El populismo no tiene que ver con derechas o izquierdas sino con formas premodernas de la política que pueden coexistir con la democracia, aunque no la favorecen.
Éste es el primer video de una serie que tratará de diversos aspectos de la actualidad de México y del mundo en los ámbitos de la política, la economía, la cultura, las artes, la ciencia y la tecnología. En esta revista queremos seguir contribuyendo al debate, a la crítica y a la reflexión.
En su Tercer informe de Gobierno el presidente Enrique Peña Nieto habló del populismo como un peligro para México. Es claro que aludió a las aspiraciones de Andrés Manuel López Obrador para sentarse en su silla.
¿De verdad el populismo es un peligro? ¿O acaso una dosis de populismo sería conveniente entre tanta corrupción, impunidad, inseguridad y, sobre todo, pobreza y desigualdad?
También debemos preguntarnos: ¿López Obrador es netamente un populista? ¿El PRI ha sido populista? ¿Qué es el populismo?
El populismo es un proyecto de gobierno o una manera de gobernar con la cual el líder político subordina las instituciones del Estado, y la ley, para ponerlas al servicio de una relación personal con los gobernados, de tal modo que se hace pasar como alguien que personifica la voluntad popular y en cuyas manos está poner fin a las injusticias y atender las necesidades de la gran mayoría, especialmente de los pobres.
El populismo no tiene que ver con derechas o izquierdas sino con formas premodernas de la política que pueden coexistir con la democracia, aunque no la favorecen. Una de estas formas es el clientelismo, es decir, el intercambio de bienes y servicios públicos a cambio de control y apoyo, sea como votos o contingentes para marchas y plantones.
Está también el patrimonialismo, que es cuando los gobernantes o líderes políticos se valen de los recursos públicos o las instituciones del Estado como si fueran de su propiedad. Entonces ejercen y otorgan los bienes y servicios como si los sacaran de su bolsa y los entregaran a los necesitados como un gesto de buena voluntad y no porque su trabajo sea asignarlos.
El populismo también tiene que ver con el paternalismo. Esto es, considerar sujetos con derechos pero sin obligaciones a los pobres, como gente que merece que le den todo por el hecho de haber sufrido en un país en el que hay mucha riqueza.
El populismo es un proyecto de gobierno o una manera de gobernar con la cual el líder político subordina las instituciones del Estado, y la ley, para ponerlas al servicio de una relación personal con los gobernados, de tal modo que se hace pasar como alguien que personifica la voluntad popular y en cuyas manos está poner fin a las injusticias y atender las necesidades de la gran mayoría.
El paternalismo implica una concepción del Estado como responsable de resolver todos los problemas, como si gobernara a menores de edad. Debe decidir desde temas de moral pública hasta una política económica en la que interviene para decretar precios, salarios y paridad cambiaria, así como expropiar empresas privadas y otorgar subsidios indiscriminadamente. Esto conduce al desorden en las finanzas públicas y a un gasto público excesivo, que lleva a una crisis como la que se ha visto en Venezuela recientemente.
El populismo no concibe una población de ciudadanos, sino al pueblo como un conglomerado de menores de edad que deben ser tutelados y protegidos por el líder. Los protege, pero también los moviliza para que lo apoyen. Y así es como se retroalimentan el paternalismo, el patrimonialismo y el clientelismo.
Podemos afirmar que el populismo no favorece a la democracia porque no fortalece la ciudadanía ni al Estado de derecho. Al contrario, conduce al autoritarismo.
Prácticamente todos los políticos en nuestro país son populistas. Todos los que entregan de su propia mano despensas, material de construcción, tarjetas de subsidios y descuentos, cuando prometen o condicionan viviendas o tierras a cambio de acudir a marchas y plantones, hacen actos populistas.
También cuando inauguran obras públicas y hacen grandes ceremonias. O cuando en su comunicación social destacan su labor como si fuera algo heroico y no su obligación.
Otra de las características más importantes del populismo es su discurso antielitista y nacionalista.
El antielitismo quiere decir que se culpa de los males del pueblo a una pequeña minoría poderosa: la élite de los ricos, los banqueros, los dueños del capital, los partidos políticos, los políticos de siempre, los de arriba, la clase política, la oligarquía, la mafia del poder, las televisoras, los medios de comunicación…
No es que en realidad estas minorías o grupos eventualmente no tengan alguna responsabilidad o contribuyan a alguna crisis, pero el antielitismo enfatiza que la maldad de éstos es la principal causa de los problemas de la mayoría.
El nacionalismo es el otro componente discursivo que entrelaza al pueblo con la patria y con el líder. En este caso se identifica a enemigos extranjeros como responsables de los males del país y de la desgracia de los pobres: el imperio, los judíos, la banca internacional, los inmigrantes. Se les considera saqueadores de las riquezas del país, una amenaza para la soberanía o parásitos. Por asociación, la deslealtad al líder implica ser enemigo del pueblo y enemigo de la patria.
El antielitismo y el nacionalismo conducen a una explicación simplista de los problemas y a plantear soluciones también simplistas. El líder hace parecer que gobernar es un asunto de buena voluntad: sólo hace falta hacer que prevalezcan las buenas intenciones, que son las suyas, sobre las “malas intenciones” de sus adversarios. A esto se le puede llamar mesianismo, a que alguien pretenda salvar al país a partir de que afirma ser moralmente superior.
López Obrador es un populista pues su retórica es antielitista y nacionalista. También porque promueve una concepción del pueblo que conduce hacia el paternalismo y hacia un culto a su personalidad, como un líder que concentra un liderazgo moral.
Sin embargo, en su agenda encontramos algunas propuestas modernizadoras, como el combate a la corrupción y que los funcionarios públicos no tengan privilegios.
Peña Nieto, por su parte, mantiene rasgos de un populismo que ha caracterizado al priismo, como el clientelismo y el patrimonialismo, aunque su retórica carece del discurso antielitista y nacionalista.
En México no hay una confrontación de populismo contra neoliberalismo. En realidad no tenemos líderes o movimientos políticos completamente populistas, como tampoco netamente neoliberales o modernizadores. Poseen algunos rasgos. Unos más que otros, en distinto grado y en diferentes aspectos. Pero difícilmente puede asegurarse que hay populismos puros o extremos, como el de Hugo Chávez.
El populismo en México tiene mala reputación en tanto gobiernos como los de Luis Echeverría y José López Portillo tuvieron malos resultados para la economía de los más pobres con inflación, devaluación, deterioro del salario y pérdida del poder adquisitivo.
El populismo no es garantía de éxito o de fracaso para los más pobres. Hay distintas experiencias con distintos resultados. Tenemos ejemplos actuales que contrastan: el de Nicolás Maduro, en Venezuela, que está teniendo un saldo negativo en derechos políticos, económicos y sociales, o el de Evo Morales, en Bolivia, que mantiene buenos resultados en el mejoramiento de los ingresos y condiciones de vida de la mayoría, aunque ahora manifiesta el riesgo de un retroceso político hacia el autoritarismo.
Sí, el populismo como el de López Obrador es un peligro para México. Pero también hay que reconocer que si el populismo tiene simpatía entre buena parte del electorado es porque prevalecen condiciones que lo sustentan: el bajo rendimiento de la economía, la precariedad laboral y salarial, la impunidad, la inseguridad y el bajo rendimiento en general del gobierno de Peña Nieto.
Lo ideal sería que juntáramos los aspectos modernizadores, los que favorecen la democracia, de los distintos proyectos que se presentan en México. La pregunta para todos nosotros es: ¿Cómo fortalecer las instituciones y los procesos democráticos? ®
¿Qué es el populismo? Dirección: Rogelio Villarreal. Producción: Alberto García Ruvalcaba. Guión: Héctor Villarreal. Presentación: Gilberto Domínguez. Conducción: Priscilla Carrillo. Cámara e iluminación: Luis Fernando Ponciano. Cámara, edición y diseño: Annie Ramírez. © Replicante, 2015.