Tenemos una ciudadanía que no está informada sobre el gobierno porque no existe una visión global de cómo funciona. En este largo ensayo el autor compara los gobiernos mexicano y de Estados Unidos y el conocimiento que tienen de éstos los ciudadanos de los dos países.
Para Robert Booth Fowler, profesor emérito de la Universidad de Wisconsin–Madison, en agradecimiento por los aprendizajes y pláticas en sus clases y en el Rathskeller.
Una pregunta como la que planteo sería extraña si se hiciera en Estados Unidos respecto a su gobierno. Es de los mejor estudiados del mundo en sus tres poderes y a escalas nacional, estatal y local. Algunos de sus estudiosos llegan a estar convencidos de que, por sus virtudes, es un modelo a seguir para el resto del mundo, a veces mostrando el mismo entusiasmo desbordado de Paul Johnson en su historia sobre ese país (1997). Conviene considerar algunos elementos de cómo se estudia la política de Estados Unidos para proceder a lo largo del texto a responder la pregunta que planteo.
El tema más característico de la ciencia política es el gobierno. La política es acerca de lo que ocurre en y con el gobierno y, por lo mismo, con los retos relacionados con gobernar. Es posible criticar esta forma de entender la política. Aunque comprensible, se toma esta visión porque el gobierno ha sido y sigue siendo el tema central en la disciplina. (Para una discusión general de cómo entender la política, ver, por ejemplo: Adrian Leftwich: What is Politics? The Activity and Its Study, 2014; hay edición en español de la primera edición en inglés, de 2004). Se estudian los retos que existen para que el gobierno funcione adecuadamente y las razones por las que no funciona, aquello en que debe actuar y aquello en que no, con las implicaciones que esto conlleva. ¿Qué es peculiar, entonces, en la forma en que se estudia en Estados Unidos? ¿Nos dice algo sobre los alcances y límites de cómo y qué se estudia en México?
I. El contexto del estudio de la política en Estados Unidos
La teoría democrática da sentido a los estudios que realizan quienes se especializan en la política de Estados Unidos. Es el marco teórico y el ideal que buscan alcanzar. Es la conjunción entre ciencia política y filosofía política, sin que se confundan una y otra. Cuál teoría democrática es menos relevante que el medir el actuar gubernamental con esa vara. Cuentan con décadas de experiencia en el tema, por lo que conocen los alcances y límites de la práctica y del ideal en los tres niveles de gobierno. Las variaciones entre regiones y entre estados, dentro de un estado y entre ciudades ha facilitado obtener datos e información que analizan para obtener evidencia. Esto les ayuda a entender cómo se crea, recrea, avanza o retrocede esa democracia. Las bases normativas del gobierno no han cambiado significativamente desde finales del siglo XVIII. Lo que ha cambiado han sido las formas con que se entienden esas bases. Esto ha resultado en nuevas oportunidades y retos. Están conscientes que existen problemas debido al racismo y la xenofobia, además de los problemas herencia de la esclavitud.
Los estudiosos saben que la democracia no se reduce a lo electoral, por importantes que sean las elecciones y los partidos políticos. Los partidos son importantes porque unen aquello que separa la Constitución y son la forma menos ineficiente de superar esa separación, sin que sean la única forma de hacerlo. Hay otras formas que dependen de la ciudadanía. Ésta no tiene por qué esperar a plazos fijos (dos o cuatro años, por ejemplo) para reaccionar ante lo que se hace en el gobierno. Existen diferentes formas de influir y acceder a la toma de decisiones. Sin embargo, las manifestaciones públicas o las marchas no son la forma principal para buscar que se haga caso a las demandas ciudadanas en el gobierno, como pasa en México. De ahí lo inusual de lo que se vivió durante 2020, que no era como lo visto entre 1954 y 1968. La toma de posesión de George W. Bush el 20 de enero de 2001 creó la duda de si ese país entraba en una nueva dinámica y no sólo en cuanto a la participación política.
Ante un presidente con ínfulas monárquicas y ataques a los medios de comunicación y a sus “enemigos” no sólo se espera que sea la oposición o los partidos políticos los que hagan algo, sino que se está dispuesto a actuar con o sin esos partidos.
Una ciudadanía activa e independiente es lo que hace posible esa democracia. Si la gente se organiza puede afectar la política en formas diferentes a lo que pueden lograr los partidos políticos. La situación y el contexto afectan el interés de la ciudadanía por participar directamente en la política. Por ejemplo, ante un presidente con ínfulas monárquicas y ataques a los medios de comunicación y a sus “enemigos” no sólo se espera que sea la oposición o los partidos políticos los que hagan algo, sino que se está dispuesto a actuar con o sin esos partidos. Esa sociedad civil es parte de lo que descubrió Alexis de Tocqueville en la tercera década del siglo XIX. Ayuda, sin lugar a dudas, la existencia de un sistema judicial independiente, el Estado de derecho, la libertad de expresión y medios de comunicación independientes.
El éxito de ese sistema depende de los valores y conocimientos con que cuenta la ciudadanía. La educación cívica es una constante, sea en casa, en las escuelas, en los eventos sociales o en los medios. Los partidos de americano o de béisbol en el bachillerato, por ejemplo, son parte de ese proceso cívico que ayuda a crear comunidad. En todo esto juega una parte la Constitución. Los nombres de las calles cercanas a los edificios públicos no son aleatorios. El que el Congreso y la Casa Blanca estén en dos puntos opuestos de Pennsylvania Avenue es tanto un recuerdo de dónde se dieron los debates para la nueva Constitución como un recordatorio sobre la independencia y la interdependencia entre esos dos poderes (la distancia entre los dos es de casi dos km). Es una traducción espacial y visual de lo que se establece en la Constitución. Esto se repite en las capitales estatales, con simbolismos peculiares a cada uno de los 50 estados.
Existen grupos de interés, parte integral del proceso político. Pueden o no formarse por iniciativa de la ciudadanía. Esos grupos pueden ver por los intereses de la ciudadanía, actuar en su representación en el Congreso o ante las burocracias. En ese caso se puede ver con cierta tranquilidad que una parte de la ciudadanía sea apática o ignorante. Tiene sentido esperar que los grupos busquen resolver problemas, por lo que tiene sentido delegar responsabilidad (delegar es uno de los pasatiempos favoritos en ese país). Además, pueden desarrollar conocimientos y crear redes que faciliten el acceso y representar diferentes causas. Se reducen algunos costos para la ciudadanía, como buscar información, coordinar gente, realizar cabildeo y actuar. Se reducen también los problemas de una excesiva participación. La idea de múltiples grupos compitiendo entre sí en beneficio de la democracia fue una visión algo idealista propuesta por los llamados pluralistas, como David B. Truman, Robert A. Dahl y Charles E. Lindblom.
Hay otro lado en esta historia. Las decisiones y acciones que toman los grupos de interés también pueden resultar en beneficios particularistas, es decir, para los grupos, no para la ciudadanía, aunque con los costos impuestos sobre ésta. Al mismo tiempo, en el gobierno o en la burocracia no trabajan actores desinteresados, centrados meramente en proveer bienes públicos. Existen incentivos para prestar más atención a quienes puedan ayudar con la siguiente elección o con obtener un mejor puesto. Los grupos de interés pueden controlar o sesgar a su favor las decisiones de las burocracias, formando los llamados triángulos de hierro, o el contenido de las leyes que apruebe el Congreso —de ahí la importancia de también tener acceso a la presidencia—. Gana quien tenga acceso. Tiene acceso porque cuenta con los recursos adecuados, como se puede ver en K Street. Los grupos de interés hablan con un acento de clase alta, por parafrasear a E. E. Schattschneider (The Semi–Sovereign People, 1960). Debido a que existe un sesgo a favor de quienes tienen dinero, sería mejor hablar de una plutocracia o de una oligarquía. No siempre se considera esa posibilidad porque no siempre ganan los grupos de interés y no siempre gana quien tenga más dinero, a pesar de lo frecuente que sea escuchar lo contrario.
El liberalismo sigue siendo relevante para entender la realidad y para considerar los ideales por realizar. Algunos problemas que se enfrentan ahora son preocupantes, pero ya se han encontrado otros que parecían insalvables.
A pesar de las dudas que puedan surgir, la expansión de la democracia genera cierto grado de optimismo. La democracia se ha extendido a grupos adicionales desde que se fundó el país y en especial desde la Guerra Civil (1861–1865). Se han presentado altibajos y retrocesos, sin lugar a dudas, pero la tendencia general es de progreso, sin que se recurra a ese concepto. No es de extrañar. El liberalismo sigue siendo relevante para entender la realidad y para considerar los ideales por realizar. Algunos problemas que se enfrentan ahora son preocupantes, pero ya se han encontrado otros que parecían insalvables. Fueron superados, mal que bien, y no todos requirieron intervención gubernamental. La ciudadanía, en grupos, o el mercado pudieron resolver algunos o varios de esos problemas. ¿Por qué no podría volver a suceder?
La expansión de la democracia no ha ocurrido en un vacío institucional. Ha ocurrido bajo ciertas reglas del juego que ayudan a entender y explicar esa expansión. La Constitución (1789), en realidad la segunda, es la fuente de esas reglas del juego. Con ella se creó el gobierno que permitió la consolidación y expansión de ese país. Generaciones posteriores han reinterpretado y recreado ese documento para extender la democracia y, de paso, crear un gobierno cada vez más grande que participa en la vida de las personas, los mercados y los asuntos internacionales. A la par, ha dado pie a un presidente cada vez más poderoso. A pesar de los riesgos que conllevan esos cambios, se siente orgullo por la Constitución. Ha marcado la diferencia entre el éxito de ese país y el atraso, o retroceso, que se vive en otros países, como México (véase, por ejemplo, Daren Acemoglu y James A. Robinson: Why Nations Fail, 2012). Ahora bien, ese documento es más que lo que creó al gobierno y lo limitó. Es parte fundamental de la religión secular, de aquello que da identidad, sentido de pertenencia y libertades, reales y percibidas.
Por una parte, y a grandes rasgos, la Constitución crea a los tres poderes del gobierno nacional (artículos 1 a 3, inclusive), establece las relaciones con los estados (4), el proceso de enmienda (5), la jerarquía de la Constitución, las leyes nacionales y los acuerdos internacionales respecto a otras leyes (6), ratificación de la Constitución (7), las garantías o áreas en que no debe intervenir (enmiendas 1 a 10, inclusive, la llamada Bill of Rights) y 17 enmiendas posteriores (aunque la enmienda 21 anula a la 18). Esas enmiendas incluyen la elección indirecta para presidente (12), la abolición de la esclavitud e igualdad de la ciudadanía (13 a 15, inclusive, al que se añade la 19) e impuestos sobre ingresos (17). Un elemento curioso en el Bill of Rights es que las enmiendas 9 y 10 abren las puertas a la expansión del poder del gobierno nacional o mantienen los poderes de los estados, creando una base para los conflictos entre quienes desean un gobierno nacional fuerte y quienes desean gobiernos estatales con mayores poderes. Como sea, no deja de ser interesante que no se tuviera que recurrir a cientos de artículos para crear un gobierno responsable y representativo.
Por otra parte, el preámbulo, en cierta forma continuación de la Declaración de Independencia, es la parte más clara de los ideales y de la religión secular (a final de cuentas, los artículos y enmiendas forman un documento de corte legal más que ideales por alcanzar). En ese sentido, el gobierno es visto como una herramienta que no estorba en la realización de esos ideales (crear una Unión más perfecta a partir de la justicia y la tranquilidad, por ejemplo) ya que es la gente quien toma la iniciativa y el gobierno el que la representa. No se asume un gobierno activista (aunque la provisión del bienestar común, junto con la de justicia, abre la puerta a ese activismo). Esta es la visión tradicional, por llamarla así, aquella que, en términos contemporáneos, favorecen los “conservadores”, la “derecha” o, sin más, el Partido Republicano (entrecomillo por las ambigüedades que existen con esos conceptos y por las connotaciones negativas o positivas que puedan llevar en el uso común). A veces se pierde de vista que la defensa del mercado en ese país remite a lo que se había buscado con la Constitución en su interpretación original.
El problema, sin embargo, es que desde el siglo XX el gobierno nacional ha pasado a ser visto como la herramienta con la que se buscan realizar y extender esos ideales. Ello requiere un gobierno activista, en tal caso más activista de lo que se contemplaba originalmente. Esta es la visión preferida por los “liberales”, “progresistas”, “izquierda” o, sin más, el Partido Demócrata. Es difícil imaginar la agenda de Franklin D. Roosevelt (1933–1945) contra la Gran Depresión (1929–1939) y la participación de ese país durante la Segunda Guerra Mundial (1942–1945) o la agenda de la Great Society (1964–1965) de Lyndon B. Johnson (1963–1969) sin un gobierno activista (o intervencionista, en tal caso). No es de extrañar que FDR enfrentara tantos problemas con su agenda. De ahí que a veces buscara actuar en formas dictatoriales. Johnson tuvo que aprovechar el asesinato de John F. Kennedy (1961–1963) para lograr apoyo en el Congreso, algo que de otra forma hubiera sido muy difícil, como había vislumbrado Kennedy.
Este cambio en el papel del gobierno en la vida de las personas presenta problemas no sólo empíricos sino filosóficos, en especial para quienes se oponen a ello. ¿Se pervirtió lo que podría haber sido al permitir que desde el gobierno se tomaran decisiones que deberían ser tomadas por la ciudadanía, no por las burocracias? ¿Por qué quienes no fueron electos, sea la burocracia o la Suprema Corte, deben tomar decisiones por la ciudadanía? Si se pierde de vista esto se pierde de vista el trasfondo de los conflictos que existen en la política de ese país. No es de extrañar, entonces, que esos cambios en la forma de entender la Constitución hayan resultado en desacuerdos a veces violentos. “Two Concepts of Liberty” (1969), de Isaiah Berlin, y “Sobre la libertad en los antiguos y los modernos” (1819), de Benjamin Constant, en parte ayudan para entender lo que implican las visiones contrapuestas entre la “izquierda” y la “derecha” en ese país. De Tocqueville vio otros riesgos relacionados con la mayoría.
En la Constitución no se asume, por principio, la responsabilidad del gobierno en todas las actividades posibles. Que eso haya ocurrido, gradualmente desde finales del siglo XIX no es parte del diseño original. En este se asumía que la ciudadanía debía guiar al gobierno porque es la gente (el tan usado y abusado We the People) la que crea y controla al gobierno por medio de sus representantes. El gobierno debe actuar como el agente de los principales, de la gente, no como su guía y menos si no se puede votar en contra de quienes toman las decisiones. Si a esto se añade la dimensión de los derechos de los estados y los derechos individuales contra el gobierno nacional y su control sobre las personas entonces se entiende mejor por qué la interpretación “liberal” no es aceptada con facilidad. Una vez que se extiende el poder del gobierno ¿cuál es el punto en que deba o pueda ser detenido?
Resulta interesante contrastar la Constitución de Estados Unidos con la de México, siquiera brevemente y en unos cuantos puntos.
Una primera diferencia reside en lo que se busca al crear y limitar el actuar gubernamental. La Constitución de Estados Unidos no es una colección de acciones que deba realizar el gobierno. Se proponen seis ideales. Las acciones para alcanzarlos se irán determinando sobre la marcha y con base en precedentes. En México se busca incluir todo lo posible como áreas de responsabilidad gubernamental en nombre de “ideales sociales” que promuevan la “justicia social”. Se crea por principio un gobierno activista e intervencionista que surge porque se establecieron todo tipo de responsabilidades que lo obligan. El supuesto implícito es que la ciudadanía no puede actuar por su cuenta para resolver los problemas o para hacer que sus representantes intervengan cuando sea necesario.
En Estados Unidos no se especifica que los derechos humanos sean la base del actuar gubernamental (los derechos inalienables ya están en la Declaración de Independencia) ni se incluyen leyes que se pretenden artículos constitucionales. Sólo se consideran con detalle las responsabilidades del Congreso en el artículo 1 y con menor detalle las de la presidencia en el artículo 2. La Suprema Corte, en el artículo 3, quedó como un poder por construir. En la Constitución mexicana se establecen leyes sin considerar si se están creando rigideces y trabas que dificulten el actuar gubernamental. No se considera la posibilidad que tanto énfasis en la ley termine en legalismo, en la pretensión de hacer lo que se debe sin preocuparse por resolver problemas. Tampoco hay interés en permitir la experimentación y la reacción ante los cambios en los problemas o en su surgimiento. No queda claro que se haya considerado con cuidado el tipo de gobierno que se requería para cumplir con todos esos buenos deseos. Aunque es más preocupante pensar que se haya considerado con cuidado lo que se estaba incluyendo.
En lugar de rechazar la concentración de poder en una persona, hay países en que se ve con adoración, cuando no idolatría, a quienes ocupan la presidencia. En México, por diseño constitucional, el presidente, ni siquiera la presidencia, es el centro del actuar gubernamental.
En la Constitución de Estados Unidos se refleja la preocupación por no centralizar el poder en el gobierno, menos en una persona. Dada la experiencia como colonia, evitaron tener un monarca porque entendieron los impulsos autocráticos (y, ahora, populistas) de quienes llegan a la presidencia, personas no precisamente equilibradas, allá o acá. George W. Bush (2001–2009), durante la guerra contra Iraq, llegó a decir, supuestamente en broma, que sería más sencillo tomar decisiones y actuar si su país fuera una dictadura. Donald J. Trump (2017–2021) entendió el mensaje. Los dos entendieron a FDR. Es por ello que se especifica en la Constitución que el primer poder es el Congreso y que se espera que en el Senado se puedan contener las pasiones del momento, más aceptables en la Cámara de Representantes o en la presidencia. Por ello es que se desarrollan con cuidado los poderes del Congreso.
En lugar de rechazar la concentración de poder en una persona, hay países en que se ve con adoración, cuando no idolatría, a quienes ocupan la presidencia. En México, por diseño constitucional, el presidente, ni siquiera la presidencia, es el centro del actuar gubernamental. No es de extrañar que una norma del sistema político tradicional, ese de la época de partido hegemónico (1929–1995), sea que la población acepte la guía del líder benevolente, del presidente de todos los mexicanos, el de los desposeídos y humildes, ahora del pueblo bueno, noble y sabio. Quien vive en Palacio Nacional ha llegado al exceso de decir que ese pueblo es el vocero de Dios. ¿Quién interpreta al pueblo? Quien vive en Palacio. ¿Ya se olvidó que las acciones en nombre de la “voluntad general” abren las puertas a todo tipo de abusos? Que siga viva la fantasía de un líder benevolente puede resultar encantadora para quienes creen beneficiarse de ello. Olvidan que quienes han representado ese papel han distado de ser benevolentes y con rapidez. Nadie debe oponerse a quien desea lo mejor para nosotros. Dicen que con la Revolución se acabó la dictadura. Resulta difícil creerlo cuando ese sistema parece renacer lentamente bajo un nuevo partido de Estado y porque la Constitución permite esa concentración de poder en una persona. Lázaro Cárdenas (1934–1940), ni más ni menos que el Tata de la política de masas, es impensable en Estados Unidos. Ronald Reagan (1981–1989) es impensable en México. Las reglas del juego y las personas en posiciones de poder importan.
La Constitución de 1917 ni es parte de una religión cívica ni crea un gobierno responsable ante la ciudadanía. Es un documento del que se habla mucho y del que se desconoce más por las implicaciones que tiene para que sea posible la democracia o el liberalismo. Por más que se insista, México no es una democracia, a pesar de lo que se ha logrado en el ámbito electoral, algo que parece correr más peligro cada día. Lo que ocurre en el CIDE (¿preámbulo para la UNAM?) parece ser una muestra de aquello a lo que se quiere llegar con quienes no piensan con base en la línea oficial. No se puede olvidar que la libertad de expresión está consagrada en la Constitución. Pero tampoco se puede olvidar que no puede sobrevivir a las preferencias de cada gobierno. De otra forma sería difícil explicar las más de 600 enmiendas que facilitaron las acciones del gobierno en turno. La Constitución es un documento sexenal, no el documento que dé certidumbre en cuanto al actuar gubernamental a través del tiempo. Ya ni siquiera está el pretexto en cuanto a que esas modificaciones son realizadas por gobiernos emanados de la Revolución. Puede decirse que la Constitución se ha vuelto parcialmente irrelevante porque se le ignora abiertamente cuando conviene y porque se actúa con base en lo que el líder considera como legal. ¿Podría pasar algo así en Estados Unidos? Podría intentarse y se intentó recientemente. Difícilmente se lograría y no se logró.
Tal vez lo más difícil de entender sea cómo pueda crecer una sociedad civil independiente cuando en la Constitución se centran todos los poderes posibles en el gobierno, en especial en el presidente. Es difícil entender cómo se pueda establecer una democracia cuando el gobierno, y no la ciudadanía, es el actor principal. Es difícil entender cómo se pueda lograr libertad cuando el gobierno es responsable de, y debe participar en, la solución de todos los problemas imaginables, incluso aquellos en que el mercado o el actuar de la ciudadanía son mejores opciones. Es un documento que crea un gobierno para regir sobre la vida nacional, estatal y local. Tal vez la fortuna haya sido el tener una administración pública limitada e inepta, aunque pobre de quien caiga en las redes de la corrupción judicial, incluso ahora que se dice que se acabó la corrupción.
¿Qué pensarán ahora todos esos académicos, opinólogos y políticos que festejaron la transición democrática y que no ayudaron a que se diera una transformación real en las reglas del juego y en el gobierno?
Parece que no se dimensiona o considera que la Constitución mexicana permite el control sobre la ciudadanía. Lamentablemente, una buena parte de esa ciudadanía está dispuesta a ser cliente de ese gobierno. De otra forma es difícil entender cómo se invoca con tanta insistencia el “es responsabilidad del Estado”, grito de guerra de quienes están en, o son activistas de los, derechos humanos. Resulta irónico que con ese entramado se pretenda que la ciudadanía pueda ejercer sus derechos humanos. Es cierto que se ha logrado poner límites al actuar gubernamental, pero es imposible negar que desde finales de 2018 se ha mostrado que puede ser más sencillo quitar o ignorar esos límites que mantenerlos en pie. ¿Qué pensarán ahora todos esos académicos, opinólogos y políticos que festejaron la transición democrática y que no ayudaron a que se diera una transformación real en las reglas del juego y en el gobierno?
Regresemos a Estados Unidos. A pesar de las críticas o preocupaciones con el gobierno, se reconoce lo que se ha logrado gracias al mismo.
Por una parte, sería difícil explicar los logros de ese país sin ese gobierno estructurado de esa manera. Para captar sus alcances es necesario remitirse a los debates en Filadelfia (1787) y que resultaron en que se abrogara la primera Constitución, los Artículos de Confederación (1777). Entre esos debates apareció una de las obras principales de la filosofía política de ese país, El Federalista (1788), artículos de periódico escritos por Alexander Hamilton (uno de los teóricos del gobierno nacional fuerte, en especial en temas económicos), James Madison (el teórico de la división de poderes y los pesos y contrapesos, alumno de Polibio, Maquiavelo, Locke y Montesquieu) y John Jay (promotor del gobierno nacional fuerte y asuntos internacionales) que sirven para entender los propósitos de la Constitución. Está presentes ideas de Hobbes, James Harrington y John Milton, entre otros pensadores británicos. Sin embargo, El Federalista más las ideas de los debates que habían iniciado en las colonias 20 años antes que se declarara la independencia (1776). Es parte, asimismo, de lo que se había aprendido con los arreglos gubernamentales en las trece colonias, después estados. Había conocimiento empírico y teórico acerca de cómo estructurar la nueva Constitución y el gobierno que creaba. Es cierto que era un gobierno por diseño, de leyes y no de hombres. Era un gobierno sobre el que se había pensado con base en la evidencia que se tenía en cuanto a éxitos y fracasos. Asimismo, no eran sólo las ideas de quienes se habían reunido en la Convención, sino que eran ideas conocidas y debatidas públicamente. Como detectó Cicerón en su defensa fallida de la República, había diseño y había evolución sin diseño.
De una manera u otra, quienes estudian la política de ese país sienten responsabilidad por mantener vivo el sistema diseñado por los llamados padres fundadores (John Adams, Benjamin Franklin, Hamilton, Jay, Thomas Jefferson, Madison y George Washington). Aunque sea en forma indirecta, lo que hayan pensado, escrito o comentado, así como sus acciones, son una fuente de inspiración adicional a lo que se establece en la Declaración de Independencia, la Constitución, el Bill of Rights y El Federalista. Con ello se mantiene vivo el ideal y se consideran los alcances y límites del actuar gubernamental, pasado y presente. La filosofía política en ese país es, de una manera u otra, una continuación a lo que se plantea en esos documentos, escritos y acciones ya mencionados. ¿Cuáles son los documentos equiparables de la religión secular en México, esos que sirven para guiar la filosofía política y para valorar el actuar gubernamental? ¿Cuáles fueron los debates públicos que se vieron reflejados en la Constitución de 1917? ¿Cuáles fueron las experiencias estatales que se incluyeron en el diseño del gobierno?
Por otra parte, la ciudadanía siente orgullo por sus libertades, algo que se relaciona con el tipo de gobierno que tienen, las garantías que la protegen y los contrapesos adicionales que la sociedad civil ha establecido más allá de la Constitución, aunque con base en ella. Existe una ilusión y un mito en torno a lo que se logró en Filadelfia, sin lugar a dudas, pero también es algo real. Ello lleva a que la gente sienta orgullo por vivir en su país. Lo ven como uno de oportunidades. Aceptan la responsabilidad personal que se requiere para ello. Es un país en que la religión, no una religión, sigue siendo un elemento importante en el actuar individual y grupal. No es sólo lo que creen, sino la evidencia que corrobora lo que creen. Por ello saben que ese orgullo tiene una base real. Es fascinante que la gente no sienta orgullo, en primer lugar, por los paisajes, la comida o las contribuciones artísticas de su país, como pasa en México, sino por las contribuciones a la política práctica y que se resumen en la Declaración de Independencia (algo ignorada por un tiempo), la Constitución y el Bill of Rights. En contraste ¿hay algún mexicano, imparcial, que sienta orgullo por el sistema político bajo el que vive? ¿Alguien que lo promueva como ejemplo a seguir para el resto de la humanidad gracias al estado de derecho bajo el que vive? ¿Quién es el Tocqueville que estudió la política en México del siglo XIX para argumentar que aquí se podía ver el futuro desarrollo de la democracia, tanto con su lado positivo como en su lado negativo? ¿Quién en el siglo XX o XXI ha visto al autoritarismo o a la democracia a la mexicana como un ejemplo para el mundo?
¿Quién es el Tocqueville que estudió la política en México del siglo XIX para argumentar que aquí se podía ver el futuro desarrollo de la democracia, tanto con su lado positivo como en su lado negativo? ¿Quién en el siglo XX o XXI ha visto al autoritarismo o a la democracia a la mexicana como un ejemplo para el mundo?
Al ser un sistema de gobierno dividido, de pesos y contrapesos y democrático, se ve a la política como un juego competitivo, a veces de suma cero (yo gano, tú pierdes) y a veces de suma positiva (los dos ganamos, aunque puede que gane más que tú, sin que ello excluya la posibilidad que te compense de alguna manera). Por ello, la política es acerca de quién gana qué, cómo y cuándo, título de un libro escrito por Harold D. Lasswell en 1936. Es de los libros clásicos de la ciencia política de ese país. Autores posteriores han añadido que la política es acerca de asuntos de vida o muerte. Es la diferencia entre vivir en un estado en que se acepta la pena de muerte (Texas o Nueva York, por ejemplo) o en uno en que no se contempla (Maryland o Wisconsin); de tener un ejército de voluntarios o tener conscripción; en que las Fuerzas Armadas no participen en la política. Resulta en el interés de cada persona el mantener vivo ese gobierno, uno que no esté centralizado en la presidencia o, peor, en el presidente, como insistieron los antifederalistas a finales del siglo XVIII en los debates en torno a la Constitución —aunque varios de sus temores se hayan vuelto realidad a partir del siglo XX.
El corolario a esa propuesta de cómo entender la política se presenta con una pregunta: ¿quién dice? No es sólo cuestión que alguien gane, sino que es relevante poner en duda y, en tal caso, rechazar las decisiones que llevan a ese resultado, aunque sean decisiones legítimas y tomadas por quienes representan a la ciudadanía. Para un ciudadano no existe razón alguna por la que deba estar de acuerdo con las decisiones que se tomen, incluso si las toman aquellos representantes por quienes votó y aunque su identificación con ese partido y sus representantes sea fuerte. Tampoco quienes hayan ganado una elección se sienten obligados a siempre acatar lo que desea la mayoría, que puede estar equivocada o desear algo sin sentido o contraproducente. Es su responsabilidad ir en contra de esos deseos. La idea de representación requiere un proceso que no acaba y requiere que no haya respuestas establecidas por los siglos de los siglos. De ahí que se vea al sistema político de Estados Unidos como un experimento y que se valoren las innovaciones, no el regreso a, o la toma de decisiones con base en, “tradiciones milenarias”.
Esa pregunta refleja el hecho que la política es acerca de conflictos y la necesidad de negociar y llegar a acuerdos. Acuerdos y conflictos son dos caras de la misma moneda. Los conflictos existen porque la gente no sólo ve por lo que sea mejor para la comunidad o para los grupos de los que forma parte, sino porque ve por lo que es mejor para él o ella, dados sus intereses. Esto no debe confundirse con egoísmo descontrolado o desenfrenado. No se premia sin más el egoísmo, aunque a veces sea la mejor forma de actuar para uno y para los demás. Las personas no siempre ven primero por lo que es mejor para ellas, pero cuando lo hacen es porque es necesario (hay valores o ideales por defender) o porque saben que otras personas verán primero por lo que les conviene. Es mejor no ser el tonto que pierde mientras otros ganan. Es un país individualista en ciertos temas y cooperativo en otros, algo que cambia dependiendo de las circunstancias. El ver por uno mismo, por lo que le conviene a uno antes que ver por los demás, es otro elemento del liberalismo, elemento que con frecuencia entra en conflicto con los ideales democráticos y con las ideas comunitarias (aquellas que sustituyeron a las visiones marxistas).
Ante esta forma de actuar se entiende por qué la población es reacia a estar unida tras alguien en una posición de liderazgo. Si se acepta ese liderazgo es por convencimiento o conveniencia, no porque así lo diga quien ocupa esa posición. Aceptarlo sin más resulta ajeno a la forma de ver el mundo político, excepto en condiciones excepcionales. Si atacan los extraterrestres entonces vale la pena seguir al presidente, sin que por ello se pierda de vista el heroísmo de esas personas anónimas de la película, quienes hacen más que el presidente por salvar a los ideales, a otros civiles y al país. El asumir que un líder o alguien en política va a ver por el bien de toda persona resulta extraño. No es un país tomista que crea en el ágape ni uno en el que se olvide la consideración de Madison en cuanto a que las personas no son ángeles ni demonios (aunque puedan ser uno u otro en los momentos adecuados).
II. El estudio de la política en Estados Unidos
No es de extrañar que una de las características que marcan el estudio de la política en Estados Unidos sea que existe un esfuerzo continuo por entender cómo es que las interacciones entre reglas, normas y actores, políticos o no, explican los resultados observados. Se estudia cada uno de los tres poderes y las burocracias que los integran, las reglas y dinámicas al interior de cada uno de esos poderes, las dinámicas entre los poderes, de cada uno con la ciudadanía, con los medios de comunicación o con las redes sociales y con los poderes en otros países. El estudio es dinámico, con base en analizar los detalles y sin perder de vista lo general. Ven el árbol, los árboles y el bosque, por decirlo así. Estos estudios pueden ser de corte meramente académico y teórico, por lo que sólo son accesibles a los iniciados; pueden ser teóricos y empíricos, por lo mismo accesibles a un público mayor; o pueden ser para uso y consumo de la población en general o para estudiantes a nivel bachillerato y licenciatura. No existen libros de texto oficiales para la educación básica y media. Existen páginas en que se recomiendan “los mejores libros de texto” y páginas en que se pueden descargar versiones gratuitas de textos introductorios a la política de Estados Unidos (American Politics).
El resultado es una cantidad considerable de estudios sobre todos los temas relacionados con el actuar gubernamental y un acceso relativamente sencillo a esas obras. Precisamente porque las dinámicas cambian con el paso del tiempo es que se sigue investigando sobre temas en que ya se ha adquirido un conocimiento considerable. De esta forma, lo mismo se puede encontrar algo sobre el papel del titular de la Tesorería (el equivalente de la SHCP) en la política económica, en la política en general y los frenos que la burocracia de la Tesorería impone a las acciones del titular (la importancia de la cultura organizacional y que haya continuidad en el gobierno); las formas en que presidentes y titulares de la Reserva Federal (la Fed, el equivalente de Banxico) interactúan en la política monetaria; el estilo de interactuar de los miembros del Congreso con la ciudadanía en sus distritos o estados y el efecto que esto tiene en el actuar de esos miembros en esa institución; o el efecto de la filosofía política sobre la posibilidad que se realicen los ideales o cómo deben ser entendidos. Se considera que el sistema político y el sistema de gobierno son un experimento que ha sido exitoso a pesar de sus fallas, pero que, como quedó claro con la Guerra Civil y los acontecimientos del 6 de enero de 2021, puede dejar de serlo.
Quien desee obtener una visión global y específica sobre el gobierno lo puede hacer gracias a la difusión de lo que se ha aprendido. Esto no sólo depende de lo que se investiga en la academia. En las páginas de las dependencias gubernamentales se encuentra información de gran utilidad para quien desee conocer más acerca de cómo funciona el gobierno, las acciones que llevan a cabo, las formas de comunicarse o interactuar con personal designado en las burocracias o la historia de esas burocracias. En comparación, es algo deprimente considerar lo que se ofrece en páginas del gobierno en México. Los think tanks (Pew Research Center, Rand Corporation, Brookings Institution o Hoover Institution, por ejemplo) proveen análisis de gran importancia y en ocasiones son las fuentes principales para una amplia gama de temas. Aunque se pueda asociar a algunos de esos think tanks con uno de los dos partidos políticos (Brookings y el Partido Demócrata, por ejemplo), los análisis tienden a ser apartidistas. Lo mismo ocurre en la academia. Un caso interesante es la Wisconsin Idea. Se propone que la investigación universitaria debe ser aplicada para de esa manera ayudar a resolver diferentes tipos de problemas que afectan a la ciudadanía del estado. Esto se traduce en que hay cercanía entre la academia y el gobierno estatal para aconsejar, comentar y realizar estudios, independientemente del partido mayoritario en el Congreso o en el poder ejecutivo. Esta idea también encuentra una representación espacial en State Street, en Madison, la capital del estado: en uno de los extremos de esa calle se encuentra la universidad y en el otro el Congreso estatal.
Lo que se estudia y aprende en la academia no se queda ahí. Se comunica a la población lo que se ha aprendido por medio de libros de texto o de difusión, artículos o editoriales en periódicos o revistas no especializadas, entrevistas y al participar en diferentes medios (Public Broadcating Service, las cadenas tipo ABC o CBS, internet), como ocurre con las discusiones de domingo en la mañana (Face the Nation, por ejemplo). Con ello se busca dar una idea más clara de lo que ocurre en la política y en el gobierno, de paso corrigiendo algunos de los excesos o errores de los medios de comunicación, incluyendo a los más reconocidos. (A final de cuentas, los medios venden un producto y el drama o la confrontación venden más que el análisis desapasionado, en especial cuando existe una clara línea editorial.) Esas explicaciones no se basan meramente en argumentos sobre personas o en especular sobre el futuro. Se atienen a lo que se sabe para con ello considerar la relevancia o consecuencias de lo que se discute. Esto permite considerar posibles consecuencias y posibles escenarios futuros. Se busca dar una visión más amplia respecto a lo que ocurre en el presente. Se acepta que el mundo es probabilista, no determinista y que, en demasiadas ocasiones, lo mejor que se pueden considerar son posibilidades o advertencias.
Quienes se dedican a la política también contribuyen a ese conocimiento, sea por medio de los llamados town hall meetings (reuniones entre la ciudadanía y políticos en que se discuten temas específicos y en que los segundos deben justificar sus acciones o sus propuestas), cuando buscan ganar una elección o la reelección, cuando regresan de visita a los distritos o estados para escuchar quejas o sugerencias o cuando participan como invitados en clases de política en las universidades. De esa manera pueden platicar sobre lo que es la política en la capital del país o del estado, más allá de las interpretaciones de los medios de comunicación. Incluso llegan a asistir expresidentes, como Jimmy Carter (1977–1981), quien en 1994 dio una plática a estudiantes de relaciones internacionales y a estudiantes en general en la Universidad de Wisconsin–Madison. Esto ayuda a que se tenga una visión más amplia de lo que es ese mundo, al tiempo que rompe algunas de las barreras que existen entre la ciudadanía y los políticos. Sin embargo, la cercanía entre políticos y ciudadanía se ha vuelto cada vez menor. Basta ver los cambios alrededor de la Casa Blanca para corroborarlo. No es de extrañar que la cercanía mediática, casi nunca directa, del llamado “gran comunicador”, Reagan, se viera con cierta extrañeza, cuando no burla. Es como quienes hablan todas las mañanas por TV o radio sin escuchar o que sólo quieren ser felicitados cada año por haber ganado la presidencia.
En México puede resultar útil estudiar libros de los setenta o los ochenta del siglo pasado para entender lo que ocurre ahora o repasarlos para ver cómo empiezan a ser válidos temas que parecían superados. Es el caso con dos libros de Daniel Cosío Villegas.
La innovación en la política se ha traducido en que las formas de estudiarla también se han tenido que adecuar a esos cambios, tanto en términos de teorías como en términos de métodos de investigación. Aunque en el ámbito político hay respeto por algunas tradiciones y algunas formas de actuar, sea en el Congreso o entre los poderes, no se puede recurrir a obras escritas, digamos, entre los cincuenta y los ochenta del siglo pasado para entender lo que ocurre con la presidencia de Joe Biden (2021– ) o entre su presidencia y el Congreso. Quien ocupaba la vicepresidencia en los cincuenta no era una figura relevante, algo que empezó a cambiar con Carter. Sin embargo, en México puede resultar útil estudiar libros de los setenta o los ochenta del siglo pasado para entender lo que ocurre ahora o repasarlos para ver cómo empiezan a ser válidos temas que parecían superados. Es el caso con dos libros de Daniel Cosío Villegas: El sistema político mexicano (1987 [1972]) y, en especial, El estilo personal de gobernar (1974). Sería irónico que Liberalismo autoritario (1995), de Lorenzo Meyer, fuera una guía de actuación para la transformación nacional y no una crítica de lo que dice que pasaba en el país.
Un elemento importante en Estados Unidos es la cantidad de libros de texto que existen sobre el sistema político. Su función es transmitir conocimientos y desarrollar habilidades de discusión en cuanto a lo que hace su gobierno. No sólo es aprender sino discutir y persuadir. Lo que se ha estudiado rinde frutos en la medida en que se puede hablar desapasionadamente sobre la política, un reto siempre interesante. Esto resulta en que existan diferentes libros de texto.
Lo primero que llama la atención es la variedad de enfoques que existen en esos libros, aunque cubran básicamente los mismos temas. Lo segundo es en cuanto al enfoque normativo, es decir, la Constitución y las leyes. No se asume que conocer una u otras ayude a explicar el actuar gubernamental, sino que establecen los parámetros dentro de los que ocurre y debe ocurrir ese actuar, los ideales que deban ser realizados y los comportamientos éticos y morales que deberían seguir quienes participan o trabajan en el gobierno. Cómo se comportan las personas en la realidad es lo importante, no el análisis de lo que deben hacer con base en la normatividad. El énfasis empírico es lo más importante, dados ciertos ideales y expectativas. Lo tercero es el orden en que se cubren esos temas.
Aunque los temas son los mismos, se enfatizan más algunos y se seleccionen diferentes tipos de políticas públicas para ejemplificar las relaciones entre Congreso, presidencia y al menos una burocracia y sus interacciones con grupos o personas. A grandes rasgos, la estructura de esos libros es la siguiente, que en este caso se toma de Theodore Lowi, et al.: American Government: Power and Purpose (2019):
I. Los fundamentos
1. Un marco de referencia teórico sobre el gobierno y la política (se resalta, por ejemplo, el papel de la racionalidad, las instituciones, los problemas de la acción colectiva, la importancia de las políticas públicas y de la historia)
2. Cómo se construye un gobierno (la importancia de la Constitución)
3. Federalismo y la separación de poderes
4. Libertades civiles (relacionados con las primeras diez enmiendas a la Constitución, la Bill of Rights)
5. Derechos civiles
II. Instituciones
1. El Congreso como el primer poder del gobierno
2. La presidencia
3. El poder ejecutivo
4. Las cortes federales
III. La política en una democracia
1. Opinión pública
2. Elecciones
3. Partidos políticos
4. Grupos e intereses
5. Los medios de comunicación
La lógica es sencilla: la Constitución crea tanto un gobierno como las responsabilidades y límites de ese gobierno (lo que debe y no hacer). De ahí se establecen instituciones (en este caso, burocracias) con funciones específicas, por lo que se estudia cada una por separado y en sus relaciones con las otras; el efecto de cada uno de los poderes sobre la administración y las políticas públicas; y el efecto conjunto de los tres poderes sobre la administración y las políticas públicas. Se enfatiza la relevancia de la separación de poderes y de los pesos y contrapesos, sin ignorar que no siempre ha sido así en la historia de ese país (como tampoco se han respetado de la misma manera las libertades o los derechos civiles). Finalmente, se considera la forma en que el gobierno se relaciona con la ciudadanía, los medios de que dispone la ciudadanía para influir y controlar al gobierno y el papel de los partidos políticos y los grupos de interés.
Aunado a este tipo de textos, otros expanden sobre un tema en particular. Están los libros de texto más especializados sobre cada uno de los temas que se cubrieron en el libro de texto básico y están los estudios académicos, de uso más bien en el posgrado, de los que se seleccionan capítulos o secciones para su uso en la licenciatura. Hay, por tanto, libros sobre la presidencia (Richard E. Neustadt: Presidential Power and the Modern Presidents, 1990 [1960]; Charles O. Jones: The American Presidency: A Very Short Introduction, 2007; Sidney M. Milkis and Michael Nelson: The American Presidency: Origins and Development, 1776-2018, 2019); el Congreso (David R. Mayhew: America’s Congress: Actions in the Public Sphere, James Madison through Newt Gingrich, 2002; Donald A. Riche: The U.S. Congress: A Very Short Introduction, 2010; Steven S. Smith, et al.: The American Congress, 2019), las cortes; la Suprema Corte (Linda Greenhouse: The U.S. Supreme Court: A Very Short Introduction, 2012; Anna Harvey: A Mere Machine: The Supreme Court, Congress, and American Democracy, 2013; David A. Kaplan: The Most Dangerous Branch: Inside the Supreme Court’s Assault on the Constitution, 2018), partidos políticos; federalismo; comportamiento electoral; burocracia (James Q. Wilson: Bureaucracy: What Government Agencies Do and Why They Do It, 2000 [1989]; Samuel Workman: The Dynamics of Bureaucracy in the U.S. Government: How Congress and Federal Agencies Process Information and Solve Problems, 2015; Joseph Postell: Bureaucracy in America: The Administrative State’s Challenge to Constitutional Government, 2017); además de obras introductorias a la administración pública, gestión pública y gobernanza, grupos de interés, negocios y política y políticas públicas con enfoque específico a lo que sucede en Estados Unidos. En el caso de la presidencia, por ejemplo, se puede recurrir a libros relacionados con la presidencia, el papel del presidente en esa institución, la relevancia del jefe de gabinete, las relaciones con las burocracias o el Congreso, las posibilidades y formas de influir en las políticas públicas, e incluso análisis psicológicos de diferentes presidentes. Están los libros de texto en que se estudia la política en cada uno de los 50 estados, incluyendo lo que ocurre en la capital de cada uno. Ejemplo de ello es James K. Conant: Wisconsin Politics and Government: America’s Laboratory of Democracy (2006). Están, finalmente, los libros sobre teoría o filosofía política, como Norma Berry: An Introduction to Modern Political Theory (2000 [1981]) y Adam Swift: Political Philosophy: A Beginners’ Guide for Students and Politicians (2014 [1988]); libros sobre teoría política y sus aplicaciones, como Randy Simmons: Beyond Politics: The Roots of Government Failure (2011 [1994]), Kenneth A. Shepsle: Analizar la política: Comportamiento, instituciones y racionalidad (2016 [2010/1997]) y Joe Oppenheimer: Principles of Government: A Rational Choice Theory Guide to Politics and Social Justice (2012), y libros sobre lo que la ciencia política puede y no ofrecer en esos análisis, como ocurre con Gerry Stoker, B. Guy Peters y Jon Pierre (Eds.): The Relevance of Political Science (2015).
Si se compara esto con la situación en México llama la atención la oferta tan limitada de libros de texto de licenciatura que cubran con el mismo grado de detalle los temas que se cubren en Estados Unidos, sea que se cubra una visión general o una específica sobre, por ejemplo, la presidencia (¿existe algún libro como el de Jones?) o la burocracia (¿existe algún libro como el de Wilson?). Esto no deja de ser extraño pues se podría asumir que existe material suficiente como para algo así (que, en tal caso, podría ayudar a poner en claro qué se conoce y qué se desconoce, al menos para estudiantes y población en general).
El punto no es que la forma de estudiar al gobierno en Estados Unidos sea el modelo a seguir o que deba ser copiado en México. El punto es que no se encuentran opciones similares con ese nivel de detalle. No es que falten libros o artículos en que se analicen diferentes aspectos del sistema político mexicano, aunque pareciera que hay claros sesgos por ciertos temas, sino que no se consideren algunos de los temas que aparecen en el índice del libro de Lowi. Baste citar, por ejemplo, la colección que publicó el Colegio de México en 2010 relacionada con “los grandes problemas nacionales” (ver, por ejemplo, el volumen IV, Política, en su versión abreviada, que es el XIV en la edición completa, Instituciones y procesos políticos) para tener una idea de lo que se ha cubierto y lo que falta por estudiar. Incluso se pueden encontrar libros de texto en inglés sobre la política en México y que buscan dar una visión panorámica entre los poderes y sus consecuencias (véase, por ejemplo, Emily Edmonds–Poli y David A. Shirk: Contemporary Mexican Politics, 2020 [2008], ya en su cuarta edición; una lectura interesante) o libros que antes de 2018 ya se cuestionaran la viabilidad de lo que había ocurrido con la transición (véase, por ejemplo, Roderic Ai Camp: La política en México: ¿Consolidación democrática o deterioro?, 2018), por no mencionar las encuestas durante la segunda década del siglo que mostraban creciente insatisfacción con la democracia, tal vez por tantas promesas incumplidas. Hasta se pueden encontrar libros en español o en inglés sobre la relevancia de los chistes políticos – parece que tan relevantes como las marchas (véase, por ejemplo, Samuel Schmidt: Seriously Funny. Mexican Political Jokes as Social Resistance, 2014) —y sobre las creencias un poco extrañas de algunos políticos (véase, por ejemplo, José Gil Olmos: Los brujos del poder: El ocultismo en la política mexicana, 2012).
El problema es que no hay disponibilidad suficiente de textos introductorios con diferentes visiones en cuanto a lo que es el gobierno nacional, estatal o local, libros específicos sobre cada uno de los poderes o libros sobre las relaciones entre los tres niveles de gobierno. Esto sería ideal para quienes estudian la política mexicana a nivel licenciatura. El problema es que tampoco existen libros de tipo general para la población. Se pensaría que esto puede representar problemas en cuanto a una ciudadanía informada.
Baste comparar los temas que se incluyen en el libro de Lowi con un libro relativamente reciente sobre el sistema político mexicano para darse cuenta de las diferencias y las limitaciones en cuanto al conocimiento empírico del funcionamiento del gobierno en el caso mexicano. El libro es de María Amparo Casar: Sistema político mexicano (2012 [2010]). El índice es el siguiente:
I. Marco teórico y conceptual
1. Conceptos y métodos
II. Estructura de gobierno
1. Bases constitucionales del sistema político mexicano
2. El poder ejecutivo
3. El poder legislativo
4. El poder judicial
5. El sistema federal
III. Sistema político y elecciones
1. Sistema electoral y de partidos
2. El marco electoral del México de hoy
IV. Sistema político y sociedad
1. La sociedad mexicana y sus vínculos con la política
Comparado con el libro de Lowi, llama la atención lo limitado de este enfoque. La primera parte es sobre la comparación entre sistemas políticos y métodos de investigación, mientras que en la segunda se establece la relevancia de la Constitución y de las funciones que desempeña cada uno de los tres poderes, empezando por el ejecutivo. De ahí se procede a las elecciones y la relación de las y los titulares de derechos con el gobierno. Lo interesante reside en lo que no se presenta en forma tan detallada como ocurre en el texto de Lowi. Aunque se cubren, los temas sobre la administración pública, el papel de las organizaciones en explicar las dinámicas que se observan y su relación con los problemas que se consideran y cómo administración y organizaciones ayudan a entender las políticas públicas son pinceladas más que una visión que permita entender por qué ese gobierno sigue sin estar a la altura de los retos que se enfrentan en el país. Está presente el peso de la visión tradicional sobre la Constitución y las leyes, que en parte tiene sentido porque la innovación no parece ser una de las características de la política nacional. Es un buen texto, sin lugar a dudas, en especial si el público son estudiantes de derecho. Sin embargo, no deja de preocupar todo aquello que no aparece. ¿En realidad se puede decir que quien estudie ese texto tendrá una mejor idea de cómo funciona el gobierno en México si no existen textos adicionales que permitan profundizar en cada uno de los temas que se tocan?
En esto reside una diferencia significativa entre los dos tipos de libros y que reflejan diferentes realidades. Se aclara que el problema no es que no se toquen algunos de los temas que aparecen en el libro de Lowi, sino que es extraño que en un texto tan breve exista un énfasis tan grande en la parte legal y en los temas electorales, sin que exista el mismo énfasis en temas administrativos o de políticas públicas. El centro de atención son las elecciones, no el gobierno como tal, a pesar que el gobierno es el actor más importante en la vida política nacional gracias a lo que se establece en la Constitución. Si a esto se añade que poca gente conoce el trabajo de los centros de investigación y que hay un acceso sencillo y amplio a la opiniología y no al análisis, que los programas de discusión política son más acerca de espectáculo que de análisis ¿se puede concluir que la ciudadanía tenga o pueda desarrollar las herramientas que requiere para entender la política? ¿Los estudiantes reciben la mejor preparación posible si no cursan algo más sobre la política en el país o si quieren conocer las formas en que ocurre la política en sus estados?
III. Algunos problemas con la enseñanza de la política de Estados Unidos
En el apartado anterior se cubrió algo que refleja una situación ideal. Es necesario considerar si hay problemas con esa visión y si hay interés, por parte de la población en general, por escuchar y aprender lo que se conoce sobre el gobierno. ¿Existe una audiencia para ello? ¿Tiene esa audiencia la capacidad para analizar lo que se ha aprendido o prefiere escuchar sólo a aquello que corrobore sus creencias, ignorando lo que sea contrario a ellas? ¿Es posible enseñar ciencia política cuando existen tantas fuentes de información alternativas? ¿Es posible enseñarla cuando toda persona cree que sabe investigar pues así lo aprendió en la escuela, cuando considera que sus “investigaciones” son una forma personal de luchar contra los sesgos liberales o conservadores de la academia y de los medios de comunicación?
Cuando se imparte un curso de política de Estados Unidos es imposible considerar siquiera los aspectos generales de todo lo que se ha estudiado y aprendido. Hay que seleccionar lo que sea “más importante”. Esto no tiene nada peculiar o problemático, al menos en principio. Sin embargo, hay un costo en ello: resulta más sencillo enfatizar el funcionamiento del gobierno bajo “condiciones normales”, por decirlo así, que considerar siquiera algunas de las desviaciones principales que se han detectado respecto a ese funcionamiento “normal”. Es mejor atenerse al formato de los libros de texto reconocidos y a las enseñanzas de los académicos reconocidos —en especial los expertos en el lugar donde se trabaja para eventualmente poder ser uno de esos profesores con tenure.
El riesgo de proceder de esta manera es que los estudiantes pueden terminar con una visión idealizada, irreal e incompleta, cuando no acorde a los valores de quien imparte el curso. Pueden terminar como ignorantes felices, aunque sepan algo (la mayoría), justicieros sociales o, en algunos casos, críticos rabiosos (Fox News los atrae). Rara vez aprenden a considerar los alcances y límites de la política, aunque se insista en que por cada tema existen al menos dos lados que requieren un debate honesto e imparcial, que la política es acerca de negociar y encontrar acuerdos y que lo importante, cuando no lo más importante, es aquello que no se ve. No existe un plan maestro para tener una población feliz, ignorante y que consuma lo más que pueda. Se tiene poco tiempo para cubrir demasiados temas con demasiados estudiantes que rara vez se llega a conocer y depender de TAs (asistentes de enseñanza que son estudiantes de posgrado) que no siempre dominan lo que enseñan y que en ocasiones están en el posgrado porque no encuentran trabajo. Preocupa más abarcar que profundizar. Importa más investigar que enseñar. Ser experto en un tema no lo hace a uno menos ignorante en otros temas, incluso de la disciplina, o con capacidades suficientes para los intercambios y diálogos que requieren la educación formal. No son condiciones precisamente adecuadas para contribuir a lograr una ciudadanía informada.
Existen huecos difíciles de explicar o justificar en lo que se enseña. Vale la pena considerar algunos:
- Algunos temas se estudian en cursos de historia, sociología o economía, por lo que se considera que no es necesario cubrirlos en los cursos de política. Por ejemplo, no es necesario entrar en los detalles de la segregación después de la Guerra Civil. Se asume que los estudiantes saben que es un antecedente a los reclamos más recientes (Black Lives Matter, por ejemplo). Por lo mismo, se asume que conocen los excesos a los que se llegó contra los afroamericanos, como los linchamientos —que también fueron usados contra mexicanos, incluso en pleno siglo XX— y las pruebas de conocimiento que debían aprobar para poder votar. Se asume que conocen la historia de los derechos civiles desde los cincuenta del siglo pasado y los retrocesos que a veces ocurren. El problema reside en que los estudiantes no siempre conocen esos temas (no tienen que haber tomado esos cursos) o que los entiendan como algo real que pueda volver a suceder. No siempre se enteran sobre los intentos para suprimir el voto de minorías en algunos estados. Si en Wisconsin no existe un problema debe ser el caso que no existe en otros estados.
- A veces es mejor no generar ciertos debates en que las pasiones puedan ser más importantes que la capacidad de razonar. El terrorismo doméstico, la abundancia de grupos neonazis, el espionaje del gobierno, sin causa alguna, sobre la población o la popularidad de la eugenesia y los nazis en los treinta no siempre aparece en los libros de texto, incluso en los más especializados.
- Es difícil enseñar sobre acontecimientos que no sean contemporáneos a quienes cursan la materia. La gente que estudia ciencia política tiene más interés en el aquí y ahora y en el espectáculo político que en una visión amplia y comparativa. Para los estudiantes de licenciatura, en especial en los dos primeros años, hablar de la segregación es hablar de la prehistoria. Si en una clase en noviembre de 2021 se hablara sobre los conflictos debidos a la elección del 2000 o sobre los ataques a las Torres Gemelas y el que se aceptó perder libertades con tal de sentir seguridad se podría ver una expresión de confusión en las caras de los estudiantes, al menos de quienes prestaran atención (ya están pensando en Thanksgiving). Cualquiera de los dos acontecimientos ocurrió cuando eran bebés, muy pequeños o incluso antes que nacieran. Se aburren con algo que no sea reciente, no se comente en las noticias (cuando prestan atención a las noticias), no haya sido mencionado por el comediante de su preferencia (Bill Maher o Steven Colbert) o no aparezca en TikTok. Les cuesta trabajo considerar los aspectos diacrónicos en el estudio de la política.
- Es una materia que deben cursar y aprobar. Lo importante es lo que se cubre en clase, más que nada lo que aparece en la presentación en PowerPoint y, cierto, lo que aparece en el libro de texto y en las lecturas adicionales. Quieren mantener un promedio y, pues, está muy bien eso de una ciudadanía informada y crítica. Esto no sólo pasa en los cursos introductorios.
Hay variaciones entre cursos y entre universidades, por lo que los problemas que comento no tienen por qué ser los mismos o por qué tener el mismo peso en diferentes universidades. No es lo mismo estudiar la licenciatura en ciencia política en la Universidad de Chicago que en la Universidad de Illinois–Chicago. Sin embargo, no se puede perder de vista que no es meramente la calidad de la educación o las presiones por mostrar que en efecto se ha entendido la materia, sino que no existe una perspectiva única en el estudio de la política. La ciencia política está inmersa en demasiadas ambigüedades como para considerar que es una ciencia. Es un arte más que una ciencia, algo que ya había considerado Aristóteles. Los conceptos no son siempre tan claros como sería ideal (he usado, por ejemplo, institución como organización y como reglas del juego). Por lo mismo, hay universidades en que se insiste en visiones más tradicionales y universidades en que se insiste en visiones más contemporáneas de cómo estudiar la política. Un mismo acontecimiento puede ser visto en formas muy diferentes debido a esas diferentes visiones, además de los elementos ya considerados en el apartado I en cuanto a las formas en las personas valoran la realidad (si son de “izquierda” o de “derecha”, si pro gobierno nacional o pro estados, entre otras dimensiones). Una ciudadanía informada con diferentes formas de entender la misma realidad puede ser una ciudadanía con serios problemas para comunicarse, en especial en momentos de transición o de política “inusual”. Ejemplo de ello es algo que encontró una reportera de The New York Times (2020) en cuanto a que los libros de texto no son precisamente objetivos y sí son favorables a uno u otro partido. Es difícil que, bajo estas condiciones, se pueda tener una conversación imparcial.
No es de extrañar que incluso entre los académicos no siempre exista acuerdo sobre temas de gran importancia, sea porque no siempre es sencillo mantener separados los acontecimientos y las valoraciones sobre los mismos o sea porque a veces confían demasiado en la narrativa de vivir en el mejor país del mundo o que no es tan sencillo ocultar la identificación partidista (siendo que la mayoría de los académicos en ciencia política son “liberales”). Esto resulta en diferentes tipos de puntos ciegos.
La época posterior a la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por el aumento en el número de burocracias, reglamentaciones que debía acatar la población y espionaje sobre la misma debido a la Guerra Fría (1947–1989). Eso abrió las puertas a que Joseph McCarthy, senador de Wisconsin (1947–1957), iniciara las persecuciones contra los “rojos” en el gobierno (1950–1954). Eso era también un ataque al presidente Demócrata Harry S. Truman (1945–1953). Hollywood ayudó, a su manera, para que el miedo fuera algo extendido. Las películas sobre invasiones extraterrestres son testamento de ello.
Lo interesante es que se llegó a considerar que algo como la época de McCarthy no volvería a ocurrir. Hasta que sucedió. Charles O. Jones, entonces profesor de ciencia política en Wisconsin, comentaba sobre el temor que se vivía en esa época, se trabajara o no en el gobierno. A veces parecía que era una anécdota más. Con los ataques de 9/11 empezaron los arrestos arbitrarios de ciudadanos, en especial musulmanes, y las expulsiones arbitrarias de académicos o estudiantes, en especial en las ciencias. Hubo miedo. Entonces se entendió que lo que se había vivido en los cincuenta podía volver a pasar. No se veía que el crecimiento gubernamental de la época de McCarthy había resultado en burocracias, como la National Security Agency (NSA), capaces de actuar en forma casi independiente respecto a presidencia y Congreso. Tampoco se vio ese peligro cuando el Congreso creó, después de los ataques, a Homeland Security. Lo peor es que se ya se había insistido que con esas transformaciones perdía el liberalismo y el capitalismo, con la consecuente pérdida de libertades (véase Theodore Lowi: The End of Liberalism: The Second Republic of the United States (2010 [1969]) y que el surgimiento de Estados Unidos como superpotencia se traducía en una pérdida para la democracia porque cada vez había más grupos exigiendo sus derechos y no los derechos de la ciudadanía, lo que representaba una ventaja para el gobierno pues no era posible atender a todas las demandas y había que seleccionar las “más importantes” (véase, por ejemplo, Shledon Wolin: Democracy Inc.: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism (2008).
La transformación en el tamaño e importancia del gobierno en lo económico, político y social creó problemas en cuanto a la realización de los ideales y una situación peculiar: acuerdo en cuanto a los ideales y desacuerdo en cuanto al papel del gobierno o del mercado en la realización de esos ideales. Lo creado por la Constitución no es causa de debates, sino las diferentes interpretaciones sobre ella, el que se hayan modificado las intenciones originales en formas que no siempre son favorables al liberalismo o a la democracia. Esto se ha traducido en visiones contrapuestas que no permiten ser tolerante con quienes no piensan como uno, al menos entre personas politizadas. Esto ha resultado en confrontaciones, en especial desde la década del ochenta del siglo pasado. ¿Quiere decir esto que ninguna de esas personas llevó al menos un curso de American Politics en la licenciatura o que ya olvidaron uno de los principios de los intercambios de buena fe, que para todo tema hay al menos dos lados?
La polarización ha pasado a ser uno de los grandes retos, junto con la capacidad de cualquier persona de sentirse experta en el tema de la semana gracias a la Universidad Google o a la Universidad YouTube y a sus grupos de apoyo en las redes sociales. La ventaja para los gobiernos es que la ciudadanía se divide en grupos cada vez más específicos y pequeños que puede ser más sencillo anular o controlar. Las fuentes alternativas de información, y el empobrecimiento de los medios tradicionales, han ayudado a que la gente divida al mundo en “amigos” y “no amigos”, cuando no enemigos, sin que sea necesario recurrir a Carl Schmitt para entender eso. Desde las tabernas o las barberías, Facebook y las redes sociales, pasando por la TV y el streaming, las publicaciones sensacionalistas y hasta los reality shows, han surgido mayores oportunidades para encontrar grupos en que se piense como piensa uno, sea que se crea en ángeles, fantasmas, teorías de conspiración, coaches sistémicos (los engaños son lo de hoy) o formas de lograr que el país sea una auténtica nación cristiana. En esos grupos hay gente con estudios, incluso con posgrado.
Quienes se dedican a la política no se ayudan y afectan con sus comportamientos el interés en la política. Aunque es una tradición desconfiar de los políticos, en especial desde que se empezaron a formar los partidos políticos en el siglo XIX, las formas en que algunos han actuado en la época más reciente han incrementado la desconfianza o la falta de respeto hacia ellos como grupo. El problema es más que la existencia de algunos personajes extraños (folclóricos o peculiares, como se prefiera), similares a algunos que han entrado a la política en México (Majorie Taylor Green y Gerardo Fernández Noroña son vidas paralelas no ejemplares en la distribución, con forma de herradura de caballo, izquierda/derecha). Los demócratas critican con gusto a los republicanos y viceversa, a pesar de los elementos que los hacen similares. No es de extrañar que ello resulte en cinismo y desencanto entre la población. Un ejemplo entre muchos que se podrían considerar es que Biden decidió continuar con la política de Trump relacionada con regresar a México a posibles inmigrantes (Remain in Mexico). Una de sus promesas de campaña fue acabar con ello. Una vez en la presidencia aceptó que era mejor continuarla, como las acciones de Trump contra China. Barack Obama (2009–2017) continuó varias políticas de su antecesor, Bush, aunque prometiera cambiarlas. Así hacia atrás. No cumplir con las promesas de campaña es usual. No es lo mismo prometer como candidato que actuar como presidente en un sistema con cientos de actores electos y miles de actores no electos. El problema es que la población no recuerda haber estudiado eso, como no recuerdan que la política es acerca de negociación y acuerdos, no de posturas ideológicas inflexibles.
No es de extrañar que para algunas personas Trump fuera un gran presidente. A pesar de sus “pecadillos personales”, ofrecía la posibilidad que Estados Unidos fuera una gran nación cristiana. ¿Debería preocuparnos el que desde Palacio Nacional se busque el regreso de la religión a la vida política nacional?
A esto se debe añadir el efecto que ha tenido la religión sobre la política, en especial sobre el Partido Republicano. Todavía a inicios de la década del ochenta del siglo pasado el tema del aborto no era tan importante como ha llegado a ser ahora. Causaba más divisiones la integración racial gracias a la decisión de la Suprema Corte en Brown v. Board of Education (1954) que Roe v. Wade (1973). Pero, una vez apoyado el aborto empezaron los retos a esa decisión y, en algo que no parece haber sido planeado, se fue encontrando a lo largo de los ochenta que ese tema podía unir a evangelistas y católicos en una plataforma común con los republicanos en contra de los demócratas (la falta de apoyo de los evangelistas a Carter en 1980 y a favor de Reagan fueron uno de varios elementos que ayudan a entender su derrota). Tal vez explique también el que el Partido Republicano se haya vuelto más jerárquico mientras los Demócratas se hayan mantenido como un partido más descentralizado y menos capaz de resistir los embates de los republicanos y las divisiones en su interior. No es de extrañar que para algunas personas Trump fuera un gran presidente. A pesar de sus “pecadillos personales”, ofrecía la posibilidad que Estados Unidos fuera una gran nación cristiana. ¿Debería preocuparnos el que desde Palacio Nacional se busque el regreso de la religión a la vida política nacional?
Es precisamente ante estas realidades donde se presenta una debilidad de la academia ante la población en general. Hay problemas y limitaciones con la difusión del conocimiento, a pesar de los esfuerzos en contra de ello. En parte es de esperar pues la mayor difusión ocurre en un contexto específico, principalmente en clase y generada por personas que viven de discutir con otros académicos o, fuera del contexto académico, por personas dedicadas a la opinología que venden un producto, ellos mismos, y no su conocimiento precisamente objetivo. (Pobre Platón, ganaron los sofistas.) El que los académicos estén más preocupados por discutir entre ellos se ha traducido en que la ciencia política sea cada día más irrelevante (véase, por ejemplo, Michael C. Desch, “How Political Science Became Irrelevant”, 2019. Se dice que en México ya hay nuevas formas de estudiar la política, lo que suena muy bien, sin que por ello se pueda decir que ello hará que cambie la forma de hacer “política”. Como sea, no queda claro qué de lo que se estudia en la academia sea de utilidad en el gobierno mismo, en particular en México. Sería interesante saber qué de lo que se aprendió en la licenciatura y en el posgrado es aplicable en el gobierno y qué ha ayudado a reducir la incidencia de problemas. Hay casos en que lo que se sabe en la academia simple y sencillamente no importa en el gobierno porque lo importante es cumplir con la agenda del jefe o de la jefa, aunque a todas luces esa agenda no tenga sentido o vaya a ser contraproducente. Por ejemplo, se puso de moda determinar el “valor público”. ¿Puede tener sentido hacer eso cuando, como en México, la administración medio funciona? ¿Tiene sentido cuando el legalismo es más importante que la solución de problemas? ¿Tiene sentido cuando no se sabe si las leyes sirven para resolver los problemas para los que fueron diseñadas? ¿El “valor público” le importa a la ciudadanía cuando existen problemas debidos a jerarquías autoritarias y la obediencia ciega o a la ineptitud de los burócratas de a pie?
Tampoco ayuda la visión parcial o idealizada ya que genera dudas en cualquier persona mínimamente crítica. Hasta en la mejor época para la ciencia política en Estados Unidos, tal vez entre los cincuenta y los ochenta del siglo pasado, la realidad no correspondía con lo que se enseñaba. En los cincuenta quedó claro que la lealtad era más importante que la libertad, pero en esa época se insistía en las virtudes de la competencia entre grupos de interés para promover la democracia. Dahl llegó a exaltar en la siguiente década las virtudes de ello en New Haven, siendo que no era precisamente cierto (véase Who Governs? Democracy and Power in an American City, 1961, y G. William Domhoff, “Who Really Ruled in Dahl’s New Haven?”, 2014 [2005]. En los sesenta la segregación seguía existiendo, no sólo en el sur. Sigue siendo un problema en algunos estados, aunque en formas sutiles. Las reservaciones siguen existiendo en el país de los libres. El racismo no ha desaparecido. La desconfianza hacia los inmigrantes, en el país de los inmigrantes, no ha desaparecido y va en aumento en algunos estados, en especial en la frontera con México. Estos problemas ponen en duda esa visión del gobierno de la gente, por la gente, para la gente. La expansión de la democracia no ha pasado a ser una realidad para segmentos importantes de la población.
En cuanto a las disciplinas relacionadas con la ciencia política, aquellas en que se busca crear activistas para todo problema es mejor dejarlas de lado. Todo es opresión. No hay más y hay que luchar mañana tarde y noche contra ello. Son personas algo aburridas, aunque de buenos y correctos sentimientos, según dicen. No así con los medios de comunicación. La búsqueda por debates desapasionados o el atenerse a los hechos y no a las ideas que se tengan sobre los mismos se ha ido perdiendo desde que las noticias pasaron a ser un espectáculo continuo (24/7/365) en los noventa, cortesía de CNN. Es más sencillo promover ideologías que se pretenden análisis desapasionados. Fox News es el ejemplo más claro de ello, aunque los comentaristas de la radio, como el finado Rush Limbaugh, o en internet, como Breibart News, han logrado crear fieles seguidores convencidos de conocer algo desconocido o ignorado por la academia. QAnon es un ejemplo particularmente extraño y preocupante de lo que incluye el esoterismo interpretativo. Gana quien grita más y gana más quien retoma ideas o autores de otras épocas —como Julius Evola para Steve Bannon— o quien tenga buenas historias que contar y con buenas imágenes.
No es de extrañar que la polarización sea lo usual en la política. Reagan ganó con propuestas similares a las de Barry Goldwater, candidato a la presidencia por el Partido Republicano en 1964, quien era considerado un radical. En parte lo era, siendo que ahora sería un candidato más. Como sea, en 2019, The Washington Times nombró a Goldwater el “perdedor que ganó el futuro”. La presidencia de Richard M. Nixon (1969–1975) aumentó las divisiones gracias a Vietnam, herencia de Kennedy y Johnson, y Watergate. Fue, empero, la llegada de un nuevo tipo de republicanos con el 104º Congreso (1995–1997), bajo el liderazgo de Newt Gingrich, lo que acentuó la polarización. La elección del 2000, entre Bush y Al Gore, demócrata, la consolidó. Esto ha resultado en que se haya perdido confianza en las instituciones, incluyendo la Suprema Corte, a la que se ve como demasiado cercana a las ideas de uno u otro partido (depende de la Corte de la que se esté hablando). Los ataques del 11 de septiembre contuvieron un poco esa tendencia, aunque por poco tiempo debido a la arrogancia e ideas extrañas de gente cercana a Bush (Dick Cheney o Donald Rumsfeld) y sus propuestas, como las del New American Century (nombre de un think tank ya desaparecido). La mayor influencia de los evangelistas en la política resulta ya clara en este proceso. Quieren una nación cristiana a como dé lugar. Trump fue consecuencia de esos cambios, además que fue ayudado por los errores de los demócratas y de Obama. Biden parece no haber aprendido la lección. Lo problemático es que la polarización ha pasado de ser un problema de élites a ser un problema entre segmentos cada vez mayores de la población, en especial entre quienes no creen ser representados por el sistema político. Ha aumentado el resentimiento hacia el sistema.
El problema se puede detectar cuando se considera que millones toman en serio los alegatos de alguien como Noam Chomsky, una luminaria en su área que dista de ser el experto de expertos en la política de su país o en la política mundial.
Estos problemas podrían ser menores si no existieran las fallas que caracterizan al sistema educativo a nivel básico y medio. Esas fallas ayudan a entender la proliferación de teorías de conspiración, los antivacunas o terraplanistas y las diatribas de quienes odian al gobierno o al mercado. Siguen siendo populares las ideas erróneas (el presidente de Estados Unidos es el hombre más poderoso del mundo, Estados Unidos está siempre del lado de los buenos) o francamente perversas y enfermas (el lobby israelí, o judío, domina al Congreso, George Soros quiere hacer del gobierno de ese país una parte de su gobierno mundial) que podrían ser corregidas si se tuviera una educación formal adecuada, es decir, que el pensamiento crítico y la ciencia se tomaran en serio. Claro, está el problema de las fuentes alternativas de educación, como ya se comentó. Hollywood y Netflix son una fuente muy redituable de distorsiones, errores y visiones parciales que se vuelven parte del “conocimiento” político de la población. El problema se puede detectar cuando se considera que millones toman en serio los alegatos de alguien como Noam Chomsky, una luminaria en su área que dista de ser el experto de expertos en la política de su país o en la política mundial. Otras personas en la academia también han contribuido a esto, promoviendo ideas con poca evidencia empírica que las sustente, pero que son armas de gran utilidad para atacar al gobierno (quienes toman a Ayn Rand en serio, por ejemplo) o para atacar el mercado (gran parte de la “izquierda”, siempre progresista y que muere sin el capitalismo y, mejor, el neoliberalismo).
Demasiadas de las opciones educativas en el nivel básico y medio distan de ofrecer educación formal mínimamente adecuada. No extraña que el primer año de la licenciatura sea para llenar las lagunas de los alumnos, algunas tan serias que se llega a confundir en un mapamundi a Australia con Estados Unidos. Esto es poco sorprendente cuando se considera que el maestro de deportes es quien enseña geografía o historia en el bachillerato. En las universidades se detectan problemas similares en cuanto a lo que se enseña, que tiene que ver ahora con ideas socialmente responsables y políticamente correctas, basadas en la “justicia social”, o en crear espacios seguros para que la infancia y la adolescencia se mantenga vivas por décadas. Fueron resultados no esperados consecuencia de los buenos deseos de los “liberales”. Se ha llegado al ridículo de alumnos que denuncian sus privilegios como hombres blancos y que, al mismo tiempo, no muestran el menor interés por actuar de acuerdo con esas ideas. ¿Alguien estaría dispuesto a ceder su lugar en Harvard o en Stanford, siquiera en un community college, para que una persona sin privilegios tomara su lugar? Difícilmente. Ésa es una de las ironías de ese tipo de educación, cuyo costo de oportunidad resulta claro.
Tal vez uno de los problemas que causen debilidad en la academia sea la proliferación de doctorados. Así como el aumento en el número de personas que pueden votar resultó en la devaluación de los votos, es posible que se hayan devaluado los estudios de doctorado debido al aumento en el número de personas con ese título. Cada universidad garantiza la calidad de sus egresados. ¿Eso debe siempre dar confianza? Tal vez ya no. Un ingeniero con doctorado puede ser demandado por una mala construcción e inclusive puede terminar en la cárcel. Un doctorado en ciencia política puede recomendar una política socialmente justa que aumente los problemas. Lo peor que le puede pasar es que pierda su trabajo y encuentre otro en un lugar preocupado por la justicia social. ¿La proliferación de doctorados en ciencia política permite que sea más sencillo ser un charlatán y que la población pueda escoger a su doctor favorito para corroborar lo que cree o lo que defiende, algo como un influencer más intelectual? Hay gente poco preparada, incluso con doctorado, a quien se le presta atención por el simple hecho de que tiene un grado, porque sabe contar buenas historias que parecen posibles y creíbles, no por la calidad de su conocimiento, y por su afiliación a una universidad, siquiera de quinto nivel. ¿De ahí el auge de la opinología? Conviene considerar lo que José Ortega y Gasset consideró sobre el hombre masa en la academia.
Estos elementos, en conjunto, son algunos de los retos para la difusión del conocimiento académico. Se vive una situación en que existen más opciones para corroborar aquello en lo que se cree que opciones para estudiar lo que se conoce. Esto no deja de ser curioso. Las malas explicaciones desplazan a las buenas explicaciones, el aumento en el conocimiento ocurre al mismo tiempo que aumenta la ignorancia. Ocurre algo como una Ley de Gresham. Mientras en la academia parece que se obtiene un mejor y mayor conocimiento de lo que ocurre en la política, entre segmentos cada vez mayores de la población no permea ese conocimiento. Esos segmentos se han convertido en grupos intensos que capturan la atención y el debate, siendo que las personas con conocimientos sólidos parecen ser un grupo demasiado indiferente o demasiado confiado en las virtudes de la democracia. Eso puede ser cierto. Lo que planteo son ideas generales que no toman en consideración variaciones regionales, estatales o locales, ni los debates que existen entre las diferentes posturas que se toman ante liberalismo, democracia o comunitarianismo. Lo que puede ser visto como aceptable en la Costa Este puede ser visto como problemático en el Medio Oeste o en el Bible Belt. Lo que puede ser aceptable en la Universidad de Wisconsin–Madison puede ser visto como un residuo del pasado en la Universidad de Rochester o en George Mason. Hay muchas tensiones y diferencias que han sido llevaderas gracias al federalismo y por lo sencillo que es mudarse a otro estado o a otra ciudad o, en tal caso, dedicarse a otra cosa. Parece que sigue existiendo algo como un mercado de ideas. Tal vez eso elimine en el largo plazo a las malas ideas. No habría razón para preocuparse demasiado ante esta situación.
IV. ¿Se sabe poco y se comenta demasiado sobre el gobierno en México?
¿Qué concluir acerca de lo que se ha discutido? Se conoce más sobre el gobierno de Estados Unidos que el de México. Existen diferencias fundamentales en cuanto a lo que permite el crecimiento de la democracia y lo que es terreno poco fértil para ella, aunque se la desee. A pesar de esa clara ventaja en ese país, hay un problema: no es sencillo que ese conocimiento llegue a la población que olvida lo que estudió. No parecen recordar mucho después de algunos años fuera de la escuela. Tampoco ayudan las variaciones entre estados en cuanto a la forma en que se cubre lo que se conoce. Se puede decir que no está ganado la objetividad. Está ganando la subjetividad gracias a que existen opciones más entretenidas relacionadas con la política que lo que ofrecen los académicos. Ahora imaginemos una situación en que lo que se ofrece desde la academia es poco y que gran parte de la población no tiene acceso a lo poco que se ofrece. ¿Cómo va a poder entender la gente la relevancia de la política cuando ni siquiera tiene acceso a conocimientos básicos sobre el sistema político y el sistema de gobierno? ¿Cómo va a poder defender los ideales cuando no queda claro cuáles son los ideales por defender? ¿Cómo sentir apego por un documento que es un listado de buenos deseos legales, algo que difícilmente genera entusiasmo? No es difícil entender por qué causa mayor admiración el paisaje o la comida que algo relacionado con la política. Y bueno ¿cómo debe actuar la ciudadanía cuando el juego está sesgado a favor del gobierno?
En Estados Unidos el gobierno no es un desconocido, al menos en la academia, y llega a ser conocido, a veces bien conocido, entre la población. En México es parcialmente conocido en la academia y es un desconocido entre gran parte de la población. Lo que se ha investigado es muy poco si se compara con lo que se ha investigado en Estados Unidos. Como se aclaró, esto no quiere decir que no haya investigaciones, incluso muy buenas, aquí o en el extranjero, sobre el gobierno en México. Para la cantidad limitada de recursos públicos que se destinan a la investigación, causa maravilla y admiración lo que se ha avanzado en el conocimiento del gobierno. El problema, sin embargo, es que se parece que se desconocen demasiados detalles y con una visión que no se complementa con la filosofía política o con ideas que causen emoción por aquello que es más que el conocimiento objetivo. Asimismo, no existe el mismo nivel de difusión de lo que se ha aprendido por medio de libros de texto de licenciatura o de obras de carácter general, como ocurre en aquel país. Es cuestión de grado, no de absolutos. La pregunta sobre qué tanto se conoce sobre el gobierno en México adquiere un tinte diferente al que adquiere en aquel país. No hay la exaltación de valores que haga pensar que la política es asunto de vida o muerte.
Dadas las limitaciones en lo que se conoce ¿cómo se puede tener seguridad en cuanto a lo que dicen los expertos, en especial la opinología, sobre lo que pasa en el gobierno? ¿Cómo saben que algo es relevante si se desconocen las formas en que se toman decisiones en Palacio Nacional, por ejemplo? El que parezca que una persona toma las decisiones no quiere decir que sea cierto para toda decisión. El que alguien “con acceso” reporte que se tomó una decisión con base en lo que una amistad le dijo al inquilino de Palacio no se traduce en que todas las decisiones se tomen de esa manera. Lo que se reporta es una anécdota. No tiene por qué aceptarse hasta que se tenga evidencia sólida en cuanto a que así es como se toman la mayoría, o todas, las decisiones. No es suficiente conocer cómo se toman decisiones ahora. Se necesita saber cómo es que se han tomado decisiones en otras épocas para así poder comparar y contrastar. Por lo mismo ¿expertos u opinología informan a la ciudadanía de una manera que ayude entender mejor lo que ha pasado y lo que pasa? ¿O se proporciona una imagen parcial, sesgada o impresionista debido a lo que se desconoce? Es difícil creer que lo que se informa y analiza ayude a que la ciudadanía desarrolle conocimientos y herramientas que les permita exigir el cumplimiento de las leyes o para que el gobierno no se meta en lo que no es de su competencia, que de por sí ya es excesivo. Dado que la educación formal es de gran importancia para que exista una ciudadanía informada entonces se debe considerar que en el país hay un problema serio, otro más en la lista, que podría ser más grave de lo que parece a primera vista (véase, por ejemplo, Yehezkel Dror: La capacidad de gobernar, 1996 [1994], en particular los capítulos XI a XIII).
Quien estudia al sistema político mexicano no parece estar en la misma posición debido a lo que parece ser un vasto terreno todavía por explorar. Mientras que un experto en política de Estados Unidos puede dar una respuesta basada en la evidencia empírica sobre algo que no ha estudiado personalmente, en el caso mexicano parece que se ofrecen hipótesis más que evidencia cuando se habla sobre temas no estudiados formalmente.
Un experto en política de Estados Unidos posee una visión detallada sobre un aspecto, como la presidencia (digamos, la forma en que se busca que la agenda presidencial sea aceptada dentro de la agenda gubernamental en curso). Conoce a fondo aspectos relevantes sobre el poder ejecutivo. También es alguien que, a partir de algo como una pista de aterrizaje (lo que aparece en el libro de Lowi) está en posición de llenar huecos con base en las investigaciones que existen sobre temas relacionados con su interés. No pierde de vista el árbol (la presidencia), los árboles que lo rodean (lo que se sabe sobre las burocracias que conforman el poder ejecutivo) y el bosque (el papel del Congreso en controlar o no a las burocracias del poder ejecutivo, la posibilidad de adquirir presupuesto para la agenda presidencial dada la composición del Congreso, la capacidad de la sociedad civil de actuar sobre las burocracias, los conflictos y comportamientos imperialistas de las burocracias, la inercia y los compromisos creados por administraciones previas que dificultan la implementación de la agenda presidencial, entre otros temas). Hay mucho material que le da algún grado de seguridad sobre lo que dice.
Quien estudia al sistema político mexicano no parece estar en la misma posición debido a lo que parece ser un vasto terreno todavía por explorar. Mientras que un experto en política de Estados Unidos puede dar una respuesta basada en la evidencia empírica sobre algo que no ha estudiado personalmente, en el caso mexicano parece que se ofrecen hipótesis más que evidencia cuando se habla sobre temas no estudiados formalmente. Eso es preocupante ya que se puede privilegiar el contar historias posibles sin poder describir y explicar. Ejemplo de ello son las Fuerzas Armadas. ¿Cómo se toman decisiones? ¿Cuáles son las relaciones —cooperación y conflicto— entre Ejército y Marina? ¿Cómo comparten inteligencia? ¿Cuáles son sus relaciones con las fuerzas armadas de Estados Unidos? ¿Cómo ocurre la subordinación al presidente? ¿Qué tanto el presidente se adecua a las preferencias de las fuerzas armadas? ¿Qué cambios se pueden detectar desde 2019, cuando pasaron a ocupar un papel tan importante en la vida nacional? ¿Obedecen sin más a las órdenes que llegan de Palacio o sientan la agenda independientemente de lo que se les ordene? No se necesitan opiniones o críticas, como las que plantea Denise Dresser sobre el Sr. López y las fuerzas armadas. Es indudable que es preocupante la entrada en la escena de las fuerzas armadas. Hasta la forma en que viste el secretario de la Defensa en ocasiones oficiales o solemnes puede ser causa de preocupación. Es una posibilidad que se llegue al peor escenario posible, aunque ¿cuál es ese escenario? No se puede olvidar que uno de los temores del tabasqueño ha sido un golpe de Estado y que hubo rumores sobre algo así en 2019. Tener al Ejército ocupado en todo y con mucho dinero es una garantía para que ese temor no pase a ser realidad (aunque hacer eso puede incentivar a que pase). Como sea, no se puede estimar cuál es la probabilidad que ocurra algo con base en lo que se critica. Es aquí donde se encuentra la debilidad con los argumentos como el que presenta la académica del ITAM. No se puede decir mucho gracias a la carencia de estudios empíricos. Se necesitan estudios que describan y expliquen, que permitan conocer los alcances y límites de lo que ocurre en el gobierno, no vivir de contar historias posibles, opiniones o críticas.
Esta situación con las fuerzas armadas se puede detectar en otros casos. La Doctrina Estrada es conocida, pero ¿qué explica su continuidad a pesar de lo sencillo que es el cambio de personal gubernamental cada seis años? ¿Hay mayor continuidad en la Cancillería que en otras burocracias? Si es así ¿a qué se debe eso? De hecho ¿cómo se ha trabajado y cómo se trabaja en la Cancillería? ¿Cómo se han coordinado acciones entre ésta y las embajadas? ¿Qué tanta independencia de acción tiene el embajador? ¿Qué tanto peso ha tenido el presidente sobre las decisiones que se toman en la Cancillería? Si es cierto que el presidente es el actor central en el gobierno ¿qué encontraríamos si se comparara a los presidentes en cuanto a control de la burocracia? ¿Quiénes lograron un mayor control y quienes uno menor? ¿Se dieron variaciones en la forma en que se organizaba la toma de decisiones en Los Pinos en forma tal que se pudiera entender mejor las variaciones, si es que existen? Se habla de lo importante que es la independencia del Banco de México. ¿Cómo han sido, pues, las relaciones del presidente con el gobernador? ¿Cómo han sido entre Banxico y la SHCP? ¿Hay áreas en que cooperen, como en no anunciar decisiones sobre tasas de interés cuando hay una venta de bonos, y áreas en que mantengan la distancia, como en la determinación de la política monetaria? ¿Cómo ocurre eso? La lista puede seguir.
En comparación, es interesante toda la atención que se ha prestado a las elecciones. La gran preocupación, tal vez debido a 1968 y 1985, fue que lo importante, lo necesario, era sacar al PRI del poder, que entrara otro partido político.
En comparación, es interesante toda la atención que se ha prestado a las elecciones. La gran preocupación, tal vez debido a 1968 y 1985, fue que lo importante, lo necesario, era sacar al PRI del poder, que entrara otro partido político. Tal vez se consideró que bastaba centrarse en el sistema electoral para lograr transformaciones en todo el sistema político y de gobierno, sin que se prestara atención a las reglas del juego en la Constitución y en la reforma de las burocracias. Lo importante se redujo a la alternancia política, no a la construcción de capacidades administrativas y organizacionales que ayudaran a resolver los problemas nacionales, estatales y locales. Se creyó, erróneamente, que la mera transición entre partidos políticos resolvería los problemas de gobernar sin cambiar, sin reformar, al gobierno, lo que requería cambiar la Constitución. Al menos Luis F. Aguilar Villanueva comentó en Gobierno y administración pública (2013) que la preocupación fue con la alternancia entre partidos políticos, sin que se mostrara preocupación por hacer algo respecto a la forma en que trabajaba el gobierno (jerárquico y de compadrazgos, sin continuidad, con un gobierno sobre extendido y sin los recursos necesarios). No hubo preparación para algo más que un partido político diferente en la presidencia.
Es debido a lo que se ha comentado que debería resultar claro por qué es preocupante la carencia de libros de texto y de libros de difusión general para la población. Tenemos una ciudadanía que no está informada sobre el gobierno porque no existe una visión global de cómo funciona el gobierno. Esos libros ayudarían a que la gente se pudiera guiar con las complejidades del gobierno. Es preocupante que no se tenga una visión siquiera somera de los tres poderes en acción, de las burocracias en su trabajo e interacciones y cómo es que el gobierno se ha transformado a lo largo del tiempo (digamos, de la época de Porfirio Díaz a nuestros días) porque eso puede reflejarse en la indiferencia de la población ante los abusos del gobierno, incluyendo de uno en que se dice que se ve por el bien de esa población. Se necesita saber cómo es que funcionan las burocracias. Se necesita hablar de ideales por los que valga la pena luchar. Sin ese conocimiento y sin esos ideales será difícil que pasen a ser una realidad o que el liberalismo y la democracia pasen a formar parte del actuar gubernamental.
No se puede decir que sean inaccesibles los estudios que se llevan a cabo en la academia. Algunas universidades facilitan el acceso a libros o artículos sobre el gobierno en formato PDF o epub, incluyendo tesis de licenciatura o de posgrado. Esto resulta útil para la ciudadanía, sin lugar a dudas, pero no se puede esperar que sea la ciudadanía, al menos la que tiene recursos e interés para investigar qué está disponible, la que tenga que averiguar qué se ha estudiado. En otros casos es muy difícil saber qué se está estudiando y a veces lo que se encuentra no es de gran ayuda (como esos libros en que se sigue insistiendo con la línea tradicional de confundir el estudio del gobierno con el estudio de lo que plantea la normatividad vigente). Conocer las leyes que afectan y estructuran a la SHCP no es lo mismo que saber cómo es que se trabaja en esa secretaría. A la par, no parece existir interés por educar a la ciudadanía acerca del gobierno, aunque se diga que el país es una democracia.
Parece que existen problemas adicionales en la academia más allá del imitado apoyo a la investigación, como el amiguismo. (Nuevamente ¿dónde están los estudios que muestren que el Sr. López no sabe de lo que está hablando o que no tiene razón en sus acusaciones?) Es difícil entender, por ejemplo, cómo se establece que sólo se deba contratar a gente con doctorado y encontrar que hay candidatos a doctorado contratados sin que se vayan a titular. ¿Por qué pasa eso? Asimismo, parece que existe la cercanía entre academia y gobierno compromete la objetividad, algo que no se comenta en Estados Unidos. Se puede criticar a algunos miembros de la UNAM en la época previa a que llegaran los “tecnócratas” y a algunos miembros del ITAM una vez que llegaron los “tecnócratas” de haber sido poco críticos y demasiado cercanos a los gobiernos en turno. Lo mismo se puede decir de algunos centros de investigación. Se puede decir lo mismo respecto a El Colegio de México. Es sencillo perder la objetividad ante los poderosos. Aunque jubilado, se puede considerar que Lorenzo Meyer es un adalid de la subjetividad. Lo que pudo ver con los anteriores, como la corrupción, es lo que calla con los actuales. (Lo bueno es que existe la posibilidad que, después de 2024, se le pueda preguntar ¿y dónde estabas cuando hicieron todo eso? ¿Por qué callaste?) John Ackerman, en forma bastante burda y de mal gusto, hace lo propio en la UNAM y en Canal 11, sin que haya consecuencias. Es irónico que Ackerman sea hijo de dos distinguidos académicos en su país natal, donde sus juegos no serían tolerados. Cierto, no es sencillo hablar con la verdad al poder, como proponía Aaron Wildavsky, pero es más sencillo hacer eso en otros países que en México. No digo que todo académico sea una veleta, como se dice de los políticos. Pero, parafraseando a Groucho Marx, si no gustan ciertos valores con el gobierno en turno los pueden cambiar. Hay quienes están dispuestos a hacer eso tal vez porque les gusta la realpolitik y la promoción personal.
Lamentablemente, hay que considerar que tal vez la gente no esté interesada por conocer al gobierno. Con una población con niveles educativos que dejan mucho que desear y que, además, debe dedicar demasiado tiempo a transportarse y a trabajar, es difícil que haya interés o ganas por estudiar cuando se tiene tiempo libre. Queda, entonces, la opción de lo que presentan las alternativas. Lo que se presenta como debates son espectáculos o foros para el lucimiento personal. Dejan de lado las oportunidades para que la gente entienda algo sobre la política. Por su parte, quienes se dedican a la política están presentes cuando buscan el voto. Curiosamente desaparecen en las entrañas del Congreso o de Palacio Nacional cuando no están en campaña (aunque aparezcan para festejos que no tienen la menor lógica, a menos que aumentar los contagios de covid sea el objetivo). Cuando los políticos se dejan ver en público es bajo escenarios controlados y a distancia. Poder ver de cerca e incluso tocar a un político no es lo mismo que poder dialogar con ese político. Existen barreras a veces infranqueables entre quienes dicen representar a la ciudadanía y la ciudadanía. ¿Asisten a dar pláticas con estudiantes de licenciatura? Parece que no, aunque en el Gobierno de la Ciudad se haya propuesto eso. Tal vez se hace. Es más, no queda claro que los políticos busquen que la ciudadanía aprenda cómo funciona la política para de esa manera ayudar a que la democracia o el liberalismo sean más que frases. Estudiar el gobierno también es acerca de hacer que la política real, que el trabajo en el gobierno, sean parte del conocimiento de la ciudadanía. Sin embargo, existe el riesgo que hablar sobre la política muestre que no hay mucho de qué hablar y mucho que ocultar.
El que esté de regreso el culto a la personalidad y el que tanta gente lo vea sin preocupación es una muestra clara de las fallas de la academia y de los políticos. Sí, la gente que está preocupada es la gente con mayores niveles educativos. También es el público que le hace caso a la opinología, por lo que se puede poner en duda los alcances y profundidad de la educación formal. Hay demasiado que parece platonismo acartonado en la academia, demasiado que suena a que porque ellos saben que entonces es mejor que gobiernen los mejor preparados. Llegaron personas mejor preparadas al poder y, extraño, se mantuvo una mentalidad de “ahí la llevamos”, aunque se extraña esa mediocridad, algo mejor en algunos sentidos que lo actual. Pero no hay una capacidad desde la academia o desde la oposición para contrarrestar lo que se hace desde Palacio. Se habla con los que convencidos en cuanto a los problemas del gobierno desde 2019, no con quienes dudan de esos problemas. No hay la capacidad de ganarle en su juego a quien desvirtúa la realidad, ni hay la capacidad de lograr que la gente que lo apoya se emocione por el conocimiento. No se ha creado la capacidad de cuestionar y argumentar, una de las condiciones que, por ejemplo, Ai Weiwei ve en la democracia. Tal vez sea que no importa una ciudadanía informada, sino estar de acuerdo en que se está trabajando por aprender más. ¿Y luego?
No existen publicaciones de fácil acceso en cuanto a los debates del Congreso Constituyente. No existe evidencia que lo que se debatió en Querétaro fuera parte de debates que llevaran años y que fueran de conocimiento generalizado entre la población.
Para concluir. Tal vez sea extraño que me haya referido al gobierno como si fuera una persona. Es una forma sencilla y útil para evitar incluir demasiados detalles en una oración. Es, asimismo, una forma en que se puede admitir que se sabe poco. Un gobierno puede ser de personas extrañas para quien gana la presidencia, por recurrir al título de un libro de Hugh Heclo (1971). Son las personas, dadas sus preferencias y dadas las reglas del juego, quienes toman decisiones. Se necesita saber algo de esas personas y de las redes en que interactúan. Tienen una historia. Ello ayuda a entender parcialmente por qué actúan de esa manera. ¿Se ha avanzado en eso en México? Hay estudios sobre quienes están en la política, cierto, pero ¿cuánta gente que no haya tenido que estudiar eso sabe que existen esos estudios? Es preocupante que se pueda votar por perfectos desconocidos, aunque, cierto, es menos grave que el que el narco imponga a sus candidatos y los resultados que prefiere, como ocurrió en 2020. Si ni siquiera se sabe quiénes son las personas que dicen gobernar tal vez sea menos importante el que no se conozca lo que pasa al interior del gobierno.
No existe algo como El Federalista mexicano, una serie de escritos en que se defienda a la Constitución de 1917 ante la ciudadanía y que incluya las razones por las que la Constitución de 1857 ya no era viable. No existen publicaciones de fácil acceso en cuanto a los debates del Congreso Constituyente. No existe evidencia que lo que se debatió en Querétaro fuera parte de debates que llevaran años y que fueran de conocimiento generalizado entre la población. Lo importante era lo que preocupaba a las nuevas élites —o tal vez las anteriores con trajes nuevos— en nombre de una “ciudadanía” que no tenía conocimiento en cuanto a lo que se debatía. La Constitución reflejaba las preocupaciones de la nueva élite enamorada de ideas de corte socialista, no las ideas de la gente. Lo curioso es que poca gente en México podría decir dónde está guardada la Constitución o que pudiera decir que la ha visto. En comparación, es posible ver la Constitución de Estados Unidos, la segunda, en un edificio en la capital del país. Los estudiantes visitan ese lugar para que puedan sentir que entran a un templo secular. Es curioso que los murales en Palacio Nacional, cuando era sencillo verlos, sean más importantes que la mal llamada Carta Magna nacional.
Ahora que se nos dice que estamos en plena transformación ¿dónde están los años de debate sobre las mejores formas de modificar a la política? ¿Dónde están los resultados de los diferentes experimentos que se hayan realizado en los estados para lograr un mejor gobierno? ¿Cuál es la planeación que se ha dado en Morena o Palacio Nacional para garantizar que esa transformación no sea una ocurrencia más? Al menos sabemos que la descentralización administrativa ocurrirá. En algún momento. En algún lugar. ®