconocido su crimen quedara, por ello, libre de castigo. En primer lugar no creemos que hayan reconocido toda la extensión de su error; en segundo lugar, no creemos que, por ello, vayan a dejar de sobrediagnosticar y, por último, por haber cometido tan grave error debieran quedar desacreditados y apartados de esa labor: si son incapaces de reconocer la verdad, que se dediquen a otra cosa. Y es un problema que pone en evidencia una situación a la que acabamos de hacer referencia, que un exceso de razón no conduce al conocimiento sino a la idiocia, ya que el hecho descrito muestra cómo el hombre corriente puede llegar a una conclusión con mayor facilidad que un sapiente que, víctima del respeto a la razón, ya no es capaz de valorar las evidencias por lo que dicen por sí mismas y busca argumentos propios de su “ciencia” para mayor gloria de su profesión pero no de la verdad, la cual, para alguien con un poder social, no puede quedar por encima de sus objetivos sociales. Todo cuanto decimos carece de influencia sobre la conducta porque los poderosos ejercen su poder, a pesar de las razones en contra de su proceder, y los demás se limitan a no enfrentarse al poderoso. El resultado real, supuestamente no deseado, es que la sociedad no corrige sus errores porque no se juzga ni se condena a sí misma, la sociedad siempre resulta ser inocente; el culpable es la víctima.
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Uno de los graves problemas del pensamiento actual es la imprecisión en el uso del lenguaje. Así, encontramos gente culta que dice “ese arma”, “ese acta”, o incluso “los actas”. Y hay otras muchas expresiones que parecen correctas, en lugar de ridículos giros lingüísticos adoptados por mediocres o snobs, y que, por su abundante uso, resultan reproducidos por gente que piensa que habla con propiedad. Es decir, el error se consolida.
Alguien me ha planteado si yo confundía el arte con la decoración. No lo hago, arte y decoración son campos distintos, como los colores y los tamaños. Por eso un objeto amarillo puede ser grande o pequeño. Lo que mi interlocutor quería plantear era una cosa muy distinta, pero que utiliza términos semejantes, y, como decimos, la falta de precisión actual, hasta por los teóricos, hace que éstos empleen cualquier palabra para exponer sus pensamientos debiendo deducir el oyente, a partir de lo que dice, lo que quería decir.
Esa persona, que hablaba con imprecisión, estaba preguntando, y no con muy buenas intenciones, si yo confundía la pintura artística con la pintura decorativa, cosa que tampoco hago. Esos conceptos pertenecen a un mismo plano, como sería el de los colores, por lo que un objeto es o amarillo o rojo. El caso es que mi artículo hablaba claramente de arte y decoración, por lo que no había razón alguna para tratar de otra cosa, pero además, dada la exposición que se hacía, tampoco había lugar para confundir mi interpretación de los términos empleados. Aparte de la mala lectura, la mala interpretación o las ganas de confundirnos, lo que había llevado a este curioso interlocutor a plantear la mencionada cuestión era el desconocimiento del significado preciso de los términos que empleaba.
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Los teóricos del arte forman parte de las instituciones sociales. No intenten razonar con ellos, la fuerza de su cargo se impone a la lógica, de la que tanto presumen. Estos titulados cometen los mismos graves errores que hemos visto en otros graduados.
Por ejemplo,
Otra teoría nos confirma que este error está muy difundido entre los teóricos de esa disciplina:
La comunicación es el proceso de transmisión de información que involucra a un emisor, un mensaje que será o es transmitido a través de un canal seleccionado y a un receptor.
[…]
Este mensaje o información ha de ser codificada para que sea comprendida tanto por el mismo emisor como por el receptor.
[…]
El proceso de la comunicación quedará completo cuando el mensaje sea comprendido.
En lo que no son más que tres frases encontramos reunidos los errores más frecuentes que aparecen en casi todas estas teorías. En primer lugar, la comunicación no trasmite exclusivamente información puesto que, en una comunicación, se pueden presentar datos, órdenes y preguntas, por lo que sería más apropiado hablar del contenido de la comunicación. En segundo lugar, información y mensaje son dos cosas diferentes. En la primera parte del artículo citado vemos que parece diferenciarlos, pero en la segunda parece que los confunde. En esa segunda parte habla de la codificación del mensaje o información, pues bien, ¿qué se obtiene al codificar la información? No queda claro porque al confundir dos términos diferentes se quedan sin el concepto adecuado para referir ese resultado. Si tuvieran claros los conceptos y su diferenciación se darían cuenta inmediatamente de que lo que ofrece una “información” codificada es un mensaje.
Lo que parece que tampoco entienden todas las teorías es que el contenido (que llaman “información”) es algo abstracto, mental, son simples conexiones neuronales, por eso no se puede transmitir de forma directa, salvo que recurramos a la telepatía. Si yo quiero trasmitir, en este caso, una información, te amo, yo no puedo referirla sin construir un mensaje: te amo, I love you, I ♥ u, como ha sido el caso. Pero la teoría de la comunicación parece creer que “te amo” es la información y no el mensaje, confundiendo contenido y continente, y dice que, cuando el receptor la decodifica, la “comprende”. Eso está mal expresado porque está mal comprendido el hecho de la comunicación. Cuando el receptor decodifica el mensaje obtiene el contenido. La expresión que utilizan, que el receptor comprende la información, supone que la información es algo real, algo que está fuera del emisor y del receptor, cuando es un conocimiento que se incorpora al pensamiento, una cosa mental.
En tercer lugar, la comunicación no precisa que el receptor la decodifique. Si éste no recibe el mensaje o no lo decodifica estaremos ante una comunicación fallida que es un caso distinto del de una falta de comunicación, ya que, en otro momento se podría recibir el mensaje o éste podría ser decodificado puesto que el mensaje ha sido creado y existe.
La teoría de la comunicación que aparece en Wikipedia sólo reconoce como elementos de la comunicación: el emisor, el receptor, la fuente y el canal. Pero dice sobre el emisor:
Emisor: Shannon llamó este elemento como “emisor”, el cual “opera en cierta forma en el mensaje para producir una señal adecuada para la transmisión en el canal”.
Esta teoría olvida decir que debe haber un creador del mensaje, y se centra más en el canal de transmisión que en la creación del mensaje, la codificación, que es lo esencial de la comunicación.
Y, sobre el receptor, dice:
Receptor: Para Shannon el receptor “Realiza la operación inversa previamente hecha por el transmisor, reconstruyendo el mensaje de la señal”.
O sea que el receptor “reconstruye” el mensaje, pero ¿por qué tiene que “reconstruir” el mensaje; es que llegó destruido? Yo diría que, de nuevo, los titulados confunden el mensaje con la información.
Todo el mundo puede cometer errores, pero no pueden cometerlos las ciencias, ni siquiera las disciplinas no científicas, pues todas ellas están gobernadas por cientos o miles de personas, y alguno de ellos debiera poseer una cierta lógica. No siendo así, como lo demuestran los ejemplos citados, todas sus otras conclusiones deben ser cuestionadas, pero la grave consecuencia es que ya no podemos creer en los valores sociales ni en los cargos sociales ni en los títulos sociales, y se debería analizar por qué los titulados cometen fallos tan graves en sus interpretaciones… ¿Qué es para ellos pensar? Yo diría que sólo un ejercicio del poder.
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En la comunicación existe un contenido que se quiere transmitir a un tercero y que sólo existe en el pensamiento. Para poder transmitirlo es necesario transformarlo en un objeto que se pueda manipular, que llamamos mensaje. La creación de un objeto se hace empleando algún tipo de elemento. Esos elementos pueden ser palabras, notas musicales, imágenes, representaciones, gestos, señales o signos.
Por lo tanto, el lenguaje es una forma de creación de mensajes utilizando un determinado tipo de elementos. Como hay diversos tipos de elementos que se pueden emplear en esa construcción, tenemos diversos tipos de lenguajes. El lenguaje verbal es uno de ellos, pero no el único, aunque, cuando se habla del lenguaje tendemos a pensar en exclusiva en el lenguaje verbal. Y tampoco existe diferencia entre el lenguaje verbal oral y el verbal escrito, en ambos casos se emplean como elementos para la confección del mensaje, palabras por lo que son el mismo tipo de lenguaje. Lo que hacen con esa interpretación es confundir el tipo de lenguaje (verbal) con la forma que presentan los elementos empleados (las palabras) que pueden expresarse con sonidos (lenguaje verbal oral), códigos (lenguaje verbal escrito), símbolos (lenguaje verbal jeroglífico), incluso signos (lenguaje verbal Morse). Quizás se entienda mejor si decimos que la pintura, la acuarela, el dibujo y el grabado constituyen representaciones del mismo tipo de arte, artesanales, a diferencia de la fotografía, una representación mecánica. El lenguaje oral y el escrito no serían dos tipos de lenguajes sino dos variantes de un mismo tipo, el lenguaje verbal.
Como ya hemos expuesto en el primer artículo de la serie que el arte es un lenguaje por ser expresión de un contenido, reafirmamos esa teoría desde otro punto de vista, haciendo constar que el arte está compuesto por palabras, notas musicales, imágenes, representaciones, gestos, señales o signos, lo cual significa que las obras de arte tienen la misma composición que los mensajes creados para permitir la comunicación y, si grazna como un pato, camina como un pato y se comporta como un pato, es que es un pato. Es decir, el arte es una forma de comunicación.
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Los titulados, que no han comprendido ni el arte ni los elementos del arte, cuestionan la posibilidad de dar una definición que abarque todas las manifestaciones artísticas que ha producido la humanidad a lo largo de su historia.
Para llegar a semejante conclusión “racional” ponen en evidencia su desconocimiento de lo que son los lenguajes, a saber, medios para confeccionar mensajes mediante diferentes tipos de elementos y, por eso, aparecen manifestaciones diversas: pintura, escultura, teatro, música… y además, cada lenguaje tiene una forma concreta de manifestarse en cada época y en cada lugar.
Saliendo del mundo del arte podemos entender mejor que, por ejemplo, el lenguaje verbal tiene distintas formas en distintas épocas y en distintos lugares: español, inglés, francés… Y, volviendo al mundo del arte, vemos, a lo largo de la historia, diversidad de estilos.
La variedad de lenguajes y la variedad de sus manifestaciones producen una ingente cantidad de formas artísticas cuya abundancia no sorprende cuando se conoce su origen, por lo que cada obra de arte se puede clasificar dentro de alguno de los tipos de arte (pintura, escultura, arquitectura…) y dentro de alguno de los estilos de arte (griego, romano, bizantino…). La cosa no tiene mayor misterio. ®